¿Por qué ser austriaco? Entrevista con Higgs

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[Artículo número 28 de la lista de lectura de 30 días de Robert Wenzel que te ayudará a convertirte en un conocedor libertario]

[Entrevista con Robert Higgs por Ángel Martín para su inclusión (en su versión española) en La Escuela Austriaca desde Adentro II: Historias e ideas de sus pensadores, ed. Adrián Ravier (Madrid: Unión Editorial, 2011)]
*El presente artículo se publica por cortesía de Ángel Martín Oro, autor de la entravista y la traducción. Visite el blog de Ángel Martín Oro: Procesos de aprendizaje.

AM: ¿Cómo llegó a descubrir las ideas de la economía Austriaca?

HIGGS: Descubrí la economía Austriaca por accidente, y fui aprendiendo progresivamente sobre ella a lo largo de muchos años. A finales de la década de 1960, cuando acababa de empezar mi carrera como profesor de economía en la Universidad de Washington (situada en Seattle), di con el artículo de Hayek de 1945 “El Uso del Conocimiento en la Sociedad”. Me gustó mucho, lo usaba en mis clases y citaba en mis escritos, aunque al principio no llegué a entender cómo su argumento difería de forma significativa de la microeconomía neoclásica básica, y de la “economía de la información” que previamente había absorbido a través de los escritos de George Stigler y otros autores de Chicago.

No mucho después, valorando positivamente el trabajo de Hayek, leí Los Fundamentos de la Libertad, que me impresionó mucho por el alcance y profundidad de su erudición. En esa época, debido a mi formación como graduado en Johns Hopkins, había llegado ya a entender el beneficioso funcionamiento del sistema de precios, pero todavía no había roto con la economía del bienestar neoclásica, con sus varios modelos de pizarra sobre los “fallos del mercado”.

Hayek me condujo a Mises, cuyo tratado La Acción Humana leí a finales de los años 70. Este libro tuvo un efecto profundo en mi pensamiento como economista. Hayek, al menos tal y como le entendí entonces, no había desafiado mi concepción positivista de los fundamentos científicos de la economía. Mises, sin embargo, sacudió estos fundamentos de mi pensamiento. Estuve reflexionando sobre las formulaciones epistemológicas de Mises durante años antes de que las entendiera de verdad. La idea de que cualquier cosa puede ser de forma simultánea, a) apodícticamente cierta a priori y b) empíricamente significativa y verdadera, me fue difícil de asimilar intelectualmente, aunque al final lo conseguí.

De La Acción Humana de Mises, continué leyendo no solo mucho más escrito por él y Hayek, sino también numerosos trabajos de otros austriacos, incluyendo a Rothbard (quien influenció mi pensamiento sobre política e historia más de lo que lo hizo sobre economía), Kirzner y Garrison.

AM: ¿Por qué se sintió atraído hacia ellas? ¿Cuáles son las características distintivas que valora más positivamente del enfoque de la Escuela Austriaca en relación con otros enfoques más convencionales?

HIGGS: Inmediatamente aprecié el realismo de la economía austriaca, que contrasta marcadamente con los frecuentemente nada realistas supuestos de la teoría económica neoclásica y con la pura tontería de muchos de sus modelos e implicaciones. Con una base en el Axioma de la Acción y las implicaciones que se derivan lógicamente de ese axioma, además de proposiciones auxiliares bien fundamentadas, la economía austriaca proporciona una “lógica de la elección” sólida, que no depende de resultados econométricos u otro tipo de “pruebas empíricas”. Esta lógica de la elección puede luego ser aplicada en la interpretación de acciones complejas e interrelaciones en el mundo empírico.

Por encima de todo, entender la economía Austriaca revela que la economía convencional es exactamente lo opuesto de lo que dice ser: no es ciencia, sino cientismo. Basándose en una cruda imitación de la física del siglo XIX, implícita o explícitamente asume que las acciones humanas pueden entenderse de la misma forma como los científicos naturales entienden los movimientos e interacciones de partículas materiales, sustancias químicas, y corrientes eléctricas. Desafortunadamente para la economía convencional, los seres humanos –a diferencia de las partículas, las sustancias químicas, y las corrientes- tienen propósitos, que ellos mismos eligen y que pueden cambiar, además de una capacidad para la creatividad en su elección o invención de los medios para la obtención de sus fines elegidos. Solo una ciencia que reconoce la naturaleza esencial de los seres humanos, y cómo difieren de las partículas materiales y las corrientes eléctricas, puede conseguir una comprensión de la acción humana. La economía neoclásica esconde su desnudez epistemológica detrás de una cubierta de masivas representaciones simbólicas y manipulaciones matemáticas en modelos formales. Una vez que uno llega a entender que lo que se está haciendo y presuponiendo es un juego de niños, se llega a ver que casi nada de lo que se hace resistiría un examen crítico.

AM: ¿Ha evolucionado su pensamiento económico significativamente a lo largo de su carrera académica?

HIGGS: Cuando obtuve mi doctorado, en 1968, era un economista neoclásico totalmente convencional; nada en mi formación hasta ese momento había buscado hacer algo distinto. Sin embargo, ya era escéptico del alto grado de formalismo matemático y artificialidad conceptual en la teoría económica –una de las razones por las que decidí especializarme en historia económica, un área que está necesariamente mucho más cerca de la realidad– por lo que estaba predispuesto a examinar los modelos y métodos convencionales desde el escepticismo. Fui haciendo esto cada vez de forma más intensa a medida que avanzaba en mi propio trabajo como economista.

Conforme pasó el tiempo, mis puntos de vista cambiaron sustancialmente, pero nunca de forma muy rápida, excepto en el periodo inmediatamente posterior a mi lectura de La Acción Humana de Mises, lo que supuso un importante desafío a muchas de las ideas que sostenía por esa época. No obstante, no abandoné de manera instantánea la economía neoclásica para convertirme en un economista austriaco completo; esa transición tomó muchos años, y quizá todavía no la haya completado.

Además, a medida que aprendía más sobre econometría –no solo en la teoría, sino también en la práctica real– llegué a ser muy escéptico de cómo los economistas mainstream utilizan este conjunto de técnicas estadísticas. Por un lado, pocos prestan alguna atención a la calidad de los datos que emplean; la mayoría simplemente insertan datos tomados de fuentes estándar, normalmente bases de datos generadas por el gobierno. Por tanto, el resultado de sus ejercicios econométricos, independientemente de su método tan sofisticado en apariencia, es con frecuencia basura. Asimismo, aprendí que la econometría descansa en gran parte sobre supuestos falsos acerca del conjunto de datos utilizados en la estimación econométrica. Normalmente, en economía ninguna muestra se ha seleccionado genuinamente al azar en absoluto. El analista simplemente toma datos históricos –los únicos datos que existen o pueden existir sobre el tema en cuestión– y los trata como si fueran resultados de un procedimiento de muestreo al azar. Por esta razón, prácticamente toda la ceremonia asociada a los llamados contrastes de significación estadística está fuera de lugar y no significa lo que pretende significar. Mi vieja amiga Dierdre McCloskey ha estado instruyendo a la profesión mainstream desde hace décadas sobre este asunto, pero la práctica profesional en esta cuestión continúa igual que hace décadas.

Por supuesto, los anteriores recelos que desarrollé sobre la economía convencional solo fueron intensificados gracias a mi continuada auto-educación en la economía austriaca. El resultado ha sido que a lo largo de los años, cada vez he hecho menos econometría, y más interpretación conceptual y analítica, y críticas de creencias y prácticas ya establecidas. Decir que ya no encajo bien dentro de la profesión mainstream sería un gran eufemismo, aunque estoy contento de que algunos de mis viejos amigos y colegas dentro de la línea convencional no se hayan olvidado de mí y hayan prestado atención a mi trabajo. Los estudiantes del doctorado a quienes enseñé en Washington han sido amigos de toda la vida completamente fieles, lo que me satisface enormemente. Ninguno de ellos, sin embargo, ha llegado a convertirse en austriaco.

AM: ¿Cuál fue su relación con el Premio Nobel de Economía de 1993 Douglass North, y qué pudo aprender de él?

HIGGS: Él y yo fuimos colegas en la Universidad de Washington desde 1968 hasta 1983, cuando ambos dejamos esa universidad para tomar otros puestos. Una razón por la que acepté el trabajo en Seattle en 1968 fue porque North ya estaba allí, y me entusiasmaba la idea de aprender de él y quizás recibir también alguna guía. A lo largo de los años, me ayudó de muchas importantes maneras, por lo cual siempre le estaré agradecido, y seguimos siendo amigos hoy. (Doug escribió el prefacio a Government and the American Economy, el compendio publicado en mi honor por la University of Chicago Press en 2007).

La influencia de North sobre mí tuvo más que ver con estimular mi interés en determinados temas que con enseñarme métodos específicos de análisis o conclusiones históricas. En la década de los años 70, Doug estaba considerado quizás como el más grande experto sobre “el gobierno y la economía” entre los historiadores económicos, y después de trabajar con él durante alrededor de una década, llegué a estar interesado en esa área también. Por supuesto, su interés en las instituciones y en la creación de lo que llegó a conocerse más tarde como la “Nueva Economía Institucional” también tuvo una gran influencia sobre mí, aunque el núcleo teórico de este programa de investigación provino más de otros colegas en Washington, como Yoram Barzel y Steven N. S. Cheung, además de otros economistas en otras universidades, como Ronald Coase en Chicago y Armen Alchian en UCLA.

AM: ¿Deberían los economistas austriacos prestar más atención a las ideas de North y los otros neo-institucionalistas?

HIGGS: Sí, deberían. Tanto para un economista neoclásico como para un economista Austriaco, hay mucho de valor en este nuevo campo. En realidad, todo el comportamiento social es formado por el ambiente institucional en el que los actores se sitúan. Durante mucho tiempo, la economía neoclásica esencialmente ignoró el papel de las instituciones, y como resultado, los economistas mainstream cometieron errores importantes en la interpretación de una variedad de instituciones (por ejemplo, las empresas, las agencias gubernamentales) y desarrollos (como el desempeño y resultados de la planificación central en la URSS, China y otros países comunistas). Por supuesto, ciertos aspectos de la nueva economía institucional no pueden aceptarse por los austriacos porque colisionan con métodos o ideas austriacas básicas. No obstante, cualquiera que busque entender la realidad empírica de complejas instituciones y acontecimientos, puede obtener algo de valor a través de los mejores trabajos en este campo.

Los estudiantes de doctorado a los que formé –Robert McGuire, Lee Alston, John Wallis, Yuzo Murayama, Price Fishback y Charlotte Twight– han llevado a cabo una investigación extraordinaria que combina la elección pública (public choice), la historia económica, y la nueva economía institucional en formas creativas y reveladoras. Han superado en mucho a su profesor, y estoy tremendamente orgulloso de sus logros.

Mi propio trabajo en esta área ha incluido una serie de estudios sobre los arriendos agrícolas y otros contratos relacionados para el uso de tierra y trabajo agrícola; las relaciones de raza en el Sur de los Estados Unidos; las leyes inmobiliarias contra los Japoneses en los estados de la costa del Pacífico; la regulación pesquera en Washington y Alaska; controles de precios suaves durante la administración Carter; el complejo militar-industrial-congreso; las sanciones de Estados Unidos en el comercio y las finanzas internacionales; la regulación de medicamentos y dispositivos médicos de la FDA (Food and Drug Administration); y la gestión de “externalidades” en la industria minera del metal en el Noroeste; entre otras cosas. Mi trabajo en estas áreas ha tenido alguna influencia entre economistas mainstream e historiadores económicos, pero permanece ampliamente desconocido (o ignorado) por los austriacos.

AM: Una de sus tesis más importantes es la idea del “efecto trinquete” (ratchet effect), contenida en su libro Crisis and Leviathan, donde trata de explicar el crecimiento del gobierno, primero exponiendo el marco teórico y luego aplicándolo a diversos episodios históricos. ¿En qué consiste el “efecto trinquete” y cómo explica el excepcional avance del gobierno?

HIGGS: En mi trabajo, el efecto trinquete (ratchet effect) describe la forma característica en la que el gobierno, bajo las condiciones ideológicas modernas, crece durante una situación que se percibe como una emergencia nacional. El tamaño, alcance y poder del gobierno crece abruptamente cuando el gobierno actúa para “hacer algo” con el fin de disipar la amenaza. Luego, a medida que la amenaza se elimina o reduce, el gobierno se contrae, pero no hasta el nivel que se habría llegado sin la crisis. Por tanto, cada crisis desplaza la trayectoria del crecimiento del gobierno hacia un mayor tamaño, alcance y poder.

En mi formulación, las razones para el efecto trinquete son varias: una es la inercia política y legal; otra es la persistencia institucional generada por quienes operan o se benefician de las agencias gubernamentales o la nueva autoridad desencadenada por la crisis; y todavía hay una más –quizá la más importante- y es el cambio ideológico asociado a que el público llega a acostumbrarse al ejercicio de los nuevos poderes gubernamentales y  a los esfuerzos concurrentes del gobierno para justificar estos poderes. Otros economistas e historiadores habían descrito el efecto trinquete, pero la mayoría de ellos lo habían restringido al crecimiento fiscal. Ninguno de ellos había desarrollado el componente ideológico con el mismo detalle de lo que he hecho yo. El cambio ideológico, desencadenado por la superación aparentemente exitosa de una crisis importante, predispone al gobierno a crear, y al público a aceptar, un crecimiento todavía mayor del gobierno cuando tenga lugar la crisis siguiente.

AM: Un área donde ha realizado importantes contribuciones es el tópico de la Gran Depresión, que trata extensamente en su libro Depression, War and Cold War. Existen varios debates todavía vivos entre los expertos, uno de ellos trata sobre los orígenes del crash de 1929 y la Gran Contracción que va hasta 1933. La tesis más aceptada hasta la fecha es la que sostienen Friedman y Schwartz según la cual la Gran Depresión se debió principalmente a la mala gestión en la política monetaria de la Fed después de 1929. ¿Está de acuerdo con esta tesis?

HIGGS: Estoy en desacuerdo con Friedman y Schwartz en que creo que las acciones de la Fed durante los años 20 causaron malas inversiones generalizadas en proyectos de capital de más largo plazo, como desarrollos inmobiliarios, viviendas residenciales, y grandes edificios de oficinas, por lo que al final debía producirse inevitablemente algún tipo de severa reestructuración, quizás a través de una recesión generalizada, con sus quiebras asociadas. Friedman y Schwartz piensan que la Fed actuó bien durante la década de 1920 y que sus grandes errores los cometió solamente después de que la economía empezara a caer en 1929.

Sin embargo, sí estoy de acuerdo en que una vez la economía empezó a contraerse rápidamente, la Fed debería haber hecho más para evitar las cerca de 10.000 quiebras de bancos comerciales que ocurrieron entre 1929 y 1934. Estas quiebras generaron efectos secundarios que exacerbaron la contracción económica general, no solo vía mayor iliquidez y caída del valor de los activos, sino también a través de una confianza empresarial por los suelos y un elevado pesimismo de los consumidores que incentivó una mayor demanda para mantener saldos en efectivo. Este último efecto implicó que, aunque la Fed incrementara la base monetaria, los multiplicadores monetarios cayeron tanto que la oferta monetaria (M2) se contrajo en alrededor de un tercio en menos de cuatro años. La deflación resultante fue demasiado rápida para adaptarse fácil o rápidamente a ella, y por tanto muchas quiebras innecesarias y otras dificultades que ocurrieron podrían haberse evitado.

No obstante, no culpo exclusivamente a la Fed por la Gran Contracción, como casi llegan a hacer Friedman y Schwartz. La respuesta del gobierno a la crisis –sostener artificialmente altos niveles de salarios, incrementar los aranceles, rescatar a bancos privilegiados y compañías de seguros, además de otras muchas acciones– junto a la timidez de la Fed para tratar con la contracción, crearon una auténtica “tormenta perfecta” que destrozó la economía privada y su sistema de precios. Las autoridades erraron en casi todo lo que hicieron desde 1929 a 1933; no es casualidad por tanto que ellos convirtieran una contracción en un desastre.

AM: Otro debate es el de por qué la Gran Depresión se prolongó durante tiempo. Usted elaboró una explicación complementaria en Regime Uncertainty: Why the Great Depression Lasted So and Why Prosperity Resumed After the War. ¿En qué consiste su explicación?

HIGGS: “Incertidumbre de régimen” es el nombre que le doy a los temores extendidos de que se vea modificada la naturaleza del orden económico. Esto tiene que ver principalmente con el temor de que los derechos de propiedad privada sean alterados para peor debido a impuestos más altos, regulaciones más gravosas, un tratamiento más hostil de los funcionarios gubernamentales, y quizás, en el peor de los casos, una abierta confiscación de la propiedad privada. Cuando los inversores sienten esta incertidumbre de régimen, son reacios a realizar inversiones de largo plazo porque temen que no serán capaces de recibir las rentas que esas inversiones generarán o incluso podrían llegar a perder el mismo capital invertido. Entre 1935 y 1940, muchos inversores norteamericanos temían que la economía de mercado iba a ser transformada en un tipo de fascismo, socialismo, o algún otro sistema dominado por el gobierno.

La inversión a largo plazo permaneció deprimida a lo largo de toda la década de 1930, y ésta no recuperó los niveles de finales de los años 20 hasta después de que terminó la guerra. En ese momento, Roosevelt estaba muerto, el New Deal estaba en retirada, y los más entusiastas defensores del New Deal ya no tenían influencia sobre el presidente, Harry Truman, quien fue un New Dealer mucho menos agresivo de lo que fue Franklin Roosevelt.

AM: Todavía hay al menos una cuestión controvertida más entre los especialistas en la Gran Depresión en la que usted ha tenido aportaciones interesantes. ¿Cuándo salió definitivamente la economía norteamericana de la Gran Depresión? Quizás la opinión más extendida es que fueron los efectos estimulantes del gasto público militar de la Segunda Guerra Mundial los que terminaron con esta crisis. Sin embargo, usted ofrece una perspectiva diferente en Wartime Prosperity? A Reassessment of the U.S. Economy in the 1940s.

HIGGS: Utilizando cualquier indicador normal, con la excepción de la tasa de desempleo (que fue muy baja durante la guerra porque aproximadamente el 20% de la fuerza laboral de pre-guerra entró en las fuerzas armadas y aproximadamente el 20% estaba empleada en la producción de municiones y bienes relacionados), la economía no prosperó durante la guerra. Muchos bienes no eran ni siquiera producidos; otros numerosos bienes eran sometidos a racionamiento; casi todos los bienes civiles estaban sujetos a controles de precios, y por tanto muchos sufrían de escasez de oferta crónica. Sí, es cierto que la población estaba ganando lo que parecían ser altos salarios monetarios, pero no podían intercambiar estos ingresos por los bienes de consumo que querían, y por tanto ahorraban a tasas extraordinariamente altas (al 20-25% de su ingreso personal). La prosperidad auténtica no volvió hasta que la guerra finalizó. En el año 1946 la tasa de crecimiento de la producción privada fue la más alta de toda la historia de los Estados Unidos –probablemente de algo más del 30%, si pudiera medirse con precisión.

AM: ¿Qué podría destacar de las reacciones que su trabajo ha despertado sobre sus colegas del mainstream académico?

HIGGS: Buena parte de mi trabajo ha sido bien recibido por los austriacos e incluso por numerosos historiadores económicos convencionales. Mi trabajo sobre el crecimiento del gobierno es citado con frecuencia entre analistas de la elección pública, politólogos, historiadores y otros académicos.

Sin embargo, mi trabajo sobre la Gran Depresión ha sido ignorado casi totalmente por los macroeconomistas mainstream, sin duda a causa de su opinión de que “si no tienes un modelo formal, no tienes nada”. En su mayoría también parecen incapaces de entender que las series de datos macroeconómicos estándar sobre la producción real y el nivel de precios durante la Segunda Guerra Mundial carecen de significado (incluso del poco significado que estas series puedan tener en condiciones normales).

Alguien me llamó la atención recientemente sobre un working paper del National Bureau of Economic Research (NBER) de Robert J. Gordon y Robert Krenn sobre el final de la Gran Depresión. Estos autores dedican varios párrafos a trabajar sobre mi argumento de que la Segunda Guerra Mundial no acabó con la Depresión (aunque en sus referencias bibliográficas no aparece ninguna de mis publicaciones), concluyendo que mi argumento es completamente erróneo. Sin embargo, debido a la naturaleza de sus comentarios sobre mi trabajo –en parte atacando un hombre de paja de su cosecha propia y en parte desestimando mi argumento sobre la base de datos que he mostrado que carecen de significado– sospecho que no han leído realmente mi libro Depression, War, and Cold War (cuya edición en rústica de 2009 parece ser la referencia que tienen en mente en sus comentarios).

Sin embargo, en un artículo publicado en Febrero de 2010 por la Dirección General para Asuntos Económicos y Financieros de la Comisión Europea, el macroeconomista Paul van den Noord cita respetuosamente mi argumento sobre la incertidumbre de régimen en la segunda mitad de la década de 1930 como una aportación digna de mención a la interpretación de los sucesos macroeconómicos de ese periodo.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí: aquí.

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