Jonathan Gullible: Capítulo 9

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Haciendo dinero

Más adelante, Jonathan oyó el fuerte rugido de una máquina proveniente del segundo piso de un enorme edificio de ladrillo rojo. El rápido traqueteo sonaba como una imprenta. “Quizá sea el diario del pueblo”, pensó Jonathan, “¡Qué bueno! Podré leer todo acerca de esta isla y de su gente. Quizá me dé una idea sobre cómo volver a casa.”

Giró en la esquina en busca de un ingreso al edificio de ladrillo y casi choca con una pareja que venía caminando elegantemente vestida, del brazo, por la calle adoquinada.

-Perdón -se disculpó Jonathan-, pero no puedo encontrar la entrada a este edificio. ¿Aquí se imprime el diario local?

La señora sonrió al tiempo que el señor corrigió a Jonathan: -Me temo que estás equivocado, joven. Ésta es la Oficina Pública de Creación de Dinero, no el diario.

-Ah -dijo Jonathan decepcionado-. Esperaba encontrar una imprenta de cierta importancia.

-Anímate -dijo el hombre-. No hay ninguna imprenta de mayor importancia y orgullo que esta oficina. ¿No es cierto, querida? -El hombre palmeó la mano enguantada de la mujer.

-Sí, es verdad -contestó ella con una risita-. Esta gente imprime mucha felicidad con el dinero que hace.

Quizá ésta era la solución para salir de la isla, pensó Jonathan. Quizá de esta forma podría comprar un pasaje para un barco.

-¡Genial! -dijo Jonathan alegremente-. Seguro que el dinero me haría feliz ahora. Si pudiera imprimir algo de dinero entonces…

-¡Oh, no! -replicó el hombre con desaprobación. Sacudió su dedo hacia la cara de Jonathan-. Eso está fuera de lugar.

-Por supuesto -concordó la mujer-. Los impresores de dinero que no son designados por el Consejo de Gobierno son calificados de ‘falsificadores’ y puestos tras las rejas. No toleramos esa clase de sinvergüenzas en este pueblo.

El hombre asintió con vigor: -Cuando los falsificadores imprimen dinero y lo gastan, el nuevo dinero inunda las calles y roba a todos los demás. Desaparecen los bienes, hay dinero por todas partes, y los precios vuelan por las nubes. Cualquier persona pobre con un ingreso fijo –salarios, ahorros o pensiones– pronto descubre que su dinero no vale nada.

Jonathan frunció el ceño. ¿Qué se había perdido?

-Pensé que habían dicho que imprimir mucho dinero hace feliz a la gente.

-Ah, sí, eso es cierto -respondió la mujer-. Siempre que…

-… sea dinero oficial -se interpuso el hombre antes de que ella finalizara. Para diversión de Jonathan, la pareja se conocía tan bien que cada uno terminaba la frase del otro. El hombre sacó una gran billetera de cuero del bolsillo de su saco y extrajo un pedazo de papel para mostrárselo a Jonathan. Señalando un sello oficial del Consejo de Gobierno, indicó-: Ves aquí, dice ‘uso legal’, cosa que lo convierte en dinero oficial.

-La impresión de dinero oficial se llama ‘política monetaria’ – prosiguió ella, como si estuviese recitando de memoria un texto escolar-. La política monetaria es parte de un sofisticado plan de gasto maestro.

Al guardar su billetera, el hombre agregó: -Si es oficial, entonces quienes emiten el dinero no son ladrones.

-¡Claro que no! -dijo ella-. El Consejo de Gobierno gasta este nuevo dinero en nuestro nombre.

-Sí, y son muy generosos -dijo él pestañeando-. Gastan ese dinero en proyectos para sus leales súbditos: aquellos que los ayudan a ser elegidos.

Mirando directo a Jonathan, dijeron al unísono: -¿No te gustaría eso?

Jonathan pensó por un momento. La pareja esperó con paciencia su respuesta.

-Una pregunta más, si no les molesta -respondió Jonathan-. Dijeron que cuando el dinero falso inunda las calles, los precios vuelan y los salarios, los ahorros y las pensiones carecen de valor. ¿No sucede eso también con el de ‘uso legal’ cuando los funcionarios imprimen dinero? ¿Cómo puede ser que esto haga feliz a la gente?

Se miraron uno al otro. El caballero sostuvo:

-Claro que siempre estamos felices cuando los Lores tienen más dinero para gastar en nosotros. Hay tantas necesidades apremiante que atender… necesidades de los desempleados, de los desafortunados, de los no jóvenes, los no viejos, los no ricos y los no pobres.

-Los gobernantes son muy escrupulosos en su investigación de las raíces de nuestros problemas de precios. Han identificado a la mala suerte y al mal clima como las principales causas de nuestras dificultades. Sí, la mala suerte y el mal clima provocan la suba de precios y una caída en el nivel de vida; especialmente en nuestras granjas -explicó la mujer.

-¡No olvides a los extranjeros! -exclamó su compañero.

-Especialmente los extranjeros -dijo la mujer alarmada-. Nuestra isla está sitiada por enemigos que intentan arruinar nuestra economía con los altos precios de las cosas que nos venden. Claro que el precio alto del querosén de ellos sería nuestra destrucción.

-Y los precios bajos -agregó él-. Siempre están intentando vendernos velas y abrigos a precios ruinosamente bajos. Nuestro Consejo de Gobierno también se ocupa duramente de esos monstruos.

-¡Sí, querido! -continuó ella con claridad-. Y maldigamos a los malditos carteles que ¡conspiran con vender al mismo precio! Afortunadamente, el Consejo determina los valores apropiados para nosotros. -Volviéndose hacia su compañero ella señaló al sol y expresó el deseo de continuar su camino.

-Tienes razón, querida. Espero que puedas disculparnos, joven. Esta noche tenemos una cita con nuestro banquero de inversiones. Sería tonto que perdiésemos la actual ola de entusiasmo en la compra de tierra y metales preciosos. ¡Pobre la gente ignorante que no entró en la ola cuando lo hicimos nosotros! ¿Verdad, querida? -Se rieron juntos. El hombre ladeó su sombrero, la mujer se inclinó con cortesía, y ambos se despidieron amablemente de Jonathan, alejándose apresurados.

Traducido del inglés por Hernán Alberro.

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