El gran centralizador: Lincoln y el crecimiento del estatismo en Estados Unidos

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[Thomas DiLorenzo explica su próxima clase en la Academia Mises: The Great Centralizer: Lincoln and the Growth of Statism, un curso de seis semanas que empieza el 18 de enero]

En su libro de 1962, Patriotic Gore, Edmund Wilson escribió que “si queremos entender la significación de la Guerra de Secesión en relación con la historia de nuestro tiempo” es importante darse cuenta de que el “impulso” para un poder gubernamental centralizado fue muy fuerte en el siglo XIX en todo el mundo. Wilson escribía que fueron Lincoln, Lenin y Bismarck más responsables que nadie en sus respectivos países en introducir la peste de la burocracia pública centralizada. Lincoln se convirtió en “un inflexible dictador” y expandió y centralizó el poder gubernamental de forma tal que “todas las malas potencialidades de las políticas que había iniciado se produjeron (…) en las formas menos deseables”.

El régimen de Lincoln destruyó el sistema del federalismo, o de los derechos de los estados, que habían establecido los padres fundadores. Después de la guerra, la unión ya no era voluntaria y todos los estados, Norte y Sur, se convirtieron en meros apéndices de Washington DC. Lincoln suspendió ilegalmente el derecho de habeas corpus y encarceló a miles de disidentes políticos sin el proceso debido; entabló una guerra total con el bombardeo, saqueo y asesinato masivo de unos 50.000 conciudadanos; aprobó diez proyectos de aumento de aranceles; impuso severos “impuestos al pecado” sobre el alcohol y el tabaco; introdujo las primeras leyes federales de impuesto de la renta y servicio militar; introdujo por primera vez una burocracia de recaudación de impuestos; ejecutó a miles de acusados de deserción del ejército; cerró cientos de periódicos de la oposición en los estados del Norte; abandonó el patrón oro y nacionalizó las oferta monetaria; introdujo masivos planes de bienestar corporativo; deportó a un miembro de la oposición en el Congreso e hizo explotar la deuda pública, entre otros pecados. Al “apuntar y hacer una carnicería con civiles [sureños]”, escribía Murray Rothbard en su ensayo, “America’s Two Just Wars: 1775 and 1861” (en John Denson, ed., The Costs of War), “Lincoln y Grant y Sherman abrieron la vía para todos los horrores genocidas del monstruoso siglo XX. (…) Abrieron la caja de Pandora del genocidio y el exterminio de civiles”.

Comentando los males de ese poder gubernamental centralizado es su libro, Omnipotent Government, [Gobierno omnipotente], Ludwig von Mises escribía que, a medida que se añadían nuevos poderes a los gobiernos durante los siglos XIX y XX, los poderes

no se añadían a los estados miembros, sino al gobierno federal. Cada paso hacia mayor interferencia del gobierno y mayor planificación significa al mismo tiempo una expansión de la jurisdicción del gobierno central (…). Es un hecho muy significativo que los adversarios a la tendencia hacia un mayor control del gobierno describen su oposición como una lucha contra Washington y contra Berna, es decir, contra la centralización. Se concibe como un concurso de derechos de los estados contra el poder central. (p. 268)

Todo esto debe olvidarse, escribía el novelista premio Pulitzer, Robert Penn Warren, en su libro de 1961, The Legacy of the Civil War. Por tanto debe olvidarse que el gobierno federal pueda perpetuar la mentira de que poseía un “tesoro de virtud” en final de la Guerra de Secesión. Toda esta virtud supuestamente existe hasta hoy, incluso si se expresa como “excepcionalismo estadounidense”. Con toda esta “virtud”, todo lo que haga el estado estadounidense, no importa lo abyecto que sea, ha de ser virtuoso, por definición.

También “debe olvidarse”, apunta Warren, que “la candidatura republicana de 1860 juró proteger la institución de la esclavitud (…) y los republicanos estuvieron dispuestos, en 1861, a garantizar la esclavitud en el Sur”. Debe olvidarse que “en julio de 1861, ambas cámaras del Congreso, con un voto casi unánime, afirmaron que la guerra se entabló, no para interferir con las instituciones de ningún estado [es decir, por la esclavitud] sino solo para mantener la Unión”. También debe olvidarse que la Declaración de Emancipación fue “limitada y provisional” en que “la esclavitud iba a abolirse solo en los estados secesionados [donde el gobierno no tenía poder para liberar a nadie] y solo si no volvían a la Unión”.

También debe olvidarse, añadiría yo, que Gran Bretaña, España, Francia, Dinamarca, Suecia, Holanda y todos los demás países en los que existía la esclavitud en el siglo XIX acabaron con ella pacíficamente (como habían hecho asimismo los estados de Nueva Inglaterra).

También debemos olvidar que la mayoría de los estados del norte, como Nueva York, en los que la esclavitud había existido durante más de 200 años, “rechazaron adoptar el sufragio negro”, escribía Warren, y que Lincoln era tan supremacista blanco como cualquier hombre de su tiempo, anunciando en su debate de 1858 en Charlestown, Illinois, con Stephen Douglas: “No estoy, y nunca estaré, a favor de promover en modo alguno la igualdad social y política de las razas blanca y negra”.

El efecto de todo este olvido de la historia es que “el hombre de bien tiende a estar tan seguro de sus propiosmotivos que no necesita revisar las consecuencias” (cursivas añadidas). Otro efecto de “la convicción de la virtud es que no hace mentir automáticamente (…) y luego tratar de justificar la mentira dentro de una especie de verdad superior”.

Esta última frase es una descripción perfecta del moderno “conocimiento de Lincoln” en Estados Unidos. Es en buena parte una colección de mentiras, medias verdades y excusas cuyo propósito es mostrar las mentiras como verdad y los actos inmorales como morales. Esta frase es asimismo el motivo de mi nuevo curso en línea en el Instituto Mises, que empieza en enero: The Great Centralizer: Lincoln and the Growth of Statism.

El mito de Lincoln es la piedra angular de la ideología del estatismo estadounidense. Lincoln fue el presidente más odiado de todos los tiempos durante toda su vida, como documenta Larry Tagg en su libro The Unpopular Mr. Lincoln: The Story of America’s Most Reviled President. El hecho de que sea ahora más reverenciado de entre los presidentes de Estados Unidos es el resultado de generaciones de historiadores cortesanos y apologistas del estado que han reescrito literalmente la historia estadounidense de la misma forma que los soviéticos reescribieron la historia de Rusia para consolidar su poder político. La deificación de Abe Lincoln acabó llevando a la deificación de todos los presidentes y del estado estadounidense en general, como ha escrito el profesor Clyde Wilson, resucitando en la práctica una versión de la noción medieval del derecho divino de los reyes. Al derecho divino de los reyes se le llama ahora “excepcionalismo estadounidense”.

El propósito del curso será aplicar las herramientas de la economía austriaca, la economía política austriaca y el libertarismo para desmitificar al Gran Centralizador y buscar aprender la verdad acerca de la naturaleza real de estado estadounidense y sus intervenciones económicas. No retorceremos y “reinterpretaremos” los propios discursos de Lincoln para hacer de él y del estado que presidió, que parezcan santos, como hacen todos los “estudiosos de Lincoln”. (El método habitual de “conocimiento” de Lincoln se llama “hagiografía”, que es un término religioso que originalmente se usaban para describir los estudios de las vidas de los santos).

Entre los temas a explicar en este curso en línea de seis semanas están las opiniones reales de Lincoln sobre la raza, incluyendo su capricho que le duró toda la vida por la “colonización” o deportación de todas las personas negras de Estados Unidos; su larga historia como defensor denodado del mercantilismo hamiltoniano en política económica; el mito de la secesión como traición y de la unión como “perpetua” y “divina”; la abolición de la libertades civiles en el norte durante la guerra; la introducción de la guerra total, incluyendo el asesinato masivo de unos 50.000 civiles sureños; las consecuencias económicas de la guerra, incluyendo la adopción de todo el programa whig/hamiltoniano de proteccionismo, banca nacionalizada, gran deuda pública y burocracia fiscal y la política del culto a Lincoln. Se pedirá a los estudiantes que lean solo una publicación, mi libro, El verdadero Lincoln, junto con varios artículos en línea que se indicarán cada semana.


Publicado el 15 de diciembre de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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