Jonathan Gullible: Capítulo 10

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La máquina de los sueños

¿Cómo haría Jonathan para volver a casa? Si hubiese un puerto y se pudiera alistar en un barco de paso…

Él era un muchacho cordial, honesto, dispuesto a hacer cualquier tipo de trabajo.

Mientras pensaba en conseguir un empleo en una tripulación, Jonathan vio a un hombre flaco en un llamativo traje rojo y un sombrero elegante con una larga pluma pegada en la cinta. El hombre luchaba por cargar una enorme máquina en un gran carro a caballo. Al ver a Jonathan, el hombre gritó:

-Eh tú, te pagaré cinco kayns por ayudarme a cargar esto.

-¿Kayns? -repitió Jonathan con curiosidad.

-Dinero, niño. Billetes, plata. ¿Lo quieres o no?

-Claro -dijo Jonathan, sin una mejor idea en mente. No era un empleo en un barco, pero quizá podría comenzar a ganar algo de dinero para su pasaje. Además, el hombre parecía inteligente y tal vez le pudiera dar algún consejo. Tras mucho empujar y arrastrar, lograron meter la pesada máquina en el interior. Limpiando su frente, Jonathan se quedó jadeando y mirando al objeto de su trabajo. La caja era grande y medio cuadrada con lindos diseños pintados en colores brillantes. Arriba tenía una bocina enorme, como la que Jonathan había visto una vez en un fonógrafo manual en su casa-. Qué hermosos colores -continuó Jonathan atraído por los intricados modelos que parecían moverse un poco cuanto más los miraba-. ¿Y qué es esa gran bocina de arriba?

-Ven al frente, pequeño amigo, y velo tú mismo. -Entonces Jonathan se subió al carro y leyó el cartel pintado en elegantes letras doradas: “¡LA MÁQUINA DE LOS SUEÑOS DE GOLLY GOMPER!”

-¿Una máquina de los sueños? -repitió Jonathan-. ¿Quiere decir que hace realidad los sueños?

-Claro que sí -dijo el hombre mientras aflojaba el último tornillo y sacaba un panel en la parte trasera de la máquina. Adentro estaban todos los elementos de un simple fonógrafo. No tenía una manija manual, pero tenía un resorte que uno podía ajustar firmemente para encender la máquina y reproducir música y voces.

-Eh -exclamó Jonathan-, ¡no es nada más que una vieja caja musical!

-¿Qué esperabas -dijo el hombre-, un hada madrina?

-No sé. Supongo que pensé que sería un poco más, eh…, misterioso.

Después de todo, se necesita algo especial para hacer realidad los sueños de las personas.

El hombre dejó sus herramientas y miró a Jonathan. Una leve mueca se posó en su rostro.

-Palabras, mi curioso amigo. Sólo se necesitan palabras para hacer realidad algunos sueños. El problema es que nunca se sabe quién va a obtener el sueño cuando se desea algo.

Al ver la expresión de desconcierto de Jonathan, el hombre puso su mano en el bolsillo y sacó una pequeña tarjeta personal blanca. Prosiguió con su sonido vibrante nasal:

-Tanstaafl es el nombre. P. T. Tanstaafl. -En ese momento se dio cuenta de que le había dado a Jonathan la tarjeta equivocada-. Perdón, hijo, es la tarjeta de ayer. -Revolviendo su billetera encontró otra de un tamaño y color sutilmente diferentes. Cuando comenzó a pintar un letrero nuevo sobre el viejo diciendo “MÁQUINA DE LOS SUEÑOS DEL DOCTOR TANSTAAFL”, rugió confiadamente-. Permíteme explicarte cómo funcionan estas cosas. La gente sabe sus sueños, ¿verdad? El problema es que no saben cómo hacer realidad esos sueños, ¿no es cierto? -Jonathan asintió en silencio.

-Entonces pagas dinero, giras la llave, y esta vieja caja reproduce cierta instrucción sutil una y otra vez. Siempre es el mismo mensaje y siempre hay muchos soñadores a quienes les encanta oírlo.

-¿Cuál es el mensaje, Señor Tanstaafl? -preguntó Jonathan.

El hombre lo corrigió: -¡Por favor! Doctor Tanstaafl. Como te decía, la Máquina de los Sueños le dice a la gente que piense en lo que le gustaría tener, y… -el hombre miró a su alrededor para ver si estaba escuchando alguien más-, y luego le explica a los soñadores lo que deben hacer. Y, debo decir, se los dice de una manera muy, muy persuasiva.

-¿Quiere decir que los hipnotiza? -preguntó Jonathan con los ojos bien abiertos.

-Oh no, no, no, no, no, ¡no! -objetó el hombre-. Les dice que son buenas personas y que lo que desean es algo bueno, ¿verdad? ¡Es tan bueno que deberían exigirlo!

-¿Eso es todo? -Jonathan dijo sorprendido.

-Eso es todo.

Luego de un momento de dudas, Jonathan preguntó:

-¿Y qué es lo que exigen estos soñadores?

El hombre sacó una lata de aceite y procedió a aceitar las palancas dentro de la máquina.

-Bueno, depende mucho de dónde ponga la máquina.

Frecuentemente la ubico frente a una fábrica como ésta: Construcciones Bastiat. -Señaló con su pulgar en dirección a un edificio chato de dos pisos del otro lado de la calle-. Y a veces me instalo cerca del Palacio de Gobierno. Por aquí la gente siempre quiere más dinero. Que haya más dinero es bueno, ya sabes, los precios siempre suben y la gente siempre necesita más.

-Eso he oído -dijo Jonathan girando sus ojos-. ¿Lo reciben?

El hombre se separó y limpió sus manos con un trapo. -Algunos ¡así de fácil! -dijo chascando sus dedos-. Los soñadores se apiñaron en el Palacio y exigieron leyes que obligaron a la fábrica a triplicarles el sueldo. Y exigieron beneficios que la fábrica tuvo que aceptar.

-¿Qué beneficios? -dijo Jonathan.

-Seguridad, por ejemplo. Más seguridad también es algo bueno, ya sabes. Así que los soñadores exigieron leyes que obligaran a las fábricas a pagarles un seguro. Un seguro de enfermedad. Un seguro de desempleo. Incluso un seguro de vida.

-¡Parece genial! -exclamó Jonathan-. Esos soñadores deben haber estado muy felices. -Se volvió para mirar nuevamente a la fábrica y notó que parecía no haber mucho movimiento del otro lado de la calle. La pintura descolorida hacía que los edificios se vieran cansados y no brillaba ninguna luz en las ventanas sucias que en todas partes estaban rotas y entablonadas. Había trozos de vidrio estrellado amontonados contra las paredes y en la vereda.

El hombre terminó su trabajo y ajustó los tornillos nuevamente en su lugar. Dada una limpieza final con su trapo por sobre la superficie pulida de la caja, el elegante empresario saltó fuera de la carreta y fue a revisar los arneses. Jonathan se bajó y se dirigió al hombre repitiendo: -dije que debían haber estado muy contentos de recibir todo ese dinero y esa seguridad; y agradecidos, también. ¿Le dieron un premio o le hicieron un banquete para celebrar?

-Para nada -dijo el doctor Tanstaafl lacónicamente-. Casi me alquitranan y me llenan de plumas. Anoche casi destruyen la Máquina de los Sueños con piedras, ladrillos y cualquier cosa que encontraban para arrojar. Verás, su fábrica cerró ayer por reformas y me culpan a mí.

-¿Por qué cerró la fábrica?

-Parece ser que no podía ganar lo suficiente para pagar los aumentos y los beneficios a los obreros. Tienen que intentar hacer otra cosa.

-Pero, entonces -dijo Jonathan-, eso significa que los sueños no se hicieron realidad, después de todo. Si la fábrica cerró, entonces nadie recibe ningún pago. Y nadie recibe tampoco ninguna seguridad. ¡Nadie recibe nada! Bueno, usted es un sinvergüenza, doctor Tanstaafl. Usted dijo que la Máquina de los Sueños…

-¡Un momento, muchacho! Los sueños se hicieron realidad. Yo dije que -acentuó cada palabra lentamente-, dije que nunca se sabe quién obtendrá el sueño cuando se desea algo. Suele suceder que cada vez que cierra una vieja fábrica aquí en la isla de Corrumpo, ese sueño se hace realidad del otro lado del agua en la Isla de Nie. Una fábrica nueva abrió hace poco allí, precisamente hace una semana. Ahora allí hay muchos nuevos puestos de trabajo y de seguridad. En lo que a mí respecta, bueno, yo recaudo mi dinero de la máquina sin importar lo que suceda.

Jonathan pensó intensamente en las novedades de Nie, dándose cuenta de que al menos podría navegar a otras islas, islas prósperas como ésa.

-¿Dónde queda la Isla de Nie? -preguntó.

-En dirección oeste más allá del horizonte. La gente de Nie tiene una fábrica precisamente como ésta. Cuando los costos de fabricación aquí aumentan, sus fábricas reciben muchas más órdenes allá. Comprenden que tener más clientes es la mejor manera de tener más de todo lo demás: salarios y seguridad. No se pueden ‘exigir’ más negocios.

El doctor Tanstaafl ajustó la máquina con correas y se río entre dientes: -Los soñadores aquí querían apropiarse, y fueron expropiados. Así que, la gente de afuera se quedó con lo que deseaban estos soñadores.

Le pagó a Jonathan por su ayuda y luego se subió al asiento del conductor y sacudió las riendas. Jonathan miró el dinero que le había dado y pronto se preocupó porque iba a perder valor. Era el mismo papel que la pareja le había enseñado frente a la Oficina Pública de Creación de Dinero.

-¡Doctor Tanstaafl! ¡Eh, doctor Tanstaafl!

-¡Sí?

-¿Podría pagarme con otra clase de dinero? Quiero decir, algo que no esté perdiendo valor.

-Es de uso legal, amigo. Tienes que aceptarlo. ¿Piensas que utilizaría eso si pudiera optar? ¡Sólo gástalo rápido! -El hombre le gritó al caballo y se fue.

Jonathan gritó: -¿Hacia dónde va?

-¡Donde haya algo de qué apropiarse!

Traducido del inglés por Hernán Alberro.

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