Divididos, resistiremos

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Una de las ideas más destructivas en la historia estadounidense podría estar cayendo por su insoportable propio peso. Andrew Jackson declaró la idea sucintamente: “El pueblo es el gobierno…” En el discurso de Gettysburg, Abraham Lincoln lo expandió: “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.

Del pueblo significa que el gobierno consiste en miembros procedentes del pueblo, no de una élite o de un invasor.  Por el pueblo significa que son ellos quienes tienen la autoridad.  Para el pueblo significa que aquéllos que gobiernan están actuando en beneficio del pueblo en general en lugar de intereses creados o propios. Hoy en día, la élite gobernante es claramente solo eso — una élite. La persona promedio sabe que no tiene ningún poder sobre las decisiones políticas que están devastando su vida y salud. Sabe que a aquéllos en el poder no les importa para nada su bienestar.

Hay una desconexión radical entre “la calle” y el gobierno, dejando a la calle rebelde y cínica. Si el estado de ánimo lleva a los americanos a cuestionar al gobierno en lugar de obedecerle, entonces, en última instancia, será una buena cosa.

“El pueblo es el gobierno” es una idea peligrosa porque lleva al pueblo a confiar en su gobierno y sus funcionarios elegidos. La creencia de que son socios activos y valiosos del Estado hace que la gente sea menos propensa a cuestionar motivos políticos o reclamar explicaciones. También los hace más propensos a obedecer la ley sin importar lo injusta que ésta sea.

El escepticismo activo hacia cualquiera en el poder es una poderosa protección de la libertad. Hoy en día, el escepticismo parece estar en marcha. Los demócratas se sienten traicionados por Obama y odian al GOP; los republicanos ven a la administración Obama como un poder invasor; los partidarios del Tea Party piensan que todos están vendiendo a Estados Unidos a la esclavitud; los libertarios… bueno, son libertarios. Los estadounidenses  no están menos divididos sobre cuestiones, que van del aborto a los impuestos, de la guerra a la atención sanitaria, de los derechos a la guerra en Irak. ¿Pero cuánto del actual escepticismo está dirigido al gobierno en sí y cuánto meramente dirigido hacia un grupo particular de políticos o problemas?

A menos que la rebelión política se base en la teoría, la historia nos dice que probablemente resultará en la aparición de un “fuerte liderazgo”, no la deconstrucción del poder.

¿Puede Estados Unidos  regresar a la libertad? La solución se encuentra en el contenido de las ideas que surgen y dominan durante los tiempos de confusión económica y política. Nada es más poderoso. Las ideas empujaron a las 13 colonias a confrontarse al más poderoso y floreciente imperio del mundo. Las ideas llevaron a la Rusia hambrienta y cansada de la guerra a la revolución y la ruina. Las ideas pueden hacer girar al mundo o detenerlo.

Un obstáculo clave a la libertad son las ideas que se oponen a ésta, ideas que se encuentran hoy atrincheradas en la sociedad como una forma de dogma. “Nosotros el Pueblo” es una de ellas.

La federalización y la muerte de la libertad estadounidense

En su nacimiento político (1776-1789), los Estados Unidos eran una liga de estados separados– una “liga de la amistad”– bajo los Artículos de la Confederación. Los Artículos declaraban, “que cada estado mantiene su propia soberanía y todos los derechos para gobernar, excepto aquellos derechos específicamente otorgados al Congreso”. Existió un débil Congreso federal. El núcleo del derecho designado a ese Congreso era el de dirigir una defensa común contra los enemigos; así, los estados individuales no podían poseer navíos o ejércitos permanentes–aunque se alentaban las milicias. Tampoco un estado podía declarar la guerra. Se esobozaron otros poderes modestos del Congreso. Por ejemplo, el Congreso estableció un estándar de pesos y medidas y era el último tribunal de apelación para las disputas interestatales.

No debería aplaudirse ningún gobierno no voluntario. Pero no todos los gobiernos deben ser igualmente despreciados. Por ejemplo, mediante el acuerdo de poder limitado de la Confederación (especialmente en relación con la capacidad de recaudar fondos), el Congreso no podía participar en guerras en el extranjero o imperios. Solamente podía invocar a la defensa común contra un invasor.

Luego, en 1787, se reunió la Convención Constitucional. Su propósito anunciado era el de modificar y consolidar los artículos de la Confederación. Hubo un entendimiento explícito de que cada cambio a los artículos tenía que ser ratificado por todos los estados antes de que pudiera adoptarse.

En su lugar, la convención se dirigió y usó para abandonar los Artículos con el fin de forjar un modelo totalmente nuevo de gobierno. En su libro Toward An American Revolution, el historiador Gerald John Fresia escribía:

Los redactores desafiaron estas estipulaciones legales, abandonaron su autorización de solo modificar los Artículos, diseñaron un gobierno nacional centralizado enteramente nuevo, e insertaron en la Constitución que debería entrar en efecto cuando fuera ratificada por solo nueve estados.

El Historiador J.W. Burgess declaró, que lo que los redactores

hicieron realmente fue, dejando de lado toda ficción y verborrea, asumir poderes constituyentes, ordenar una constitución de gobierno y libertad y demandar un plebiscito al respecto sobre las cabezas de todos los poderes legalmente organizados existentes. Si Julio César o Napoleón hubieran cometido estos actos, habrían sido acusados de dar un golpe de estado.

En su libro Empire As A Way of Life, el historiador William Appleman Williams agregaba:

Bajo el liderazgo de Madison, la (…) convención de 1787(…) elaboró (a puerta cerrada) la Constitución. Tanto en la mente de Madison como en su naturaleza, la Constitución era un instrumento de gobierno imperial local y en el extranjero.

La Constitución era lo suficientemente impopular dentro de la propia convención que fueron necesarios muchos acuerdos para aprobarla; un acuerdo era la regla de los tres quintos, por la cual los esclavos contaban como tres quintas partes de un ser humano para propósitos de conteo de votos de sus propietarios en las elecciones. La Constitución era aún más impopular fuera de la convención, entre el público. Sin una Carta de Derechos adjunta para garantizar las libertades individuales contra la intrusión federal, es muy poco probable que la Constitución hubiera sido suficientemente ratificada en las legislaturas de los estados para convertirse en ley.

La ratificación de la Constitución en 1789 estableció el auspicio federal bajo el cual los estados funcionaron y funcionan hoy. América se convirtió en una nación federal. El documento anunciando su nacimiento comenzaba con, “Nosotros el Pueblo de los Estados Unidos, con el fin de formar una Unión más perfecta…”

A través de una Carta de Derechos añadida a regañadientes, el gobierno federal asumió el manto de la protección de los derechos individuales, tales como el de proceso adecuado. Pero las apariencias eran ilusorias. Antes de que pasara una década, el Congreso adoptó las Actas de Sedición y Extranjería (1798), lo que suspendió los derechos de la Primera Enmienda; se convirtió en crimen escribir expresiones “falsas, escandalosas y maliciosas” en contra del gobierno o sus funcionarios o de promover ya fuera la sedición o la oposición al presidente y al Congreso.

La libertad de expresión fue suspendida largamente por una guerra, aunque no declarada: la Cuasi Guerracon Francia. Aunque lejos de ser una “guerra por el imperio”, la Cuasi Guerra sí estableció el precedente de un gobierno federal violando severamente la Carta de Derechos en tiempos de crisis, aunque invocaba otros aspectos de la Constitución para su autoridad. Como era previsible, le siguieron guerras de imperio. Sin duda, el punto de inflexión fue la Guerra de 1812, impulsada por un deseo de expandir los territorios del noroeste. Con la Guerra Española-Americana (1898)–por la cual Estados Unidos adquirió el control de Puerto Rico, Guam, Filipinas y Cuba (temporalmente)–el gobierno federal se convirtió en imperio.

“Nosotros el Pueblo” y la Guerra de Secesión

El discurso de secesión había existido en América desde los Artículos de la Confederación; de hecho, la Guerra de Independencia puede verse como un acto de secesión. Pero la Guerra de Secesión fue la línea divisoria histórica.

Antes de la Guerra de Secesión (1861-1865), los Estados Unidos se consideraban un plural. Por ejemplo, era más común para los libros y los periódicos de usar la frase: “Estos Estados Unidos son…”[1]

Fue necesaria la muerte de 620.000 soldados y un número desconocido de civiles para cambiar la sintaxis al singular: “Estados Unidos es…”

El cambio no fue solo conceptual sino político. Cualesquiera los otros factores que causaron la Guerra de Secesión, era innegable una expresión del último estado del estado contra el poder federal: el derecho de secesión. En 1860 y 1861, once estados del sur se separaron de los Estados Unidos y se unieron independientemente como los Estados Confederados de América. El historiador Maury Klein resumió el principal problema de la Guerra de Secesión en su libro Days of Defiance: Sumter, Secession, and the Coming of the Civil War. Escribía:

¿Fue la República una nación unificada en la cual los estados individuales fusionaron para siempre sus derechos soberanos e identidades, o fue una federación de estados soberanos unidos para propósitos específicos de la cual podían retirarse en cualquier momento?

El Norte afirmaba que Estados Unidos era una nación unida para siempre; peleó en el nombre de “Nosotros el Pueblo de Estados Unidos, con el objetivo de formar una Unión perfecta…”  Si bien la esclavitud se considera comúnmente como la causa de la Guerra ed Secesión — y su importancia no debería ser subestimada — el entonces Presidente Lincoln declaraba claramente en una carta (22 de agosto de 1862) a Horace Greeley, editor del New York Tribune:

Mi objetivo primordial en esta lucha es salvar a la Unión, y no es ni salvar o destruir la esclavitud. Si yo pudiera salvar a la Unión sin liberar a ningún esclavo, lo haría, y si pudiera salvarla mediante la liberación de todos los esclavos, lo haría; y si pudiera salvarla mediante la liberación de algunos dejando a otros solos, también lo haría. Lo que haga sobre la esclavitud, y la raza de color, lo haré porque creo que ayudará a salvar a la Unión; y de lo que me abstenga, me abstendré porque no creeré que ayude a salvar a la Unión.

En 1865, el Norte ganó el “debate” sobre la secesión. Cuatro años después, en Texas vs. White, el Tribunal Supremo declaró que la secesión era “nula” e ilegal. La decisión de la mayoría fue presentada por el Juez Principal Salmon Chase, que había sido un miembro de gabinete bajo Lincoln. Escribió:

Cuando (…) Texas se convirtió en uno de los Estados Unidos, entró en una relación indisoluble. Todas las obligaciones de unión perpetua, y todas las garantías del gobierno republicano en la Unión, se adjuntaron de una vez al Estado. El acto que consumó su admisión en la Unión fue algo más que un compacto; fue la incorporación de un nuevo miembro en el cuerpo político. Y era definitivo.

¿Descentralización, la nueva secesión?

La descentralización es la forma moderada de secesión.

La descentralización es el proceso por el cual un sistema político que es uniforme y centralizado se convierte en diversificado y descentralizado. En el contexto actual, esto significa trasladar el poder desde el nivel federal hasta el estado o estados. Entre las presuntas ventajas: las autoridades serán más receptivas y rendidoras de cuentas de aquellos a los que “sirven” si esas personas son vecinos. Ésa es la teoría.

La descentralización es un objetivo libertario comúnmente aceptado o, más bien, un paso en la buena dirección. Las plataformas del Partido Libertario incluyen a menudo la descentralización. La adoptada por Vermont en 1998 declaraba; “Reconocemos que uno de los primeros pasos para alcanzar una sociedad libre es la descentralización del gobierno”.

La sección 8, “Policía”, de la plataforma de California (adoptada en 1998) dice, “Hacemos un llamado a la descentralización de la protección policial a nivel de barrios cuando no sea posible la entera privatización”.

Voces más prudentes observan que la descentralización no garantiza los derechos individuales. A veces solo trae al gobierno hasta tu patio trasero donde puede oprimirte de primera mano. No obstante, la teoría libertaria es más partidaria de la descentralización que de la centralización.

La teoría libertaria se inclina hacia la descentralización de varias formas.

El teórico social Friedrich A. Hayek se opuso vigorosamente a los que él llamaba “racionalistas constructivistas”. Éstos son defensores de una autoridad centralizada que considera a la sociedad como el resultado de una ingeniería y diseño sociales. Hayek estaba argumentando específicamente contra el ideal socialista y marxista de sociedad. Argumentaba, en su lugar, que las sociedades crecieron “a partir de los esfuerzos libres de millones de individuos”.

Como la sociedad resultó de la acción humana y no del diseño humano, Hayek rechazaba los intentos de ingeniería de la sociedad, de planificación centralizada y de coordinación de sus instituciones. Una razón: era una imposibilidad práctica adquirir el suficiente conocimiento del presente, y mucho menos del futuro, para hacerlo. En su libro Nation, State, and Economy (1919), el economista austriaco Ludwig von Mises analizó las desastrosas consecuencias de intentar implantar lo imposible.

A través de sus escritos, Hayek y Mises presentaron dos conceptos a favor de la descentralización:

1.                  el individualismo metodológico; y

2.                  el orden espontáneo.

En su magnum opus La Acción Humana, Mises describió el individualismo metodológico:

Primero debemos darnos cuenta de que todas las acciones son realizadas por individuos. (…) Si escudriñamos el significado de las varias acciones realizadas por los individuos debemos necesariamente aprender todo sobre las acciones de todo el grupo.

El lenguaje era un ejemplo utilizado para ilustrar el orden espontáneo que emerge de acciones descoordinadas de los individuos. Ninguna autoridad central inventó el hablar humano, por no mencionar el diseño de un lenguaje específico. Los individuos lo hicieron para facilitar la obtención de lo que deseaban el uno o del otro, así que el lenguaje evolucionó. En realidad, mientras más centralizada se haga la autoridad, mayor será el bloqueo del orden espontáneo.

Conclusión

Desde una perspectiva libertaria radical, sin embargo, el principal problema de la descentralización es el mismo que acosa a la secesión; parece que nunca irá lo suficientemente lejos. Llevada a su extremo propio y lógico, la descentralización debería resultar en un gobierno del individuo, por el individuo, para el individuo, y no meramente en adquirir un mejor amo. Igualmente, la secesión no debería permitir meramente a estados o ciudades abandonar una forma de gobierno centralizado, sino también al individuo.

En cualquier caso, el concepto de “Nosotros el Pueblo” es un poderoso obstáculo tanto para la secesión como la descentralización. Hasta que el concepto sea completamente desacreditado y haya caído en desgracia, el gobierno de EEUU se basará en la legitimidad transmitida por el concepto. Pretenderá estar en asociación con “el pueblo” que le rendirá obediencia y respeto. Bajo el “Nosotros el Pueblo”, no puede ocurrir un verdadero cambio político.


[1] Benjamin Zimmer, “Life in these, uh, this United States”.


Publicado el 29 de septiembre de 2011. Traducido del inglés por Miguel Castañeda. El artículo original se encuentra aquí.

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