Jonathan Gullible: Capítulo 5

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Velas y abrigos

Jonathan partió con la mujer y sus hijos a la casa de sus familiares a dos kilómetros ruta abajo. Le agradecieron y lo invitaron a quedarse. Pero, viendo que había mucha gente y que estaban demasiado ocupados, Jonathan decidió continuar su camino. El sendero lo llevó a un río cruzado por un puente de doble vía, cada una bien diferenciada, que conducía a una ciudad. Seguramente allí habría gente que lo pudiera ayudar a regresar a su casa.

Del lado derecho del puente había una flecha que indicaba hacia adelante con un cartel que decía: “INGRESO A LA CIUDAD DE STULTA, CORRUMPO”. Separado por un divisor había otro camino a través del puente sobre el lado izquierdo con un cartel indicador que decía: “SALIDA
ÚNICAMENTE, NO INGRESE”.

Lo extraño de esta disposición era que el puente de ingreso era muy alto con rocas filosas y cantos rodados macizos. Esto era bastante molesto para quienes quisieran ingresar al pueblo y muchos viajeros sencillamente arrojaban sus mercancías en las rocas o en el río antes de arrastrarlos por encima de las escarpadas barreras puestas en su camino. Justo detrás de un débil mercader estaba nuevamente el gato, olfateando y hurgando una caja pequeña que había sido abandonada. Irónicamente, el lado de la salida era llano y abierto. Los mercaderes salían del pueblo cargando sus posesiones con gran facilidad sin el menor obstáculo.

Estuvo veinte minutos trepando para superar el puente de ingreso, probando la firmeza de sus pasos en los esquistos y escalando por sobre las obstrucciones de piedra, para poder llegar finalmente a una gran pared con un par de portones de madera gruesa totalmente abiertos. En la ciudad había gente cabalgando caballos, gente con cajas y bultos, y gente conduciendo toda clase de carros y carretas en los caminos internos. Jonathan enderezó sus hombros, sacudió el polvo de su andrajosa camisa y de sus pantalones y avanzó a través del resto de la multitud.

La primera persona a la cual se acercó era una mujer que estaba sentada a una mesa cubierta de pequeños medallones con un extenso documento en la mano. -Te suplico -rogó la mujer, encendiendo sus ojos brillantes y estirándose para abrochar uno de los medallones en el harapiento bolsillo de la camisa de Jonathan- ¿firmarías mi petitorio, por favor?

-Bueno, no sé -tartamudeó Jonathan-. Pero me pregunto si podría indicarme cómo llegar al puerto.

La mujer lo miró con desconfianza: -¿No eres de esta isla?

Jonathan dudó al percibir el tono frío que había tomado su voz: -Oh, soy de la costa opuesta y me perdí.

La mujer volvió a sonreír: -Estás en la dirección correcta. Pero antes de irte, te tomará sólo un momento firmar mi petitorio -agregó-, estarías ayudando a tanta gente.

-Bueno, si es tan importante para usted. -Jonathan se encogió de hombros y agarró la pluma de la mujer para firmar el petitorio. Sintió pena por ella, sentada con toda esa pesada ropa en su cuerpo, transpirando profusamente en un día soleado y agradable- ¿Para qué es este petitorio? – preguntó Jonathan.

La mujer juntó sus manos al frente como dispuesta a cantar un solo: -Este petitorio es para proteger el trabajo y la industria. Estás a favor del trabajo y de la industria ¿verdad? -suplicó.

-Por supuesto que sí -aseguró Jonathan rápidamente, recordando lo que le había sucedido a la mujer arrestada con la cual se había cruzado en el sendero. Lo último que quería era parecer desinteresado en el trabajo de las personas-. ¿Cómo va a ayudar esto? -preguntó Jonathan al tiempo que garabateaba su nombre con muy poca claridad para que nadie lo pudiera leer.

-El Consejo de Gobierno protege nuestros empleos e industrias locales de los productos que vienen del exterior de nuestra ciudad. Como podrás ver, hemos hecho un buen trabajo para varias de nuestras industrias con nuestro puente de acceso. Pero queda tanto por hacer. Si suficiente cantidad de gente firma mi petitorio, los gobernantes han prometido hacer todo lo que esté en su poder para prohibir los productos extranjeros que perjudican mi industria en particular.

-¿Y cuál es su industria? -preguntó Jonathan.

La mujer declaró con orgullo: -Represento a los productores de velas y abrigos. Este petitorio pide que se prohíba el sol.

-¿El sol? -inquirió Jonathan boquiabierto-. ¿Cómo, eh, por qué prohibir el sol?

La mujer miró a Jonathan y en actitud defensiva dijo: -Sé que suena un poco drástico, ¿pero no lo ves…? El sol perjudica a los productores de velas y a los fabricantes de abrigos. Seguramente te darás cuenta de que el sol es una fuente externa muy barata de luz y calor. Bueno, ¡esto es intolerable!

-Pero la luz y el calor del sol son gratuitos -protestó Jonathan.

La mujer parecía ofendida por su comentario y gimoteó: -Ése es el problema ¿no te das cuenta?

Sacando un pequeño cuaderno, intentó delinearle a Jonathan algunas anotaciones: -Según mis cálculos, la disponibilidad a bajo costo de estos elementos foráneos reducen el empleo potencial y los salarios al menos en un 50 por ciento. Es decir, en las industrias que represento. Un fuerte impuesto a las ventanas, o quizá su prohibición directa, mejoraría bastante esta situación.

Jonathan dejó de lado el petitorio.

-Pero si la gente le paga a sus productores de velas y a los de abrigos por luz y calor, entonces tendrán menos dinero para gastar en otras cosas: cosas como carne o bebidas o pan.

-No represento a los carniceros, o a los cerveceros, o a los panaderos -dijo groseramente la mujer que al percibir el cambio de actitud de Jonathan, le sacó con rapidez el petitorio para evitar que tachara su firma-. Obviamente estás más interesado en algún capricho del consumidor que en proteger la seguridad de los empleos y de las inversiones empresarias
sensatas. Que tengas buen día -dijo poniendo fin a la conversación.

Jonathan se alejó de la mesa y se retiró con tranquilidad. -¿Prohibir el sol? –pensó-. ¡Qué ideas más locas! Primero los alimentos, ahora el sol. ¿Qué seguirá?

Traducido del inglés por Hernán Alberro.

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