El valor del dinero

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Aunque 1870 mostró un gran avance en la teoría de precios, los avances de la revolución marginalista aún no habían penetrado en la teoría monetaria en las primeras décadas del siglo XX. La mayoría de los economistas se seguían contentando con trabajar con la teoría cuantitativa del dinero de hacía siglos a pesar de que seguía una postura agregada mientras que la idea clave de la nueva teoría del precio era la relación entre el precio de un bien y la valoración del mismo hecha por los consumidores individuales.

Benjamin Anderson estaba entre un puñado de economistas, liderado por Ludwig von Mises en su obra pionera, La teoría del dinero y del crédito, de 1912, que establecía integrar la teoría monetaria dentro de una teoría general del valor.

Igual que Mises, Anderson dedicó una gran parte de su The Value of Money, publicada en 1917, a una refutación de la teoría cuantitativa “mecánica” del dinero. Muchos de los argumentos de Anderson resultarán familiares a cualquier estudioso de Mises: las causas y efectos a partir de los cuales se construyen los datos de la ecuación cuantitativa son complejos y están desagregados; sea cual fuere la correlación entre las variables agregadas de la ecuación cuantitativa, la correlación no es causa; la causa no puede establecerse en la ecuación porque no han constantes cuantitativas en la acción humana (en particular, la velocidad no es constante); la teoría cuantitativa ignora el tiempo; no hay forma no ambigua de definir la variables en la teoría: la existencia de dinero, la velocidad, la cantidad de bienes y el nivel de precios.

Además, Anderson sostiene que sean cuales sean las proposiciones reales que ofrezca la teoría cuantitativa, pueden también deducirse de una teoría del valor correcta y que muchas teorías verdaderas de la economía moderna (como las leyes de oferta y demanda, la teoría de la capitalización y la ley de Gresham) son inconsistentes con la misma.

Aunque puede haber algunas proposiciones verdaderas en la teoría cuantitativa, no toda conclusión derivada de la misma es cierta. Anderson dedica un gran esfuerzo a demostrar que muchas teorías construidas a partir de ella son falsas. Por ejemplo, argumenta que la independencia entre las existencias de dinero y la cantidad de bienes, asumida para llegar a la conclusión de que los aumentos en las existencias de dinero llevan a aumentos proporcionales en el nivel de precios, si se lleva a la macroeconomía tiene efectos perniciosos.

En concreto, deja fuera de juego cualquier teoría correcta del ciclo económico que, argumentaba él, estuviera ligada a la inflación monetaria y la expansión del crédito. Otro ejemplo: si el nivel de precios no puede definirse, entonces no existe un nivel de precios estable y por tanto no tiene sentido afirmar que los precios estables son mejores para la economía que los inestables. Anderson tenía ideas que eludían los monetaristas: que la inflación puede existir en la economía aunque el índice de precios sea estable y que dinero y crédito están conectados en un sistema moderno de banca central. Reprendía a los monetaristas por defender la reflación y el gasto en déficit como cura para la depresión.

Anderson argumentaba que la macroeconomía en general y la teoría del ciclo económico en particular debían basarse en pensamiento no agregado y no matemático, y debían dar la consideración apropiada a la especulación, la banca, el dinero, el crédito y el comercio y las finanzas internacionales. Dedicaba dos capítulos enteros a asuntos relacionados con el crédito en los que explicaba el papel crítico de dinero y el crédito en la producción económica y los ciclos económicos.

En busca de una teoría general del valor, Anderson se situó en un territorio intermedio entre el “individualismo extremo” que ve a los precios como resultado de las valoraciones subjetivas e independientes de los individuos y el “organicismo social”, que postula una fuerza societaria distinta de sus miembros para la determinación de precios y producción. Argumenta que las valoraciones individuales, que determinan los precios, son manifestaciones de valor social. El valor social, a su vez, lo establece la “mente social” que es tanto el producto de la totalidad de interacciones individuales como la causa de cada acción individual. Es decir, la mente de una persona se desarrolla en el contexto de las relaciones sociales y por tanto se convierte en parte de la propia mente social, o podríamos decir que se convierte en una manifestación de ésta.

Los ejemplos que da Anderson de productos de la mente social incluyen reglas morales, leyes y valoraciones económicas. Ejemplos particulares de estas últimas serían las modas o la confianza del inversor. Así las demandas y ofertas individuales tienen una base objetiva, al ser determinada por la mente social, y los precios, que son resultado de la interacción entre demanda y oferta, se forman sobre la base de las valoraciones sociales. Así que la mente social tiene la función de asignar adecuadamente los factores de producción. Y, como la mente social es relativamente estable, los precios no varían mucho y los patrones de producción tienen continuidad.

Anderson identificaba a H.J. Davenport como defensor principal de la postura del individualismo extremo y criticaba la explicación del precio por la utilidad marginal por afirmar que dicha utilidad marginal viene dada en lugar de ser determinada por la mente social. Como esto implica un razonamiento circular cuando se aplica en general a explicar los precios de los bienes, argumentaba Anderson, la teoría de la utilidad marginal tiene el mismo defecto cuando se aplica al dinero. Pero a pesar de su afirmación de que Mises no resolvió el problema de circularidad con su teorema de la regresión, Mises, en la edición inglesa de La teoría del dinero y del crédito, calificaba a The Value of Money, de Anderson como “una obra excelente”.

Publicado el 11 de agosto de 2000. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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