La gente puede sencillamente llevarse bien

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Mencionad cualquier asunto respecto del comercio internacional y estaréis seguros de provocar múltiples discusiones, que van del trabajo infantil a la paridad en seguridad en el trabajo e incluyendo palabras sugestivas como “dumping”, “outsourcing” y “fuga de cerebros”. Parece como si muchos de nuestro mejores y más brillantes intelectos estuvieran dedicando sus preciosos talentos a enumerar todos los horribles males que acosarán a la humanidad si no actuamos inmediatamente para combatir todos y cada uno de los desarrollos en la economía global.

¿Pero qué tiene en común todas estas propuestas de regular el comercio? Son todos intentos de impedir que la gente coopere entre sí. Los críticos de los recientes desarrollos en las relaciones comerciales internacionales, aunque hayan basado sus argumentos en retórica económica compleja, se basan en último término en la mentalidad tribal: Nosotros contra ellos y cualquier cosa que quieran ellos debe ser mala para nosotros.

Por suerte para quienes quieren armonía y paz, la mentalidad tribal es objetivamente incorrecta. El comercio es un juego de suma positiva. Como la felicidad es en definitiva subjetiva, no tiene sentido preguntar qué parte se beneficia (y cuál pierde) en un intercambio voluntario: ambas partes se benefician. Cuando el granjero contrata a Johnny para pintar su granero por 40$, ambos mejoran: el granjero valora un granero pintado en más de 40$ y Johnny valora los 40$ en más de una tarde de ocio.

Naturalmente, podemos plantear objeciones. ¿Qué pasa si la pintura contiene plomo y produce un cáncer a Johnny? ¿Qué pasa si Johnny está pidiendo menos que otro pintos con una familia a mantener? ¿Qué pasa si Johnny pinta frases soeces en la puerta del granero? ¡Sin duda no podemos dejar que la gente realice cualquier viejo intercambio solo porque ambos estén de acuerdo en él!

Sería imposible proporcionar una respuesta que comprendiera todo problema hipotético que pudiera producirse en el acuerdo de dinero por pintura. Pero lo que quiero apuntar es que todas esas objeciones deben superar las evidencias prima facie de que el acuerdo es bueno: es decir, que los dos personas que más conocen y es más probable que se vean afectadas por el negocio son los propios participantes. Cualquier intento de bloquear su transacción indudablemente estropeará los planes del granjero y de Johnny, ya que fue solo su deseo comerciar para empezar lo que hizo que interesara a observadores afectados. (No tiene sentido impedir que la gente haga lo que no quiere hacer de todas maneras).

En lo que se refiere al comercio internacional, la historia se complica, pero permanece el principio general: Los individuos intentan mejorar sus vidas mediante cooperación voluntaria, mientras que a terceros les preocupa que estas personas no puedan conocer lo que les interesa. E igual que con el granjero y Johnny, los críticos en esta área deben superar de nuevo una presunción por defecto en favor de los participantes, porque hay beneficios bastante directos y tangibles en la disposición voluntaria de los bienes y trabajadores del mundo.

El ejemplo clásico del libre comercio se basaba en la simple aritmética: Cuando los trabajadores en cada país se especializan en aquellos sectores en los que tienen una ventaja, se puede producir en total más bienes y (mediante comercio) hay más a consumir para todos. Cuando la ventaja de una nación es absoluta, este principio es evidente. (Si los trabajadores franceses pueden fabricar 5 jerséis o 10 botellas de vino por hora, mientras que los trabajadores ingleses pueden fabricar 10 jerséis o 5 botellas de vino por hora, entonces se fabricarán más jerséis y vino si los franceses se especializan en vino y los ingleses en jerséis).

Sin embargo, como es conocido que demostró Ricardo, la especialización y el comercio pueden beneficiar incluso a un país que tenga una ventaja absoluta en todos los sectores. En este caso, el país privilegiado debería hacer que sus trabajadores se especializaran en su ventaja comparativa (o relativa), es decir, en el sector en el que sean realmente buenos. (Si cambiamos las cifras y suponemos que los trabajadores franceses pueden fabricar 1 jersey o 3 botellas de vino por hora, mientras que los trabajadores ingleses aún pueden fabricar 10 jerséis o 5 botellas de vino por hora, entonces los ingleses deberían aun así importar si vino de Francia). Advirtamos que sigue teniendo perfecto sentido económico para el granjero contratar a Johnny, aunque el hombre fuerte pueda pintar el granero en menos tiempo del que toma al joven, porque el trabajo del granjero se emplea mejor dedicándose a sus cultivos y animales.

Aunque simple, la base de la fábula ricardiana ilustra una característica importante de la cooperación humana: Debido a las distintas habilidades de sus miembros, cualquier grupo concreto puede aumentar su consumo si coopera al dejar que otra persona haga aquellos en lo que es (relativamente) mejor y dividiendo luego el producto total, en lugar de hacer que cada individuo consuma solo lo que pueda producir aisladamente. Este principio es verdadero ya estemos hablando de nuestro granjero y Johnny, los robinsones suizos o los millones de ciudadanos que viven en Francia e Inglaterra. Cualquier obstáculo externo (como aranceles u otras regulaciones públicas) reduciría la cantidad total de bienes producidos. Ahora bien, tal vez esas medias puedan estar justificadas por razones de equidad o algún otro criterio, pero no deberíamos olvidar que hay menos cosas en total cuando la mano de obra se canaliza hacia líneas menos productivas.

Antes de ocuparnos de preocupaciones más recientes, debo tratar el tema de los empleos. Parece como si la argumentación de Ricardo tratar a los humanos exclusivamente como consumidores, olvidando su papel como productores. Después de todo, en nuestras sencillas historias anteriores, el sector francés del jersey se ve arruinado por el comercio sin restricciones con Inglaterra. ¿Qué pasa con estos trabajadores desplazados?

La respuesta corta y despiadada es. “cuando sean despedidos de la fábricas de jerséis, serán contratados por los fabricantes de vino”. (Después de todo, eso es lo que significa para Francia “especializarse en la producción de vino”: los trabajadores franceses se ocupan de producir botellas de vino). Por supuesto, en el mundo real la transición no será tan inmediata y puede haber un periodo definido de dolor para el trabajador desplazado. Pero si mantenemos un sistema en el que se permita a cada trabajador elegir su trabajo (en lugar de tener un sistema de gobierno o de casta que lo elija), entonces las realidades económicas subyacentes deben de alguna manera influir en las decisiones de los trabajadores: en una economía de mercado, el mecanismo es el sistema de precios. En nuestro ejemplo anterior, lo que ocurre realmente es que los fabricantes franceses de jerséis no pueden permitirse pagar a los trabajadores tanto como los fabricantes franceses de vino. Así que no es tanto que se “destruyan” los trabajos en jerséis, sino más bien que sus salarios potenciales son tan bajos que todos aceptan trabajar para los productores de vino, que pagan más.

En lugar de atacar directamente a Ricardo, los escépticos reticentes al comercio sin barreras han argumentado que su lógica es ahora irrelevante. Mientras que Ricardo suponía un mundo en el que la mano de obra y los bienes de capital eran fijos en cada país y solo los bienes finales cruzaban las fronteras, en el mercado global actual pueden desmantelarse fábricas enteras y enviarse a dondequiera que sea más barata la mano de obra. Paul Craig Roberts, antiguo subsecretario del Tesoro en la administración Reagan, usó justamente este argumento cuando se unió a Charles Schumer en un artículo en el New York Times.[1] Los autores escribían que no tenían problemas con la defensa clásica del libre comercio. Pero las cosas no son tan sencillas en la nueva economía, en la que (por ejemplo) los radiólogos de EEUU se quedan sin trabajo “porque los datos del MRI pueden enviarse por Internet a radiólogos asiáticos capaces de diagnosticar el problema por una pequeña fracción del coste”.

¿Presenta realmente este caso alguna diferencia importante respecto de nuestro cuento de jerséis ingleses y vino francés? Después de todo, si el radiólogo asiático hubiera sencillamente programado su conocimiento en lectores portátiles de MRI que generaran diagnósticos expertos y luego enviara estas máquinas a EEUU, los radiólogos estadounidenses también se quedarían sin trabajo. Y aun así este ejemplo revisado cae completamente dentro de los supuestos del argumento de Ricardo. ¿Así que Roberts y Schumer están diciendo que este tipo de evolución sería bueno (recordemos que los estadounidenses enfermos conseguirían ahora un tratamiento médico más barato debido a los costes más bajos), pero el método alternativo (es decir, enviar los datos por Internet) es horrible?

Los autores continúan apuntando las causas de la perturbadora nueva tendencia:

Primero, la nueva estabilidad política está permitiendo que capitales y tecnologías circulen mucho más libremente por el mundo. Segundo, los sólidos sistemas educativos están produciendo decena s de millones de trabajadores inteligentes y motivados en el mundo en desarrollo, particularmente en India y China, que están tan capacitados como los trabajadores mejor formados en el mundo desarrollado, pero dispuestos a trabajar con una mínima fracción del coste. Finalmente, las comunicaciones de banda ancha y bajo coste hacen posible que se ubiquen y gestionen eficazmente grandes fuerzas productivas en cualquier lugar.

¿Hemos reducido todo a esto? ¿A lamentar la estabilidad política, los trabajadores formados y la mejora en las comunicaciones? ¿Realmente la cooperación humana (dejar a la gente que elija libremente qué productos comprar, dónde vivir y dónde invertir su capital, independientemente de fronteras geográficas arbitrarias) es solo eficaz  entre disturbios políticos, trabajadores ignorantes y el Pony Express?

En lo que se refiere al comercio internacional, hay muchos temas importantes y por supuesto debemos considerar todos antes de llegar a ninguna conclusión. Sin embargo debemos resistir la mentalidad tribal de suponer que los cambios beneficiosos para ellos deben traducirse necesariamente en miseria para nosotros. La pregunta de hoy (“¿Importar trabajadores o exportar trabajos?”) invita a un pensamiento de suma cero si se ve como una alternativa. (Si nosotros optamos por importar trabajadores, entonces ellos deben exportar trabajos y viceversa). De hecho, preguntar si es justo permitir a los trabajadores buscarse una vida mejor implica directamente esclavitud: que son “nuestros” trabajadores y solo puede permitírseles emigrar con nuestro permiso.

El cambio siempre causa dolor a corto plazo para algunos grupos; los ejemplos manidos de operadoras de centralitas y fabricantes de carruajes vienen a la mente. Pero a largo plazo todos se benefician de la cooperación. Debemos abandonar los sofismas económicos y reconocer la verdad evidente de que la libertad política, los trabajadores más inteligentes y la mejor tecnología son algo a celebrar, no a temer.


[1] Charles Schumer y Paul Craig Roberts, “Second Thoughts on Free Trade”, New York Times, 6 de enero de 2004.


Publicado el 6 de diciembre de 2004. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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