Economía austriaca y liberalismo clásico

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[Publicado originalmente en Advances in Austrian Economics, Volumen 2A, JAI Press, 1995, páginas 3-38]

 

I.                   Prólogo

El liberalismo clásico (al que llamaremos aquí sencillamente liberalismo) se basa en la concepción de la sociedad como, en general,  autorregulada cuando sus miembros son libres de actuar dentro de márgenes muy amplios de sus derechos individuales. Entre estos, al derecho de propiedad privada, incluyendo la libertad de contratación y la libre disposición de tu propio trabajo, se le da una prioridad muy alta. Históricamente, el liberalismo ha manifestado una hostilidad a la acción del estado, que, insiste, debería reducirse al mínimo (Raico 1992, 1994).

La economía austriaca es l nombre dado a la escuela, o rama, de la teoría económica que empezó con Carl Menger (Kirzner 1987; Hayek 1968) y se ha relacionado frecuentemente (tanto por partidarios como por oponentes) con la doctrina liberal. El propósito de este trabajo es examinar las conexiones que existen o se ha sostenido que existen, entre economía austriaca y liberalismo.

II.               Economía Austriaca y Wertfreiheit

Los escritores se han referido a veces sin reservas a “la posición ética austriaca” (Shand 1984, p. 221) y a la “postura moral y ética” de los economistas austriacos (Reekie 1984, p. 176), indicando una postura con fuertes implicaciones (liberales) en la política. A primera vista, esto es sorprendente, ya que los economistas austriacos se han esforzado en afirmar la Wertfreiheit (neutralidad valorativa) de su teoría y por tanto en ser conformes con las restricciones weberianas sobre el carácter de las teorías científicas (Kirzner 1992b). Ludwig von Mises, por ejemplo (1949, p. 881), decía que “la economía es apolítica o no política (…) es perfectamente neutral con respecto a los juicios de valor, al referirse siempre a medios y nunca a la elección de fines últimos”.

Dicho esto, sin embargo el hecho es que todas las grandes figuras en el desarrollo de la economía austriaca adoptaron normalmente posturas en asuntos políticos que sostenían que estaban basadas de alguna manera en sus doctrinas económicas. Mises, por ejemplo, es ampliamente reconocido como probablemente el principal pensador liberal del siglo XX. En su obra maestra, La acción humana (1949), ilustraba la relación entre economistas libres de valores y políticos liberales:

Mientras que la praxeología, y por tanto también la economía, utilizan las expresiones felicidad y eliminación de la incomodidad en un sentido puramente formal, el liberalismo les atribuye un significado concreto. Presupone que la gente prefiere la vida a la muerte, la salud a la enfermedad, al alimentación al hambre, la abundancia a la pobreza. Enseña al hombre cómo actuar de acuerdo con estas valoraciones. (…) Los liberales no afirman que los hombres tengan que luchar por los objetivos antes mencionados. Lo que mantiene es que la inmensa mayoría los prefiere. (p. 154)[1]

Según Mises, la economía enseña los medios necesarios para la promoción de los valores que apoya la mayoría de la gente. Estos medios comprenden, básicamente, la conservación de una economía de libre mercado. Así que el economista como tal no hace juicios de valor, ni siquiera juicios políticos de valor. Solo propone imperativos hipotéticos (si quieres lograr A y B es el medio necesario para el logro de A, entonces haz B) (Rothbard 1962, volumen 2, pp. 880-881, 1976b). Una cuestión que nos afectaría sería si la división entre teoría austriaca y principios liberales es un corte quirúrgico tan claro como parece sugerirse.

III.            Individualismo metodológico

El individualismo metodológico ha sido una piedra angular de la economía austriaca desde la publicación de la primera obra austriaca, los Principios de Menger, en 1871.[2] Como escribió Menger en sus Investigaciones:

La nación como tal no es un gran sujeto que tenga necesidades, que trabaje, practique la economía y consuma. (…) Así que el fenómeno de la “economía nacional” (…) es más bien el resultado de todos los innumerables esfuerzos económicos individuales en la nación (…) [y] debe asimismo interpretarse teóricamente bajo esta perspectiva. (…) Quien quiera entender teóricamente los fenómenos de la “economía nacional” (…) debe por esta razón tratar de remontarse a sus verdaderos  elementos, a las economías singulares en la nación y a investigar las leyes por las que los primeros se construyen a partir de los segundos. (Menger 1985, p. 93, cursivas originales)

El individualismo metodológico fue apoyado por los demás líderes austriacos[3] hasta el punto de que Fritz Machlup (1981) pudo clasificarlo como el primero de “los requisitos más típicos de un verdadero partidario de la Escuela Austriaca”.

Tal vez por las connotaciones del nombre, los austriacos han destacado que de lo que se trata es de individualismo metodológico. Israel Kirzner (1987, p. 148) cita los criterios de austricismo de Machlup, incluyendo al individualismo metodológico como el primero. Sin embargo advierte entre paréntesis que esto “no ha de confundirse con el individualismo político o ideológico”: se refiere únicamente “a la afirmación de que los fenómenos económicos han de explicarse remontándose a las acciones de los individuos”.

Lawrence H. White (1990, p. 356) también parece querer distanciar el individualismo metodológico de cualquier indicio político. White critica a Max Alter por aludir a una batalla “política” a este respecto, comentando: “de hecho la expresión individualismo metodológico fue acuñada precisamente para distinguirlo de otras variedades de individualismo, incluyendo la variedad política”.

Pero la cuestión que nos interesa no es si el método característico de la Escuela Austriaca es idéntico al del individualismo en su sentido político (normalmente más o menos un sinónimo del liberalismo). Evidentemente no lo es. La cuestión es si el propio método tiene alguna implicación política.

Es indudablemente posible que alguien adopte el individualismo metodológico y no apoye el liberalismo (Boehm 1985, pp. 252-253). Jon Elster, por ejemplo, es capaz de insistir en la necesidad del individualismo metodológico en las ciencias sociales mientras continúa considerándose marxista (Elster 1985, pp. 4–8).[4] Pero es significativo que Elster rechace ciertas afirmaciones de Marx basándose en su incoherencia con el individualismo metodológico.

En general, parece claro que la aproximación austriaca en metodología tiende a excluir ideologías holísticas que resultan también ser incompatibles con el liberalismo, como el marxismo clásico y ciertas variedades de racismo e hipernacionalismo.[5] Así que, en este sentido, no es simplemente individualismo metodológico.

Los factores políticos desempeñaron un papel en el debate sobre metodología austriaca desde el principio. El mismo hecho de que “nación” y “estado”, entendidos como entidades holísticas, no eran primarios en su sistema separaba a Menger de importantes corrientes de pensamiento económico en el mundo germanoparlante de su tiempo. De hecho, basándose en la metodología de Menger, Gustav Schmoller, líder de la Escuela Histórica Alemana, politizó instantáneamente todo el debate. En su reseña de las Investigaciones de Menger, Schmoller acusaba a este de adherirse al Manchestertum (laissez-faire), ya que su método abstracto y “atomista” podría calificarse mejor como el método “manchesteriano-individualista” (Schmoller 1883, p. 241).

Friedrich von Wieser (1923), uno de los fundadores de la Escuela Austriaca, introdujo una curiosa nota política al explicar los orígenes del austricismo. Wieser recordaba cómo, como joven economista, tanto a él como a Eugen von Böhm-Bawerk les había sorprendido la contradicción en la economía clásica:

Aunque la acusación principal que se planteaba contra los economistas clásicos en Alemania se refería a su individualismo [político], descubrimos que habían sido infieles a su credo individualista desde el principio. Como verdaderos individualistas habrían tenido que explicar la economía desde los individuos dedicados a la actividad económica que se reunía en dicha economía. (p. 87)

Muchas décadas después, Hayek coincidía en cierto modo con Schmoller y Wieser. La idea central de su obra más extensa sobre metodología, La contrarrevolución de la ciencia, es precisamente la conexión histórica y teórica entre la negación del individualismo metodológico y el crecimiento del socialismo. Hayek (1955) ataca el “colectivismo metodológico” con

su tendencia a tratar totales como “sociedad” o la “economía”, el “capitalismo” (…) o una “industria” o “clase” o “país” particular como objetos dados definitivamente sobre los que podemos descubrir leyes observando su comportamiento como totales. (…) La visión ingenua que considera las complejidades que estudia la historia como totales dados lleva naturalmente a la creencia de que su observación puede revelar “leyes” del desarrollo de estos totales. (pp. 53, 73)

El supuesto descubrimiento de dichas leyes ha generado la construcción de filosofías de la historia sobre las que se han erigido grandes proyectos socialistas (el marxismo, por supuesto, pero particularmente el saint-simonismo, el sistema que Hayel disecciona en su libro. Los saint-simonianos eran los practicantes por excelencia del cientifismo, la aplicación ilegítima al estudio de la sociedad de los métodos de las ciencias naturales.

Y es el cientifismo (la negación del individualismo metodológico) lo que, según Hayek, “mediante sus popularizadores, ha hecho más por crear la actual tendencia hacia el socialismo que todos los conflictos entre intereses económicos” (Hayek 1955, pp. 100-101). Por la misma razón, lo opositores políticos del liberalismo, al criticar a Hayek en esta área, han supuesto que su individualismo metodológico estaba relacionado muy de cerca con su filosofía política.[6]

Los críticos marxistas han apuntado algo más respecto de la metodología austriaca. En su opinión, entorpece nuestra comprensión de la realidad social. Según Ronald Meek (1972), el marginalismo (incluyendo la economía austriaca) se refugia en un esquema centrado en la psicología de individuos aislados y atomistas, desviando así (inadvertidamente) la atención de las cuestiones cruciales de la economía política que habían sido el objeto de la economía clásica (incluyendo al marxismo). En consecuencia, los asuntos de la “vida real”, como la división del producto social entre las clases en competencia (“esos grandes problemas de la realidad capitalista que preocupan al hombre de la calle”  -1972, p. 505-) se han ignorado sistemáticamente.

Si9n embargo, la crítica marxista parecería mal dirigida. La aproximación abstracta del austricismo pertenece (necesariamente) a su teoría. Puede concederse que muchos austriacos han dejado de aplicar su teoría a la comprensión de asuntos concretos, de la “vida real”. Que este defecto no es intrínseco de la economía austriaca, se demuestra sin embargo en el hecho de que al menos un economista austriaco famoso, Murray N. Rothbard, se haya dedicado no solo a la “economía pura”, sino asimismo a cuestiones muy importantes de economía política, tanto a nivel teórico como en contextos históricos concretos (por ejemplo, Rothbard 1963, 1970; sobre individualismo metodológico, ver Rothbard 1979).[7]

IV.             Subjetivismo

La economía austriaca empieza y destaca constantemente la acción del ser humano individual (Mises 1949, pp. 11-29; Rothbard 1962, pp. 1-8). Según Lachmann (1978), para la escuela austriaca:

el diseño de pensamiento, el cálculo económico o el plan económico del individuo, siempre están en el primer plano del interés teórico. (…) La importancia de la escuela austriaca en la historia de las ideas encuentra su expresión más elocuente en la declaración de que aquí, el hombre como actor se encuentra en el centro de los acontecimientos económicos (p. 47, 51).[8]

La economía austriaca destaca el papel perpetuamente activo de todos los participantes en los procesos del mercado. Incluso los consumidores se ven, no como algo fijo en las funciones de consumo, sino como fuentes de cambio incesante. Como dijo Mises (1949) con respecto a la función empresarial:

No es la característica particular de un grupo o clase especial de hombre: es propio de toda acción y recae sobre todo actor. (…) Capitalistas, terratenientes y trabajadores son necesariamente especuladores. Lo mismo es el consumidor al proveerse para necesidades futuras previstas. (pp. 253-254).

Puede compararse este punto de vista con la teoría neoclásica, de la que Lachmann declaraba; “Fundamentalmente, no podemos hablar aquí de actividad económica. Como en la naturaleza, la gente reacciona a las condiciones externas actuales de su existencia económica: no actúa” (1978, p. 51, cursivas originales). En apoyo de este juicio tan severo, Lachmann citaba la declaración de Pareto: “El individuo puede desaparecer, siempre que nos deje esta fotografía de sus gustos” (1978, p. 56).[9]

Enfurecido por tal depreciación del hombre individual que actúa, Lachmann atacó (1978, p. 181) el “árido formalismo” de la economía neoclásica, que trata “las manifestaciones de la mente humana en familias y mercados como entidades puramente formales a la par con los recursos materiales”.[10] Por el contrario, la economía austriaca destaca la lucidez, curiosidad y creación llena de recursos del individuo, especialmente respecto del empresario y la función empresarial.[11]

En toda esta área hay una fuerte relación con un importante elemento del liberalismo clásico, ejemplificado en el primer Wilhelm von Humboldt, Benjamin Constant y De la libertad, de J.S. Mill.[12] Al combatir ideologías autoritarias, los pensadores liberales se centraron en el ser humano individual por sí mismo (es decir, independientemente de la clase, la raza, etc.) como origen de respuestas creativas a los desafíos de un mundo en constante cambio. De esto deducían la reclamación liberal principal y más general, la necesidad de conceder un campo lo más amplio posible a la libertad individual de elección y acción.

A nivel político, la metodología individualista y subjetivista del austricismo puede tender, al menos indirectamente, a influir en decisiones en una dirección liberal. Los economistas austriacos son escépticos respecto de los modelos macroeconómicos ideados por economistas “ortodoxos”, con su suposición de que diversas magnitudes económicas actúan entre sí.[13] Aunque es posible que un macroeconomista sea liberal, puede argumentarse que hay afinidades entre una aproximación macroeconómica y políticas antiliberales. Hayek, por ejemplo, escribió sobre el cambio de interés de la micro a la macroeconomía asociados con la revolución keynesiana:

Había en buena medida una creciente demanda de un mayor control deliberado del proceso económico (que requería más conocimiento de los efectos concretos a esperar de medidas particulares) que llevó al esfuerzo de usar la información estadística obtenible como base de esas predicciones (Hayek 1973, p. 12).

La economía austriaca adoptar un punto de vista igualmente escéptico en la economía social, que sostiene, también viola el principio de subjetivismo. Como dice Kirzner: “Esencial en esta teoría es el intento de agregar en cierto modo, los gustos, los propósitos o la satisfacción de los individuos en una entidad que sea el ideal de política económica a maximizar” (1976a, pp. 84–85, cursivas originales). El austricismo, por el contrario, proporciona un marco analítico “que conserva la individualidad de los propósitos individuales” mediante el uso del concepto de coordinación de planes individuales a través de procesos de mercado.

La individualidad muestra una conexión íntima, tal vez incluso lógica, con la diversidad y el austricismo, en contraste con la economía neoclásica, acentúa igualmente el papel de la diversidad en la vida económica. Como escribía Lachmann (1978, p. 189): “El defecto del formalismo es precisamente este, que diversos fenómenos que no tienen nada sustancial en común se agrupan en la misma forma conceptual y luego se tratan como idénticos”.

En la medida en que la economía austriaca destaca la importancia de las diferencias individuales y la diversidad, una aproximación estatista a la política se convierte en problemática. Parece difícil evitar la conclusión de que la acción positiva del gobierno debe siempre abstraerse en diversos grados de las diferencias en casos individuales, conllevando un alto grado de uniformidad y por tanto la probabilidad de un desajuste con las circunstancias sociales reales.[14] Así que parece que el énfasis característicamente austriaco (sobre el papel de la atención individual a las oportunidades en su campo, sobre el mercado como proceso de descubrimiento, sobre la heterogeniedad de los factores de producción) está hablando en muchos puntos contra la posibilidad tanto de planificación socialista como de la intervención eficaz del estado en la economía.

El miedo a que el activismo torpe y pesado del gobierno aplaste “la individualidad de los propósitos individuales” y la diversidad humana fue compartido por varios de los grandes liberales del pasado. Por ejemplo, Wilhelm von Humboldt escribía:

La diligencia de un estado respecto del bienestar positivo de sus ciudadanos debe además ser dañina en el sentido de que tiene que operar sobre una masa promiscua de individualidades y por tanto daña a estos por medidas que no pueden atender casos individuales. (1969, p. 32)

Aparte de tener implicaciones para la política, la preocupación austriaca por la diversidad de los seres humanos y sus situaciones es fuertemente congruente con la visión de la naturaleza del hombre del liberalismo.[15] El epígrafe que puso John Stuart Mill al principio de su De la libertad, de Los límites de la acción del estado, resume este punto de vista liberal (Mill 1985):

El gran principio esencial hacia el que se dirige directamente todo argumento desarrollado en estas páginas es la importancia absoluta y esencial del desarrollo humano en su más rica diversidad. (p. 57)

El que la individualidad implica desigualdad es algo que afirman tanto la economía austriaca como la filosofía social liberal.[16] Frente a la escuela neoclásica, la aproximación austriaca, como decía Lachmann (1978, pp. 51-52) ve a los hombres como altamente desiguales, con distintas necesidades y capacidades que afectan decisivamente a las transacciones del mercado: “El hombre como consumidor no puede reducirse a ninguna clase homogénea. Lo mismo puede decirse del hombre como productor”.

Parece claro que este subrayado metodológico de la desigualdad humana tiene afinidades con el principio liberal de la desigualdad de riqueza y rentas (Mises 1978a, pp. 27-30). Mises, que cría en la desigualdad innata psicológica e intelectual de los seres humanos (1990), decía directamente (1949, p. 836) que “la desigualdad de rentas y riqueza es una característica propia de la economía de mercado. Su eliminación destruiría completamente la economía de mercado”.

Lachmann consentía la desigualdad de influencia y poder social, declarando (1978, p. 102) que “el proceso de mercado está íntimamente relacionado con lo que Pareto llamaba ‘la circulación de élites’, tal vez el más importante de todos los procesos sociales” y continuaba afirmando que “El igualitarismo es el mito favorito de nuestro siglo. Ninguna persona que piense puede dejar de advertir que al hacerse más civilizadas las sociedades, las desigualdades están condenadas a aumentar” (1978, p. 108).

V.                 Apriorismo

Otro tema que se ha planteado con respecto a la metodología austriaca se refiere a su aproximación estrictamente apriorística de Ludwig von Mises y sus seguidores. Aquí se ha avanzado la (sorprendente) afirmación de que el método de Mises es incoherente con los principios liberales.

T.W. Hutchison (1981, pp. 223-224) mantenía que hay una clara división en principios metodológicos entre Mises y el posterior Hayek (“Hayek II”, como él le llama) y sugería que la propia distinción de Hayek entre individualismo “verdadero” y “falso” es importante para esta división (Hayek 1948, pp. 1-32). En el análisis de Hayek, el verdadero individualismo se identifica con la tradición empírica británica, mientras que la variedad falsa se relaciona con la tradición racionalista francesa que deriva de Descartes. Hutchison cita el ensayo de Hayek:

La aproximación antirracionalista, que no considera al hombre como un ser altamente racional e inteligente sino como muy irracional y falible, cuyos errores individuales se corrigen solo en el curso del proceso social y que busca conseguir lo máximo de un material muy imperfecto, es probablemente lo más característico de del individualismo inglés. (Citado en Hutchison 1981, p. 224)

Hutchison sostiene que Hayek llegó al menos implícitamente a colocar a Mises en la categoría de “falso individualista”, ya que, según Hutchison, “indudablemente ningún individualista ‘verdadero’ reclamaría conocer proposiciones significativas a priori con ‘certidumbre apodíctica’, que estén ‘más allá de la posibilidad de discusión’”, como hacía Mises. Poniéndose claramente del lado de lo que considera ser la postura del Hayek posterior, Hutchison escribía:

Sugeriríamos que (…) el individualismo “falso”, igual que el “verdadero”, ha estado muy presente entre las opiniones austriacas modernas sobre la filosofía y método de la economía (…) es importante que la metodología, o epistemología, [de los austriacos] deba ser clara, lógica y explícitamente compatible con sus principios políticos. Igual que su ética, política y economía, la libertad tiene su epistemología, que debe indudablemente ser uno de sus aspectos y requisitos fundamentales. (1981, p. 224)[17]

Milton Friedman (1991) ha lanzado un ataque similar a Mises. Friedman dice que “el valor humano básico que subyace mis propias creencia [políticas]” es “la tolerancia, basada en la humildad. No tengo derecho a coaccionar a nadie, porque no puedo estar seguro de que yo tengo razón y él se equivoca”. Al acusar a Mises (así como a Ayn Rand) de “intolerancia en el comportamiento personal”, Friedman atribuye este supuesto defecto en el carácter de Mises a “su doctrina metodológica de la praxeología”. Friedman explica:

Su idea fundamental era que conocemos cosas acerca de la “acción humana” (el título de su famoso libro) porque somos seres humanos. En consecuencia, argumentaba, tenemos un conocimiento absolutamente seguro de las motivaciones de la acción humana y mantenía que podemos llegar a conclusiones sustantivas a partir de ese conocimiento básico. Hechos, estadísticas u otras evidencias no pueden, argumentaba, utilizarse para poner a prueba esas conclusiones. (…) Esa filosofía convierte en una religión a un cuerpo variado de conclusiones sustantivas. (…) Supongamos que dos personas que comparten la visión praxeológica de Von Mises llegan a conclusiones contradictorias sobre algo. ¿Cómo pueden resolver su diferencia? La única forma de hacerlo es mediante una discusión puramente lógica. Uno tiene que decir a otro: “Te has equivocado al razonar”. Y el otro tiene que decir: “No, tú te has equivocado al razonar”. Supongamos que ninguno cree que se haya equivocado al razonar. Solo queda una cosa por hacer: pelearse. (1991, p. 18)

Es sencillamente desconcertante que un argumento así pueda proceder de una fuente tan distinguida. Entre otros problemas, la teoría de Friedman prevería la aparición de incesantes derramamientos de sangre entre matemáticos y lógicos; la ano aparición de esos derramamientos invalida así esa teoría en los propios términos positivistas de Friedman.

Además, la postura de Friedman conlleva que ninguna persona religiosa que se sienta segura de sus creencias podría tener una razón justificada para respetar las creencias religiosas de otros que se opongan a las suyas, lo que es un absurdo. Finalmente, su “explicación” de la supuesta “intolerancia” personal de Mises no explica la tolerancia personal de otros practicantes del apriorismo en economía.[18]

Respecto de Hutchinson, realmente no ofrece ningún argumento en absoluto para sus extraño ataque a Mises.[19] Por el contrario, hay una velada sugerencia de que la teoría del conocimiento de Karl Poper, un socialdemócrata y keynesiano (como era cuando desarrolló su teoría) es de alguna manera la “epistemología de la libertad”.

También está la adopción, sin argumentación, de la muy dudosa distinción de Hayek entre individualismo francés “falso” e individualismo británico “verdadero” y la confusa explicación de la historia intelectual que construye Hayek a partir de esta supuesta distinción.[20] En todo caso, Hutchison, como Friedman, no ofrece ninguna respuesta a la objeción de que el problema, si lo hay, no es el apriorismo como tal, ya que, como apunta Caldwell (1984, p. 367): “Cualquier opinión puede sostenerse dogmáticamente y usarse de una forma autoritaria”.[21]

VI.             Teoría económica austriaca

Hay un sentido en el que la teoría económica como tal, cualquier economía analítica, puede decirse que esté a favor del mercado. Como señalaba Hayek (1933), respecto de los ataques a la economía en el siglo XIX:

La existencia de un cuerpo de razonamiento que impedía a la gente seguir sus primeras acciones impulsivas y les obligaba a considerar los efectos indirectos, que solo podían verse ejercitando el intelecto, contra el sentimiento intenso causado por la observación directa de sufrimiento concreto, entonces como ahora, ocasionaba un intenso resentimiento. (p. 125)[22]

Pero la economía austriaca se ha ligado tan a menudo y tan de cerca al liberalismo que es posible ver la relación también en sus teorías económicas características.

El ataque teórico sostenido sobre la posibilidad de una planificación económica racional bajo el socialismo que fue iniciado por Mises y luego liderado por él y Hayek ha desempeñado sin duda un papel importante (y correctamente) en asociar a la escuela con la doctrina liberal.[23] En las siguientes décadas, la opinión común entre economistas (de que Mises y Hayek habían sido superados por sus adversarios socialistas) tendía a confirmar la sensación de que la postura austriaca en general era anticuada y obsoleta.[24]

Sin embargo, trabajos recientes (Lavoie 1985; Boettke 1990; Steele 1992), así como ciertos acontecimientos mundiales bien conocidos, han servido para cambiar el viejo veredicto sobre el debate del cálculo económico. De hecho, la revolución en el pensamiento ha llevado a un economista austriaco a remarcar que “es realmente escandaloso observar cómo décadas de ridiculización de la ‘tesis de la imposibilidad’ [respecto de la planificación racional bajo el socialismo] de Mises de repente dan paso a un aprecio de sus opiniones como si hubieran sido parte de la sabiduría convencional durante todo el tiempo” (Boehm 1990, p. 231).[25]

Una crítica importante de la economía de mercado desde al menos los tiempos de Sismondi y los saint-simonianos ha sido que es inherentemente vulerable al ciclo económico. En un agudo contraste, la teoría austriaca del ciclo económico, original de Mises y desarrollada por Hayek y otros (ver, por ejemplo, Mises 1949, pp. 547-583), atribuye el ciclo de “auge-declive” a la expansión del crédito, que distorsiona sistemáticamente las señales que de otra manera proporcionaría para el funcionamiento correcto de los mercados.

Como dice Rothbard (1963, p. 35): “El mercado no intervenido asegura que se desarrolla armoniosamente una estructura complementaria de capital: la expansión del crédito bancario restringe el mercado y destruye los procesos que generan una estructura equilibrada”. Como la expansión del crédito se hace posible mediante la acción del estado, el ciclo económico, lejos de ser una consecuencia natural del libre mercado y una dura carga contra él, es en definitiva atribuible al gobierno, especialmente en la era de la banca centralizada (Rothbard 1962, volumen 2, pp. 871-874, 1963, pp. 25-33).

Las teorías económicas austriacas apoyan el liberalismo también de otras maneras. El análisis del mercado como un proceso rechaza ciertos movimientos intervencionistas o socialistas característicos, por ejemplo, viendo el total de rentas de personas y empresas dentro de una jurisdicción nacional como una especie de “tarta nacional”, que puede dividirse a voluntad. El concepto del mercado como proceso también ayuda a validar las desigualdades sociales propias del capitalismo. Como decía Mises (1949):

El proceso selectivo del mercado se produce por el esfuerzo combinado de todos los miembros de la economía de mercado. (…) El resultado de estos esfuerzos es no solo la estructura de precios sino nada menos que la estructura social, la asignación de tareas concretas de los diversos individuos. El mercado hace a la gente rica o pobre, determinar quién dirigirá las grandes fábricas y quién fregará los suelos, fija cuánta gente trabajará en las minas de cobre y cuánta en las orquestas sinfónicas. Ninguna de estas decisiones se realiza de una vez y para siempre: son revocables cada día. (p. 308)

Otro concepto austriaco, el de los precios como información sustitutiva, también milita contra el intervencionismo. Streissler apunta (1988, p. 195) que Mises, a partir de Wieser, atacaba al intervencionismo por destruir “el mecanismo de creación y divulgación de información acerca de circunstancias económicas relevantes, es decir, los precios de mercado”, impidiendo así la eficiencia económicas.

La exploración de Kirzner de las condiciones “existenciales” de los participantes en los procesos de mercado genera quizá otra relación cercana con la doctrina liberal. Según Kirzner (1992a):

Para la ciencia de la acción humana, la libertad es la circunstancia que permite e inspira a los participantes en el mercado a ser conscientes de los cambios benéficos (o no) en sus circunstancias. (…) Una comprensión de la economía misesiana nos permite así ver directamente cómo apunta certeramente a la utilidad social de las instituciones políticas que garantizan las libertades individuales y la seguridad de los derechos de los individuos a la vida y la propiedad. (p. 248)

Pero probablemente las bases más claras y convincentes para identificar economía austriaca y libre mercado tengan que ver con la concepción general de la vida económica propuesta por los austriacos, empezando por Menger. Como escribía Hayek (1973):

Fue esta extensión, de la derivación de valor de un bien por su utilidad, desde el caso de cantidades concretas de bienes de consumo al caso general de todos los bienes, incluyendo los factores de producción, el principal logro de Menger. (p. 7)[26]

Esto fue un punto de vista que se hizo habitual con todos los fundadores. Kauder (1957, p. 418) apuntaba que “para Wieser, Menger y especialmente Böhm-Bawerk, los deseos del consumidor son el principio y fin del nexo causal. El propósito y la causa de la acción económica son idénticos”.

Según Kirzner (1990), fue esta visión esencial lo que explica por qué, a pesar de las opiniones políticas particulares de sus fundadores (ver Sección IX), el austricismo se percibió como la economía del mercado libre. Las obras de los fundadores

expresaban una comprensión de los mercados, por sí misma, sugería fuertemente un aprecio más radical por los mercados libres del que mostraban los propios primeros austriacos. Es esta última circunstancia, suponemos, la que explica cómo, cuando los austriacos posteriores llegaron a posturas aún más coherentes de laissez faire, fueron vistos por los historiadores del pensamiento como de alguna manera siguiendo una tradición austriaca que podía remontarse hasta sus fundadores. (p. 93, cursivas originales)

Así que Kirzner apoya implícitamente la postura que mantuvo Mises en su respuesta a F.X. Weiss (ver sección IX). Lo esencial no son las opiniones políticas condicionadas histórica y personalmente de los primeros austriacos, sino la “visión general de la economía” que fue una innovación en Menger y fue compartida por sus sucesores. La economía de mercado se vía como

Un sistema dirigido completa e independientemente por las decisiones y valoraciones de los consumidores, con estas valoraciones transmitidas “hacia arriba” a través de sistema a “bienes de orden superior”, determinando cómo estos bienes escasos de orden superior son asignados entre sectores y cómo son valorados y remunerados como parte de un solo proceso dirigdo por el consumidor. (Kirzner 1990, p. 99)[27]

Frente a los economistas clásicos, que veían al sistema capitalista como productor de la mayor cantidad posible de bienes materiales, la visión de Menger era que era “un patrón de gobierno económico ejercitado por las preferencias del consumidor” (1990, p. 99, cursivas originales). Posteriormente, W.H. Hutt acuñó la expresión “soberanía del consumidor” para este estado de cosas). Como apunta Kirzner, “fue esta idea completamente mengeriana la que alimentó la polémica de toda la vida de Mises contra las incomprensiones socialistas e intervencionistas de la economía de mercado” (1990, p. 100). Y puede añadirse que era esta idea la que aterrorizaba a los marxistas.[28]

VII.          El orden espontáneo en la sociedad

Como el liberalismo se basa en el reconocimiento de la capacidad de autorregulación de la sociedad civil (es decir, el orden social menos el estado), cualquier teoría social que se centre sobre esa capacidad genera un poderoso apoyo a la posición liberal. Los austriacos contemporáneos se encontrarán en buena medida de acuerdo en general con Rothbard cuando escribe (1963):

La red de estos intercambios libres en la sociedad (conocida como el “mercado libre”) crea un mecanismo delicado e incluso impresionante de armonía, ajuste y precisión en asignar recursos productivos, decidir precios y guiar amable pero rápidamente al sistema económico hacia la mayor satisfacción posible de los deseos de todos los consumidores. En resumen, no solo el mercado libre beneficia directamente a todas las partes y las deja libres y sin coacción: también crea un instrumento poderoso y eficaz de orden social. De hecho, Proudhon escribió mejor de lo que creía cuando llamo a la “Libertad, la Madre, no la Hija, del Oden”. (Volumen 2, p. 880)

Desde muy al principio, el austricismo se destacó por su énfasis en el “orden espontáneo” en un sentido que es muy cercano e incluso derivado del pensamiento de escritores de la ilustración escocesa. El orden social se ve como el producto de consecuencias no pretendidas de la búsqueda personal de la acción individual, de una manera que da lugar a instituciones sociales que beneficiosas aunque no se pretenda (Hayek 1967, pp. 96–105; Hamowy 1987).

El Capítulo 2 del Libro 3 de las Investigaciones de Menger (1985, pp. 139-159) se dedica a “La comprensión teórica de aquellos fenómenos sociales que no son un producto de acuerdos o legislación positiva, sino resultados no pretendidos de la evolución histórica”. Aquí Menger plantea la pregunta: “¿Cómo puede ser que instituciones que sirven a la bienestar común y son extremadamente importantes para su evolución aparecen sin una voluntad común dirigida a su establecimiento?” (1985, p. 146). Apunta que “El derecho, el idioma, el estado, el dinero, los mercados, todas estas estructuras sociales son en no pequeña grado los resultados no pretendidos del desarrollo social”.[29] Menger continúa proporcionando una explicación brillante y conocida, basada en el individualismo metodológico, del origen del dinero (1985, pp. 152-155; ver también Menger 1981, pp. 256-285).[30]

Schmoller (1883, p. 250), en su reseña de las Investigaciones, criticaba a Menger por alabar a dmund Burke, Savigny y Niebuhr, que entendían el derecho como (en palabras de Schmoller) “el producto irreflexivo de una sabiduría superior, en lugar de derivado de la acción de un poder superior (…) una transferencia de sus doctrina a la economía, piensa Menger, habría abierto un ‘área inmensa de actividad fructífera’ en la dirección de Burke”. Schmoller comenta mordazmente

Esta alegre simpatía por el misticismo del espíritu popular de Savigny deriva evidentemente de la aversión manchesteriana a toda acción consciente de los órganos colectivos de la sociedad. Como el derecho se origina de sí mismo, lo mismo debería la economía dejarse a sus propios dispositivos, concebidos como sencillamente el juego de intereses egoístas pero aun así armoniosos.

Dejando aparte el tono acusatorio de este pasaje, puede concederse que Schmoller dije algo posible. Tal y como las presentan los economistas austriacos, las explicaciones del orden espontáneo pueden indudablemente servir para validar la visión liberal del orden social.

Esto es especialmente cierto en la obra de Hayek. Hayek incluso describía la pregunta de Menger sobre la posibilidad de orden espontáneo como “el problema central de las ciencias sociales” (Hayek 1955, p, 83), ya que

Lo que no se entendía totalmente hasta que por fin lo explicó con claridad Carl Menger, era que el problema del origen o formación y de la manera de funcionar de las instituciones sociales eran esencialmente el mismo. (Hayek 1967, p. 101)

Hayek insistía en la relación de esta opinión con la lucha entre liberalismo y socialismo (1955):

Desde la creencia de que nada se ha diseñado conscientemente que pueda ser útil o incluso esencial para el logro de los propósitos humanos, hay una fácil transición a la creencia de que como todas las “instituciones” han sido creadas por el hombre debemos tener un completo poder de rediseñarlas de cualquier manera que deseemos. (p. 83)

Y aun así no esta completamente claro en qué grado la opinión de Menger-Hayek del origen espontáneo (y por tanto, en la interpretación de Hayek, el funcionamiento espontáneo) de instituciones es útil para el liberalismo. Menger planteaba una cualificación esencial:

Pero nunca, y esto es lo esencial en la materia bajo revisión, puede la ciencia dejar de probar para su aplicabilidad aquellas instituciones que se han aparecido “orgánicamente”. Debe, cuando una investigación cuidadosa lo requiera, cambiarlas y mejorarlas de acuerdo con la medición de la idea científica y la experiencia práctica a mano. Ninguna época puede renunciar a esta “llamada”. (1985, p. 234)[31]

Así que parecería existir cierto espacio (indefinido, pero supuestamente grande) para la “ingeniería social”.

VIII.      El trasfondo ideológico del auge de la economía austriaca

Al mantener el intento de mostrar a la teoría económica austriaca, y al marginalismo en general, como fundamentalmente libres de cualquier tinte político, Hayek declaraba (1973):

No puede encontrar ningún indicio de que Jevons, Menger o Walras, en sus esfuerzos por reconstruir la teoría económica, se vieran movidos por ningún deseo de reivindicar las conclusiones prácticas que se habían deducido de la economía clásica. Esos indicios indican que sus simpatías estaban del lado de los movimientos de entonces de reforma social. (p. 3)

Sin embargo Hayek erraba el tiro. La cuestión no concierne a la economía austriaca (ni a la marginalista) como una defensa del capitalismo del laissez faire frente a la reforma social, sino como una defensa de la económica básica de mercado frente al socialismo.

Hayek ignoraba la crisis teórica que existía en la economía en vísperas de la revolución marginalista (al menos en países angloparlantes). Friedrich von Wieser atestiguaba esta crisis en su nota biográfica sobre Menger (Wieser 1923). Tanto él como Böhm-Bawerk estaban profundamente preocupados al empezar sus carrers como economistas. Entre los problemas que afronatabn estaban las implicaciones de la teoría clásica del valor. Si esa teoría fuera verdad, entonces

¿no es totalmente correcta la crítica socialista de las condiciones actuales? ¿Ni Karl Marx con su teoría del valor de la plusvalía? ¿No es la teoría socialista justamente la que completa la idea clásica, que los propios economistas clásicos no tuvieron el coraje de llevar hasta su extremo? (p. 88)

Debería advertirse que Wieser no da ningún indicio de mal fe. Dice que tanto él como Böhm-Bawerk estaban convencidos de que el socialismo, al aplicar coherentemente el concepto clásico de valor, era mentiroso. Su “preocupación intelectual” se vio así instantáneamente aliviada cuando descubrieron los Principios de Menger (1923, pp. 88-89).[32]

Frank A. Fetter fue otro investigador que vio la aparición del marginalismo como un rescate de un dilema ideológico. Fetter (1923) trabajó sobre el predicamento de la economía clásica después de la mitad del siglo XIX. De Ricardo y su teoría del valor, Fetter decía (1923; ver también Ross 1991):

Con sus complejos argumentos había dado a esta concepción realmente primitiva la autoridad extraordinaria de su nombre e iba a continuar ejercitando una tremenda y malavada influencia en formas nunca vistas hasta entonces. El trabajo es la fuente de valor (valor de intercambio, prácticamente el precio de mercado tal y como lo usaba); el trabajo es la causa del valor; el trabajo produce toda la riqueza. Naturalmente se estos e deduce la conclusión ética y política: si el trabajo produce toda la riqueza, entonces el trabajo debería recibir toda la riqueza. (p. 597)

El intento de John Stuart Mill de salvar a Ricardo, continuaba Fetter, resultó completamente insatisfactorio, “un mal apoyo contra el ataque al valor de la plusvalía sobre el sistema de industria y propiedad privada”. Luego “el socialismo marxista apareció en el horizonte” ya rápidamente consiguió defensores, que a menudo defendieron su opinión con referencias a la “teoría del valor trabajo de Mill-Ricardo”.

Recuerdo bien la confianza y gusto con el que se sigue presentando esta demostración de la verdad del marxismo  por parte de portavoces socialistas en los noventa, ya que les oí desde Berlín hasta San Francisco (1923, p. 600-601).

Como Wieser, Fetter se apresuró a apuntar que no había ninguna mala fe al propagar la teoría subjetiva.[33]

Un examen superficial de las obras de Jevons, Menger, Clark y sus colegas más influyentes revela de principio a fin evidencias de este trasfondo de interés en los aspectos políticos de la teoría del valor. (1923, p. 602)[34]

El cuento tiene un final feliz; la teoría del valor subjetivo triunfó sobre el marxismo: “sería difícil encontrar en toda la historia del pensamiento económico una victoria más completa de una idea sobre otra” (1923, p. 605).

De hecho, una larga serie de críticos socialistas, desde la década de 1890 en adelante, ridiculizaron al marginalismo como una justificación para el sistema capitalista. El socialista italiano Achille Loria atacaba la aproximación marginalista por negar “la posibilidad de un análisis profundo de las relaciones sociales” y eliminar “cualquier amenaza teórica contra el sistema económico establecido” (Barucci 1972, p. 529).

Karl Kautsky, el pope del marxismo alemán antes de la Primera Guerra Mundial, tomó nota del reto austriaco en forma de la obra de Böhm-Bawerk. Kautsky declaraba: “Las teorías del valor de Böhm-Bawerk y Marx son mutuamente exclusivas. (…) Eso significa, por tanto: o bien – o bien” (Chaloupek 1986, pp. 198-199). Nikolai Bujarin (1927), que asistió a lecciones de Böhm-Bawerk, calificó al austricismo como “la teoría económica de las clases rentistas”.[35]

Más recientemente, Ronald L. Meek (1972, p. 503) ha afirmado, citando a Menger y Jevons, que “los fundadores [del marginalismo] eran muy conscientes de los usos peligrosos que se estaban haciendo entonces de estas doctrinas [de la economía clásica] en ciertos bandos”.[36]

Es sin embargo complicado definir cuál fue el papel exacto del marginalismo en acabar con la teoría del valor trabajo, por las conclusiones de investigadores que han dirigido la atención a la evolución teórica en la Europa continental a principios del siglo XIX. Como se quejaba T. W. Hutchison (1972):

La historia del pensamiento económico en la primera mitad o tres cuartas partes del siglo XIX se retrataba y a menudo se sigue retratando en términos muy anglo-céntricos, como si las teorías que lograron durante tanto tiempo en Gran Bretaña un dominio y autoridad tan extraordinarios (…) disfrutaran de una posición y autoridad similares en el resto de Europa. No era así. (p. 443)[37]

Hutchison apuntaba, por ejemplo (1972, p. 445), que “la teoría de la financiación de los salarios había sido demolida por Friedrich Hermann en 1832 y nunca consiguió un apoyo significativo en Alemania”. Los economistas alemanes ya habían adoptado la doctrina de que el valor se fundamentaba en la utilidad y la renta distribuida a los factores de producción desde la base de su productividad.

Erich Streissler (1990a) amplía la argumentación de Hutchison de remontar las raíces alemanas de las ideas de Menger. Streissler investiga las obras de autores poco conocidos por investigadores angloparlantes (autores como Hermann, Rau y Mangoldt), extrayendo citas significativas. Por ejemplo, la siguiente es de un trabajo de Hermann de 1832: el empresario, al comprar trabajo, “actúa solo como un agente de los consumidores del producto. Solo lo que den los consumidores por el producto constituye la verdadera remuneración del servicio del trabajador” (1990a, p. 45n). Tan rutinario era el rechazo alemán de la teoría del valor trabajo que Wilhelm Roscher, uno de los fundadores de la “primera” escuela histórica, podía rechazar esa teoría como una visión genuinamente nacional inglesa” (1990a, p. 47n).[38]

Esta explicación más reciente del estado de la teoría económica en vísperas de la “revolución marginalista” crea sin embargo un misterio. Como apunta Streissler (1990c, p. 164), Wieser y Böhm-Bawerk habían estudiado en Alemania y “absorbido la vieja tradición alemana protoneoclásica de primera mano”. Fetter, aunque sus estudios en Alemania son de un periodo posterior, debe sin duda haber conocido los textos alemanes anteriores. Así que es difícil entender al alivio de los tres hombres expresado ante la supuesta refutación definitiva de la teoría del valor trabajo y sus implicaciones socialistas por Menger y los demás marginalistas, si esa teoría ya se había superado en la ortodoxia del pensamiento económico alemán a lo largo de la mayoría del siglo XIX.

IX.             La filosofía social de los economistas austriacos

Erich Streissler (1987, p. 1) ha mantenido que lo que unió a los economistas austriacos en una “escuela” no fue nunca un concepto teórico, como la utilidad marginal, sino simplemente sus ideas políticas liberales. Aunque esto puede ser un juicio exagerado, incluso excéntrico, las opiniones políticas de los líderes de la escuela sin duda han desempeñado un papel en identificarla con el liberalismo.

De los fundadores de la escuela (Menger, Böhm-Bawerk y Wieser) son las opiniones de Wieser las menos problemáticas.[39] Parece haber pocas razones para discrepar de la caracterización de Streissler (1987):

De fundamento católicos conservadores, era un liberal intervencionista de un tipo fuertemente nacionalista, con una considerable mezcla de sentimientos racistas que, además, aún podía admirar a Marx y jugar con retórica social-revolucionaria. Sin embargo, sobre todo, era un estatista, que creía en la sabiduría de la maquinaria del estado guiada por una burocracia inteligente (proveniente de su propia casta). (pp. 14-15)[40]

Según Streissler, la palabra favorita de Wieser era “führer” y, en 1926, incluso dio la bienvenida a la aparición de Adolf Hitler (1987, p. 15; ver también Streissler 1986, pp. 86-91).[41]

La orientación política de Menger, por otro lado, ha sido la más estudiada y es la más discutida. Mises, por ejemplo (1969, p. 18), dio la impresión de que Menger era más o menos un liberal clásico, afirmando que “desaprobaba de corazón las políticas intervencionistas que había adoptado el gobierno austriaco (como casi todos los gobiernos de la época)”. Streissler también acentúa el liberalismo de Menger, viéndole como el origen del compromiso de la escuela con el mercado libre.[42] Emil Kauder, por el contrario, afirmaba que Menger era un simpatizante de la Sozialpolitik (reforma social) y un crítico del laissez-faire (1965, pp. 62-64).[43]

Hasta hace poco, la fuente principal de las ideas políticas de Menger ha sido un escrito que publicó en el principal periódico de Viena en 1891, titulado “Las teorías sociales de la economía clásica y la política económica moderna” (Menger 1935b). Aquí Menger, en el centenario de la muerte de Adam Smith, intenta rescatar la doctrina de Smith de graves incomprensiones. La principal interpretación errónea que encuentra (a la manera del último Lionel Robbins 1953), es que Smith ha sido acusado equivocadamente de apoyar el laissez faire y su doctrina injustamente integrada con la de la Escuela de Manchester. (Empezando por el socialista Ferdinand Lassalle, el Manchestertum –manchesterismo- se convirtió en los países de habla alemana en el término general de abuso en la postura de laissez faire). Sería difícil para cualquiera que lea el artículo de Menger evitar la conclusión de que era más un liberal social que clásico.

Sin embargo Streissler cree (1987, pp. 20-24) que se ha creado una nueva visión del punto de vista de Menger mediante las investigaciones de la austriaca Brigitte Hamann. Hamann descubrió los cuadernos del príncipe Rodolfo, que fue pupilo de Menger en 1876-1878. Streissler sostiene (1990b, p. 110) que “los cuadernos del príncipe muestra a Menger como un liberal clásico del sector más puro, con un programa de estado mucho más pequeño que incluso el de Adam Smith”. Sin embargo parecería que Streissler exagera el valor probativo de estos cuadernos (ver más adelante la nota sobre la filosofía social de Menger). Bruce J. Caldwell (1990b, p. 7) probablemente tenga razón cuando escribe: “Uno sospecha que el último capítulo sobre las opiniones políticas de Menger sigue pendiente de escribirse”.

El propio Böhm-Bawerk concedía (1891, p. 378) que la primera escuela austriaca no había dedicado mucho esfuerzo a cuestiones prácticas de economía política, aduciendo como excusa que “debemos construir la casa antes de que podamos ponerla en orden”. Añadía, sin embargo, que “tenemos nuestras opiniones sobre ellas, las enseñamos desde nuestras cátedras, pero nuestras actividades literarias hasta ahora se han dedicado casi exclusivamente a problemas teóricos”. Pero cuáles eran esas opiniones que enseñaba desde su cátedra es algo que sigue estando algo oscuro.

Kauder (1957) mantenía que los fundadores de la escuela, incluido Böhm-Bawerk, mostraban un “incómodo ir y venir entre la libertad y la autoridad en su política económica”, el resultado de fuerzas contradictorias trabajando en su pensamiento. Por un lado, eran “ontologistas sociales. Creen que existe un plan general de la realidad. Todos los fenómenos sociales se conciben en relación con este plan maestro. (…) La estructura ontológica no solo indica lo que es, sino también lo que tendría que ser” (1957, p. 417).

Kauder toma como ejemplo, la Teoría positiva del capital de Böhm-Bawerk, que muestra “el orden natural bajo el mecanismo de laissez faire. En ‘bella armonía’, la estructura económica se ajusta por la utilidad marginal, la teoría del descuento del interés y la producción indirecta, si se alcanza el precio a largo plazo (Dauerpreis) de la libre competencia” (1957, p. 417). Esta “ontología social” (una versión temprana de la concepción de Rothbard de la economía de mercado antes citada) es profundamente congruente con la visión liberal.

Sin embargo, de acuerdo con Kauder, la tradición austriaca ha sido de paternalismo estatal, incluso la expresión del concepto de orden económico espontáneo se había suprimido activamente. Los fundadores “trataron de llegar a un compromiso entre la tradición británica [es decir, smithiana] y la austriaca”. Así, Böhm-Bawerk escribía que el economista tenía estar por encima tanto de la libre competencia como de la intervención del estado.

Al final, afirmaba Kauder, Böhm-Bawerk sostenía que la estabilidad social era más importante que el progreso, predicando un “quietismo social equivalente a los ideales del pasado austriaco” (1957, pp. 421-422).[44] Para empeorar las cosas, Stephan Boehm (1985, p. 256) apunta que “el principal logro de Böhm-Bawerk como Ministro de Finanzas fue la introducción del impuesto progresivo de la renta sobre la renta total de los individuos” (ver también Weber 1949, p. 667).[45]

Erich Streissler (1987, p. 10), por el contrario, se refiere a Böhm-Bawerk como “un liberal bastante extremo (…) [con] un muy extenso escepticismo hacia el estado”. De los tres fundadores (Menger, Wieser y Böhm-Bawerk) solo este último compartía la opinión de Adam Smith del estado como al tiempo “malo” y “estúpido”. Parece que fueron las experiencias de Böhm-Bawerk como ministro austriaco de finanzas las que le convirtieron en un cáustico escéptico ante los líderes público y el propio proceso público.

Streissler cita dos artículos periodísticos publicados en 1914, el último año en la vida de Böhm-Bawerk, criticando tanto la idea de que la intervención coactiva (por sindicatos) puede eludir las leyes económicas, como la tendencia de los políticos a comprar apoyo y paz social temporales mediante gasto masivo de dineros públicos (1987, pp. 11-14). La cuestión de las últimas opiniones de Böhm-Bawerk es de particular interés, como indica Streissler: Mises asistió al seminario de Böhm-Bawerk en 1905-1906, después la última participación de este en el gobierno.

Sin embargo en la década de 1930 dos economistas que simpatizaban con la Escuela Austriaca intentaron disociar a los fundadores austriacos de liberalismo económico de principios de una estrella (entonces) naciente de la escuela, Ludwig von Mises.

En un artículo en Schmollers Jahrbuch, Wilhelm Vleugels (1935) defendía la utilidad científica de la teoría austriaca del valor subjetivo, afirmando al mismo tiempo su compatibilidad con la antigua tradición alemana que ponía las necesidades de la comunidad nacional pro encima de las necesidades individuales. “Si al principio se revela cierta tendencia en [los escritos de los austriacos] a considerar las necesidades individualmente más importantes al tiempo como las más importantes socialmente, eso se superó inmediatamente” (1935, p. 550). La principal prueba de Vleugels (aparte de declaraciones de Wieser) es un ensayo de Böhm-Bawerk fechado en 1886 (Böhm-Bawerk 1924) al que se había dado el título de “Efectos desventajosos de la libre competencia”.

En este ensayo, Böhm-Bawerk considera la afirmación de que bajo condiciones de libre competencia la oferta y la demanda se llevan al equilibrio “más útil” y “socialmente más fructífero”, creando la mayor cantidad socialmente posible de utilidad absoluta [rein]”. Sorprendentemente, el expositor de este punto de vista era Albert Schaffle, conocido por sus actitudes social-reformistas y es Böhm-Bawerk quien le somete a crítica. Böhm-Bawerk lo califica como “engañoso” en el sentido de que se basa en una “confusión de altas ganancias relativas con altas ganancias absolutas del intercambio” (1924, pp. 476-477). Hipotizando un “patrón ideal de medida”, Böhm-Bawerk mantiene que un consumidor rico que ofrezca más que un consumidor pobre por una bien concreto bien puede ganar menos en utilidad de lo que habría ganado el consumidor pobre.

Aunque “casos de este tipo ocurren, desgraciadamente innumerables veces en la vida económica real” (1924, p. 479), Böhm-Bawerk toma como ejemplo a Irlanda en la década de 1840. La población indígena no pudo pagar el precio de mercado del grano, que por el contrario se exportó. El resultado fue que los irlandeses pasaban hambre y morías, mientras el grano iba, al menos en parte, a atender la demanda de los ricos de bebidas alcohólicas y bienes elaborados de panadería.[46] Böhm-Bawerk concluye:

Toda persona sin prejuicios reconocerá de inmediato que aquí la competencia egoísta en el intercambio indudablemente no ha llevado a la distribución más fructífera de los productos trigo y grano, atribuyendo a la distribución la mayor utilidad absoluta [rein] para la conservación y desarrollo vital del pueblo [volk]. (1924, p. 480)

Unos pocos años antes de que se publicara el artículo de Vleugels, Franz X. Weiss, que había editado la colección de trabajos menores de Böhm-Bawerk en la que aparecía este ensayo, argumentaba la misma postura que Vleugels… contra el propio Mises. En una reunión del Verein für Sozialpolitik realizada en Dresde en 1932, y a la que asistieron Mises, Hayek y otros miembros de la escuela austriaca, también Weiss intento distanciar a la economía austriaca del liberalismo de Mises, citando varias declaraciones publicadas de las más antiguas generaciones de austriacos (Mises y Spiethoff 1933, pp. 51-53).

Entre estas estaba la declaración e Menger de que era frívolo acusarle de ser un defensor del manchesterismo; la afirmación de Böhm-Bawerk de que, a la vista de “muchas condiciones lamentables en la sociedad actual que requieren reforma”, “una política indiferente de laissez faire, laissez passer es completamente inapropiada” y la opinión de Wieser de que el concepto de leyes naturales inmutables de la economía cuyo curso no puede verse afectado por la acción del estado “difícilmente puede ser tomado ya en serio”.

Weiss declaraba que su propósito era “establecer que varios representantes notables [de la doctrina austriaca], entre ellos sus fundadores, no dedujeran de ella las conclusiones de política economía que [Mises] cree que deben deducirse” (1933, p. 131). La breve respuesta de Mises a la crítica de Weiss es muy significativa: “No soy tan pío con la autoridad [autoritätsglaubig] ni estoy tan preocupado por las citas [zitatenfreudig] y baso mi argumentación en la lógica y no en la exégesis” (1933, p. 118). La interesante implicación es que la importancia política de la economía austriaca ha de entenderse no desde las opiniones particulares de sus principales defensores, sino desde la lógica interna del sistema”.[47]

Parece claro que lo que autores como Weiss y Vleugels encontraban intolerable en Mises era que era, en palabras de Vleugels (1935, p. 538), “un investigador que se empeña en resucitar errores decisivos del manchesterismo de una manera refinada, es verdad, pero aun así con todo su extremismo”. Estos “errores” fundamentales de la doctrina del laissez faire, se pensaba, se habían enterrado de una vez por todas en Europa Central, sino en todo el mundo civilizado. El que se supusiera que Mises reabría el argumento sobre las ideas “desacreditadas” del laissez faire era algo que sus oponentes, entonces y a lo largo de toda su vida, nunca pudieron perdonarle.[48]

Fue Mises, como ha indicado Kirzner, quien reveló las íntimas conexiones entre economía austriaca y auténtico liberalismo.

X.                 Mises y Hayek

A partir de Mises y Hayek, las relaciones entre economía austriaca y liberalismo se hacen intensas y generalizadas, ya que los dos investigadores eran al tiempo los principales economistas austriacos y los más eminentes pensadores liberales del siglo XX.

Debe apuntarse sin embargo que hay una clara diferencia en el grado de liberalismo de los dos grandes prensadores. Mientras que Mises era un defensor a ultranza de la economía de mercado del laissez faire (Mises 1978a; Rothbard 1988, p. 40; Hoppe 1993), Hayek estuvo siempre más abierto a la posibilidades útiles de la acción del estado. Había sido alumno de Wieser y, como reconocía (Hayek 1983, p. 17): “me atraía (…) porque al contrario que la mayoría de los miembros de la Escuela Austriaca, tenía bastante simpatía por el atenuado socialismo fabiano al que estuvo inclinado cuando era joven. De hecho se enorgullecía de que su teoría de la utilidad marginal había proporcionado la base para los impuestos progresivos”.

En un momento temprano de su carrera, Hayek (1933) decía que las lecciones de economía crearían una presunción contra la interferencia del estado, añadiendo:

Sin embargo, esto en modo alguno elimina la parte positiva del trabajo del economista, la delimitación de campo dentro del cual la acción colectiva no solo no es objetable, sino que es en realidad un medio útil de obtener los fines deseados (…) los escritores clásicos olvidaron demasiado la parte positiva del trabajo y dieron así la impresión de que dar más especio al laissez faire era su conclusión definitiva y única. (pp. 133-134)

De hecho, Hayek evitó siempre utilizar la expresión “laissez faire” para describir su propia opinión, muy al contrario que Mises, que se vanagloriaba de ello. Provocativamente, Hayek decía (1933, p. 134) que la supuesta conclusión del laissez faire de la economía clásica, “por supuesto, habría sido invalidada por la demostración de que, en cualquier único caso, fue útil la acción del Estado”.

De hecho, Hayek mostró continuamente una inclinación por cierto grado de Sozialpolitik.[49] Mientras Mises destacaba las posibilidades de atender las necesidades de los pobres mediante caridad privada y atacaba los programas de seguro social del estado bismarckiano (1949, pp. 829-850, especialmente 832-836), Hayek declaraba (1960):

Aunque unos pocos teóricos han reclamado que las actividades del gobierno deberían limitarse al mantenimiento de la ley y el orden, esa postura no puede justificarse por el principio de la libertad. (…) Difícilmente puede negarse que, al hacernos más ricos, ese mínimo de subsistencia que ha proporcionado siempre la comunidad para los incapaces de ocuparse de sí mismos y que no puede proporcionarse fuera del mercado, aumentará gradualmente o que el gobierno puede, útilmente y sin hacer ningún daño, ayudar o incluso liderar ese objetivo. Hay pocas razones por las que el gobierno no debería también desempeñar algún papel, o incluso tomar la iniciativa, en áreas como el seguro social y la educación o subvencionar temporalmente ciertos desarrollos experimentales. Nuestro problema aquí no afecta tanto a los objetivos como a los métodos de acción del gobierno. (pp. 257-258)

El estado, insistía Hayek, no es únicamente “un aparato coactivo”, sino también “una agencia de servicios”,[50] y como tal “puede ayudar sin dañar en el logro de fines deseables que tal vez no puedan alcanzarse de otra manera”. Esta apertura a un estado social bastante extenso en casos en que “no implique coacción, salvo para la obtención de medios mediante impuestos” (Hayek 1978, p. 144), ha sido criticada por Anthony de Jasay (1991, pp. 15-16). De Jasay destaca que Hayek presente su propuesta “un poco ingenuamente” y dice:

Aquí hay una clara llamada, o lo que uno debería ser perdonado por tomar como una, a recrear algo como el “modelo sueco” bajo la bandera liberal. Horrorizado como estaría Hayek por la acusación de tal propuesta, su exposición es completamente coherente con ella y debe clasificarse como “poco liberal” por esa razón.[51]

Como es predecible, el apoyo de Hayek al activismo del estado en la esfera 2social” ha proporcionado a los opositores a la postura del laissez faire un argumento retórico en forma “incluso Hayek reconocía” (por ejemplo, Battisti 1987, pp. 264-265, donde el autor usa a Hayek para atacar la postura de estado mínimo de Wilhelm von Humboldt).

Hayek y Mises pueden también compararse en otros aspectos. Por ejemplo, J.C. Nyiri (1986) apunta que la filosofía social de Hayek se parece no solo a la tradición whig británica (liberal moderada), lo que reconocía explícitamente Hayek, pero también a la del Aitliberalismus (viejo liberalismo) austriaco, que tenía muchas características comunes con los whigs brit´çanicos. Como dice Nyiri (1986, p. 104): “Hay un tradicionalismo, o conservadurismo, persistente en la postura de Hayek”.

El Aitliberalismus austriaco tenía una marcada atracción hacia las instituciones heredadas y un escepticismo hacia el concepto de los derechos individuales (ya sea entendidos como naturales o positivos). Muchos de sus representantes eran “definitivamente adversos a una movilidad social sin restricciones” (1986, p. 106), lo que significaba, en Austria-Hungría, la mejora en la situación de los judíos.

Mises, por otro lado, era más radical en esta como en otras áreas. (Sobre el radicalismo de Mises, ver Rothbard 1981). Aunque era un fuerte defensor de la cultura “burguesa” (no aristocrática) tradicional, que consideraba en muchos aspectos en armonía con lo que conocemos como naturaleza humana, Mises entendía que la cultura ha de encontrarse en un compromiso con la razón como modo de vida. Hay homenajes a la facultad de la razón humana esparcidos por toda su obra, por ejemplo, la razón es “la señal que distingue al hombre de los animales y ha producido todo lo que es específicamente humano” (1949, p. 91); “El hombre solo tiene una herramienta para luchar contra el error: la razón” (p. 187). Esto contrasta completamente con el desdén de la razón de Hayek en sus últimas obras (ver especialmente Hayek 1988).

Respecto de la tradición, la actitud de Mises se expresó quizá de la mejor manera en Teoría e historia (1957):

La historia mira atrás al pasado, pero (…) no enseña un indolente quietismo: empuja a los hombres a emular los hechos de generaciones anteriores. (…) La lealtad a la tradición significa para el historiador observar la regla fundamental de la acción humana, que es la lucha incesante por la mejora en las condiciones. No significa la conservación de instituciones antiguas inapropiadas ni aferrarse a doctrinas desacreditadas hace tiempo por doctrinas más sostenibles. (pp. 294, 296)[52]

Los economistas austriacos contemporáneos, siguiendo los pasos de Mises, han adoptado en buena medida una forma más radical de liberalismo. Al menos uno de ellos, Murray N. Rothbard (1970, 1973), ha llegado aún más lejos en su antiestatismo. Es en buena medida debido a la “investigación y defensa libertaria” (Kirzner 1987, p. 149) de Rothbard por lo que el austricismo se asocia en las mentes de muchos a una defensa del mercado libre y la propiedad privada hasta el punto de misma abolición del estado y por tanto del triunfo total de la sociedad civil.

También debería señalarse que Rothbard se ha ocupado por extenso de cuestiones de relaciones internacionales, política exterior y guerra y paz, una dimensión ne buena parte olvidada por otros austriacos (p. ej, Rothbard 1972, 1978; pero ver también Mises 1944). También en esta área, Rothbard ha tratado de implantar el ideal liberal de minimizar el poder del estado.

Apéndice: Una nota sobre la filosofía social de Carl Menger

Erich Streissler supone que los cuadernos del príncipe Rodolfo reflejan las opiniones políticas de su tutor, Menger. Si es así, Menger en su momento albergó una idea bastante restringida de las funciones del estado, limitándolas (aparte de justicia y defensa) a reparar ciertas “externalidades”. “Solo casos fuera de lo normal permiten la intervención del estado; en situaciones normales de la vida económica siempre tendremos que declarar tal proceder como dañino”, escribía el príncipe. Las tareas del estado han de restringirse a medidas contra la extensión de enfermedades del ganado; negociar tratados comerciales con otros estados; construir carreteras, ferrocarriles, canales y escuelas; abolición del trabajo infantil y limitación del trabajo adulto en factorías a quince horas al día (Streissler 1987, pp. 22-23).

¿Qué hacer entonces con las últimas declaraciones de Menger que parecen apoyar la Sozialpolitik (reforma social)? Al tratar el ensayo de 1891 sobre Adam Smith, Streissler (1990b, pp. 109-110) malinterpreta la postura de Menger en un pasaje que él mismo cita en alemán en una nota a pie de página. Streissler escribe: “Loe dice realmente [Menger] es sencillamente que Adam Smith no consideraba que la justicia estuviera siempre del lado de los empresarios en todos los conflictos y todas las demandas contra sus trabajadores (¡una verdad evidente!) y que Smith no estaba contra todo tipo de acciones del estado en todos los casos (también una verdad evidente)”. Sin embargo, en la cita que da, lo que dice Menger es:

A. Smith se pone en todos los casos de conflictos de intereses entre los pobres y los ricos, entre los fuertes y los débiles, sin excepción, del lado de los últimos. (…) La intervención del estado a favor de los pobres y los débiles es tan poco rechazada por Smith que por el contrario la defiende en todos los casos en que espera un favorecimiento (…) de las clases sin propiedades. (1990b, p. 109n, cursivas originales)

En sus defensa de Smith, Menger dice que, al luchar por los “pobres” contra los “ricos”, Smith llegó más allá de apoyarla abolición de las medidas mercantilistas que dañan a los pobres hasta la defensa directa de la legislación positiva.

Smith está incluso por la determinación legal de los niveles salriales, siempre que se establezcan en favor de los trabajadores y declara que esos controles salariales son siempre justos. (…) De hecho, A. Smith llega a designar el beneficio sobre el capital como una deducción del retorno completo al trabajo y a las rentas de la tierra como la renta de quienes desean cultivar donde no han sembrado. (1935b, p. 224, cursivas originales)

Menger trata a J.-B. Say de la misma manera. El supuesto apoyo de Say ( y de Smith) a los aranceles para dar una ventaja a la industria nacional se compara con las ideas de Friedrich List (1935b, pp. 230-231). Menger declara que los escritores alemanes de la reforma social

Tenían en parte razón en su lucha contra los representantes del manchesterismo capitalista (la imagen distorsionada de la economía clásica, respecto de la política social) no sin embargo contra Smith y la economía clásica. La forma final que adoptó la economía clásica no se encuentra en Cobden, Bright, Bastiat, Prince-Smith ni Schulze-Delitzsch, sino en John Stuart Mill, ese filósofo social que,tras Sismondi, debe calificarse como el fundador más importante de la escuela de la reforma social moderna [social-politischen], en la medida en que tenga un carácter científico objetivo. (1935b, pp. 232-233)

Más adelante, Menger explica las distintas posiciones de los economistas clásicos y los reformistas sociales al referirse a las condiciones de sus tiempos correspondientes. Mientras que los primeros economistas buscaban la eliminación de trabas erigidas políticamente, ahora el énfasis se pone en la intervención positiva del estado, “un mayor desarrollo de los esfuerzos por la mejora de las condiciones de la clase trabajadora” (1935b, pp. 234-235).

Menger ya se había desligado del laissez faire en 1884, en su refutación de la reseña de sus Investigaciones (Menger 1935c, pp. 90-93) de Schmoller. Aquí Menger escribe de una forma confusa y aparentemente contradictoria. Primero afirma que

Ser un defensor de la llamada Escuela de Manchester no es, en verdad un deshonor: solo significa adoptar una serie de convicciones científicas, de las cuales podemos calificar como la más importante la proposición de que el libre juego de los intereses individuales es lo que mejor promueve el bien común. Filósofos sociales intelectualmente muy superiores a Schmoller, hombres guiados por el amor más noble a la verdad, se han declarado defensores del principio anterior y de las máximas de política económica que derivan de él. (1935b, 92n)

Sin embargo, Menger continúa diciendo

Si algo me reconcilia con la actividad de Schmoller en el campo de nuestra ciencia, odioso en tantos aspectos, es la circunstancia de que está peleando, con innegable devoción, del lado de hombres honorables contra los males sociales y por el destino de los débiles y los pobres. Es una lucha en la que, por muy distinta que pueda ser la dirección de mis investigaciones, mis simpatías se encuentran completamente del lado de dichos esfuerzos. Puedo dedicar mi magro poder a la investigación de las leyes de acuerdo con las cuales se da forma a la vida económica de los hombres, pero nada más lejos de la tendencia de mi pensamiento que servir al interés del capitalismo. Ninguna acusación de Schmoller es más contraria a la verdad, ningún reproche más frívolo, que el de que soy un defensor del partido de Manchester. (1935b, p. 93)[53]

Advirtamos que en este pasaje Menger insinúa que los escritores de laissez faire están al servicio del “interés del capitalismo”. Igualmente, en 1906, Menger publicó en un periódico de Berlín un elogio de John Stuart Mill en el centenario de su nacimiento (Menger 1935a). Aquí alababa a Mill por haber dedicado tanto esfuerzo en sus Principios a cuestiones sociales “y de esta manera intentada por Inglaterra en muchos aspectos es lo que unas pocas décadas después trató de conseguir el llamado Kathedersozialismus  [escuela de los socialistas de cátedra] para la economía alemana y Cauwès y Gide para la francesa”. Al hacerlo, la obra de Mill

Contribuyó en particular esencialmente al hecho de que en los círculos eruditos de todos los países y en la discusión pública hoy, los problemas sociales se comprendan en un grado mucho menor desde el punto de vista de los intereses de clase de un bando. (1935a, p. 290)

De nuevo parece aquí haber una insinuación de que la postura del laissez faire sirve a los intereses de los capitalistas en perjuicio de las clases trabajadoras.

Por cierto que Streissler es bastante equívoco cuando dice (1990b, p. 128) que “J.S. Mill (…) fue considerado, al menos por Menger, poco menos que un socialista”. Como demuestran las citas de los ensayos de 1891 y 1906, Menger veía a Mill con un gran respeto, como un reformista social cuya obra representaba la culminación de la economía clásica.

Streissler trata de subestimar estas últimas declaraciones de Menger (1990b, p. 112): “No hay una brizna de evidencia en su escrito de que [Menger] cambiara su postura hacia un liberalismo más apagado [después del periodo de los cuadernos del príncipe Rodolfo]. Sus pronunciamientos generales parecen más a favor de una política social, pero nunca dio ejemplos concretos en conflicto con las notas de las lecciones”.

Pero como escribe el propio Streissler de los fundadores de la Escuela Austriaca (1987, p. 11), “todos eran teóricos y por tanto casi nunca escribieron nada de sus opiniones políticas, aunque indudablemente tenían opiniones bastante pronunciadas sobre política económica”. Los “ejemplos concretos” de las opiniones políticas generales de Menger parecen raros, excepto tal vez reportados indirectamente en los cuadernos.

Por otro lado, Menger sin duda era consciente de que términos como Sozialpolitik y Kathedersozialismus denotaban apoyo a un estado activista en asuntos económicos. Si Menger era “un liberal clásico purísimo”, como afirma Streissler, ¿por qué escribió tan favorablemente sobre Sozialpolitik y Kathedersozialismus, hasta el punto de conceder a Schmoller grandes servicios en avanzar en la causa de la “reforma social” en medio de una diatriba contra él? ¿Por qué atacaba al manchesterismo tan vehementemente? Salvo que la explicación se encuentre en el oportunismo político, estas declaraciones representan un gran misterio, dada la interpretación de Streissler.

Respecto de las declaraciones publicadas de Menger entre los años 1883-1906, Streissler establece lo que toma poco implicaciones de los cuadernos de 1876. Pero sabemos que en ciertos aspectos los cuadernos no se corresponden con las opiniones de Menger (aunque presumiblemente reflejen lo que enseñaba Menger al príncipe). La valoración narginal no aparece en los cuadernos y, según ellos, Menger incluso enseñó al joven príncipe “la ley de hierro de los salarios” (Streissler 1990b, pp. 127-128).

Streissler sobrevalora el valor probatorio de estos cuadernos (y trastoca su propio alegato) cuando dice (p. 125) que, como no se le enseñó ninguna de las ideas propias de Menger al príncipe, “De las lecciones a Rodolfo debemos concluir que Menger evidentemente pensaba que sus innovaciones eran florituras poco importante en el gran edificio de la economía clásica erigido por Adam Smith”.

Margarete Boos (1986) ha citado la carta que Menger escribió al káiser resumiendo sus opiniones políticas. Aquí Menger distinguía entre los “individualistas” y los “éticos” (Ethiker):

Los éticos [también] sostienen que la actividad económica ha de ser el estado natural y normal de los asuntos, pero son conscientes de los conflictos entre interés individual y común en asuntos económicos y atribuyen al estado (…) el derecho a influir en los asuntos económicos en dirección al interés común.

Él mismo, escribía, se adscribía a la “escuela moderada de los éticos” (1986, p. 29). Posteriormente, en un obituario anónimo del príncipe publicado en un periódico de Viena, Menger conseguía poner en su biografía que el príncipe había sido educado desde un punto de vista “tan distante del manchesterismo como del proteccionismo” (1986, p. 31).

Como apunta Boos, el hecho es que Menger estaba bajo sospecha en la corte por ser demasiado liberal. Al menos en un principio estuvo incluso sometido a informes policiales sobre sus inclinaciones políticas (1986). Así que puede ser que el oportunismo político (dentro del marco de un estado en el que la expresión de opiniones liberales podría ser muy dañino) sí explica realmente, al menos parcialmente la adhesión de Menger de la Sozialpolitik y sus a veces extrañas y contradictorias declaraciones sobre política económica.


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[1] Hablando estrictamente, no es necesario que Mises haga esta última calificación. Parece claro que, como individuos no dedicados a la ciencia, sino a la política, los liberales sean libres de crear y promover sus propios juicios de valor.

[2] Erich Streissler (1990a, p. 60) incluso ha sostenido que es en esta área donde debe encontrarse el logro de Menger y no en co-iniciar la revolución marginalista.

[3] Böhm-Bawerk, por ejempleo, dijo: (1891, pp. 380-381): “No debemos cansarnos de estudiar el microcosmos si queremos entender correctamente el macrocosmos de un orden económico desarrollado (…) debemos buscar una comprensión de los fenómenos de las cosas grandes en el estudio del mundo de las cosas pequeñas”. Hayek, que probablemente hizo más que nadie por identificar el austricismo con el individualismo metodológico, escribió (1973, p. 8): “El uso coherente de la conducta inteligible de los individuos como piedra angular a partir de la cual construir modelos de estructuras complejas de mercado es por supuesto la esencia del método que el propio Menger describió como ‘atomista’ (u ocasionalmente, en notas manuscritas, como ‘compositivo’) y luego llegó a conocerse como individualismo metodológico”.

[4] Elster señala el punto importante (1985, p. 5, cursivas originales): “No es solo nuestra confianza en la explicación, sino también nuestra comprensión de la misma lo que mejora cuando vamos de lo macro a lo micro, de plazos más largos a plazos más cortos. Explicar el proporcionar un mecanismo, abrir la caja negra y ver los engranajes, las ruedas dentadas, los deseos y creencias que generan los resultados agregados”.

[5] El método austriaco también implica un universalismo que tiene fuertes afinidades con el liberalismo, frente a ciertas formas de conservadurismo. Como dijo Mises (1969, p. 38): “Frente a las declaraciones de Schmoller y sus seguidores, [los economistas austriacos] mantuvieron que hay un cuerpo de teoremas económicos que son válidos para toda acción humana independientemente de cualquier tiempo y lugar, de las características nacionales y raciales de los actores y sus ideologías religiosas, filosóficas y éticas”.

[6] Ver Gellner (1968, p. 256n4), donde se cita a M. Ginsberg: “quienes rechazan aceptar el individualismo metodológico (…) son muy conscientes (…) de los peligros del poder concentrado. Pero niegan que la única alternativa a nuestra disposición esté entre un orden competitivo espontáneo por un lado y un sistema de control omnipresente por el otro”. Ver también el comentario del propio Gellner en la misma página: “Los individualistas [metodológicos] que tratan de salvarnos, en nombre de la lógica y la libertad, de malinterpretar nuestra situación, no están completamente libres de sospecha de que se haya incluido un poco de propaganda de laissez faire en esos asuntos muy generales”.

[7] A su relato de la Gran Depresión (1963), así como un otras obras, Rothbard aplica teoría para ayudar a explicar acontecimientos históricos muy concretos, a menudo interpretando esos acontecimientos a la vista de los intereses de “clase” (o “casta” en la más estricta terminología misesiana-rothbardiana) afectados. Ver también el comentario de Garrison y Kirzner (1989, p. 121) de que, entre otros muchos beneficios científicos, “la teoría del ciclo económico de Hayek proporcionó una base para interpretar buena parte de la historia económica de los siglos XIX y XX”.

[8] Cf. White (1984, p. 4): “La aproximación subjetiva a los fenómenos económicos construye el análisis económico sobre la idea de que todo individuo escoge y actúa con un fin. (…) Esta aproximación ha sido el distintivo de la Escuela Austriaca desde su concepción en la década de 1870 hasta el día de hoy, aunque distintos miembros hayan defendido su método de maneras diferentes”. Cf. también Vaughn 1990, p. 382: “El ser humano que es el sujeto del estudio de Menger (…) no puede resumirse con una función de preferencia estática y completamente definida. (…) Es un creador activo, tanto de sí mismo como de su mundo. Y la creación es un proceso n lugar de un estado de cosas”.

[9] Lachmann cita la declaración de Pareto en su forma original: “L’individu peut disaparaitre, pourvu qu’il nous laisse cette photographie de ses goûts”. Sin embargo, merece notarse que a pesar del positivismo y el aparente “anti-individualismo” de su metodología, Pareto fue toda su vida un ferviente liberal en economía; ver Finer 1968.

[10] Cf. los comentarios de Kirzner (1976b, p. 59): “Es fácil ver lo extraña que debe haberle parecido a Mises la idea del ‘mantenimiento automático del capital’ [el concepto de Clark-Knight]. Una aproximación que concentra la atención analítica (como hace la economía austriaca) sobre las acciones con un fin y deliberadas de los seres humanos individuales cuando tienen en cuenta todos los fenómenos económicos sociales debe tratar la idea de capital como una planta que crece espontáneamente no simplemente como incorrecta factualmente, sino como sencillamente absurda”.

[11] Ver especialmente las numerosas obras desarrollando ideas miesianas sobre este tema por Israel M. Kirzner, empezando por Kirzner 1973.

[12] Herbert Matis señala (1974, p. 257) de la primera Escuela Austriaca que “esta nueva aproximación intelectual en economía era subjetiva, relativa y psicológica, ya que partía del ser humano y no de conceptos abstractos; significaba por tanto en esa medida un alejamiento del liberalismo clásico”. Las confusiones evidentes aquí no son, tristemente, raras en el tratamiento superficial de la ideología liberal por parte de muchos escritores en su historia.

[13] Cf., por ejemplo, la crítica de Edward G. Dolan de la economía “ortodoxa” (1976b, p. 6): “Omite necesariamente un componente importante de la realidad: el concepto de acción deliberada”, mientras que el austricismo “insiste en poner al descubierto las relaciones causales reales que actúan en el mundo social y no se contenta con establecer simplemente regularidades empíricas entre dudosos agregados estadísticos”. El austricismo ofrece “una aproximación microeconómica a problemas macroeconómicos” (p. 11).

[14] Como decía el príncipe Rodolfo en sus notas a las lecciones de Menger (citadas en Streissler 1990b, pp. 120-121, cursivas originales): “Un gobierno no puede conocer los intereses de todos los ciudadanos. (…) Por muy  cuidadosamente diseñadas y bientencionadas que sean instituciones [políticas], nunca serán apropiadas para todos. Solo el propio individuo conoce exactamente sus intereses y los medios para promoverlos. (…) La variedad de trabajos deriva de la variedad de individuos y, por sus múltiples facetas, promueve el progreso en todas direcciones. Todo se perdería con controles burocráticos omnicomprensivos”.

[15] Cf. el comentario de Lawrence Birken (1988, p. 256): “Solo con la aparición del marginalismo se emancipo decididamente al gusto individual de la idea de la necesidad universal. Con excepciones ocasionales, el pensamiento pre-marginalista había ignorado o rebajado la importancia del consumidor idiosincrático, impidiendo así el reconocimiento de la preferencia del consumidor como una señal de individualidad. El primer pensamiento económico, funcionando como una especie de moralidad secular que buscaba ratificar la idea de lo ‘normal’, concebía la necesidad o la utilidad en términos universales. (…) Solo con la llegada del marginalismo vemos la aparición de un deseo genuinamente individualista”. Sin embargo, el análisis de Birken parecería aplicarse mucho más a las variantes austriacas del marginalismo que a las neoclásicas.

[16] Y por Karl Marx que habla de “los individuos desiguales (y no serían individuos diferentes si no fueran desiguales)”. Citado en Mises 1990, p. 191.

[17] El propio Hayek dio algún apoyo a la distinción de Hutchison entre Mises y “Hayek II” en su prólogo al Socialismo de Mises (Mises 1981, pp. Xxiii-xxiv). Aquí Hayek criticaba la declaración de Mises de que toda “cooperación social [es]  una derivación de la utilidad racionalmente reconocida”, tanto por “equivocada factualmente” como como una expresión del “extremo racionalismo” de Mises. Pero el tono general de este pasaje es rebajar su desacuerdo con Mises. Hayek dice que Mises “se separó en buena parte de ese punto de vista racionalista-constructivista” y que “Mises más que nadie nos ha ayudado a entender algo que no hemos pensado”.

[18] Debería advertirse que Friedman expresó estas opiniones en un discurso popular. Aun así, es difícil ver cómo podría hacer sustancialmente más riguroso o coherente su argumentación. Friedman declara, por ejemplo, que debemos “tener cuidado con la intolerancia [como la mostrada por Mises] si vamos a ser realmente eficaces en convencer a la gente” y aun así concede, muy generosamente, que “no tengo dudas de que Ludwig von Mises ha hecho más por divulgar las ideas fundamentales de los mercados libres que cualquier otra persona” (Friedman 1991, p. 18). La breve explicación de Friedman de la supuesta filosofía a priori de Ayn Rand es sencillamente desinformada e incorrecta.

[19] Para los familiarizados con los logros de Mies (ver Rothbard 1988; Hoppe 1993; Zlabinger 1994), el intento de algunos escritores de minimizarlos es más ridículo que problemático. Por ejemplo, Erich Streissler dice de Mises (1990b, p. 109, ver también 1988, p. 200) que “no sin verdad, aunque indudablemente con poca caridad, podría calificársele como el archi-cabildero de la preocupaciones empresariales en la Austria de entreguerras”.

[20] Sobre la cuestión del apriorismo, puede apuntarse que Hayek (1955, p. 22ln.l) escribió de John Locke que consideraba “las ciencias morales” (ética, teoría política, etc.) “como ciencias a priori comparables con las matemáticas y de igual certidumbre”. El contexto deja claro que Hayek está dando un juicio favorable sobre Locke. Además, es dudoso que Hayek o Hutchison hubieran querido clasificar a Locke como “un falso individualista”.

[21] Cf. el comentario de Caldwell (1986, p. 677): “El propósito de los positivistas [lógicos] era oponerse a dicho dogmatismo [en ‘ciertas formas de la filosofía del siglo XIX’] y esas intenciones son laudables. Por desgracia, los positivistas fueron incapaces de llegar a un criteriológicamente indiscutible y operacionalmente aplicable para distinguir lo especulativo de lo científico. Actuar con si existiera un criterio tal y usarlo selectivamente contra tus enemigos es, en mi opinión, sencillamente otra forma de dogmatismo”.

[22] Cf. Mises 1969, p. 43: “Todos los no familiarizados con la economía, es decir, la inmensa mayoría, no ven ninguna razón por la que no debería obligar por la fuerza a otros a hacer lo que estos no están dispuesto a hacer por sí mismos”.

[23] Sobre algunas diferencias entre Mises y Hayek en relación con el famoso debate, ver Keizer 1994.

[24] Para una declaración reciente en este sentido, ver März 1991, pp. 101-113, donde el autor, en lo que pretende ser un trabajo investigador, se permite la polémica táctica marxista de caracterizar a Mises como habiendo lanzado “la contraofensiva teórica e ideológica de la burguesía austriaca” en su crítica a la planificación socialista (p. 105).

[25] Karen Vaughn (1994) mantiene que el uso por escritores socialistas de la teoría neoclásica para deducir respuestas socialistas al ataque austriaco hizo visibles  tanto a Mises como a Hayek por los componentes característicamente austriacos de su argumentación.

[26] Según Streissler y Weber (1973, p. 227), Wieser identificaba como “la lección principal de los Principios” la proposición de que “la determinación final de todos los precios es la valoración de los bienes por los consumidores definitivos”.

[27] Cf. Dasgupta 1985, p. 80: Frente a la economía clásica, “el consumo, no la acumulación, aparece en la economía marginalista como la fuente de actividad económica. El nuevo sistema, por decirlo así, sustituye la soberanía de los ‘capitalistas’ por la soberanía de los ‘consumidores’”.

[28] Sin embargo un punto a la espera de desarrollo es si la doctrina que ve todo el sistema económico como dependiente, en último término de las valoraciones del consumidor es distintivamente austriaco o si está contenido en el marginalismo en general, por ejemplo, en Jevons igual que en Menger.

[29] Se advertirá que al incluir el estado entre esas formaciones sociales como el idioma o los mercados, Menger está oscureciendo la distinción liberal entre estado y sociedad civil.

[30] Vaughn (1989, p. 170) iguala el concepto mengeriano y hayekiano del orden espontáneo con el concepto de la “mano invisible” de Adam Smith.

[31] Emil Kauder apuntaba (1965, p. 61) que Menger se oponía al integrismo religioso, el antisemitismo, el militarismo y los duelos y la glorificación de la guerra y “era muy crítico con los pilares feudales de la monarquía de los Habsburgo: clero, ejército y nobleza”. Todas eran tradiciones o instituciones que, podría argumentarse, se desarrollaron “espontáneamente”.

[32] Wieser mantenía que, antes de Menger, todas las escuelas de pensamiento económico “seguían los intereses de uno de los grandes partidos económicos (…) [y] mostraban evidencias de sus intereses partidistas”. Muy extrañamente, incluso utiliza la terminología marxista de economistas “burgueses” y “proletarios” (Wieser 1923, p. 91), llegando a afirmar que los economistas “proletarios”, es decir, socialistas, podrían aprender de la teoría económica de Menger sin “renunciar en modo alguno a su punto de vista fundamente”, sino que más bien serían capaces de “fortalecer su punto de vista” (p. 92).

[33] Quedó para Erich Streissler entre los no socialistas la imputación de un interés de clase a los economistas austriacos (1988, pp. 200-201): “después del final de la monarquía, los miembros de la Escuela pertenecían a la vieja clase gobernante desposeída del poder y en su mayor parte expropiada mediante la hiperinflación que había eliminado su capital rentista. No sorprende que fueran particularmente críticos con el estado”. Ver también la nota 35.

[34] Fetter apunta que las implicaciones negativas de la teoría subjetiva para la economía marxista aparecen más claramente en las obras de Wiesr y Böh-Bawerk, pero mantiene que “esta aplicación, sin embargo, se había reconocido desde el mismo inicio de la escuela subjetiva” (1923, p. 602). Aunque no cita ninguna evidencia concreta, puede haber tenido en mente, por ejemplo, la crítica de Menger a la afirmación de Rodbertus de que capitalistas y terratenientes expropian el producto del trabajo y por tanto “viven sin trabajar”. A esto Menger contesta que viven “de los servicios de sus tierras y capital, que tienen valor, igual que los servicios laborales, tanto para los individuos como para la sociedad” (Menger 1981, p. 168n.30).

[35] Streissler (1990a, p. 64) hace la peculiar declaración de que “Tal vez Bujaron no esté lejos de la verdad después de todo cuando piensa que [la teoría neoclásica] es la economía del rentista”. Sin embargo, Gunther Chaloupek, un autor simpatizante con el marxismo, se acerca más cuando dice (1986, p. 221), al explicar la crítica del austricismo del Bujarin: “Pero: si la escuela de la utilidad marginal dirigía su atención a la demanda, esto no era ciertamente a primera vista un síntoma del inicio de la época del rentista, sino más bien un reflejo del aumento en el nivel de vida de las masas así como en el camino de la expansión del capitalismo”.

[36] Joan Robinson (1962, p. 52), por otro lado, argumentaba que mientras que “lo único que importaba de la utilidad era justificar el laissez faire”, la teoría tenía inherentemente implicaciones igualitarias y redistribucionistas”.

[37] El que la aproximación a la historia temprana del pensamiento económico que se centra en la tradición británica desde Smith a Mill deba abandonarse es algo argumentado por Murray N. Rothbard (1976a). Rothbard afirma que una interpretación más conforme vería a “Smith y Ricardo, no como fundadores de la ciencia de la economía, sino como economía en un vía trágicamente errónea, lo que obligó a los austriacos y otros marginalistas a corregirla” (p. 53). Citando los trabajos de Marjorie Grice-Hutchinson y Raymond de Roover, Rothbard destaca la importancia de los pensadores medievales y primeros modernos, particularmente los escolásticos españoles. Ver también especialmente Rothbard 1995.

[38] Uno de los objetivos de Streissler en su ensayo era permitirse su inclinación al desprestigio rebajando la originalidad de Menger: “Es fácil mostrar que muy pocas de las ideas básicas de los Principios de Menger no pueden encontrarse ocultas en los libros de economía alemanes que conocía bien” (p. 33n).

[39] Mises (1978b, p. 36) llegó a concluir que Wieser “no podría calificarse como miembro de la Escuela Austriaca, sino más bien era un miembro de la Escuela de Lausana”.

[40] A la vista de su propio análisis de la postura de Wieser, es difícil ver cómo Streissler puede también mantener (1988, p. 199) que “nadie que no suscriba un amplio código de ideas económicas liberales, como un socialista o un reformista social, podía ser miembro de la Escuela”.

[41] Cf. Hutchison 1981, p. 207: “Wieser era muy crítico con el capatalismo de libre mercado, atribuía una gran importancia al crecimiento del monopolio y simpatizaba mucho con las ideas socialdemócratas y reformistas”. Streissler (1986, p. 100) apunta que las referencias constantes de Wieser a “el estado socialista del futuro”, influyeron en su alumno Schumpeter en la evaluación de este de la probable evolución de la historia.

[42] Cf. el revelador comentario de Streissler (1987, p. 24): “A través de Menger, su escuela se convirtió en un recipiente de liberalismo económico, en un momento en que en otros países estaba bajo una estrella infortunada. Esta escuela asumió entonces una ‘causa perdida’ y nutrió al liberalismo en el momento de su mayor decadencia, especialmente en el periodo de entreguerras”.

[43] Kauder afirma de Menger (Kauder 1965, p. 64): “No era un defensor coherente de la libre competencia y no era un socialista, aunque su hermano, el famoso socialista Anton Menger, tuvo alguna influencia sobre él”.

[44] Paul Silverman (1990) critica sin embargo a Kauder sobre la naturaleza del trasfondo “austriaco” de la obra de Menger (así como en la supuesta dependencia metodológica de Menger de Aristóteles). Silverman apunta la importancia en la historia austriaca de una escuela de cameralistas supuestamente liberales, incluyendo la figura clave de Joseph von Sonnenfels, que planteó “un sistema de armonía social preestablecida que el estado tenía que supervisar y proteger” (p. 85). Josef von Kudler, cuyo trabajo sobre economía era el libro de texto habitual en las universidades austriacas en las décadas previas a la aparición de los Principios de Menger, mostraba igualmente “un punto de vista firmemente liberal”. En opinión de Silverman, el impacto de la “tradición austriaca” sobre Menger no iba en la dirección del conservadurismo, estimulando la búsqueda de la estabilidad de Metternich; más bien puede haber funcionado principalmente para verbalizar la idea de fines objetivos y racionales para el hombre en la sociedad, que establece un límite al subjetivismo de Menger (llevándole, por ejemplo, a distinguir entre necesidades reales e imaginarias) (pp. 90-91).

[45] Boehm (1990, p. 232, n. 2) sugiere que el punto de vista extremadamente liberal de Mises era contrario a la postura general de los fundadores del austricismo, que tendían a “una especie de ‘conservadurismo ilustrado’ (en sentido europeo) o ‘conservadurismo paternalista’, a pesar de sus alegaciones de laissez faire repetidas hasta la náusea”.

[46] Sigue siendo un tanto misterioso por qué Böhm-Bawerk eligió como ejemplo una catástrofe sin precedentes en la historia moderna europea (una de tal calibre que todos los esfuerzos públicos y privados fracasaron ante su peso) para ejemplificar un fenómeno del que hay “innumerables” ejemplos en la vida económica diaria.

[47] La tradición de intentar disociar la visión “personal”, “manchesteriano-liberal” de Mises de “los descubrimientos objetivos de la escuela austriaca fue continuada por Weber (1949, p. 644).

[48] Para un ataque más reciente a Mises, impulsado por una histeria apenas reprimida, ver Krohn 1981.

[49] Ver también Streissler 1987, p. 10: “los liberales declarados, al menos en los siglos XVIII y XIX, eran bastante opuestos a una función de redistribución [del estado]. Por otro lado, Friedrich von Hayek, por ejemplo, ya no sigue esa opinión. Solo cree que  no debería intentarse seguir una Sozialpolitik con la ayuda del mercado sino mediante transferencias independientes del mercado”.

[50] Cf., por ejemplo, Mises 1949, p. 149: “El estado o gobierno es el aparato social de compulsión y coacción. Tiene el monopolio de la acción violenta (…) El estado es esencialmente una institución para la conservación de las relaciones pacíficas entre humanos. Sin embargo, para la conservación de la paz debe estar dispuesto a aplastar las arremetidas de los que perturban la paz”.

[51] Hans-Hermann Hoppe (1994, p. 67) ha llegado a afirmar que “La opinión de Hayek respecto del papel y el estado  no puede distinguirse sistemáticamente de la de un socialdemócrata moderno”. Pero ver el ataque a Hayek por este rechazo del concepto de justicia social por un escritor socialdemócrata, Plant 1994.

[52] Un examen completo de lo que Hayek criticaba como “racionalismo extremo” de Mises (prólogo a Mises 1981, p. xxiii) se explica con una crítica implícita de la postura de Hayek en Salerno 1990.

[53] Menger añade en una nota a pie de página (1935c, p. 93n): “Indudablemente ataco la llamada tendencia ‘ética’ en economía política en varios sitios de mis investigaciones, distinguiéndola estrictamente de la tendencia ‘social-política ‘ [de reforma social] en la investigación económica”.

Publicado el 4 de marzo de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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