Directo desde Chile

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A lo largo de este pasado invierno, las tiendas de alimentación de Indiana han anunciado la disponibilidad de fruta fresca chilena. “Directo desde Chile”, proclamaban los anuncios. Lo mismo es sin duda cierto para otros estados. Astrónomos y geógrafos no dirán que podemos comer fruta chilena en enero porque la tierra está inclinada mientras orbita el sol. La inclinación significa que las temporadas de cultivo se invierten cuando uno cruza el ecuador. Pero hay más que eso. Mucho más.

La mayoría de la gente probablemente haya olvidado que un intento comunista de reformar la economía de Chile a principios de la década de 1970 fue desbaratado por la revolución de 1973. Si se hubiera producido la transformación comunista, la situación actual de Chile como exportador agrícola sería un sueño imposible. Inclinada o no inclinada, los recursos físicos y humanos de Chile estarían languideciendo en unas arenas movedizas comunistas de incentivos perversos. Los chilenos estarían compartiendo el hambre y el racionamiento que marcan las vidas de norcoreanos y cubanos de hoy. La mala economía se impone a la astronomía y la geografía.

Esta historia del “Directo desde Chile” no se acaba sin embargo aquí. Pues cuando los líderes de la revolución de 1973 de Chile buscaron consejo económico para alejar a la economía de Chile de su abismo comunista, eligieron expertos de la Universidad de Chicago. La “tradición de Chicago” en economía, junto con la tradición austriaca, ha amasado montañas de evidencias que demuestran que la propiedad privada, los mercados abiertos y los regímenes monetarios estables son poderosos motores de progreso económico. Liberales de izquierdas, socialistas y comunistas (inmersos en el dogma) no tenían interés en esas evidencias. En ese momento, calificaron despectiva a estos expertos como los “Chicago boys”.

Pero el pastel se prueba comiéndolo. Tras la adopción de Chile de las reformas de libre mercado al estilo de Chicago, pronto se produjo un milagro económico. En 1995 la renta real por cabeza era más de dos veces y media su nivel de 1975. La inflación cayó del 500% (!) anual en 1973 al 8% en 1995. El que los estadounidenses coman fruta fresca en enero no es sino un pequeño dividendo de este milagro. La mayoría del dividendo corresponde a los chilenos, que, debería señalarse, viven hoy en una sociedad democrática libre.

Muchos estadunidenses probablemente crean que comer fruta chilena cuesta empleos estadounidenses. Pensad en los empleos que podían crearse, dice su argumento, si las leyes impidieran que los estadounidenses compraran fruta chilena. Como mínimo todos deberíamos “comprar estadounidense”. Se necesitarían miles y miles de trabajadores para construir y vigilar invernaderos de clima controlado en todo Estados Unidos. Qué estímulo para la economía, ¿no? ¡Mentira! No tienes que ser un comunista chileno para patrocinar una mala economía.

El coste de la fruta chilena no tiene nada que ver con “empleos perdidos”. Tampoco la fruta es barata porque se produzca en terrenos de EEUU. El verdadero coste de la fruta chilena es lo que los ciudadanos chilenos puedan comprar a los estadounidenses con sus ganancias por la fruta. El coste de conseguir fruta de invernaderos de clima controlado es aquellos bienes y servicios que no producen los estadounidenses porque los recursos productivos están atrapados en invernaderos. Optar por la fruta de bajo coste. Independientemente de dónde se produzca, permite a los estadounidenses tener fruta y muchas otras cosas. Es lo más cerca que estaremos nunca de un almuerzo gratis.

Los niveles de vida nacionales, ya sea en Chile, Estados Unidos o donde sea, no existen porque sí. Los bienes y servicios no aparecen milagrosamente como el maná que mantuvo a los israelitas cuando abandonaron Egipto. Bienes y servicios deben producirse. Sea lo que sea lo que la mano de la providencia dé a una nación en términos de recursos naturales, su éxito depende en definitiva de que la nación no permita que los recursos se vean superados por la mala economía.


Publicado el 25 de marzo de 2002. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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