¿Cuánto es bastante?

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[How Much Is Enough? Money and the Good LifeRobert Skidelsky y Edward Skidelsky • Other Press, 2012 • X + 243 páginas]

Robert Skidelsky es conocido principalmente por su biografía de Keynes en tres volúmenes y su hijo es un filósofo que ha escrito un excelente libro sobre Ernst Cassirer.[1] How Much Is Enough? Contiene valiosas explicación de la investigación de la felicidad en economía y del calentamiento global, así como una historia resumida de buena parte de la historia intelectual tanto de Occidente como de Asia, pero por desgracia el libro es una decepción. Repite rancias quejas contra el mercado libre y sus propuestas políticas tienen implicaciones siniestras.

Como ocurre a veces, algo escondido en las notas es lo que muestra mejor la tendencia principal del libro. Los autores citan con evidente aprobación un argumento aportado por la socióloga Juliet Schor:

Argumenta que si los políticos quieren que las personas desarrollen estilos de vida más sostenibles, no deberían confiar en pedir a la gente que reduzca sus actuales niveles de renta y consumo: “son más prometedoras aproximaciones que estructuralmente contengan el flujo de renta incrementada en manos de los consumidores”. (p. 221, nota 24, citando a Schor)

En otras palabras, no pidas a la gente que gaste su dinero como prefieras: asegúrate de que para empezar nunca consigan el dinero.

Skidelsky père et fils, como veremos enseguida, tienen un programa radical, completamente de acuerdo con la sugerencia de Schor, pero, extrañamente, no consiguen entender la naturaleza de sus propias propuestas. En lo que podemos llamar un evidente paternalismo, presentan sus propias medidas para remodelar las vidas de la gente como algo completamente consistente con el respeto a la libertad.

Nuestro compromiso con la personal y respeto elimina la coacción. Más bien buscamos predisponer dispositivos sociales a favor de la buena vida: hacer más fácil a la gente organizar su propia existencia en la alocada vida moderna, por ejemplo, descubriendo ella misma formas de vida en las que lo importante no es ganar dinero. Ningún sistema político puede evitar la predisposición, por mucho que proclame su neutralidad. (…) Si vamos a ser paternalistas, seamos paternalistas honrados, en lugar de paternalistas que entran por la puerta de atrás. (p. 217)

Los autores, con tonos dulces, actúan como si estuvieran ofreciendo sugerencias ligeras pensadas para ayudar a la gente a tener una vida mejor, pero la realidad es distinta. Es su esquema preferido de cosas, la publicidad estaría fuertemente restringida

en nombre de la protección al consumidor. Mucho consumo es un desperdicio en el sentido de que la gente compra productos cuyas cualidades ignora o está mal informada: los productos no funcionan o no funcionan para lo que se compraron. (…) Sería mejor tratar de prevenir este tipo de desperdicio obligando a que todos los anuncios lleven advertencias claras sobre salubridad, como es ahora obligatorio para los cigarrillos. (…) Una reforma fiscal podría cortar de raíz la cultura publicitaria: prohibiendo a las empresas desgravar la publicidad como gasto de negocio. (…) Ese impuesto dañaría la financiación de la televisión comercial. (…) La publicidad en Internet podría gravarse de la misma manera. Las políticas sugeridas antes (…) son paternalista, pero no coactivas. Están pensadas para acercar a las sociedades a la buena vida, no a obligarlas a tragárselas por la fuerza. (pp. 210-211)

Pero, en línea con la sugerencia de Schor, no quedaría del todo en manos de la propia gente si aceptan la guía de las advertencias. Bajo el plan Skidelsky, la gente estaría sometida a un importante impuesto al consumo: así que tendría menos dinero para gastar en frivolidades inútiles.

En una economía dinámica, la prohibición o imposición de bienes concretos es inútil al tiempo que arbitraria, ya que los individuos dispuestos a perder su riqueza pueden siempre encontrar formas alternativas de hacerlo. Sin embargo esta objeción no es aplicable a un impuesto general al consumo. (p. 205)

¿Qué haría la gente, privada (no coactivamente, por supuesto) de parte de su renta y de acceso a información que les permitiría gastar lo que quede, con el tiempo que la salida de la alocada vida moderna les deja disponible? Nuestros autores tienen una sugerencia a ofrecer: En un mundo de “bastantidad”:

el principal incentivo para ser “económicamente deliberadamente para otros después de haber dejado de ser razonable para uno mismo” sería ayudar a los más pobres del mundo a llegar a nuestro nivel de suficiencia ya alcanzado. (…) Un sacrificio voluntario de nuestras propias comodidades para ayudar a los menos afortunados se reconoce universalmente como moralmente admirable. Incluso hoy cada vez más gente encuentra una expresión natural de sus instintos generosos y (aventureros) en el voluntariado dentro y fuera del país. (pp. 215-216, citando a Keynes)

En resumen, como la gente gasta demasiado dinero en bienes de consumo, no llevan buenas vidas. Por el contrario, deberían servir a los pobres del mundo para conseguir llenar sus vidas. Evidentemente, los autores han llegado, aunque sin intención, a una antítesis del egoísmo racional del Ayn Rand.

¿Por qué objetan los Skidelsky a la forma en que la gente elige gastar su propio dinero? En su opinión, los consumidores de hoy en día ignoran la sabiduría antigua, tanto occidental como oriental. La vía a una buena vida, enseñaba la filosofía premoderna, no se encuentra en la búsqueda de dinero por sí mismo. Más bien el dinero es solo una herramienta y debemos sentirnos satisfechos con “bastantes” bienes materiales, en lugar de luchar constantemente por amasar más. Como decía Aristóteles:

“Algunos hombres convierten toda cualidad o arte en un medio para obtener riqueza”. Los resultados de está corrupción son evidentes en todas partes: los médicos solo piensan en sus honorarios, los soldados solo luchan por la paga, los sofistas cambian sabiduría por ganancias. La artesanía también sufre (…) La segunda preocupación de Aristóteles se refiere a la insaciabilidad. Los valores de uso tienen (…) un fin controlador: la buena vida. Buscarlos más allá de este punto no tiene sentido. Por el contrario, el dinero no tiene ningún fin controlador. Como instrumento en blanco multipropósito, su uso es tan variopinto como el propio deseo humano, e igual de ilimitado. (p. 75)

Supongamos que Aristóteles tuviera toda la razón en que la búsqueda ilimitada de dinero no generara felicidad: el dinero es un medio para un fin, no es un fin en sí mismo. El que tenga de verdad razón es sin duda una cuestión importante, pero no es necesario ocuparse de ella para responder a los tienen que decir los Skidelsky. Lo que dice Aristóteles sobre el dinero no implica que la gente no deba luchar por una gran variedad de bienes materiales. ¿Quiere hoy “demasiado” la gente de las sociedades ricas? Los Skidelsky retuercen sus manos con horror respecto del gasto derrochador en consumo, pero ofrecen pocas razones para pensar que ese gasto impida vivir una buena vida. Decir que no hace falta una abundancia de bienes para una buena vida no es suficiente.

Además, aunque tuvieran razón acerca de la naturaleza de la buena vida, ¿por qué debería el estado dedicarse a “persuadir” a la gente para que haga lo que se supone que es bueno para ella? Aunque haya alguna manera de distinguir entre deseos de la gente y lo que realmente necesitan ¿por qué debería preocupar esto al estado? Hay un argumento bastante conocido en De la libertad de John Stuart Mill de que “La humanidad gana más al tolerar que cada uno viva como le parezca bien que al obligar a cada uno a vivir como le parezca bien al resto”. Indudablemente los Skidelsky se han topado con este argumento en sus amplias lecturas, pero aunque citen varias veces a Mill cuando apoya cosas que quieren hacer, nunca contestan a este formidable argumento contra el paternalismo.

Sin embargo, quizá su respuesta ha de encontrarse en su afirmación de que el estado no puede ser neutral acerca de las concepciones de la buena vida: eso, piensan, es un engaño de liberales modernos como Rawls. Pero ¿por qué no puede ser neutral? Supongamos que sencillamente se abstenga de tratar de sugerir a la gente cómo gastar su dinero. ¿Qué es esto sino neutralidad?

Nadie podría sugerir que los Skidelsky sean neutrales. Dicen que

el sistema capitalista en nuestra parte del mundo está entrando en su fase degenerativa. La señal más importante de esto es el dominio de las finanzas, en el amor a sí mismas pero cada vez más privado de cosas útiles que hacer. La versión angloestadounidense del capitalismo individualista sigue funcionando en buena medida en beneficio de una plutocracia depredadora, cuyos miembros se quedan con los premios más ricos mientras justifican su depredación con el lenguaje de la libertad y la globalización. (p. 181)

Esto podría haber provenido directamente del fascista británico Sir Oswald Mosley, objeto de una biografía simpatizante por parte del autor de más edad de How Much Is Enough?[2]


[1] Mises cita a Cassirer muy favorablemente en La acción humana (p. 38, nota 8 de la edición en inglés).

[2] Para una descripción del programa de Mosley, ver “The Political Aims of British Union”.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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