El legado de Aristóteles: La realidad y la ética de la propiedad comunal

0

En las primeras líneas del Libro Segundo de la Política de Aristóteles, éste considera, de todas las organizaciones políticas “¿cuál es la mejor para todos que lleve a un vida ideal?” (1260 b 25).

Su análisis le lleva a un punto inicial, la percepción de que los ciudadanos de cualquier ciudad deben compartir ciertas cosas al tiempo que mantienen otras como privadas. Su búsqueda por encontrar la mejor forma de organización política empieza pues con la consideración de qué debería ser compartido y qué debería quedar como privado en la ciudad.

Como un ejemplo de una ciudad en la que todo se comparte, Aristóteles se refiere a la República de Platón, específicamente a la sugerencia de éste de que esposas, hijos y posesiones deberían compartirse y mantenerse en común. Aristóteles plantea esta pregunta:

“Así que afrontamos el problema de si es mejor para los hijos, esposas y posesión mantenerse como hasta ahora [es decir, privados] o ser [comunes] como indica la ley propuesta en La República”. (1261 a 8 )

El propósito de este artículo es analizar los puntos de vista de Aristóteles sobre este asunto y considerarlos rigurosamente.

Aristóteles presenta tres asuntos claves relativos a la discusión sobre lo que debe compartir una ciudad: mujeres, hijos y propiedad. Cada uno debe considerarse por separado con el fin de examinar sus características propias. Debemos, por tanto, examinar los efectos que las características de los tres tendrían en la propiedad pública y privada. Empezaremos con cada asunto individualmente en el orden en que se han presentado.

Compartir mujeres

Aristóteles empieza su examen sobre propiedad comunal evaluando las consecuencias de compartir las mujeres. Aristóteles apunta varios problemas potenciales.

Aristóteles no menciona, pero es evidente por su propio derecho, es que compartir obligatoriamente las mujeres dificulta tanto a hombres como a mujeres su capacidad de fijar libre y naturalmente los términos de sus relaciones. En general, la gente se empareja con otros basándose en la atracción mutua y crean acuerdo para una compañía continua basada en el consentimiento mutuo. Ambas partes deben consentir iniciar una relación, pero sólo uno debe rechazarla.

Estos acuerdos pueden incluir lazos afectivos privados o excluirlos, pero los acuerdos deberían ser voluntarios. Decir que las mujeres deben compartirse entre los hombres viola tanto las derechos de unos como de otros de elegir voluntariamente la duración de sus relaciones. Debemos preguntarnos inmediatamente por el nivel de felicidad que tengan quienes no puedan estar con quien elijan durante el tiempo que elijan.

En el contexto de la Política de Aristóteles, las mujeres no parecen tener posibilidad de elección. De hecho, el contexto las retrata como posesiones de los hombres. Aunque esta posición es degradante, debemos discutir el asunto en este contexto con el fin de verlo como Aristóteles lo vio.

Examinando el compartir mujeres en el contexto de la Política, llegamos a las consecuencias que esta práctica tendría en la salud física y mental de las mujeres. Si un hombre puede tener una mujer privadamente, ésta estará sujeta al trato y a los deseos de sólo un hombre. Si todos los hombres comparten una mujer, ésta estará sujeta al trato y a los deseos de todos los hombres.

En la propiedad pública, cada hombre sería totalmente capaz de satisfacer sus apetitos sobre cualquier mujer que elija. En la propiedad privada, el hombre en posesión de una mujer está legitimado para tratarla bien o no. Pero si la propiedad es común, es seguro que las mujeres estarán a la merced todo tipo de hombres crueles. Puede verse cómo la propiedad privada sería mucho más humana que la propiedad en común.

No es que solamente la propiedad común resulte indeseable para las mujeres, también destruye las virtudes de los caballeros. Compartir mujeres permite lo que los patrones morales comunes consideran concupiscencia sin restricciones para los varones. Aristóteles escribe que compartir propiedades y mujeres destruye la función de dos virtudes, de las que la primera es “la templanza hacia la mujeres (pues abstenerse de tener relaciones con la esposa de otro hombre a causa de la templanza es una magnífica actitud)” (1263 b 10). La segunda virtud es la generosidad, que discutiremos más adelante.

Otro problema con compartir mujeres es el efecto de esta práctica en la unidad de la ciudad. No sólo compartir mujeres afecta a los ciudadanos como hemos expuesto, sino que también afecta negativamente a la ciudad en la que viven. Aristóteles vuelve a referirse a las ideas de Platón, que decía que combinar a las mujeres en un grupo común crea “la mayor unidad” que una ciudad puede obtener. Pero según Aristóteles, este camino hacia la unidad total destruye la misma naturaleza de la ciudad.

Por definición, una ciudad no es una unidad total, sino un grupo de pluralidades unificadas. Es un grupo de pequeños grupos diferentes: diferentes hombres, mujeres, niños, familias y amistades que viven juntos. Eliminar las relaciones permanentes para fortalecer el estado es eliminar las pluralidades que crean la ciudad. La política de compartir esposas destruye lo que se supone que fortalece.

“Es claro y evidente que  a medida que un estado tiende a convertirse en una unidad, acaba dejando de ser un estado, porque un estado es por su naturaleza una pluralidad de cierto tipo y al proceder a una mayor unidad, primero se convierte en una familia que a su vez se convierte en un hombre. Pues consideramos que una familia tiene más unidad que un estado y un hombre más unidad que una familia. Así que incluso si fuéramos capaces de llegar a esa unidad, no se produciría, pues sería la ruina del estado”. (1261 a 16-23)

Como hombres y mujeres se emparejan con el fin de procrear nuevos miembros de una ciudad, crean células individuales en la ciudad. Una polis, en definición de Aristóteles, es una pluralidad de estas células que viven juntas en un área común. Si estas pluralidades se absorben en una sola unidad, las condiciones cambian de la ciudad previamente definida a una forma diferente e indefinida de organización política.

Aristóteles prefiere estas polis singulares y unificadas a una “alianza militar” en la que los miembros son sólo útiles en función de su número. Es interesante advertir que Aristóteles utiliza el término “útiles” para describir la cantidad de ciudadanos. Esto nos lleva a la pregunta: ¿para quién o para qué son útiles?

Las alianzas militares existen por el bien de algo o de algún otro, como la protección de la ciudad. Los hombres libres normales existen para sí mismos. Aunque esta modo unificado de vivir puede tener sus ventajas para los protectores de la ciudad, afecta a la libertad del ciudadano ordinario al forzarle a vivir para fines distintos de los suyos.

Como podemos ver, compartir mujeres va en detrimento del bienestar de la ciudad. Primero, destruye la libertad de la gente de elegir los términos de sus propias relaciones personales. Segundo, ignora la virtud de la templanza. Tercero, compartir mujeres lleva a la destrucción de la ciudad al eliminar las pluralidades que la componen. Cuarto, las polis unificadas que se crean al compartir mujeres llevan a la destrucción de la libertad de elegir los fines sociales propios. Debemos concluir de estos hechos que la propiedad común de las mujeres no es beneficiosa para la polis.

Las consecuencias de la forma en que se trata a las mujeres nos lleva  nuestro segundo aspecto: ¿deberían criarse los hijos comunal o privadamente? Las parejas privadas pueden llevar a sus hijos por el bien común, pero también pueden quedarse con ellos para criarlo en privado. Sin embargo, sin parejas privadas, los hijos no tienen más opción que ser criados en la comunidad. Examinemos los efectos de la crianza pública de niños.

Compartir hijos

La crianza comunal de niños presenta muchos problemas. Al contrario que los hombres y las mujeres, los niños no pueden opinar sobre sus relaciones familiares. Vienen al mundo sin haber podido elegir.

Además, los niños pequeños no pueden valerse por sí mismos. En las primeras fases de su vida, están a merced de su padres naturales. Para mantener vivos a los hijos, los padres están por tanto obligados a protegerlos y mantenerlos como si fueran de su propiedad.

Esto coloca a los hijos en una posición intermedia entre las mujeres, que pueden optar en sus relaciones y por tanto no son propiedades y la tierra, que puede ser propiedad indefinida e indiferente de su propietario. Un “hijo” puede ser “propiedad” de un padre o padres hasta que sea lo suficientemente mayor como para “poseerse” a sí mismo. La propiedad de un hijo es legítima, pero temporal.

El primer problema que aparece cuando se considera si los niños deben ser educados privada o públicamente es la cantidad y calidad de la atención que recibirán durante su formación. En términos de calidad, debemos cuestionar la consistencia de la educación que recibiría un niño de mil personas elegidas al azar frente a la educación que recibiría ese mismo niño por dos consejeros permanentes.

Sin un guardián nombrado para validar cada opinión que se escuche, se dejará al niño revisar su educación sin ayuda. La buena información que reciba será relativamente infrecuente comparada con la mayor proporción de sugerencias.

Un millar de hombres sería incapaz de acordar eficientemente sobre la educación de un niño sin delegar la tarea en un grupo más pequeño. Los pocos hombres que enseñen bien serían responsables de la masa de niños, con el resultado de que cada niño recibiendo poca atención positiva.

“Así que un hombre tendría [como si dijéramos] mil hijos, no como si fueran suyos, sino siendo cada uno por igual el hijo de un padre cualquiera, con el resultado de que cada uno recibiría la misma atención”. (1262 a 1)

¿Quiénes mejor para asignar el cuidado de un hijo que quienes lo engendraron? Con dos profesores privados para, digamos, cinco niños, cada uno estaría en mejor situación para recibir la atención personal que necesita.

Aunque tener un par de padres privados no segura que los niños estén libres de la influencia de las opiniones de todos los demás ciudadanos, asegura una base estandarizada sobre la que contrastar las opiniones que reciban. La ausencia de una base fiable seria la principal desventaja de una ciudad donde se compartieran los niños.

En una ciudad en la que se compartieran los niños, éstos naturalmente tenderán hacia aquéllos en quienes confíen. Los ciudadanos más dignos de confianza se encontrarían rodeados de niños curiosos. Esto generaría una obligación injusta en estos ciudadanos, en lugar de distribuir equitativamente la responsabilidad entre propietarios o creadores de los niños.

La educación no es el único aspecto de la atención que requieren esos niños. También hay consideraciones emocionales. Cuando un niño que es compartido por la ciudad tiene necesidades emocionales, ¿quién las atenderá? Ante cada necesidad de cada niño, cada miembro de la polis hará lo que piense que sea mejor, sin intimidad ni conocimiento previo de lo que éste necesita. El bienestar emocional del niño será atendido por mil extraños.

Otro problema es la naturaleza de las relaciones que se forman en una ciudad en la que los niños son comunes. Primero, cuando el niño es arrebatado a sus padres y criado en un entorno común sin conocimiento de sus orígenes, aparece el riesgo de incesto entre padres e hijos desconocidos. ¿Cómo va a saber uno si es pariente de un miembro de la ciudad por el que se siente atraído? Una ciudad de hijos comunes anónimos abre la puerta a ese libertinaje inintencionado.

En segundo lugar, los tipos de relaciones que la gente forma cuando se les prohíbe que sean permanentes, de amor y exclusivas no son más fuertes, sino más débiles. Prohibir los lazos afectivos privados y exclusivos no fortalece el amor familiar entre los ciudadanos, porque la gente debe evitar estar demasiado apegados o intimar con alguien.

El no estar apegados a nadie en particular no hace que uno esté más apegado a todos en general. El hecho de que nombres de familia como “padre” e “hijo” tengan que usarse para describir a completos extraños no fortalece el significado de esos nombres, sino que lo diluye:

“Pues igual que una pequeña cantidad de vino dulce mezclada con mucho agua es difícilmente perceptible en la mezcla, lo mismo pasa con el uso de nombres basados en [este] tipo de parentesco, ya sea por un padre hacia sus [incontables] hijos o por un hijo hacia sus [incontables] padres (…) [que difícilmente será perceptible y hará aparecer el mínimo cariño familiar en un estado así”. (1262 b 15)

Aristóteles explica esta intimidad atenuada:

“Pues hay dos cosas por las que, por encima de todo, un hombre muestra preocupación y afecto: a) las cosas que son suyas y b) las cosas a las que quiere pero ninguna de ellas pueden existir en hombres gobernados de esta manera”. (1262 b 24)

Una persona debe tener apego a otra para tener una verdadera intimidad con ésta.

Como hemos visto, la comunización de los hijos no beneficia a una ciudad. Los niños a en una ciudad que los comparta reciben menos atención en términos de educación y apoyo emocional. Además, no hay forma de prevenir relaciones incestuosas. Y aun peor, las relaciones entre niños y adultos diluyen su naturaleza.

Finalmente, igual que en el caso de compartir mujeres, se niega intrínsecamente la libertad cuando la gente debe ser vigilada y evitar que elija los términos de sus propias relaciones. Debemos estar de acuerdo en que la propiedad comunal de niños va en detrimento de la ciudad.

Una vez examinadas mujeres e hijos, debemos ocuparnos del tercer asunto: la propiedad.

Compartir la propiedad

Al contrario que las mujeres y los niños, las propiedades como terrenos, casas o herramientas son indiferentes para su propietario. No tienen las necesidades que tiene un ser humano. La preocupación principal sobre la propiedad es cómo se usa y mantiene. Así que es necesario discutir si es mejor para los ciudadanos tener propiedad privada o para la propiedad ser de propiedad pública.

La pregunta principal respecto de compartir la propiedad es qué pasa cuando todos los hombres poseen y mantienen y predio de propiedad común. Lo primero que ocurre es un cambio en la connotación de la palabra “todos”. Como apunta Aristóteles, el término “todos” tiene un doble significado. Puede usarse para indicar el colectivo tomado en conjunto o significar cada uno de los individuos de un grupo.

“Pero los hombres que tienen esposas e hijos en común no hablarían utilizando estos términos de esta forma; dirían ‘todos’ pero no en el sentido de cada hombre [y solamente él]. De forma similar con las posesiones pertenecerían a todos, pero no a cada hombre [y solamente a él]. Es, por tanto, evidente que hay una falacia en el término ‘todos’” (1261 b 25)

La falacia de la que habla Aristóteles es la de que una persona o unidad de propiedad pueden pertenecer a cualquiera colectivamente, pero a nadie individualmente: que lo que es cierto para la totalidad no lo es para las partes.

Esta falacia no lleva a cada individuo a sentirse responsable de la propiedad, sino a sentir que ningún individuo es responsable de ésta. No puede echarse la culpa a nadie. Si la sanción recae sobre todo el grupo, cada persona puede excusarse mentalmente de ser la causa. El resultado es que la responsabilidad individual se reemplaza por la mentalidad de la turba.

Cada persona sustrae su propiedad personal de la colectiva, dejando un grupo en el que ningún miembro se siente personalmente responsable de las condiciones de la propiedad. Se ha creado un grupo en el que ninguna persona se siente obligada a actuar como propietario, aunque el grupo en conjunto se supone que toma la responsabilidad.

En una ciudad de diez mil miembros, si la propiedad no se mantiene , cada persona se ve a sí misma como 1/10.000 responsable, pero ve a los demás 9.999/10.000 responsables. Esa relación tan abrumadora no anima a mantener la integridad de su 1/10.000 parte. El resultado es justamente el contrario del propósito de la propiedad compartida, que es que todos toman la responsabilidad completa de la propiedad como si todo el objeto fuera suyo.

La idea de una responsabilidad fraccional es asimismo contingente entre la gente que no pierde completamente su sentido de la responsabilidad personal. Si una persona cree verdaderamente que él no es el propietario, sino que es el colectivo, puede ni siquiera aceptar su parte personal. En último término, ningún individuo se considerará a sí mismo responsable de más de lo que es su parte, que considera cero o 1/10.000 de la propiedad total.

“Cada hombre presta más atención a lo que es suyo, pero menos a lo que es suyo, o al menos en la medida en que contribuye a su propio interés. Pues cada hombre, aparte de otras razones, piensa que otros se ocuparán del asunto y les prestan menos atención, igual que en la tareas domésticas donde a veces muchos sirvientes hacen peor su trabajo que unos pocos”. (1261 b 35)

El resultado de que una persona disminuya su parte de uno a cero es que algún otro miembro de la comunidad de ocuparse de esta parte sin mayor remuneración. Algún otro ciudadano debe ahora tener 2/10.000 de responsabilidad en el mantenimiento de la propiedad.

Es fácil ver que esto crea un incentivo para ser menos responsable en lugar de más: el trabajo lo hará algún otro si alguno no lo hace y no se recibe ningún extra pro hacer más.

“Si las retribuciones y los trabajos no son proporcionales, es seguro que quienes trabajen más y reciban menos se quejarán de los que trabajen menos pero tengan una mayor retribución o reciban más”. (1263 a 13)

Puede aceptarse que existen quienes tomarán la responsabilidad de mantener la propiedad como si fuera suya, probablemente unos pocos. Es una suerte para la ciudad, pero debemos cuestionar la ética de una situación en la que la diligencia y responsabilidad de unos pocos permite la pasividad de muchos.

Puede que el esfuerzo no quede completamente sin recompensa, pues el trabajo de unos pocos puede obtener las alabanzas del resto de los ciudadanos, pero ¿durante cuánto tiempo las meras alabanzas tienen sentido cuando las realizan quienes se niegan a trabajar? Es mucho más fácil alabar que trabajar. Los pocos que trabajan duro se ven retribuidos con alabanza s baratas, mientras que los muchos que alaban se ven retribuidos con la propiedad bien mantenida. Un grupo sacrifica mucho y recibe lo barato, el otro no sacrifica nada y recibe el sustento necesario.

Quienes sacrifican su tiempo y esfuerzo para la polis se verían mejor retribuidos con un sacrificio de la polis. Esto sólo puede conseguirse cuando los demás ciudadanos dan algo de sí mismos: tiempo, trabajo o propiedad. Ya han renunciado a sacrificar tiempo y trabajo, todo lo que les queda por ofrecer es propiedad. ¿Pero cómo van a sacrificar la propiedad si ya está compartida?

De acuerdo con Aristóteles (y a continuación de una cita previa) la propiedad común destruye las funciones de dos virtudes: la templanza, al igual que con las mujeres y

“la generosidad, que se ve afectada en cómo debería usarse la propiedad (pues ningún hombre puede mostrarse generoso, ni siquiera realizar una acción de generosidad, ya que la función de la generosidad depende el uso de la propiedad [propia]”. (1263 b 12)

Sólo cuando la propiedad de privada puede expresarse la virtud de la generosidad. La propiedad común priva a la gente de la oportunidad de donar gratis por sí mismos.

Como hemos visto, la propiedad comunal contiene muchos problemas: Primero, la falacia del significado de “todos” que afecta negativamente a las actitudes de la gente respecto de sus responsabilidades. En segundo lugar, la propiedad colectiva destruye el incentivo para esforzarse. En tercer lugar, la propiedad compartida impide que la gente muestre la virtud de la generosidad.

Por todas estas razones, debemos estar de acuerdo en que la propiedad común va en detrimento de la polis.

Fortalecimiento de la defensa de la privatización

Aunque lo que ya hemos visto muestra suficientemente los defectos de una ciudad en la que mujeres, hijos y propiedades sean comunes, no responde específicamente a la pregunta ¿es buena la propiedad privada para una ciudad? Hemos visto la necesidad positiva de la privatización de mujeres e hijos, Pero aplica esto a la propiedad? Aristóteles habla de ello, discutiendo las fortalezas de tener propiedades privadamente:

“Porque cuando cada uno atiende a su propia propiedad, los hombres no se quejan de los demás [en asuntos de propiedad] (…) y, a causa de la virtud, el uso de la propiedad se hará de acuerdo con el proverbio ‘comunes son las posesiones de los amigos’”. (1263 a 27)

“Pues [en estos estados], aunque cada uno tiene su propiedad, aún así pone parte a disposición de sus amigos y otra parte para uso común”. (1263 a 34)

Cuando un hombre tiene su propiedad, asume toda la responsabilidad sobre ella. Su atención se fija en sus propias responsabilidades. Como la propiedad es suya, no puede culparse más que a sí mismo si está descuidada. Debe aplicar sus esfuerzos a su propiedad o sólo él sufrirá las consecuencias.

Además, como la propiedad es privada, un hombre puede mostrar su generosidad compartiendo los frutos de su trabajo entre quienes considere sus amigos. De esta manera, la propiedad puede compartirse en su sentido real, ya que es primero y ante todo privada.

Es cierto que la privatización de la propiedad no lleva necesariamente a compartir. En una ciudad en la que la propiedad es privada, una persona puede ser egoísta con su propiedad y los frutos de su trabajo. Algunos argumentos justifican la propiedad comunizada basándose en que evita el egoísmo. Pero Aristóteles demuestra que esta justificación es falsa:

“Lo nocivo en las formas de gobierno existentes, como juicios sobre contratos  y condenas por perjurio y la adulación a los ricos, se denuncia que aumentan porque la propiedad no es común. Pero esto surge de la maldad humana y no de que la propiedad no sea común, pues las disputas aparecen incluso entre quienes poseen propiedades en común y las comparten, y en un grado aún mayor”. (1263 b 15)

La igualación de la propiedad no creará la ciudad ideal. Una ciudad sólo se convertirá en ideal cuando la maldad desaparezca de la naturaleza humana.

Deben ocurrir dos cosas para que los hombres sean virtuosos. Primero, deben tener su propia propiedad con la que pueden aprender a ser generosos. Los hombres pueden ser codiciosos y egoístas tanto en una ciudad compartida como en una privada, pero, como ha demostrado Aristóteles, sólo pueden ser verdaderamente generosos en una ciudad privada. En lugar de ayudar a la gente a madurar, la propiedad socializada atrofia el desarrollo moral de la gente al eliminar sus opciones. Los hombres deben recibir la oportunidad de ser generosos otorgándoles la propiedad privada.

En segundo lugar, las leyes deben intentar enseñar la virtud a los hombres. Los hombres deben ser educados en la generosidad en lugar de evitar que la puedan expresar:

“El legislador  (…) debería moderara los deseos de los ciudadanos más allá de su propiedad y esto no puede lograrse si no se educa adecuadamente a los ciudadanos mediante las leyes”. (1266 b 27)

“Porque no hay límite en la naturaleza de sus deseos y la mayoría de los hombres viven para satisfacer sus deseos. De acuerdo con ello, el punto de inicio para [curar] esos [males] no es tanto igualar la propiedad como educar a los hombres de naturaleza equitativa para que deseen no pedir más y evitar que los hombres malos obtengan más, es decir, hacer a estos últimos menos poderosos sin ser injustos con ellos”. (1267 b 4)

Una polis no puede ser ideal a causa de la maldad humana. Más aún, la maldad de los hombres no puede corregirse desde el exterior, es decir, redistribuyendo la propiedad y esperando que esto cambie su carácter. Debe cambiarse desde dentro: enseñando a los hombres a ser altruistas en la esperanza de que sean equitativos con lo que poseen.

Como podemos ver, la propiedad privada tiene muchos beneficios La propiedad privada recibe más atención personal que la propiedad comunal. Hay un incentivo para hacer esfuerzos para mantener y mejorar la propiedad privada. Y lo más importante: la propiedad privada da a la gente la oportunidad de aprender a cómo compartir de verdad.

Aunque la maldad existe tanto en la forma compartida como en la privada de la ciudad, sólo en la forma privada pueden ejercitarse las virtudes de la templanza, el amor y la generosidad. Por estas razones, las leyes de la ciudad deben dirigirse a educar a los hombres en la virtud en lugar de eliminar su capacidad de tomar decisiones. Así vemos que la propiedad privada es un beneficio para la polis.

Una ciudad en la que todo se comparta va en detrimento físico y mental de hombres, mujeres, niños, propiedades y la propia ciudad. Aún peor, en cada caso de compartir obligatoriamente hay una disminución en la libertad de la gente. Uno se pregunta si una ciudad desprovista de templanza, amor, generosidad y libertad es en alguna manera “la mejor de todas las capaces de llevar a una vida ideal”. Con la ayuda de Aristóteles, podemos ver fácilmente los defectos de una ciudad en la que la gente y la propiedad se mantengan en común. Queda claro que la propiedad privada es necesaria para el bienestar de una ciudad.


Publicado el 17 de septiembre de 2009. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email