Historia de dos libertarismos

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[Este artículo apareció originalmente en Reason Online]

Si Murray Rothbard (economista de la Escuela Austriaca, filósofo político anarquista, historiador popular de los primeros Estados Unidos e inveterada mosca cojonera del libertarismo organizado) no hubiera vivido nunca, el movimiento libertario no hubiera llegado a su tamaño e influencia actual.

Él inspiró y educó a generaciones de jóvenes intelectuales y activistas libertarios, de Leonard Liggio a Roy Childs o Randy Barnett. Ayudó a constituir y dar forma a la misión de instituciones libertarias como el Instituto de Estudios Humanos, el Instituto Cato y el Instituto Ludwig von Mises. Su combinación única de ética de derechos naturales randiano-aristotélica, economía austriaca, anarcocapitalismo (del que fue la fuente primitiva dentro del movimiento libertario contemporáneo), ferviente anitintervencionismo y desconfianza democrática en las “elites del poder”, tanto públicas como privadas, inyectó en el moderno libertarismo su distintivo aspecto que le diferencia de otros tipos de pensamiento de gobierno pequeño y libre mercado.

Digámoslo así: Cuando murieron gente como F.A. Hayek y Milton Friedman, la abanderada del conservadurismo National Review pudo alabarles casi sin reservas y lo hizo. Pero cuando Rothbard murió en 1995, su viejo amigo William Buckley tomó la pluma para escupir sobre su tumba. Rothbard, escribió Buckley, dedicó su vida

“a quejarse y resoplar en el pequeño claustro cuyas paredes había trabajado tan laboriosamente por construir, dejándole al final no como padre de un movimiento en crecimiento (…) sino con tantos discípulos como David Koresh y su pequeño reducto en Waco. Sí, Murray Rothbard creía en la libertad y, sí, David Koresh creía en Dios”.

Las cosas son ahora algo diferentes en lo que se refiere a la influencia de Murray Rothbard, aunque no es probable que nadie en la National Review lo advierta, excepto quizá en el contexto de un ataque al congresista Ron Paul (Republicano – Texas). El auge de Paul y su ruidosa y entusiasta y joven base de partidarios, que Buckley no pudo prever (yo, que estaba escribiendo una historia intelectual del libertarismo de 1996 a 2006, tampoco lo vi venir), contradicen la opinión de Buckley de que la radical intransigencia divisiva de Rothbard le condenaba a la irrelevancia.

El movimiento de Paul (el movimiento popular más grande motivado por ideas claramente libertarias acerca de la guerra, el dinero y el papel del gobierno que hayamos visto en el periodo de posguerra) es mucho más rothbardiano que directamente influido por las creencias o estilo de cualquier otro líder intelectual reconocido o influencia en el libertarismo estadounidense. La gente de Paul es el tipo de agitación antibélica, antiestatal, anti-dinero fiduciario en masa con que soñó Rothbard toda su vida como activista.

Los paulistas hacen hincapié en los asuntos claves de Rothbard de la guerra y el dinero, con esa insinuación populista de lo que él llamaba “análisis de la élite del poder” y que los inmisericordes llaman “teorías de la conspiración”. De hecho como aprendí de mi informe sobre el movimiento durante la campaña de primarias de Paul, una mayoría de ellos estaban aprendiendo buena parte de su libertarismo directamente del propio Paul y las comunidades de Internet que lo rodeaban. Pero Rothbard fue amigo e influyó en Paul y en el centro de la comunidad de Internet de Paul está el muy rothbardiano sitio del Instituto Mises y el sitio personal del fundador y presidente de dicho instituto, Lew Rockwell, que fue un cercano colaborador de Rothbard en la última década de su vida.

El Instituto Mises acaba de publicar una interesante (aunque lamentablemente breve, para este fan) recopilación de escritos inéditos de Rothbard. Son ensayos, cartas y memos escritos con un fin específico: aconsejar a los distintos grupos de formación y financiación libertaria en la décadas de 1940 y 1950 (principalmente el Fondo Volker, el más importante mecenas de los intelectuales libertarios en aquella época: financiaron los puestos académicos de Mises y Hayek, patrocinaron las conferencias con las que se escribió la mayoría de Capitalismo y libertad de Milton Friedman y mantuvieron a flote a Rothbard con distintos encargos y tareas) acerca de obras o autores específicos dignos de promoción como buena formación o propaganda (en su sentido neutral) del libertarismo. A causa de este fin práctico, lo escrito por Rothbard destaca aquí una debilidad aún importante en el gran proyecto libertario, tanto como operación intelectual como de venta (de ideas).

Rothbard vs. the Philosophers es aproximadamente dos tercios de Rothbard y un tercio de un ensayo introductorio de una polítologa italiana, Roberta Modugno. El ensayo deriva tanto del material de Rothbard que lo que sigue añade poco a la proposición valiosa del libro. Su contextualización del Rothbard maduro no hace al libro útil más que a los fans entusiastas de Rothbard y a los historiadores del movimiento libertario. (Hay mucho, mucho más material de Rothbard de este tipo en los archivos del Instituto Mises y espero que esto sea sólo el principio de su edición).

Rothbard es un intelectual con un objetivo. Aprendió mucho de Marx y de los distintos movimientos marxistas en términos de estrategia para un cambio político-económico radical y estaba de acuerdo con Marx en que “los filósofos hasta ahora sólo interpretaban el mundo en diversas formas, se trata de cambiarlo”. (Mientras hablaba acerca de Rothbard con libertarios que no le tenían cariño, aprecié que a menudo pensaban que sus pensadores libertarios favoritos eran más científicos o interpretativos, mientras que Rothbard era más propagandista. En realidad, todos los principales pensadores sociales libertarios tuvieron el cambio social y político como objetivo y no meramente la búsqueda objetiva de la realidad).

El ensayo introductorio de Modugno explica con detalle las peculiaridades del proyecto de Rothbard de una forma que el propio Rothbard a menudo sólo insinúa en los escritos aquí recogidos: que “el axioma de la no agresión” es ”la verdadera piedra angular del sistema rothbardiano”, así que él “condena moralmente todas las formas de estatismo”. Después de todo, los estados no pueden funcionar sin agredir en primer lugar a alguien, aunque sólo sea para obtener dinero de los impuestos para financiar sus actividades.

A Rothbard le preocupa mucho (especialmente por el propósito práctico de estos escritos) lo que considera la eficacia de los filósofos y pensadores sociales y económicos en dirigir al mundo hacia la causa de la libertad absoluta. Sus críticas a menudo siguen un tono en la línea de este comentario sobre su querido mentor en economía Mises: “La postura utilitaria y relativista de Mises ante la ética no es ni lejanamente suficiente para establecer una defensa integral de la libertad”.

El propósito de buscar la preeminencia del libertarismo domina este libro. Rothbard es el más entretenido de los grandes pensadores libertarios: agudo, ingenioso, humilde, divertido y coloquial, y esas virtudes brillan en todo el propósito exhortativo y práctico de estos escritos. Así, sus ataques a Leo Strauss y Karl Polanyi no deberían entenderse como una disputa de matiz y generosa entre filósofos.

Aquí Rothbard está escribiendo en buena medida como polemista ideológico acerca de qué pensadores son “buenos para el equipo” y sus críticas, incluso fuera de este libro, a menudo tienen ese objetivo. Este aspecto de Rothbard se ha aprovechado a veces para atacarle como pensador poco serio, pero esto no es justo con el propósito de este tipo de polémica. Por ejemplo, al no ocuparse de todos los matices de la historia o análisis de Karl Polanyi en su La gran transformación, Rothbard está haciendo lo que se ha propuesto: buscar un grupo detectable de creencias acerca de la civilización moderna, la moneda y los mercados que hacen de Polanyi un aliado ineficaz para los libertarios radicales.

Antes de que Ayn Rand empezara a influenciarle, descubrimos a Rothbard ofreciendo una visión preliminar de las razones comunes por las que se piensa que Rand es “mala para la marca” del libertarismo. En un artículo de 1948 atacando un ensayo que alababa el “individualismo puro y duro”, Rothbard escribe que “yo considero un tributo a las cualidades morales de una sociedad individualista el que la caridad y la filantropía privadas ayuden a la gente desafortunada entre nosotros”.

Y al alabar a Leo Strauss, considerado generalmente como el padrino filosófico de los neoconservadores por estar de acuerdo en que hay absolutos éticos discernibles por la razón, Rothbard apunta algunas curiosidades divertidas sobre el pensamiento straussiano, centrándose sobre todos en las lecturas “esotéricas” de gente como Maquiavelo y sus obsesiones numerológicas, que Rothbard considera “realmente tan absurdas como para ser casi increíbles” y “terriblemente disparatadas”.

La parte más interesante de Rothbard vs. the Philosophers, y la más importante para la historia intelectual libertaria, es el notable memorando en que aconsejaba al Fondo Volker, antes de su publicación, que no se financiara Los fundamentos de la libertad de F.A. Hayek, y que debía ser atacado enérgicamente cuando apareciera. (He escuchado a más de un famoso pensador y activista libertario referirse al memorando como horrible o escandaloso y una enorme mancha en la reputación de Rothbard que no podría borrarse).

Los accidentes en la historia intelectual e institucional, relatados con profusión en mi libro Radicals for Capitalism: A Freewheeling History of the American Libertarian Movement, han hecho “libertarios” a un grupo de pensadores que están realmente en profunda oposición sobre cuestiones importantes referidas a la justificación intelectual de creencias políticas y éticas y el papel otorgado al gobierno.

Todos estos pensadores estaban unidos en la oposición al consenso posterior al New Deal, todos tenían creencias económicas en buena parte o total oposición a sistema económico de planificación y manipulación de la posguerra conocido como keynesianismo y todos estaban ligados en una comunidad de afinidad y compromiso intelectual mediante organizaciones que iban de la Sociedad Mont Pelerin al Fondo Volker y la Fundación para la Educación Económica.

Pero tal y como aquí deja abundantemente claro Rothbard, existen diferencias muy importantes entre el pensamiento falibilista, utilitario y de pequeño gobierno de Hayek (y de Friedman y en buena medida de Mises) y el anarquismo basado en derechos de Rothbard y muchos de sus seguidores, ambos coexistiendo con dificultades bajo la etiqueta libertaria.

En palabras que nunca hizo o pretendió hacer en público, Rothbard califica a la defensa más monumental de la libertad y el oren político como “sorprendente y lamentablemente, un extremadamente malo y yo aún diría malévolo libro”. La parte “malévola” proviene del golpe que piensa que impactará en el movimiento libertario, al ser considerado entonces, y aún más después, el más respetable y brillante exponente del libertarismo.

Como Hayek apoyaba la libertad política sólo por razones instrumentales y no llegaba tan lejos como el anarquista Rothbard, éste sentía que la postura de Hayek crearía un problema  retórico de “Incluso Hayek admite…” para los libertarios más radicales (lo que ha sido verdad hasta cierto punto). Los argumentos de Rothbard contra Hayek no son estrictamente pragmáticos: mantiene que Hayek entiende mal los argumentos racionales a favor de la libertad y plantea mal la importancia de los argumentos sobre los derechos en la historia del liberalismo clásico. En un memorando posterior  mas conciliatorio pero aún negativo, Rothbard lista en muchas páginas las distintas concesiones que Hayek hace al poder del estado, que Rothbard piensa que son  innecesarias y violadoras de derechos, desde las subvenciones gubernamentales a bienes públicos a las empresas públicas compitiendo en el mercado o el desempleo obligatorio y el seguro para mayores para ayudar a los indigentes.

La difícil relación entre Rothbard y Hayek  tiene ecos hasta hoy mismo, con libertarios hayekianos modernos como Virginia Postrel (antigua editora de la revista Reason) y Will Wilkinson lamentando la confusión de sus pensamientos con las creencias del estilo de Rothbard. Todo  tipo de disputas intralibertarias siguen en general las mismas líneas de no compromiso y antiestatismo rothbardiano frente a los más liberales clásicos, utilitaristas, falibilistas y prudentes hayekianos. Las diferencias en los fines políticos últimos también se reflejan a menudo en diferencias en tono y disposición a participar (en lugar de oponerse) en los bastiones habituales del poder e influencia de la corriente principal.

“La intención de Rothbard es hacer más persuasiva su propia argumentación a favor de la libertad”, apunta Modugno. A pesar de las serias advertencias de Rothbard al Fondo Volker, el trabajo de Hayek era persuasivo y principalmente sobre las cosas en las que a Rothbard le hubiera gustado ser persuasivo. No creo que mucha gente haya sido convertida por Hayek desde el anarquismo a una creencia en, por ejemplo, un salario mínimo. (Y si es así, esa batalla sobre un estado que se comporta de una manera correctamente hayekiana frente a una que desaparezca completamente sigue estando en el futuro lejano y era de poca relevancia en el contexto de la década de 1950 en la que Rothbard atacaba a Hayek). De hecho, Hayek está tan asociado a sus creencias en el fracaso de la planificación central, los poderes de un sistema de precios de libre mercado y su demolición de la “justicia social” que mucha gente familiarizada con él se sorprende al descubrir que Hayek creía en la mayoría de las cosas malas (desde una perspectiva anarcocapitalista) por las que le ataca Rothbard.

Estos enfrentamientos intralibertarias son reales, importantes y continuos. Tanto Hayek como Rothbard (y aquéllos a quienes han influenciado y enseñado) siguen cambiando ideas. Y aunque en general a los intelectuales modernos les cuesta distinguirlos, ambas tendencias del libertarismo continuarán luchando entre sí igual que luchan contra el mundo en general. (Una de las razones por las que la disputa entre derechos y resultados sea difícil de entender para quienes ven desde fuera el libertarismo es que, por muy buenas razones, ambas posturas libertarias tienden a llevar a las mismas creencias acerca de la limitación del poder del estado).

Hayek y Rothbard eran más que intelectuales: eran abogados. Y aunque lo que defendían en último término era diferente, en el contexto del mundo actual de crecimiento improvisado del gobierno y acaparamiento de poderes, el resto del mundo no está demasiado equivocado al actuar juntos a efectos prácticos. Ambos fueron grandes pensadores económicos y entendían el marginalismo y la división del trabajo. En un mundo de mentes diversas en el campo del cambio social e intelectual, diferentes tipos de argumentos y diferentes puntos de fuga van a funcionar con gente distinta y a diferente ritmo.

En los cismas y molestias ocasionales entre las posturas de, por ejemplo, un Ron Paul y un Instituto Cato, vemos tensiones similares a las que ya estaban burbujeando en la década de 1950 y se revelan en Rothbard vs. the Philosophers (aunque el completo anarquismo de Rothbard sigue siendo demasiado radical incluso para la mayoría de los paulistas). Si Hayek y Rothbard estuvieran (sin saberlo Hayek) en guerra, sería una guerra que ambos y ninguno ganaron. (El editor libertario R.W. Bradford curiosamente sostuvo la opinión de que el bando de Rothbard perdió la influencia en el movimiento libertario, allá por 1988, pero creo que la recuperación de la influencia tanto de Rand como del Instituto Mises en el campo de Paul contradice esto). Que ambas tendencias sobrevivan es lo mejor tanto para las ideas libertarias como para el destino general de la historia intelectual y política humana.


Publicado el 15 de febrero de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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