El segundo adviento de Keynes

0

Paul Krugman quiere ser nuestro salvador. Además, quiere ser un tipo concreto de salvador: un mago de la era científica, un profeta de la pizarra.

Las raíces de esta curiosa ambición pueden verse en su reciente perfil en Newsweek:

Krugman dice que se encontró en la ciencia ficción de Isaac Asimov, especialmente en la serieFundación: “Eran unos sabihondos salvando a la civilización, cuantos que tenían una teoría de la sociedad, gente escribiendo ecuaciones en una pizarra, diciendo: ‘Ves, si no sigues esta fórmula, el imperio se derrumbará y a esto le seguirán mil años de barbarie”.

Ahora estamos aquí en la hora cero económica para el imperio americano y tal vez para la propia civilización moderna y muchos en la élite urbana global piensan que este triatleta del establishment con su profesorado en Princeton, su columna en el New York Times y su premio Nobel, tiene la ecuación para la salvación. ¿Cuál es la fórmula de Krugman? ¿Qué mandamientos ha garabateado el mago en su pizarra para nos, este rebaño plebeyo?

Para entenderlo, uno debe entender la herencia intelectual de Krugman, tal y como es.

Paul Krugman es un devoto de John Maynard Keynes. Es un discípulo tan entregado que era keynesiano cuando el keynesianismo no estaba de moda: el periodo entre la estanflación de la década de 1970, que parecía desacreditar al doctrina keynesiana, y hoy, cuando renace sin base alguna debido a la mala memoria de nuestra sociedad. Él mismo admite orgullosamente su devoción por Keynes. Ha escrito títulos como “La grandeza de Keynes” y “¿Por qué aún no somos todos keynesianos?” ¿Pero qué significa que te encante Keynes? ¿Qué diagnóstico tiene la economía keynesiana Krugman para la crisis económica y qué remedios prescribe?

El diagnóstico keynesiano: Un caso de frugalidad mortal

En el misterio Keynesiano de quién lo hizo en la economía de la depresión, el culpable no es otro que el ahorro. De verdad, el Ahorro: esa condición previa necesaria para todo desarrollo de capital, por tanto de todos los avances en productividad y por tanto de todos los aumentos en la prosperidad humana general.

La explicación keynesiana de la depresión en dos palabras es que (1) un ahorro excesivo lleva a (2) un infraconsumo que lleva a (3) desempleo. El desempleo lleva a un aún más temible ahorro, completando así un círculo vicioso. Esta teoría era escupir en la cara a cientos de años de progreso en el pensamiento económico. Los economistas anteriores a Keynes, laboriosa, analítica y progresivamente construyeron un poderoso edificio de conocimiento y verdad, todo él centrado alrededor de cómo los mercados encuentran los precios óptimos y se equilibran en respuesta a situaciones cambiantes. Keynes rechazaba todo esto alegremente como “ortodoxia” y caracterizaba falsamente al mercado como un mecanismo inherentemente disfuncional que tiende a caer en largas depresiones si no interviene el sabio gobierno.

Paul Krugman acepta completamente la explicación keynesiana. Escribió recientemente:

uno de los momentos importantes del semestre, si eres profesor de introducción a la macroeconomía, se produce cuando explicas cómo la virtud individual puede ser un vicio público, cómo los intentos de los consumidores de hacer lo correcto ahorrando más puede ser peor para todos. Se trata de que si los consumidores recortan sus gastos y nadie toma su lugar en ese gasto, la economía caerá en una recesión, reduciendo las rentas de todos.

Así que para Krugman, el camino al infierno económico está empedrado con las buenas intenciones de la frugalidad. Esta “teoría del infraconsumo” es básicamente de lo que está hablando siempre que lees a Krugman advirtiendo inquietantemente acerca de “excesos de ahorro”, la “paradoja del ahorro”, la “capitulación del consumidor”, “insuficiente demanda agregada”, etc., etc. Es solo jerga que disfraza una teoría infantil. Como escribió Gary North, las teorías del infraconsumo

hablan del ahorro como si fuera un sistema para esconder billetes bajo un colchón. Rechazan responder esta pregunta esencial: ¿Qué hace el banco con el dinero que deposita un consumidor en lugar de gastarlo? Dicho de otra manera: ¿Qué diferencia analítica o conceptual supone que un ahorrador deposite un dólar [en] su banco, que el banco prestará, o que lo gaste, permitiendo al vendedor depositar el dólar en su banco, que su  banco prestará?

E incluso si el ahorro tratara de billetes y colchones, ninguna cantidad concreta de ese “asesoramente” llevaría a infraconsumo, como demostraba Murray Rothbard en su tratado económico, El hombre, la economía y el estado, sino simplemente a “un aumento en el valor real de su balance de efectivo y de la unidad monetaria”. Esto disminuiría los beneficios empresariales en términos nominales, pero rebajaría también los costes empresariales, dejando a las empresas igual de rentables en términos reales de lo que lo eran antes.

El remedio keynesiano: Gastar para llegar a la riqueza

Como Krugman tiene un diagnóstico tan atrasado de las depresiones, no debería sorprender que sus remedios keynesianos vayan igualmente en la mala dirección y sean desastrosamente destructivos. La receta keynesiana para acabar con las depresiones es el estímulo público. De eso habla Krugman siempre que pide “primar la inyección”. El estímulo keynesiano aparece de dos maneras: monetaria y fiscal. Con el estímulo monetario, un banco central (como la Reserva Federal) aumenta grandemente la oferta monetaria, que rebaja drásticamente  los tipos de interés, lo que a su vez estimula el gasto. Es el lado “pro-burbuja” de la economía de Krugman, del que he hablado aquí y aquí. Su ahora famosa receta de inducir una burbuja inmobiliaria iba a conseguirse (y realmente se consiguió) a través del estímulo monetario. Krugman decía en una entrevista con Lou Dobbs:

Entretanto, la política económica debería animar a otros gastos para compensar la caída temporal en la inversión empresarial. Los bajos tipos de interés, que promuevan el gasto en vivienda y otros bienes duraderos son la respuesta principal. (cursivas añadidas)

Esta fue la receta para la recesión en 2001. El resto es historia de burbuja inmobiliaria.

Lo paradójico es que la expansión monetaria, la cura de Krugman para las depresiones, es el mismo veneno que las causó inicialmente. Según la Teoría Austriaca del Ciclo Económico, que fue expuesta por primera vez en 1912 por Ludwig von Mises, el gran economista austriaco que predijo la Gran Depresión, la expansión monetaria dirige erróneamente los recursos, causando una inversión excesiva en etapas de la producción que están más alejadas de los productos finales. Este alargamiento de la cadena de producción es insostenible, dad la cantidad real de ahorro disponible para una inversión continua. Las empresas acaban dándose cuenta de este hecho y de que las malas inversiones han de liquidarse y reasignarse los recursos hacia proyectos sostenibles. Un mayor estímulo monetario (o cualquier intervención pública en este sentido) solo sirve para retardar ese proceso de reasignación y prolongar la depresión. Para una explicación sencilla de la verdadera historia por detrás de los ciclos económicos, recomiendo este artículo y este discurso (en vídeo) de Thomas Woods.

De acuerdo con la evaluación de Krugman del estado actual de la economía, el estímulo monetario ha hecho casi todo lo que podía (¡gracias a Dios!) y ahora estamos llegando a una “trampa de liquidez” keynesiana, que, tal y como él la retrata, es “una situación en la que la política monetaria convencional pierde todo el sentido. Cuando los tipos de interés a corto plazo están cercanos a cero” ¿Qué prescribe las doctrina keynesiana en esta situación? Pide un estímulo fiscal masivo: el gasto público pretende rellenar el agujero que ha dejado el infraconsumo en la demanda agregada. Así es como lo calificaba el propio Krugman en febrero, de acuerdo con un boletín de la Universidad de Pennsylvania:

Sin la política monetaria como motor de arranque, “Eso no nos deja más que el gasto público”, para cebar la bomba, decía Krugman. “Es puro Keynes”.

Krugman estimaba que el “agujero del gasto” en la economía de EEUU es de 2,9 billones de dólares. A causa de esto, se quejaba, ¡el paquete de estímulo del Presidente Obama debería ser del triple del tamaño actual!

“Ayuda, pero no cubre ni siquiera un tercio del hueco, así que resulta decepcionante”, dijo Krugman. De los 789.000 millones aprobados, solo alrededor de 600.000 millones aportan un estímulo real, en opinión de Krugman. “Así que solo tenemos 600.000 millones para rellenar un agujero de 2,9 billones”.

El único agujero que necesita rellenarse es el que hay en la comprensión de Krugman. Como ya hemos visto, la idea de que el estímulo produce algún bien sacando el dinero de colchones y arcas de los bancos es una mentira. Y como escribió Ludwig von Mises:

un gobierno solo puede gastar o invertir lo que toma de sus ciudadanos (…) su gasto e inversión adicionales recortan el gasto e inversión de los ciudadanos en toda esa cantidad.

Esto lleva a la pregunta de si el gasto e inversión públicos hace más bien que el gasto e inversión privados. La economía sensata responde a esta pregunta con un sonoro “no” y aún así ni siquiera necesitamos considerar la pregunta respecto del keynesianismo de Krugman. Porque en último término, el estímulo fiscal keynesiano no trata siquiera acerca de los bienes y servicios producidos por el gasto adicional (infraestructuras, bienestar, etc.). Verán, el estímulo fiscal podría ser también literalmente rellenando agujeros, ya que según la ridícula comprensión de Keynes de cómo funciona la economía, no importa en qué gaste el dinero el gobierno: incluso cavar hoyos solo para rellenarlos se consideraría un estímulo benéfico. Podríais pensar que esto no debe ser literalmente cierto. “Keynes puede haberse equivocado en algunas cosas”, podéis protestar, “¡pero ningún economista tan eminente como él creería en algo tan absurdo!” Leed vosotros mismos las palabras de este hombre:

Si el Tesoro rellenara botellas vacías con billetes, las enterrara a profundidades apropiadas en minas de carbón abandonadas que luego rellenara hasta la superficie con escombros y dejara a una empresa privada siguiendo los principios del laissez faire que desenterrara de nuevo los billetes (por supuesto, obteniendo el derecho a hacerlo mediante arrendamiento del territorio de los billetes), no habría más desempleo y, con la ayuda de las repercusiones, la renta real de la comunidad y también su riqueza de capital, probablemente se haría bastante mayor de lo que es realmente. Es verdad que sería más sensato construir viviendas y similares, pero si hay dificultades políticas y prácticas para hacerlo, lo anterior sería mejor que nada.

El pasaje anterior no es una nota escrita a un colega en una especulación académica. Es parte de la contribución principal de Keynes a la economía, sobre la que se basa su reputación: La teoría general del empleo, el interés y el dinero. No me importa los eminente, acreditado o “consumado” que sea un economista. Si dice que enterrar dinero en el suelo puede ser bueno para la sociedad, debería ser inmediatamente rechazado en el discurso público y académico.

El sencillo hecho de que Krugman considere a un tipo así como ejemplo de conocimiento económico habla por sí mismo. “De acuerdo”, podríais pensar, “Keynes era algo extremista. Pero el propio Krugman no iría tan lejos como para creer en algo como eso”.

Os equivocáis de nuevo. En abril, Krugman lamentaba realmente el hecho de que los proyectos de estímulo de Obama tuvieran poco presupuesto.

El Presidente Obama alaba el hecho de que los proyectos de estímulo vayan por delante de lo planificado y por debajo de lo presupuestado. Bien, pero mal.

Ir por delante de lo planificado está bien. Ir por debajo de lo presupuestado, bueno, normalmente es algo bueno. ¡Pero en el estímulo se trata de aumentar el gasto!

Es verdad: Krugman, en igualdad de condiciones, prefiere que el gasto de estímulo del gobierno sea ineficiente, Y luego continúa citando el mismo pasaje ridículo de la Teoría general de Keynes que he citado antes, pero favorablemente. ¿Y el título del artículo en el que se quejaba? “Tiempo de botellas en minas de carbón”.

Os dije que era un radical.

Esto me lleva a algo colateral que me gustaría decir. Uno podría pensar que al escribir en un lenguaje tan, digamos, “directo” estoy vilipendiando innecesariamente tanto a Keynes como a Krugman. Indudablemente no escribiría de esta manera acerca de cualquiera con el que estuviera en desacuerdo. Pero, como debería ser ahora evidente, los keynesianos son especiales. Sus doctrinas económicas son tan falaces y sus políticas económicas tan destructivas que, por el bien de la verdad y la humanidad, uno no puede ser demasiado directo a la hora de denunciarlas.

Conclusión

Paul Krugman quiere ser nuestro salvador. Como salvador, realizaría para nosotros un milagro: el de convertir el consumo en riqueza. ¿Pero quién aceptaría un mesías como tal Juan Bautista como John Maynard Keynes, que proclamaba que la expansión del crédito podría realizar el “milagro (…) de convertir las piedras en panes”? En todo caso, Krugman es un tipo curioso de salvador: uno más interesado en ejercitar su brillantez que en ayudar realmente a la gente. En el perfil de Newsweek, hablaba de su posición política:

“No me desborda la compasión humana. Es más bien algo intelectual”.

De hecho hay algo casi calculado en la imperturbable mala dirección tanto de Keynes como de Krugman. No es probable que consigas tanta notoriedad como intelectual público defendiendo el sentido común.

Es más, no puedes expresar sentido común  en el cálculo, que es realmente útil en las ciencias naturales, pero que solo proporciona un falso velo de oscuridad y elitismo en las ciencias sociales. En otras palabras, la buena economía no funciona en una fría pizarra. Y sin una fría pizarra, ¿cómo podría ser Paul Krugman el “sabihondo salvando a la civilización”?

John Maynard Keynes se deleitaba con la propaganda sobre su atrevida “nueva economía”, a pesar de que sus doctrinas eran sencillamente viejas mentiras inflacionistas vestidas con jerga matemática. Cuando se expuso el hecho de que sus soluciones nunca funcionaría en el largo plazo, decía desdeñosamente, “En el largo plazo, estaremos todos muertos”. Pero, como solía decir Rothbard, ahora Keynes está muerto y todos estamos atrapados viviendo en su “largo plazo”. Por nuestro bien, esperemos que el mantenimiento de Krugman como economista influyente (así como el renacimiento de Keynes que él representa) sea afortunadamente un asunto de corto plazo.


Publicado el 22 de julio de 2009. Traducico del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email