Las raíces intelectuales del terror

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[The Black Book of Communism: Crimes, Terror, Repression • Stéphane Courtois y Mark Kramer • Harvard University Press, 1999 • 858 páginas]

Como las cebras por los leones, los libertarios están fascinados por los comunistas, su polo opuesto y enemigos jurados durante los últimos 150 años. Si uno cree que la sociedad debería funcionar con un mínimo absoluto de coacción pública, tiene la curiosidad de conocer los resultados de la filosofía que pone su fe en el máximo uso posible de la coacción, fuerza y violencia públicas para alcanzar sus objetivos. Si funcionara el comunismo, los libertarios nos veríamos obligados a verificar nuestras premisas y cuidar nuestras espaldas.

¿Puede el laboratorio del comunismo dar asimismo luz a la viabilidad de una filosofía política relacionada que también se basa en la coacción pública centralizada para alcanzar sus objetivos: el liberalismo moderno? Los comunistas hicieron de una vez lo que los furtivos liberales de izquierdas aparentemente pretender hacer paso a paso mientras dormimos. Acabamos de vivir un siglo en el que los liberales aplicaron varias recomendaciones del Manifiesto comunista y transformaron a un estado vigilante nocturno en un estado de bienestar y guerra con un continuo flujo de legislación “progresista” y varias “guerras demócratas” y cruzadas con el resultado de que nadie en mi facultad de derecho en 1983 podía identificar, en respuesta a la pregunta del Profesor Henry Mark Holzer cualquier aspecto de la vida que no esté de alguna manera regulado o controlado por el estado. Diecisiete años después, ¿han terminado?

¿Ha cerrado la tienda el liberalismo? ¿Acabará alguna vez? No hasta que haya establecido una utopía igualitaria en la que prácticamente toda la responsabilidad de la vida haya pasado del individuo al estado. En la utopía liberal, si puedo apropiarme de las palabras de Paddy Chayefsky, “se proveerán todas las necesidades, se tranquilizarán todas las ansiedades, se eliminará todo el aburrimiento”.

Si creéis que exagero, considerad que liberales de izquierdas y comunistas comparten cinco premisas fundamentales: igualitarismo, utopismo (el uso de “ideales” imposibles como guía política), la eficacia de la fuerza para lograr objetivos positivos, la hostilidad a la sociedad civil (instituciones no estatales, como los boy scouts o las escuelas privadas) y la incapacidad del individuo de gobernarse a sí mismo.

A la vista del reciente intento de coup d’élection, me tienta añadir una sexta similitud: la voluntad de ganar las luchas políticas a toda costa. Otra evidencia de cierta similitud básica entre comunismo y liberalismo moderno son las frecuentes justificaciones y disculpas  del primero. Finalmente, comunistas y liberales comparten una tendencia a apoyar expresamente la “democracia de masas”, mientras en la práctica concentran el poder en cuerpos secretos de élite como politburós y tribunales de apelación.

El libro negro

En ese espíritu de fascinación con el enemigo, leí recientemente El libro negro del comunismo, una disección clínica e implacable de los crímenes del comunismo en el siglo XX (definidos por “las leyes naturales de la humanidad”) escritos por varios excompañeros de viaje liderados por Stephane Courtois.

No es un libro para leer antes, durante o después una comida. No querríais estropear una buena comida con la imagen de tropas bolcheviques echando a seres humanos vivos a un alto horno. El libro negro es una historia de brutalidad abrumadora y sin sentido. Mao Zedong, una de las estrellas del libro, decía: “El poder político proviene del cañón de un arma de fuego”.

Uno se pregunta, después de leer este libro, si el poder político deriva realmente se queda pequeño para las mentes depravadas de megalómanos autocomplacientes como Lenin, Stalin y Mao. Parece que si te hipnotizas para descartar toda ética y moral conocidas y estás dispuesto a utilizar todos y cada uno de los medios despiadados para alcanzar el poder, pueden obtenerlo. Un periódico bolchevique escribía en 1919: “Nuestra moralidad no tiene precedentes (…) todo está permitido (…) Dejad que la sangre fluya como el agua”. Y lo hizo.

La lista de hechos

Cuando Kruschev dijo: “Os enterraremos”, significaba eso. Los comunistas enterraron a 85 millones de personas en el siglo XX, aproximadamente el número de personas que viven en el estado de Nueva York. Sin embargo lo que resulta realmente interesante no es el número total de víctimas. Después de todo, como dijo Stalin: “Una sola muerte es una tragedia. Un millón de muertes es una estadística”. Y menudo estadístico resulto ser Stalin.

Pero aún más asombrosa es la increíble variedad de sus medios asesinos. En su búsqueda de la utopía, los comunistas se vieron obligados a superarse en descubrir continuamente cada vez más maneras de separar a la burguesía de sus almas. Asesinaron a la gente ahorcándola, azotándola, cortándole el cuello, cortándola con hachas, en agua hirviendo, crucificándola, decapitándola, desmembrándola, lapidándola, obligándola a luchar entre hasta la muerte con otros prisioneros, ahogándola masivamente, lanzándola desde helicópteros, asfixiándola, matándola de hambre, enterrándola viva y haciéndola la vida insoportable llevando a suicidios masivos. Cuando falta la creatividad, los comunistas volvían su viejo recurso: las banales balas en la nuca.

Los comunistas mataron a todo tipo de gente, pero centraron su furia más intensa en empresarios, líderes comunitarios y gente con educación superior. Hicieron algunos tímidos esfuerzos por abolir el dinero y condenaron a “especuladores”, “bastardos ricos” y “tenderos”. Lenin dijo que “los especuladores (…) merecen (…) una bala en la cabeza”. Como harían después los nazis, los comunistas reclutaron a muchos de sus matones asesinos de entre la escoria de la sociedad. Así que el comunismo podría definirse como lo execrable ejecutando lo excepcional.

Los comunistas no se quedaban simplemente satisfechos fabricando fantasmas: querían dar a sus enemigos de clase una lección o dos antes. No está claro qué lección era ya que, según la doctrina marxista, las ideas capitalistas de los capitalistas estaban estrictamente determinadas por su relación con “los medios de producción”. Supongo que la respuesta a ese acertijo es que el odio de los comunistas a la burguesía era asimismo un hecho determinado por la clase y fuera de su control. Sin embargo no había tiempo para debates arcanos: era solo carne políticamente incorrecta a freír, literalmente.

Dejando aparte ser obligados a leer los tres tomos de El capital, los medios de tortura comunistas incluían la asfixia parcial, la quema con hierros candentes, el confinamiento en celdas diminutas sin retretes, la violación sistemática y la prostitución forzada de “mujeres burguesas”, la simulación de ejecuciones, las palizas, el hambre, el verse forzados a comer la carne de miembros de la familia recientemente ejecutados, las marchas forzosas, las sacudidas eléctricas, el arrodillarse sobre cristales rotos, el estar esposados con grilletes apretados, colgarlos de las muñecas o los pulgares y el insomnio permanente que llevaba a la locura. El canibalismo, aunque no es estrictamente hablando una forma de tortura, era asimismo algo común en los países comunistas debido a su colectivización criminal de la agricultura y la hambruna resultante. Las cosas que hicieron los comunistas a sacerdotes y seminaristas fueron tan viles que no me atrevo a describirlas.

Cuando los comunistas no estaban destruyendo personas individuales, estaban ocupados destruyendo personalidades individuales. Hicieron mucho uso de campos de concentración y prisioneros transportados allí en vagones de ganado (¿suena familiar?). A los prisioneros se les privaba de toda privacidad y se veían obligados a confesar sus pensamientos más íntimos. Los espías estaban por todas partes. No podía confiarse en nadie. Existía solo la “brutal imposición de una ideología severa” y la “permanente saturación con el mensaje de la ortodoxia”. El resultado era una “renuncia a la personalidad”.

Para justificar sus asesinatos y torturas masivos, los comunistas utilizaron primero la técnica normalmente asociada con los nazis: deshumanizar retóricamente a sus enemigos. Los comunistas exhortaban a sus matones a “dispararlos como a perros” y se referían a la burguesía como “buitres”, “pigmeos”, “zorras”, “piojos”, “insectos” y “cerdos”.

Así que el comunismo significó asesinatos masivos, hambrunas masivas, torturas masivas, físicas y psicológicas, deshumanización y canibalismo extendido. Con ese tipo de historial, podemos decir a la muerte del comunismo lo que dijeron las tropas a aquellos que iban a morir por el comunismo: “Perderos no es una pérdida y manteneros no es una ganancia concreta”. Lenin dijo: “La crueldad de nuestras vidas, impuesta por las circunstancias, será entendida y personada”. ¡Pues no!

Había también cosas buenas

No me malinterpretéis. No todo era malo bajo el comunismo. Había elementos de la vida bajo la dictadura del proletariado que atraerían a los liberales y conservadores actuales. Los liberales de izquierdas, que en asuntos económicos están a favor de una dictadura de la mayoría, estarían encantados con la medicina socializada, la atención comunal y la total eliminación de las armas de fuego privadas. Lenin, en un análisis político escrito con cautela, recomendaba “la ejecución inmediata de cualquiera detenido poseyendo un arma de fuego”. Entendía que el “control de armas” significa el control que una ciudadanía armada tiene sobre un gobierno tiránico. Los bolcheviques desarmaban sistemáticamente a los campesinos antes de matarlos sistemáticamente de hambre. Las horcas de los campesinos no podían competir con las ametralladoras bolcheviques.

Los liberales también habrían estado exultantes con la aplicación de su estúpido lema “la gente por encima de los beneficios” por parte de los comunistas. No había un beneficio capitalista a obtener en países comunistas, que no fueran unos pocos rublos para esperar en cola a comprar papel higiénico para un camarada. Los comunistas sabían, quizá instintivamente, que toda acción humana, no solo la acción capitalista, es un comportamiento en busca de beneficios. Es decir, toda acción humana busca lograr una satisfacción del logro de objetivos más altamente valorados que los recursos empleados para alcanzarlos. Así que la única manera de evitar que la gente ponga “los beneficios por encima de la gente” era asesinarla en masa. Sin embargo, como el comportamiento asesino de los matones comunistas era en sí mismo una búsqueda de beneficios, lógicamente se equivocaron al no suicidarse.

Cierto tipo de conservador habría aprobado el sistema legal comunista. No había abogados de los que hablar, salvo en cementerios: ni abogados penales “sacando a gente”, ni “perseguidores de ambulancias” y abogados sentimentales de derechos civiles presentando demandas sobre las condiciones de las prisiones. El hábeas corpus era un cadáver. La reforma comunista de las prisiones consistía en limpiar las aguas residuales de las diminutas celdas al menos una cada mes. Los conservadores que reaccionan apalizando a abogados hubieran adorado esto, hasta el momento en que los agentes del gobierno echaran abajo sus puertas en medio de la noche, arrestándoles por un delito imaginario, encarcelándoles y torturándoles hasta que no solo confesaran el delito imaginario, sino que pidieran perdón y literalmente agradecieran al gobierno por perseguirles, minutos antes de ser llevados fuera, sin apelación, puestos contra la pared más cercana, fusilados y enterrados un una tumba anónima, mientras se enviaba a sus familias una factura por las balas.

Bajo el comunismo, “la gente es arrestada por ser culpable: es culpable por ser arrestada”. Stalin expresó elocuentemente su propia filosofía del procedimiento penal cuando comentó acerca de un lacayo cansino recientemente ejecutado: “El viejo no pudo probar su inocencia”. En lugar del derecho a permanecer en silencio, los interrogatorios duraban hasta 3.000 horas. La regla: cualquier país que mate a su gente para usarla como fertilizante probablemente no tenga abogados.

No lo sabía

Yo sabía que los comunistas mataron a millones. Sin embargo había sorpresas en el libro. En el invierno de 1939-40, muchos judíos polacos emigraron al este para escapar del avance del ejército alemán. Fueron hacia el heroico Ejército Rojo, que cinco años después alardearía de liberar a los judíos de los campos de concentración. El Ejército Rojo recibió a los judíos que huían con bayonetas y fuego de ametralladora. Muchos judíos volvieron al sector alemán. Finalmente, 400.000 judíos polacos que acabaron en territorio controlado por los soviéticos murieron durante la deportación la brutal vida en el campo de concentración y los trabajos forzados.

Las ideas tienen consecuencias

El libro negro del comunismo es una brillante descripción de los crímenes del comunismo. Su capítulo final, escrito por Courtois, que intenta explicar “¿Por qué?” afronta un reto más difícil. El porqué quizá nunca se entienda completamente. Courtois apunta a varios factores, muchos de los cuales están relacionados con las similitudes filosóficas entre comunistas y liberales de izquierdas antes explicadas.

La incapacidad del individuo de gobernarse a sí mismo sin la dirección coactiva del estado. Courtois pone la génesis del terror leninista en la Revolución Francesa. Robespierre gobernó por el miedo y el terror porque el pueblo “aun no era lo bastante puro” para entender la sabiduría de la revolución. Todo el pensamiento de izquierdas se basa en la incapacidad propia del individuo, intelectual y moralmente, para funcionar sin la dirección continua del estado.

Elitismo. Por supuesto, si la gente es incapaz de vivir con éxito sin guía externa, eso implica la necesidad de una pequeña élite, los “guardianes morales de la sociedad” (las palabras de Courtois describiendo la imagen que tenían los bolcheviques de sí mismos), para darles sus órdenes de marcha.

Utopismo. Este concepto es crítico para entender los crímenes del comunismo. Los utópicos plantean algún estado de cosas imaginario, supuestamente ideal, que, al no estando basado en la naturaleza y la condición humana, no puede alcanzarse. Aun así, debe alcanzarse y como es el valor moral último, todos y cada uno de los medios necesarios para alcanzar este ideal están justificados. Como escribe Courtois:

La motivación real para el terror (…) derivaba de (…) la voluntad utópica de aplicar a la sociedad una doctrina completamente discordante con la realidad. (…) En un desesperado intento por mantenerse en el poder, los bolcheviques hicieron del terror una parte cotidiana de sus políticas, buscando remodelar la sociedad a la imagen de su teoría y silenciar a quienes, ya sea mediante sus acciones o su misma existencia social, económica o intelectual, apuntaran a los defectos en la teoría. (…) El marxismo-leninismo idealizaba al propio sistema, de forma que categorías y abstracciones era mucho más importantes que cualquier realidad humana.

Igualitarismo. Los objetivos principales del comunismo fueron personas de éxito: empresarios, graneros de éxito, intelectuales y sacerdotes. Fue fácil encauzar la envidia natural de las masas hacia los mejores, particularmente cuando esta antigua envidia se disfrazaba con términos utópicos y moralistas.

La eficacia de la fuerza. Naturalmente, en el centro del leninismo estaba una ferviente creencia en el uso de la fuerza y la violencia. La sociedad puede mejorarse matando, haciendo pasar hambre, torturando y con un terror generalizado. Trotsky lo expresó mejor: “solo la fuerza puede ser el factor decisivo (…) Quien busque el fin no puede rechazar los medios”.

La violencia engendra violencia. Courtois considera significativo que el comunismo emergiera primero de los destrozos de la Primera Guerra Mundial. La guerra “para hacer al mundo seguro para la democracia” lo hizo seguro para una dictadura comunista asesina en Rusia. La violencia sin sentido de la guerra habituó al pueblo ruso a la violencia sin sentido del leninismo y el estalinismo. Los posteriores regímenes comunistas se gestaron en el seno de otras guerras sin sentido. Courtois cita a Martin Malia:

El crimen engendra crimen y la violencia, violencia, hasta el primer delito de la cadena, el pecado original del Génesis, se expía mediante sufrimiento acumulado (…) fue la sangre de agosto de 1914, actuando como alguna maldición de las atreidas en el hogar de la Europa moderna, que generó la cadena de violencia internacional y social que ha dominado la época moderna.

Sin embargo, ninguno de estos factores puede explicar completamente por qué un ser humano arrojaría a otro ser humano a un alto horno. Al final, nos quedamos con las palabras de Máximo Gorki: “¿Cuáles son las raíces de la crueldad humana? He pensado mucho en esto y sigo sin entenderlo lo más mínimo”.


Publicado el 23 de septiembre de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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