Psicología evolucionista y mentalidad anticapitalista

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El analfabetismo económico es generalizado, pero ¿por qué debería ser esto un problema? El grado de ignorancia es aún mayor en la microelectrónica y programación informática, y eso que la tecnología informática aún no es nada asombrosa.

En la mayoría de las materias de estudio, las personas dejan la ciencia a los expertos y confían en la exactitud de sus conclusiones. No así en la economía: en lugar de dejar la cuestión a los economistas, la gente tiene férreas posiciones que son claramente erróneas. La ignorancia económica por sí sola no es el problema. Enpalabras de Murray Rothbard:

“No es ningún crimen ser un ignorante en economía, que es, después de todo, una disciplina especializada que además la mayoría de gente considera una “ciencia deprimente”. Pero es una total irresponsabilidad tener una sonora y vociferante opinión sobre materias económicas mientras se permanece en semejante estado de ignorancia.”

Si la gente confiara la teoría económica a los economistas académicos, su ignorancia sería tan inocua como en tantos otros temas.

Naturaleza humana

Paul Rubin ha llamado a esto “economía popular” (como la física popular o la psicología popular)[1]. Los que han estudiado la economía son muy conscientes de la “economía popular”: el status quo anticapitalista con el que nos enfrentamos sin parar. Todos teníamos estas posiciones (emocionalmente atractivas) antes de aprender economía.

Los no economistas están sistemáticamente en contra de los mercados, por lo que no es sólo un problema de ignorancia, en cuyo caso se esperaría variabilidad, no un sesgo unilateral.[2] La “economía popular” es, con mucho, el mayor obstáculo que se interpone en el camino del mercado libre – de ahí la importancia de comprender su causa y hallar su curación. Rubin se basa en la psicología evolucionista para explicar la obstinada persistencia de la “economía popular”.

La psicología evolucionista explica mucho sobre la naturaleza humana mediante el estudio del impacto que la historia evolutiva humana ha tenido en nuestras mentes. Esta proporciona pruebas contra el modelo de “la hoja en blanco”, que sostiene que la mente entra vacía en el mundo y es enteramente producto de su entorno y del acondicionamiento, es decir, que no hay naturaleza humana. En cambio, la psicología evolucionista considera que existe una naturaleza humana, arraigada en nuestras preferencias evolutivas, lo que explica la existencia de universales humanos – comportamientos que están presentes en todas las culturas. La psicología evolucionista explica las más evidentes preferencias evolutivas, tales como por qué nos sentimos atraídos por el sexo opuesto o por qué nos gusta comer alimentos dulces o grasos. También explica la existencia de elementos menos obvios de la naturaleza humana, como nuestras intuiciones morales o la “economía popular”.

 

El cerebro no es un órgano homogéneo: las diferentes áreas están especializadas en distintas tareas. Por ejemplo, el cerebro tiene zonas que están especializadas para la visión, oído, lenguaje, reconocimiento facial, etc. Estas habilidades aparecen de forma natural, sin necesidad de ser enseñadas. Sin embargo, el cerebro también carece de especialización en áreas que son muy útiles en la actualidad, como las matemáticas o la lectura y la escritura. Ya que estas cosas no vienen a nosotros de forma intuitiva y automática, debemos hacer un esfuerzo deliberado para aprender – a menudo lentamente y con dificultad. Por otra parte, tenemos teorías intuitivas para tratar con el mundo, incluyendo una física intuitiva, una moral intuitiva, una psicología intuitiva, y una economía intuitiva[3]. Guste o no, este bagaje evolutivo es parte de la naturaleza humana y está aquí para quedarse.

El núcleo de la “economía popular”

El entorno de la adaptación evolutiva (EEA, por sus siglas en inglés) – las sociedades de cazadores y recolectores en el África del Paleolítico – constituye la base para explicar la naturaleza humana y las raíces de la “economía popular”. Aquellos cazadores y recolectores vivían en pequeños grupos nómadas en los que apenas se entendía la propiedad y el mercado. La producción se limitaba a la cosecha de lo que la naturaleza proporcionaba. Nuestros cerebros se adaptaron para funcionar en un mundo muy distinto del nuestro. La “economía popular” es un mecanismo de nuestra historia evolutiva.

Dos características principales de la EEA son de interés aquí. En primer lugar, era un mundo de suma cero. Nuestros antecesores cazadores-recolectores vivían de cualquier cosa que fuese proporcionado por la naturaleza. No hubo un progreso económico apreciable – desde luego, no durante la vida de una persona. El consumo de una persona se producía a expensas de todos los demás. Con tan poca especialización, producción o propiedad, el alcance del comercio era mínimo. Las sociedades estaban formadas básicamente por comunidades pequeñas e igualitarias. En segundo lugar, el EEA se caracterizaba por el intercambio recíproco, no por el intercambio de mercado. El intercambio recíproco es la recepción y devolución de favores; por ejemplo, yo comparto contigo una presa entendiendo que seré correspondido en el futuro. Esta lógica, unida al pensamiento de suma cero, forma el núcleo de nuestra economía intuitiva.

En un mercado de suma cero, una distribución igualitaria de los recursos habría sido ventajosa. Una persona rica estaría privando a otros de los recursos cruciales tomando un trozo mayor del pastel, que es siempre del mismo tamaño. Como resultado de ello, intuitivamente sentimos que la riqueza de un hombre se produce a expensas de los demás. Dado que los incentivos no importan en un juego de suma cero, hay poco que perder redistribuyendo la riqueza. Esto explica la popularidad de igualitarismo socio-económico.

Además, dado que las sociedades de cazadores-recolectores eran polígamas, un hombre rico con varias esposas estaría privando a otros hombres de su supervivencia genética[4]. Habría sido un gran beneficio para los hombres no dominante frenar a los dominantes. Esto explica nuestro prejuicio contra la riqueza, nuestra tendencia a asociar el dinero con el mal.

Hoy en día estos sentimientos no sólo son inútiles sino también extremadamente dañinos. En un mercado libre, a más que se demande de un bien, más se producirá y a un menor precio, gracias a la economía de escala. Así, consumir es precisamente lo contrario de privar a los demás. Los incentivos orientan a la producción, pero la redistribución coactiva perjudica a éstos (los incentivos), empequeñeciendo el pastel. Ganar dinero en el mercado libre sólo es posible si las partes se benefician mutuamente, por lo que no hay conflicto de intereses. Finalmente, vivimos en una sociedad monógama, por lo que tampoco existe el conflicto de intereses genéticos.

La lógica de intercambio recíproco arroja luz sobre varias falacias económicas. Una que aparece directamente es la del valor objetivo. Cuando te hago un favor, tú “me debes una”, ya cambien o no las condiciones de la oferta y la demanda. El valor de este favor es objetivo y constante, y espero uno equivalente. Esto explica la popularidad de nociones confusas tales como precios justos y los controles de precios, especialmente las leyes sobre la usura.

El sentimiento generalizado contra el intermediario también es resultado de la falacia del valor objetivo. Los intermediarios no añaden nada al bien, por lo que sus transacciones parecen ser de explotación. Lo mismo sucede con la animadversión hacia los beneficios: si yo obtengo beneficios en un intercambio recíproco, entonces los bienes intercambiados no eran iguales y he engañado. Otro factor que contribuye al prejuicio contra la riqueza es que una persona rica en el EEA solía ser quien no devolvía los favores o un tramposo.

La clave del intercambio recíproco es ayudar a los necesitados a fin de que le ayuden cuando usted esté en necesidad. En el intercambio de mercado, el precio de mercado es percibido tanto si el comprador está o no en necesidad. Por ello, nuestras intuiciones económicas son favorables al intercambio recíproco – ¡el intercambio de mercado es indiferente e insensible hacia las personas cuando estas están en situación de necesidad! Esto explica por qué mucha gente no está dispuestas a permitir que los mercados libres entren en lo relacionado con los pobres y los necesitados: sienten que hay algo mal en cobrar a la gente pobre por sus necesidades. En tales situaciones, el intercambio de mercado va en contra de nuestros sentimientos altruistas, que constituyen la base del intercambio recíproco.

Más sobre “economía popular”

La heurística mental que funcionó bien en el EEA puede ser un obstáculo importante para pensar bien el mundo moderno. Una deducción mental que disgusta particularmente a los economistas es nuestra tendencia a juzgar los actos más por sus intenciones que por sus resultados. En el EEA, los motivos se habrían alineado estrechamente con los resultados: los motivos egoístas no habrían traído más que resultados egoístas y las motivaciones altruistas tendrían resultados altruista. Esto se debe a que el intercambio recíproco es el intercambio de favores altruista: los actos egoístas no contaban como favores. Esta heurística fracasa por completo en el mercado, donde los individuos egoístas producen e intercambian no sólo en su beneficio, sino en el de muchos otros.

Otra heurística obsoleta es nuestra orientación hacia los individuos identificables. Ponemos mayor confianza en las personas con nombres y caras en comparación con las personas que aparecen en un registro. En el EEA, todos los miembros de una banda se conocen por su nombre o la cara, por lo que esta inclinación las favorecía.[5] En una economía de mercado, esto se traduce en el enfoque en las cosas vistas y la ignorancia de las cosas invisibles. Esta conlleva muchos errores económicos. Prácticamente todos los intentos de favorecer los intereses del productor por encima de los del consumidor parten de este prisma. Algunos ejemplos: el énfasis en la creación de empleo en lugar de la producción, el proteccionismo, el localismo, los rescates financieros, favorecer el gasto antes que el ahorro, y así sucesivamente. En todos estos casos, los beneficios recaen sobre personas identificables, mientras que los gastos son sufragados por innumerables individuos anónimos.

Nuestra tendencia xenófoba, tan perjudicial hoy en día, habría sido útil en el EEA. La guerra entre tribus era muy común entre nuestros antecesores. Hubiera sido muy peligroso tratar de establecer cooperaciones con otra tribu, ya que los traicionarían para beneficiarse con el asesinato de los hombres y el rapto de las mujeres, a la vez que se harían con muchos recursos naturales abandonados. Como resultado de ello, hemos desarrollado una desconfianza hacia los extranjeros que puede degenerar fácilmente en hostilidad. Pagamos un alto precio por hacer concesiones en este ámbito: las restricciones al comercio nos perjudican a todos, las barreras innecesarias a la inmigración nos privan de mucha mano de obra barata (y más importante, privan a los potenciales inmigrantes de una vida mucho mejor), y por si fuera poco, existe la devastación de la guerra.

Una tendencia relacionada es la aversión a las grandes corporaciones. Preferimos tratar con el tipo de un pequeño negocio que con una multinacional a la que no ponemos cara. En el EEA habría sido mucho más seguro hacer frente a una sola persona conocida que con un gran grupo de extraños. En el mundo actual de la producción a gran escala, disfrutar de esta preferencia es cada vez más costoso. Hoy en día es corriente presenciar el espectáculo de personas que se rasgan las vestiduras por cómo Walmart está arruinando a las empresas locales, y sin embargo, compran allí porque simplemente es mucho mejor.

El miedo a las pérdidas, nuestra tendencia a poner más importancia en las pérdidas que en las ganancias, es otra inclinación que socava el libre mercado[6]. Dicha aversión ha servido bien a los seres humanos en el EEA, donde las pérdidas podían significar la muerte – tener dos hijos es el doble de bueno que tener uno, pero tener uno es infinitamente mejor que no tener ninguno. En el mundo moderno, la aversión a las pérdidas presenta problemas. Los trabajadores resisten la disminución de sus salarios nominales (incluso si los salarios reales han aumentado) en previsión de los ligeros ajustes en las condiciones cambiantes del mercado. La gente prefiere la inflación a la deflación, ya que les da la impresión de aumento de los ingresos. Un resultado particularmente grave es el “efecto trinquete” en política: la derogación de las malas políticas es extremadamente difícil, porque los que van a perder están altamente motivados para evitar la derogación, pero la introducción de las malas políticas es relativamente fácil, pues las pérdidas son generalmente difundidas sobre la mayor parte de los consumidores.

Sin duda, hay muchos ejemplos más de la “economía popular”.[7] Después de todo, somos una especie muy social, y la organización social ha sido un factor muy importante en nuestra evolución. Gran parte del cerebro está dedicada a tratar con el entorno social. A partir de este breve resumen, está claro que los prejuicios sistemáticos contra el mercado son un artefacto de nuestro pasado evolutivo.

La universalidad de la “economía popular”

La principal evidencia de esta explicación evolutiva es que la “economía popular” persiste en todo tiempo y lugar – es un universal humano. La “economía popular” siempre ha estado ahí. Una mirada retrospectiva a través de la historia revela que los individuos de todos los tiempos y lugares han tenido estas mismas obcecaciones. Utopía, de Tomás Moro, es un excelente ejemplo del siglo XVI que se lee igual que las fantasías socialistas de hoy. Por otra parte, la “economía popular” sigue siendo tan fuerte como siempre, a pesar de los avances de la ciencia económica. Los mismos errores que fueron completamente refutadas hace siglos siguen hoy siendo tomados como ciertos por la gente. Simon Newcomb se lamentaba allá por 1893 de unos absurdos económicos que existían en la esfera pública[8]. Hoy aún subsisten. La ciencia económica apenas ha hecho mella en la opinión pública.

Estos dos hechos – su universalidad y su resistencia a la razón – sugieren que la “economía popular” es una universal humano atribuible a la composición genética de la especie. Si no fuera así, sería de esperar que las ideas libertarias hubieran traído éxito a las culturas que las adoptaran, y que se hubieran propagado a través del crecimiento y la imitación. Huelga decir que esto no ha sucedido. La psicología evolucionista ofrece la única explicación razonable para esta universal mentalidad anticapitalista.

La importancia de la Educación Económica

Con la causa identificada, la cura para la “economía popular” se hace evidente: una educación persistente. A pesar de que están atrapados con estas preferencias y prejuicios evolutivos, ya no somos esclavos de ellos, podemos controlarlos – aquellos de nosotros que prefieren el libre mercado son la prueba viviente. La única solución realista es que la gente haga un esfuerzo consciente para aprender la lógica de los mercados. La educación económica es una poderosa herramienta, el desafío consiste sólo en hacer que la gente se esfuerce por aprender.

Una sociedad libre no puede subsistir allá donde la “economía popular” es incontrolable. La “alfabetización económica” debe ser considerada esencial para todos los miembros de la sociedad, de la misma manera que las habilidades básicas de matemáticas se consideran esenciales. Los errores de la “economía popular” deben subsanarse directamente con la educación en los principios básicos de la economía. La tarea de la educación económica no termina nunca: así como todo el mundo nace ignorante en matemáticas, todos empezamos sabiendo “economía popular”. Cada nueva generación debe enseñar economía a fin de mantener la base ideológica del libre mercado. La importancia de esto no se puede enfatizar lo suficiente. Como Mises advierte en las palabras finales de Acción humana:

“El cuerpo del conocimiento económico es un elemento esencial en la estructura de la civilización humana; es el fundamento sobre el que se han construido el industrialismo moderno y todos los logros morales, intelectuales, tecnológicos y terapéuticos de los últimos siglos. Corresponde a los hombres determinar hacer uso apropiado del rico tesoro que les proporciona este conocimiento o dejarlo sin utilizar. Pero si no lo aprovechan todo lo que puedan y desdeñan sus enseñanzas y advertencias, no anularán la economía; eliminarán la sociedad y la raza humana”. [9]

Esto pone de relieve la enorme importancia que tiene la enseñanza de la economía para el público, y el gran trabajo ya realizado por muchas personas y organizaciones. Pero no hace falta decir que todavía queda mucho por hacer.


[1] Paul Rubin, “Folk Economics,” Southern Economic Journal, Vol. 7 (2003): pp. 157–71.

[2] Brian Caplan, “Systematically Biased Beliefs About Economics: Robust Evidence of Judgmental Anomalies from the Survey of Americans and Economists on the Economy,” Economic Journal, Vol. 112, No. 479 (2002): pp. 433–58; y The Myth of the Rational Voter (Princeton: Princeton University Press, 2007).

[3] Steven Pinker, The Blank Slate: The Modern Denial of Human Nature (New York: Viking, 2002), pp. 220–21.Este libro está traducido al español y publicado con el título La tabla rasa: la negación moderna de la naturaleza humana, Ed. Paidós.

[4] Paul Rubin, Darwinian Politics: The Evolutionary Origin of Freedom (London: Rutgers University Press, 2002), pp. 103–4.

[5] Paul Rubin, Darwinian Politics, pp. 162-64

[6] Paul Rubin, Darwinian Politics, pp. 173-74.

[7] Véase Paul Rubin, Darwinian Politics.

[8] Simon Newcomb, “The Problem of Economic Education,” Quarterly Journal of Economics, Vol. 7, No. 4 (1893): pp. 375–99.

[9] Ludwig von Mises, Human Action: A Treatise on Economics (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 1998), p. 881. Existe una traducción al español de Joaquín Reig Albiol, publicada con el título de La acción humana: Tratado de Economía, Unión Editorial.


Publicado el 15 de septiembre de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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