El reverso de la moneda del billón de dólares

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Una idea tan extravagante como la que parece a primera vista la moneda de platino de 1 billón de dólares, nos da un vistazo de una disposición monetaria que, aunque lejos de lo ideal, es superior al sistema actual. Ahora que el Tesoro de Obama ha descartado definitivamente el plan de acuñar la moneda para eludir el novedoso techo de deuda, resulta instructivo ver más de cerca la razón por la que lo hizo y articular las lecciones que pueden aprenderse del episodio.

Para empezar, el plan tiene ramificaciones mucho más allá de un truco político excepcional para eludir el techo de deuda. De hecho, representaba un reto implícito a muy cacareada y sacrosanta “independencia” de la Fed. Por eso, desde el principio, los adoradores de la Fed en los medios de comunicación de masas (a derecha, izquierda y centro) se burlaron despiadadamente de la idea y denigraron a sus defensores como ignorantes o irresponsables, aunque no se atrevieron a explicar todas sus implicaciones políticas.

No cabe duda de que la Fed era correctamente consciente de la amenaza que planteaba a su independencia el truco de la moneda. Como reveló un alto cargo oficial de la administración, si el Tesoro hubiera acuñado y tratado de depositar la moneda, la Fed hubiera rechazado acreditar el billón de dólares en la cuenta del Tesoro. Esto indica la altiva arrogancia de la Fed (así como su gran poder), porque la Fed estaría en la práctica amenazando a un presidente y a un miembro de su gabinete con una acción ilegal. Pues aunque no se pretenda su circulación, las monedas conmemorativas de EEUU, entre las que podría haber estado la moneda de platino, son de curso legal por su valor facial.

Uno de los pocos comentaristas que explica completamente la implicación anti-Fed de la moneda del billón de dólares fue Michael Sandler, un blogger populista de izquierdas y autodescrito como “economista política, profesional del cambio climático y defensor de la sostenibilidad”. Aunque su artículo es una completa tontería, Sandler sí reconoce que el plan de la moneda proporcionaba una vía para arrebatar el control de la oferta monetaria de los burócratas no elegidos en la Fed y devolverlo al Congreso y al Tesoro. Sandler defiende un programa de reforma monetaria basado en el esquema desarrollado por el anti-Fed American Monetary Institute. Da la bienvenida a la acuñación de la moneda del billón de dólares como un paso hacia la implantación de un elemento esencial de este programa:

Derogar el mandato del Congreso al Tesoro para emitir deuda cuando gasta en déficit. En su lugar, se podría permitir al Tesoro gastar dinero poniéndolo directamente en circulación o usar instrumentos libres de deuda (de los que la moneda es un ejemplo) en su proceso de creación de dinero (con o sin la Reserva Federal).

Una objeción común a una propuesta así es que si el dinero estuviera bajo el control del Tesoro, la política monetaria se convertiría en un fútbol político, la inflación se desbocaría, Estados Unidos se ahogaría en un mar de tinta roja, el dólar se hundiría en los mercados extranjeros de cambio, bla, bla, bla. ¿Pero cuánto más inflacionista sería la política monetaria de lo que es ahora mismo? Los burócratas no elegidos e irresponsables de la Fed han impuesto a la economía de EEUU un régimen de tipos cero de interés, flexibilización cuantitativa indefinida y el loco objetivo de una variable real (la tasa de desempleo) utilizando variables nominales (es decir, la oferta monetaria, los tipos nominales de interés). Es una vuelta al keynesianismo de la edad de piedra. De hecho, la actual política de la Fed ha posibilitado de todas formas una política fiscal de altos déficits y acumulación rápida de deuda nacional.

Pero concedamos para seguir el argumento que el control de la política monetaria por el Congreso altere la mezcla de gasto público de financiación respectos de los menores impuestos y mayores déficits pagados con creación de dinero. Desde el punto de vista de la teoría austriaca de las finanzas públicas, el método de “extracción pública de ingresos” no importa en absoluto tanto como la cantidad total extraída. Pues todo gasto público absorbe recursos de usos productivos en la economía privada y los derrocha en el gasto inútil de políticos y burócratas. El gasto público es, o bien gasto de consumo que satisface directamente las preferencias de los miembros del establishment político y los intereses especiales de sus electores, o bien es inversión en activos desperdiciados porque no se basa en los cálculos de beneficio y valor de capital que guían las decisiones de los empresarios y capitalistas productivos. Es en la práctica una redistribución de rentas y recursos de lo productivo a lo improductivo, de los “contribuyentes” a los “consumidores de impuestos”.

La cantidad total de gasto público es por tanto lo que Murray Rothbard llamaba (p. 339) “depredación pública del producto privado”. Así que, para los austriacos, el método de financiar la depredación pública (ya sea por impuestos, tomando prestado de la gente o creando dinero) es de importancia secundaria. Así que, con un nivel dado de gasto público, apropiarse de recursos de la economía privada mediante déficits financiados por la creación de dinero no es peor que sacárselos mediante impuestos. De hecho, las financiaciones inflacionistas pueden incluso ser preferibles a los impuestos porque la amenaza de coacción física implícita en los impuestos tiene un efecto perjudicial sobre la utilidad directa de los individuos privados que va más allá de la expropiación de sus rentas. Como decía Murray Rothbard (pp. 10-11):

¿Por qué debería creer alguien que un impuesto es mejor que un precio más alto? Es verdad que la inflación en una forma de impuesto, en el que el gobierno y otros receptores tempranos del nuevo dinero son capaces de expropiar a los miembros del público cuyas rentas aumentan más tarde en el proceso de inflación. Pero al menos con la inflación la gente sigue consiguiendo algunos de los beneficios del intercambio. Si el pan sube a 10$ la barra, es una desgracia pero al menos puedes seguir comiendo el pan. Pero si suben los impuestos, te expropian tu dinero en beneficio de políticos y burócratas y no recibes ningún servicio ni beneficio.

No hace falta decir que desde el punto de vista del bienestar del consumidor y la eficiencia económica, los economistas austriacos prefieren incuestionablemente un presupuesto público más pequeño financiado por déficits y creación de dinero a un presupuesto mayor equilibrado. Por ejemplo, si tiene que elegir entre un presupuesto del gobierno de EEUU de 2 billones de dólares financiado completamente mediante creación de dinero y un presupuesto equilibrado de 4 billones, los austriacos sin dudar elegirán el primero como menos intrusivo en el proceso de mercado y menos dañino para el bienestar de las personas que obtienen sus ingresos mediante la producción pacífica y el intercambio voluntario. Así que es el nivel total de depredación sobre productores y consumidores privados, que se refleja en el gasto público, lo que más  importa al economista austriaco: déficits y deuda son como mucho de importancia secundaria y en el peor de los casos un desvío de la verdadera carga fiscal del gobierno.

Evidentemente, el control por el Congreso de la oferta monetaria fiduciaria está lejos del sistema monetario ideal, que implica la completa separación de gobierno y dinero mediante el establecimiento de un dinero material, como el oro, cuya oferta esté determinada solo por la fuerzas del mercado. Sin embargo, tiene mucho valor reemplazar el control opaco y pseudocientífico del “proceso de oferta monetaria” por parte de los atrincherados burócratas de la Fed por un control abiertamente político del dinero por parte de cargos electos y gente nombrada partidistamente por la Administración.[1] Hay una serie de beneficios en quitar a la Fed su estatus casi independiente y transformarla en sirvienta del Tesoro, al estilo de la idea de la moneda del billón de dólares.

Primero, el dinero se crearía de una manera transparente que entendería la mayoría de la gente. El tesoro sencillamente enviaría una orden administrativa a la Fed para acreditar su cuenta corriente con la suma de dinero necesaria para pagar las facturas del gobierno que no estén cubiertas por ingresos fiscales. Formalmente, esta orden se llamaría “bono del Tesoro”, pero no sería un bono en sentido económico, porque no se intercambiaría en mercados financieros. Tampoco el “interés” que el Tesoro pueda pagar sobre estos pseudo-bonos sería realmente un interés porque no estaría determinado por la oferta y la demanda en los mercados financieros. Más bien sería un pago para reembolsar los costes administrativos de la Fed y su cantidad estaría completamente controlada por el Tesoro. Así quedaría transparentemente claro para la gente que todo aumento en la oferta monetaria ideado por el Tesoro no es para “estabilizar la economía” o “impedir un desplome financiero”, sino para beneficiar a persona y empresas concretas que reciben los cheques del gobierno. La nueva moneda se crea de la nada para comprar aviación militar a Boeing, subvencionar al gigante agropecuario Archer Daniels Midland, rescatar a General Motors, etc.

Esto contrasta con el arcano proceso por el que se crea ahora el dinero, que incluye al tesoro emitiendo deuda que es comprada por entidades privadas, principalmente bancos y otras instituciones financieras y que luego acaba siendo recomprada por la Fed mediante operaciones en el mercado abierto. De esta manera, la Fed “monetiza la deuda” de forma tortuosa y expande la oferta monetaria pretendiendo controlar los tipos de interés. Invisible para el ciudadano medio está el hecho de que unos veinte bancos e instituciones privilegiados de Wall Street (llamados “vendedores primarios”) que venden bonos a la Fed se benefician enormemente del proceso de creación de dinero.  También se benefician los bancos de reserva fraccionaria que consiguen las reservas recién creadas y sus clientes de negocio que toman prestado el dinero a tipos reducidos de interés y lo gastan en apropiarse de recursos extra antes de que los precios hayan empezado a aumentar.

Dar al Tesoro control sobre la oferta monetaria firmando cheques sobre cuentas de depósito “tomando prestado” de la Fed tiene otro beneficio. No solo expulsa a la Fed de los mercados financieros y hace transparente el proceso de creación de dinero, sino que también acaba completamente con el papel protagonista de los bancos de reserva fraccionaria en el proceso de creación de dinero. Esto mitigaría esa tendencia del proceso a crear ciclos económicos. Cuando se inyecta dinero nuevo en la economía mediante operaciones en el mercado abierto, como se hace ahora, se expanden las reservas bancarias. El préstamo de estas reservas creadas por los bancos de reserva fraccionaria reduce artificialmente el tipo de interés por debajo del nivel natural determinado por el ahorro voluntario de los perceptores privados de rentas. El tipo distorsionado de interés falsifica los cálculos de beneficios y riqueza de los empresarios y las familias causando malas inversiones y excesos en el consumo y activando un ciclo de auge y declive que normalmente culmina con burbujas desbocadas de activos y crisis financieras. Por el contrario, cuando el Tesoro crea dinero lo hace firmando cheques para pagar los salarios de los funcionarios, para pagar subvenciones y para pagar a los vendedores las adquisiciones del gobierno. Este modo de creación de dinero causa lo que Ludwig von Mises llamaba “inflación simple”, que generalmente no perturba a los mercados financieros y distorsiona sistemáticamente los tipos de interés. Como explicaba Mises (p. 570), financiar directamente tomando prestado directamente del banco central no es distinto de que un gobierno simplemente emita dinero fiduciario para financiar su gasto:

La comodidad política e institucional a veces hace conveniente que un gobierno aproveche las facilidades de la banca como sustitutivo para la emisión de dinero público fiduciario. El tesoro toma prestado del banco y el banco proporciona los fondos necesarios para la emisión de billetes adicionales de banco o da crédito al gobierno en una cuenta de depósito. Legalmente, el banco se convierte en acreedor del tesoro. En realidad, toda la transacción equivale a una inflación de dinero fiduciario. Los medios fiduciarios adicionales [es decir, billetes sin respaldo y depósitos] entran en el mercado por medio del tesoro como pagos de diversos tipos de gasto público. Es esta demanda adicional del gobierno la que incita a los negocios a expandir sus actividades.

Además, Mises argumentaba (p. 570), que este tipo de inflación simple no es probable que produzca condiciones financieras que lleven a un ciclo económico:

La emisión de estas sumas recién creadas de dinero fiduciario no interfieren directamente con el tipo bruto [es decir, nominal] de interés del mercado, sea cual sea el interés que el gobierno pague al banco. Afectan al mercado del préstamo y al tipo bruto de interés del mercado, aparte de por la aparición de una prima positiva en el precio [es decir, inflación], solo si una parte de ellas llegan al mercado del préstamo en un momento en el que aún no se han consumado sus efectos sobre los precios de las materias primas y los salarios.

En otras palabras, los receptores (no bancarios) de los cheques del gobierno tenderían a asignar el nuevo dinero entre consumo y ahorro aproximadamente en la misma proporción que el resto de sus rentas. Así que los precios de los bienes de consumo y de inversión aumentarían en aproximadamente la misma proporción y el tipo de interés del mercado no sería desplazado sistemáticamente de su nivel natural o de equilibrio. El resultado sería inflación, pero no ciclo económico.

Por último, pero no menos importante, como apéndice del Tesoro, la Fed ya no funcionaría como rescatador de último recurso, un papel que se mantiene que es de importancia incuestionable por casi todos los economistas contemporáneos, pero que infecta todo el sistema financiero con una pandemia de riesgo moral. La Fed ya no sería capaz de rescatar en modo alguno instituciones financieras subrepticiamente, arbitrariamente y sin supervisión democrática o responsabilidad, no solo en Estados Unidos sino también en países extranjeros. Un Tesoro partidista tendría que tomar estas decisiones bajo la atenta supervisión de la oposición del Congreso y a plena vista del público. Me atrevo a decir que con la Fed neutralizada e incapaz de acudir al rescate a la primera señal de trastornos y con sus solicitudes de rescate sometidas a un completo escrutinio por parte de un Congreso y una opinión pública escépticos, los bancos de reserva fraccionaria gestionarían sus asuntos mucho más prudentemente.

Que quede claro: mi intención no es negar que la moneda del billón de dólares sea una idea ridícula y peligrosa; es más bien apuntar que la Fed es una idea más ridícula y peligrosa.


[1] Murray Rothbard, en The Case Against the Fed (pp. 5-12), hacía la crítica definitiva del supuesto ideal de la “independencia de la política” de la Fed desde el punto de vista de la economía política austrolibertaria.


Publicado el 30 de enero de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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