FDR: Sembrando las semillas del caos

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[Extraído de The Great Deformation: The Corruption of Capitalism in America]

Cuando FDR consiguió el oro

La persistente impronta de los famosos “cien días” de Franklin Delano Roosevelt (FDR) no deriva de las vacaciones bancarias, la ley de recuperación industrial nacional, la ley de ajuste agrícola, la Autoridad del Valle de Tennessee o la administración de las obras públicas.

Por el contrario se aloja en las notas a pie de página de las historias generales y es la orden de FDR de abril de 1933 que confiscaba toda onza de oro que tuvieran los ciudadanos y empresas privados en todo Estados Unidos. Poco después también adoptó la Enmienda Thomas, dándole una autoridad sin límites para reducir drásticamente el contenido en oro del dólar, es decir, para echar por tierra la divisa nacional.

Estas acciones no constituían simplemente un entierro tardío de la “bárbara reliquia”. En el plano más amplio de la historia monetaria, marcaron un punto crítico esencial. Iniciaron un proceso de deformación monetaria que llevó directamente a la abominación de Nixon en Camp David, el pánico de Greenspan en el momento de la crisis de Long-Term Capital Management de 1998 y la destrucción final de la integridad fiscal y la disciplina financiera durante el Pánico BlackBerry de 2008.

La naturaleza radical de esta ruptura con el pasada se subraya por un hecho singular prácticamente desconocido en la era actual de dinero inflacionista del banco central y es que el contenido en oro del dólar se había establecido en 20,67$ por onza en 1832 y nunca se había alterado. Había habido una inflación nacional neta del 0% durante un siglo y el valor del oro del dólar en el comercio internacional nunca había variado salvo en periodo de guerra.

La Enmienda Thomas anulaba este rocoso cimiento monetario y por el contrario permitía al presidente recortar a capricho el contenido en oro del dólar hasta un 50%. Al hacerlo, señalaba que el dinero ya no existiría fijo, inmutable y fuera de las maquinaciones del estado, sino que ahora sería un artefacto de sus caprichos y conveniencias.

Fue un desvío sorprendente de las promesas repetidas de la campaña del propio FDR de conservar “dinero fuerte ante cualquier adversidad” y contradecía incluso las opiniones a favor del patrón oro de la ortodoxia de su propio partido. Igualmente, el eliminación completa del oro de la circulación no se había propuesto nunca antes de una forma seria, ni siquiera por William Jennings Bryan, el populista candidato presidencial demócrata famoso por su discurso de la “cruz de oro”.

Es evidente que el dinero en billetes y cheques ha sido desde hace mucho un medio de pago más cómodo que las monedas de oro, pero la función del oro era la disciplina financiera, no la circulación de mano en mano. La redención de billetes y depósitos daba a la gente un control último sobre las depredaciones monetarias del estado y su sucursal de la banca central. De hecho, la libertad del público de renunciar a su dinero habitual en favor de las monedas y lingotes de oro era lo que mantenía la honradez de la divisa oficial y el dinero bancario.

Sin embargo, en ese momento la nación con sicosis de guerra (incluso la oposición conservadora) apenas apreció que se había cruzado el Rubicón.  De hecho, la llamada a andana más notable provino de Lewis Douglas, director de presupuesto y consejero económico clave del propio FDR. En una audiencia el 18 de abril de 1933, sobre la intención del presidente de apoyar la Enmienda Thomas, es conocido que Douglas declaró: “Es el fin de la civilización occidental”.

Douglas se anticipaba al menos en ochenta años con respecto al plazo, pero su sentido de la implicación era profundamente correcto. De un solo golpe, las acciones caprichosas de FDR lanzaron a los demócratas por el camino de una divisa fabricada por el gobierno y una forma puramente nacional de dinero.

Por tanto repudiaba la postura internacionalista del dinero fuerte del programa demócrata de 1932, las candidaturas pro patrón oro de Al Smith en 1928, John Davis en 1924y el ticket James Cox-Franklin Roosevelt de 1920. También anulaba los principios a favor del oro de Carter Glass y la mayoría demócrata que había instituido la Ley de la Reserva Federal en 1913 y a los demócratas Cleveland, Jackson y Jefferson que le habían precedido.

En resumen, en medio de la atmósfera de miedo y alarma públicos por su autoinfligida crisis bancaria y debiendo a su indiferencia voluntaria a la hora de quitar por sí solo la profunda y bipartidista tradición nacional del patrón oro, FDR esencialmente partió las aguas de la historia monetaria. Hasta junio de 1933, prácticamente todos creían que el dinero redimible en oro era el fundamento del capitalismo, aunque en unos meses esas convicciones se hubieran convertido en un piedra inactiva.

Por supuesto, tomaría tiempo que el resultante vacío monetario fuera rellenado por un agrandado banco central y un sistema financieros basado en el crédito alejados de la disciplina del oro. Entretanto, la Gran Depresión sofocaba las expectativas inflacionistas y los instintos especulativos en las próximas décadas y producía una generación banqueros comerciales y centrales conservadores que intentaban honradamente replicar su disciplina.

Sin embargo, solo fue cosa de las circunstancias antes de que se rellenara el vació político con tendencias menos generales. No fueron el cinismo nixoniano y el atractivo del profesor Milton Friedman sino doctrinas peligrosamente ingenuas de tipos flotantes de cambio y la teoría cuantitativa del dinero las que acabaron reanudando las cosas donde las dejó FDR. A pesar del aura de respetabilidad intelectual de Friedman, las burdas maniobras políticas de Nixon equivalían a un primitivo nacionalismo económico que atendía a los peor del desastre que FDR había sembrado por primera vez en la década de 1930.

La bomba de la Conferencia de Londres de FDR: El fin del orden internacional liberal

Después de que Roosevelt suspendiera en la práctica la convertibilidad en el bastión del patrón oro mundial, el dinero fue en esencia nacionalizado. La mayoría de las grandes economías del mundo, incluyendo Estados Unidos, se retiraron a silos separados de autarquía y estancamiento, que a su vez alimentaron el ultranacionalimso, el rearme y finalmente la guerra mundial. Pero este no resultado no fue inevitable.

Es verdad que la supervivencia del orden económico internacional liberal se había puesto en duda a lo largo de la década de 1920 mientras el mundo luchaba por arreglar el caos inflacionista de la Gran Guerra y reasumir la convertibilidad de las divisas nacionales. Entre 1925 y 1928, se dieron grandes pasos hacia la normalización de los tipos de cambio, mercados de capitales y comercio mientras Inglaterra, Bélgica, Suecia e incluso Japón (1930)  restauraban el patrón oro.

Pero todo este tenue progreso se había puesto seriamente en riesgo por el abandono de Inglaterra en septiembre de 1931 del mismo patrón oro que había dedicado una década a promover bajo los auspicios de la Liga de Naciones. Así que las perspectivas de recuperación de fabulosamente estable y próspero orden internacional liberal anterior a 1914 pendían de un hilo. En este contexto, los historiadores están de acuerdo en que fue FDR el que dio personalmente el golpe de gracia con su famoso mensaje “bomba” a la Conferencia Económica de Londres en julio de 1933.

FDR desafió caprichosamente a todos sus consejeros, hasta el último hombre, incluyendo al entonces jefe de su consejo asesor, Raymond Moley. Siguiendo su propio criterio, rechazó airadamente las advertencias de su director de presupuesto, el brillante industrial e investigador financiero, Lewis Douglas. También rechazó la firme punto de vista a favor del oro de James Warburg, su consejero financiero más veterano, que tenía experiencia con las finanazas internacionales y Wall Street. Además, FDR ni siquiera solicitó la opinión del senador Carter Glass. Bajo estas circunstancias, eso no era simplemente una omisión reveladora: en incriminante.

Duranta la mayor parte de tres décadas, el legendario senador de Virginia, también antiguo secretario del Tesoro bajo Woodrow Wilson y principal autor de la Ley de la Reserva Federal, había sido el modelo de autoridad del Partido Demócrata en asunto de dinero y banca. Glass había sido un firme defensor del patrón oro y había escrito personalmente el programa demócrata de 1932 de tal forma que no dejara duda de que los demócratas no recurrirían al dinero fácil y a medidas inflacionistas.

Durante varias semanas antes de su toma de posesión del 4 de marzo, Roosevelt rogó a Glass que se convirtiera en su secretario del Tesoro. Pero apenas seis días después de que Glass rechazara finalmente el cargo, FDR ni siquiera se molestó en consultarle al lanzar las históricas acciones de política monetaria. Esencialmente, las maquinaciones del oro de abril de 1933 de FDR rechazaban el trabajo de toda una vida del mismo estadista financiero que eligió en primer lugar para el trabajo más importante de su gobierno.

El cambio de postura de Roosevelt sobre Glass y el oro fue un momento decisivo. Demostraba que el medio de la crisis económica del momento, la despreocupación de Roosevelt no tenía límites: podía creer casi cualquier contradicción que se interpusiera en su camino.

Así ocurrió que después de que se completaran los cien días de acciones de emergencia a finales de junio, FDR se fuera de vacaciones al yate de Vincent Astor. Envió a Moley como emisario personal a la conferencia de Londres, que para entonces se consideraba como literalmente la última esperanza de mantener un comercio y orden monetario internacionales abiertos.

La conferencia tuvo la buena suerte de que su presidente fuera el Secretario de Estado Cordell Hull. Antiguo senador demócrata de Tennessee y espléndido estadista, Hull había sido un firme defensor del libre comercio, el patrón oro y una economía internacional abierta.

La mayoría de los cargos financieros reunidos, incluyendo a Hull, reconocieron que la restauración de algo parecido a una estabilidad en los tipos de cambio era la clave para el resto del programa de la conferencia, especialmente para retirar las barreras comerciales proteccionistas que estaban ahogando rápidamente el comercio mundial. Esto último se había extendido por todas partes después de la Smoot-Hawley y se complementaba con una manipulación de la divisa para empobrecer al vecino después de que quebrara el sistema de cambio de oro basado en la libra esterlina.

Después de largas y arduas negociaciones, poco después de que Moley llegara a Londres se alcanzó el marco para ese acuerdo de estabilización monetaria. La delegación de EEUU, Gran Bretaña y el bloque de las naciones del oro liderado por los franceses habían conseguido encontrar una base común. Aunque Moley había sido una voz estridente de la autarquía nacionalista en el círculo cercano a Roosevelt, incluso él fue convencido por Hull y los británicos para apoyar el intento de acuerdo internacionalista.

No puede negarse la importancia de este logro. Todas las partes reconocían que las divisas flotantes envenenarían el sistema de comercio internacional, estimularían la especulación destructiva de las divisas y alimentarían movimientos violentos de “dinero caliente” entre centros financieros. Esto último desestabilizaría continuamente tanto los mercados monetarios nacionales como la confianza en el sistema del comercio internacional en su conjunto.

Sin embargo, por una de las circunstancias más desgraciadas de la historia, FDR estuvo literalmente incomunicado durante las horas en que parpadeó brevemente un consenso global para reiniciar el sistema financiero internacional. Solo en el lujoso yate de Astor, el Nourmahal, el presidente tenía solo el consejo de su rico amigo aficionado Vincent Astor y de Louis Howe, su mayordomo y glorificado “secretario” de la Casa Blanca.

Cuando Moley finalmente encontró un barco de la armada para localizar al Nourmahal y enviar un mensaje de radio explicando el naciente acuerdo de Londres, Roosevelt, Howe, Astor y tal vez también el capitán del yate, por decirlo así, buscaron una lámpara de queroseno en la cubierta. Luego garabatearon a mano una respuesta y la enviaron a la armada para que la enviara de por radio de vuelta a Londres.

El mensaje de Roosevelt estuvo sin duda entre los comunicados más desmedidos, incoherentes y ampulosos nunca emitidos públicamente por un presidente de EEUU. No solo sorprendió a los líderes mundiales reunidos en Londres y acabó con el acuerdo de estabilización monetaria, sino que también creó un régimen mundial destructivo de nacionalismo económico que acabó llevando a la guerra.

Los altos aranceles y subsidios comerciales, los programas de recuperación y rearme dominados por los estados y las divisas fiduciarias manipuladas se convirtieron en universales después del fracaso de la conferencia de Londres. En los meses siguientes, Suecia, Holanda y Francia salieron del patrón oro, dejando desmoralizados y caóticos los mercados financieros internacionales.

Al final fue solo el estallido de la guerra en 1939-40 el que sacó al mundo del hoyo del nacionalismo económico y el estancamiento al que le había condenado la acción quijotesca de FDR. También significó que la economía interna había perdido sus vitales mercados exportadores, condenando a la nación detener la recuperación y la continua y en buena parte ineficaz alteración del New Deal que consiguió sobre todo plantar las semillas de la expansión del estado de bienestar y el capitalismo de compinches.

La deplorable acción de Roosevelt desde la cubierta del Nourmahal tiende a minimizarse por los historiadores como un mal día en el reinado del presidente sabio en economía. De hecho, fue todo lo contrario: el sabotaje a solas de FDR de la conferencia de Londres fue un tope para una época de treinta y ocho años. El otro tope lo puso la igualmente imprudente destrucción de Bretton Woods de Richard Nixon en agosto de 1971.

En ambos casos, el modus operandi fue el mismo. Tanto Rooevelt como Nixon eran políticos agresivos a los que faltaba cualquier convicción sobre política económica. Sin embargo, tampoco tenían reparos en absoluto en usar los poderes del estado de fijar impuestos, gastar, regular e imprimir dinero para alcanzar sus objetivos políticos y electorales internos. En el gran esquema de la historia financiera moderna FDR y Tricky Dick fueron lo mismo en el entorno estatista.


Publicado el 16 de mayo de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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