El lenguaje como acción

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El lenguaje es una variedad de la acción. Los lingüistas han reconocido este hecho en su entendimiento contemporáneo al menos desde la década de 1960, cuando J. L. Austin acuñó las expresiones “actos de habla” y “enunciados performativos” para referirse a las funciones no declarativas del lenguaje.[1] Otros diversos investigadores han escrito también sobre la naturaleza performativa del lenguaje ya desde los griegos y el poder del habla como un acto incluso aparece de forma destacada en los primeros textos cristianos (por ejemplo, el poder creativo del habla de Dios al crear el mundo con una mera enunciación: “Hágase la luz” o el concepto de la Palabra bíblica). Pero en los años anteriores a Austin, los filósofos del lenguaje, influidos por la filosofía analítica y el positivismo lógico, estaban interesados principalmente en lo que significaban las oraciones, es decir, en su contenido semántico, declarativo o proposicional y especialmente en sus valores de verdad. Sin embargo Austin apuntaba que la gente hace más que solo comunicarse con el lenguaje: lo usa también para hacer cosas. Hablar es a menudo un acto en sí mismo, como cuando decimos “Yo prometo” o “Declaro por la presente”. Hoy muchos lingüistas reconocen que todo lenguaje es performativo. Incluso la inocua oración declarativa “Fui a la tienda” constituye un acto, es decir, el acto de informar. Igual que cualquier otra acción, hablamos y escribimos para producir efectos en el mundo o en los estados mentales de otros. Por tanto el lenguaje es una variedad de acción y por tanto está sujeto a las leyes de la praxeología.

El lenguaje es solo una de las muchas áreas inexploradas en el campo más amplio de lo que podría llamarse “praxeología de la cultura”. Por ejemplo, Mike Reid ha escrito varios artículos excelentes en la tradición austriaca desde una perspectiva antropológica y Paul Cantor ha aplicado con éxito ideas austriacas tanto al análisis literario como cultural. Si la praxeología ha de tomarse realmente como la ciencia de la acción humana, entonces estos campos merecen su lugar como nueva rama en la taxonomía rothbardiana de los campos de la praxeología.[2] Además, sociología, antropología y estudios culturales son aquellos campos que más necesitan las ideas de la praxeología y el individualismo metodológico, ya que se han hecho notablemente colectivistas en sus ideologías. Como me escribió una vez Mike Reid:

En mi experiencia, los colectivistas radicales han ocupado el campo de la economía, lo que significa que no podemos alcanzarles allí. Se ven respaldados en antropología, sociología, literatura, lingüística y los omnipresentes estudios de agravios. Nuestro trabajo puede llegar más allá de los fuertes montañosos del error y sostener un pábilo de verdad en las entradas a sus cavernas. ¡Salid! ¡Salid! ¡Hay verdad y esperanza fuera de aquí!

Pero como área de la praxeología no ha conseguido casi ningún reconocimiento entre los austriacos. Una excepción notable proviene de Ludwig von Mises, el propio padre de la praxeología. Este ilustra concisamente la naturaleza performativa del lenguaje en La acción humana:

Acción significa el empleo de medios para alcanzar fines. Generalmente, uno de los medios a emplear es la acción del trabajo humano. Pero no siempre es así. Bajo condiciones especiales basta con una palabra. Quien da órdenes o interdictos puede actuar si gastar ningún trabajo. Hablar o no hablar, sonreír o permanecer serio, pueden ser acciones.[3]

Y aunque Mises escribe también extensamente sobre la relación entre lenguaje y nación y la política del lenguaje en su libro Nación, estado y economía, estos comentarios son tal vez más comentario político que ideas praxeológicas en sí.

Muchos eminentes economistas austriacos (Menger, Hayek, Mises, Rothbard) también apuntan al lenguaje como un ejemplo de orden espontáneo en la sociedad. Los comentarios de Hayek son los más conocidos a este respecto:

Las herramientas básicas de la civilización (lenguaje, moral, derecho y dinero) son todas resultado de crecimiento espontáneo y no de diseño.[4]

Al ser un tipo de orden espontáneo, no es sorprendente que el lenguaje esté sujeto a los mismos tipos de interrupciones planificadas centralizadamente que los sistemas económicos, como apuntaba Rothbard:

El sistema de educación pública obligatoria se ha usado como un arma terrible en manos de gobiernos para imponer ciertos idiomas y destruir los de diversos grupos nacionales y lingüísticos dentro de sus fronteras. Esto fue un problema particularmente en Europa central y oriental. El Estado gobernante impone su lengua y cultura oficial sobre pueblos sometidos con lenguas y culturas propias y el resultado ha sido una amargura incalculable. Si la educación fuera voluntaria, no habría aparecido ese problema.[5]

Estos temas constituyen las únicas contribuciones reales a la praxeología del lenguaje en la tradición austriaca, aparte de la frecuente pero injustificada afirmación de que el lenguaje está en decadencia y de que es un síntoma de una sociedad en decadencia (una mentira bien conocida en lingüística). Pero puede conseguirse ideas importantes incluso de una aplicación superficial de las lecciones de la praxeología.

Tomemos el principio más importante de la economía, por ejemplo: el coste de oportunidad. O, en palabras de Bastiat, “lo que no se ve”. Como dice Mises:

Pero el hombre que actúa elige, determina y trata de alcanzar un fin. De dos cosas que no puede tener al tiempo, elige una y renuncia a la otra. Por tanto la acción implica tanto toma como renuncia. (…) Dondequiera que están presentes las condiciones para la interferencia humana, el hombre actúa sin que importe si interfiere o renuncie a interferir. (…) La acción no es solo hacer sino asimismo omitir hacer lo que podría hacerse.[6]

Esto no es menos cierto para el lenguaje. ¿No es lo que se deja por decir tan importante como lo que se dice? Por cada enunciado que uno dice, hay un número infinito de otros enunciados que quedan sin decir. A menudo, los que se dejan sin decir son tan destacados que realmente contribuyen a nuestra interpretación del enunciado. Si uno dice: Tengo cinco dólares es porque ha optado por no decir tengo seis dólares. Suponiendo que el objetivo del enunciado sea verbalizar el cantidad de dinero que posee quien habla, quien escucha puede inferir que el que habló tiene cinco dólares y nada más que cinco dólares, aunque es lógicamente posible que tenga seis o seis mil. Lo mismo pasa con enunciados como: Bueno, no es que no me guste. Nadie que hable español negaría que lo que no se dice aquí es más importante que lo que se dice.

Pero en otras situaciones esas inferencias no están justificadas. Si os preguntan: ¿Alguien tiene cinco dólares para la propina? Y respondéis: Tengo cinco dólares y entregáis el dinero, nadie puede suponer justificadamente que vuestra cartera esté ahora vacía (al menos no basándose solo en el enunciado). ¿Qué hace que la inferencia se justifique en un caso pero no en otro? ¿Cómo navegan los oyentes con etas inconsistencias? En otros tiempos, la preguntas podían esquivarse completamente y esto daba a nadie el menor respiro. Consideremos:

A: ¿Quieres ir conmigo al cine a las seis?
B: ¿Hay sesión a las siete y media?
A: Seguro.
B: Estupendo. Pues hacemos eso.

B ni siquiera responde a la pregunta original de A y B difícilmente puede considerarse como no cooperativo o difícil de entender. Muchas de nuestras charlas diarias son como esta: llenas de implicaciones y cosas que se dejan sin decir. Lo que hace posible que los oyentes atraviesen esta niebla lingüística es el sencillo hecho de que interpretamos los enunciados de otra gente como acciones dirigidas por parte de actores conscientes que buscan ciertos objetivos comunicativos y sociales. Todo enunciado se interpreta a través de esta lente. Es el reconocimiento implícito por parte de cada oyente de que todos somos actores buscando fines lo que hace posible la comunicación.

En cierto modo, esto hace del lenguaje un maravilloso testamento al valor del individuo. Pues cada vez que escucho lo que tienes que decir e intento entenderlo, reconozco tu situación como individuo autónomo con tus propios objetivos. Todos somos praxeólogos en ciernes gracias al lenguaje.


[1] Ver especialmente J. L. Austin, How to Do Things with Words (William James Lectures), 2ª ed. (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1975). [Publicado en España como Cómo hacer cosas con palabras: Palabras y acciones (Barcelona: Paidós, 1982)]

[2] Murray N. Rothbard, “Praxeology: Reply to Mr. Schuller”, American Economic Review, Diciembre de 1951, pp. 943-946.

[3] Ludwig von Mises, Human Action: A Treatise on Economics. Scholar’s Edition / Kindle Edition (Auburn, Ala.: Ludwig von Mises Institute, 2008 [1949, 1998]), pp. 931-934.

[4] Friedrich A. Hayek, The Constitution of Liberty: The Definitive Edition, vol. 17, The Collected Works of F. A. Hayek (Chicago: University of Chicago Press, 2011 [1960]), p. 495.

[5] Murray N. Rothbard, Education: Free and Compulsory. Kindle Edition. (Auburn, Ala.: Ludwig von Mises Institute, 1999 [1971, 1979]), pp. 577-581.

[6] Ludwig von Mises, Human Action: A Treatise on Economics. Scholar’s Edition / Kindle Edition (Auburn, Ala.: Ludwig von Mises Institute, 2008 [1949, 1998]), pp 926-940.


Publicado el 14 de junio de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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