Jonathan Gullible: Capítulo 22

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El bazar de los gobiernos

Jonathan había renunciado a liberarse. Mices regresó pero no fue de ninguna ayuda. El curioso gato se quedó husmeando en los tachos de basura mientras estaba la ladrona, y cuando se aclaró el panorama se acercó a Jonathan para poder sacarle el pan de los bolsillos. Unos ruidos al final de la callejuela lo llevaron de nuevo, rápidamente, a la montaña de basura.

Una gran vaca marrón paseó hacia el gato, oliendo la basura esparcida por el callejón. “Muu-u”, mugió la vaca. La campana en su cuello resonaba lentamente con sus movimientos. De pronto, apareció otra vaca al final de la calle, seguida por un escabroso anciano con un bastón.

-Vuelve aquí, estúpida bestia -refunfuñó el pastor.

Jonathan se retorció y utilizó su hombro para dar un codazo a una caja que tenía al lado.

El anciano se asomó en la oscuridad. Al ver a Jonathan maniatado y tirado en el suelo, se apresuró a sacarle la mordaza.

Jonathan respiró aliviado. “Me robaron. ¡Desáteme!”. El anciano metió su mano en un bolsillo en busca de un cuchillo y cortó las cuerdas. “Gracias, señor” dijo Jonathan, frotándose la marca en sus muñecas. Ansiosamente le contó al hombre lo que había sucedido.

-Sí -dijo el escabroso granjero, asintiendo con su cabeza-. Hay que estar atento estos días. Nunca habría venido a la ciudad sino fuera porque me dijeron que el gobierno podía ayudarme.

-¿Cree que el gobierno me ayudará a recuperar mi dinero? -preguntó Jonathan.

-Lo dudo, pero puedes intentarlo. Quizá, en el Bazar de los Gobiernos tengas mejor suerte que yo- respondió el viejo pastor. Su cara tenía más arrugas que una pasa de uva y tenía puesta ropa austera y botas altas. Jonathan se sintió seguro con la actitud tranquila y el discurso directo de este hombre.

-¿Qué es el Bazar de los Gobiernos? ¿Es un lugar para vender ganado? -preguntó Jonathan.

El anciano frunció el ceño y contempló a sus dos plácidas bestias.

-Eso es lo que vine a averiguar -dijo del pastor-. De hecho, es una suerte de espectáculo de variedades. El edificio es más moderno que un banco y el más grande que he visto. Adentro hay hombres que venden toda clase de gobiernos designados para encargarse de los asuntos de los ciudadanos.

-¿Eh? -dijo Jonathan-. ¿Qué clase de gobiernos intentan vender?

El pastor se rascó el cuello quemado al sol y dijo: -Había uno que se llamaba a sí mismo “socialista”. Me dijo que su forma de gobierno se llevaría una de mis vacas como forma de pago para darle la otra vaca a mi vecino. No me gustó mucho. No necesito ayuda para darle una vaca a mi vecino… cuando la necesita.

“También había un “comunista” que tenía una casilla al lado del primer vendedor. Tenía una gran sonrisa y se la pasaba dándome apretones de mano, muy amigable, diciendo cuánto me apreciaba y se preocupaba por mí. Parecía estar bien hasta que dijo que su gobierno se llevaría mis dos vacas. Eso estaría bien, dijo, porque todos serían dueños de todas las vacas igualitariamente y me daría algo de leche si él pensaba que yo la necesitaba. Y luego insistió en que cantara una canción del partido.”

-¡Ésa sí que debe ser una canción! -exclamó Jonathan.

-No me servía de mucho después de eso. Me di cuenta de que se iba a quedar con la mayor parte de la crema para él. Luego caminé por el gran vestíbulo y me encontré con un “fascista”. -El anciano hizo una pausa lo suficientemente larga como para ahuyentar a una de sus vacas de un montón de basura podrida-. Ese fascista también tenía un montón de buenas palabras y una cantidad de ideas audaces al igual que los otros. Dijo que se llevaría mis dos vacas y me vendería parte de la leche. Le pregunté: “¿Qué? ¡¿Pagarle por la leche de mi vaca?!” Entonces amenazó con dispararme si no saludaba a su bandera correctamente allí mismo.

-¡Guau! -dijo Jonathan-. Apuesto a que se fue del lugar velozmente. -Antes de poder mover una pierna, un vendedor “burócrata” se me acercó y me dijo que su gobierno quería llevarse mis dos vacas, dispararle a una para reducir la oferta y ordeñar a la otra, y luego tirar parte de la leche al desagüe. ¿Qué clase de idiota haría una cosa así?

-Claro que parece raro -dijo Jonathan, negando con su cabeza-. ¿Eligió alguno de los gobiernos?

-Ni loco, hijo -declaró el pastor-, ¿quién los necesita? En lugar de que un gobierno se encargue de mis asuntos, decidí llevarme mis vacas al mercado del campo donde puedo vender una y comprarme un toro.

Traducido del inglés por Hernán Alberro.

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