¿Qué ha hecho el gobierno de nuestro dinero?

0

4.- Ventajas del dinero

La aparición del dinero fue un gran avance para la humanidad. Sin dinero – sin un medio general de intercambio – no podía haber auténtica especialización, la economía no podía desarrollarse más allá de un mínimo y primitivo estadío. Con el surgimiento del dinero desaparecieron los problemas de la “indivisibilidad” y de la “no coincidencia o disparidad de deseos” que asolaron a la sociedad en la era del trueque. Ahora, Jones podía contratar trabajadores y pagarles con … dinero. Smith también podía vender su arado a cambio de unidades de  … dinero. El dinero mercancía es divisible en pequeñas unidades y es generalmente aceptado por todos. Así que todos los bienes y servicios se venden por dinero, y de este modo el dinero es utilizado para comprar otros bienes y servicios que la gente desea. Gracias al dinero, se puede construir una sofisticada “”, se puede conseguir que la tierra, el trabajo y el capital cooperen para hacer avanzar la producción recibiendo el pago de su respectiva contribución en dinero.

El uso del dinero aporta otra gran ventaja. Como todos los intercambios se hacen en dinero, todas las tasas de intercambio se expresan en dinero, y de esta forma la gente puede ahora comparar el valor de mercado de cada bien con el de todos los demás. Si un televisor se cambia por tres onzas de oro, entonces todo el mundo puede constatar que un automóvil “vale” en el mercado tanto como veinte televisores. Esas tasas de intercambio son los precios, y el dinero mercancía sirve como común denominador de todos los precios. Solo el establecimiento de precios monetarios en el mercado permite el desarrollo de una economía civilizada, ya que es gracias a ellos que los  empresarios pueden realizar cálculos económicos. Pueden ahora juzgar hasta qué punto están satisfaciendo las demandas de los consumidores viendo cómo se comparan los precios de venta de sus productos con los precios que han de pagar por los factores productivos (sus “costes”). Como todos esos precios están expresados en términos monetarios, los empresarios pueden determinar si están teniendo beneficios o pérdidas. Esos cálculos guían a las empresas, a los trabajadores y a los terratenientes en su búsqueda de ingresos monetarios en el mercado. Solo esos cálculos pueden asignar recursos a sus usos más productivos, a aquellos usos que satisfarán en mayor medida las demandas de los consumidores.

Muchos libros de texto dicen que el dinero tiene varias funciones: un medio de intercambio, unidad de cuenta, o “medida del valor”, un “depósito de valor·, etc … Pero debe quedar claro que todas esas funciones son solo corolarios de la principal función: la de ser medio de cambio. Como el oro es un medio de cambio generalmente aceptado,  es más comercializable, puede guardarse para servir en futuros intercambios, igual que puede intercambiarse ahora, y todos los precios se expresan por referencia a él [1]. Como el oro es una mercancía apta para todo tipo de transacciones, puede servir de unidad de cuenta tanto para precios actuales como para precios futuros. Es importante tomar conciencia de que el dinero no puede ser una abstracta unidad de cuenta o de crédito, excepto en la medida en que sirva como medio de cambio.

5.- La unidad monetaria

Ahora que hemos visto como surgió el dinero y para qué sirve, podemos preguntar:  ¿Cómo se utiliza la mercancía-dinero? ¿Cuál es específicamente el stock o la oferta disponible de dinero en una sociedad y cómo se intercambia?

En primer lugar, los bienes físicos tangibles se cambian en función de su peso. El peso es la unidad distintiva de una mercancía tangible de forma que sus transacciones tienen lugar en términos de unidades del tipo: toneladas, libras, onzas, granos, gramos, etc …. [2]El oro no es excepción. El oro, como las demás mercancías, se venderá por unidades de peso [3].

Es obvio que el tamaño de la unidad comúnmente elegida a efectos comerciales no tiene trascendencia alguna para el economista. Un país, en el que rija el sistema métrico, puede preferir los gramos; Inglaterra o América pueden optar por registrar granos u onzas. Todas las unidades de peso son convertibles en otras distintas; una libra es igual a dieciséis onzas; una onza es igual a 437,5 granos ó 28,35 gramos, etc …

Suponiendo que se elija como dinero al oro, la unidad de peso que se utilice para valorarlo no es a nuestros efectos relevante. Jones puede vender un abrigo por una onza de oro en América, o por 28,35 gramos en Francia; ambos precios son idénticos.

Todo esto puede dar la impresión de abundar en lo obvio, de no ser porque la gente se habría evitado mucha miseria si se hubiera dado cuenta de estas simples verdades. Casi todo el mundo, por ejemplo, ve en el dinero unidades abstractas que sirven para comprar una cosa u otra, algo que está vinculado a un específico país. La gente siguió pensando en parecidos términos  incluso mientras los países se mantuvieron dentro del “patrón oro”. El dinero americano eran los “dólares”, el francés eran “los francos”, el alemán “los marcos”, etc … Se admitía que todos estuvieran vinculados al oro, pero todos eran considerados soberanos e independientes, así que resultó fácil a los países “salirse del patrón oro”. A pesar de que todos esos nombres no eran sino los nombres de unidades de peso en oro o en plata.

La “libra esterlina” británica originalmente significaba el peso de una libra de plata. ¿Y qué hay del dólar? El dólar fue en su origen el nombre que se dio a una moneda de una onza de peso de plata de las acuñadas por un conde de Bohemia llamado Schlick en el siglo XVI. El Conde Schlick vivió en el valle de Joaquín o Joachimsthal . Las monedas del Conde se ganaron una gran reputación por su uniformidad y fineza, y fueron extensamente conocidas como “Joachim’s thalers” o, por último, “thaler”. El nombre “dólar” eventualmente derivó de “thaler”.

Así que en un mercado libre, los distintos nombres que pueden tener las unidades son simplemente definiciones de unidades de peso. Mientras tuvo vigencia el “patrón oro”, antes de 1933, a la gente le gustaba decir que el “precio del oro estaba establecido en un precio fijo de 20 dólares por onza de oro”. Pero ésa era una forma peligrosa de concebir nuestro dinero. En realidad, el “dólar” se definió como la denominación de (aproximadamente) 1/20 de una onza de oro. Era por consiguiente confuso hablar de “tipos de cambio” de la divisa o moneda de un país respecto de  la de otro. La “libra esterlina” no se “cambiaba” en realidad por cinco “dólares” [4]. El dólar se definía como 1/20 de una onza de oro y la libra esterlina era entonces considerada como el nombre o denominación de 1/4 de una onza de oro, que equivalía simplemente a 5/20 de una onza de oro. Claramente, esos intercambios, y semejante mezcla de nombres, era confusa y desorientaba. La explicación de cómo surgieron se muestra más adelante  en el capítulo dedicado a la intervención del gobierno en materia monetaria. En un mercado libre, el oro se cambiaría directamente, como “gramos”, granos o onzas, y serían superfluos esos confusos nombres de dólar, franco, etc …  Por consiguiente, en esta sección, identificaremos al dinero como algo que se intercambia directamente en términos de onzas o gramos.

Está claro que en un mercado libre se elegirá como unidad común de medida de la mercancía que haga las veces de dinero a la que se estime más conveniente. Si el platino fuera lo que se utilizara como dinero, se utilizarían fracciones de onza como unidad de medida; si se usara el hierro, se registrarían libras o toneladas. Obviamente, el tamaño le da lo mismo al economista.

6.- La forma del dinero

Si el tamaño o el nombre de la unidad monetaria tiene poca importancia desde un punto de vista económico; tampoco lo tiene la forma del dinero metal. Dado que la mercancía es el dinero, se deduce que todo el metal disponible, mientras exista y sea accesible a los hombres, constituye el stock mundial de dinero. Siempre da lo mismo cual sea la forma que tenga el metal. Si es el hierro el que se usa como dinero, entonces todo el hierro es el dinero que existe, ya esté en forma de lingotes , trozos o incorporado a maquinaria especializada [5]. El oro se ha empleado como dinero en su forma original de pepita, como polvo de oro en sacos e incluso formando parte de piezas de joyería. No debe sorprender que el oro, u otro dinero, pueda ser utilizado de muchas formas, ya que su característica importante es su peso.

Pero es cierto, que algunas formas son a menudo más convenientes que otras. En siglos recientes, el oro y la plata se han utilizado en monedas, para transacciones pequeñas del día a día y en grandes barras o lingotes para transacciones mayores. Otra parte del oro se transforma en artículos de joyería y otra en objetos de ornato. Ahora bien, cualquier tipo de transformación de una forma a otra cuesta tiempo, esfuerzo y otros recursos. Hacer ese trabajo es un negocio como cualquier otro y los precios por esos servicios se fijarán de la forma habitual. La mayoría de la gente está de acuerdo en que es legítimo que los joyeros hagan joyas de oro puro, pero con frecuencia niegan que eso mismo sea aplicable a la fabricación de monedas. Pero, en un mercado libre, la acuñación es, en esencia, un negocio como cualquier otro.

Muchos creyeron, en tiempos del patrón oro, que las monedas eran de alguna manera mejor dinero que el oro sin acuñar integrado en barras, lingotes o cualquier otra forma (bullion). Es verdad que las monedas llevaban una prima respecto del bullion pero esto no era debido a ninguna misteriosa virtud de las monedas; derivaba del hecho de que cuesta más fabricar monedas -a partir de bullion que fundir y convertir monedas en lingotes o bullion. Debido a esa diferencia las monedas eran más valiosas en el mercado.

7.- Acuñación privada

La idea de la acuñación privada parece tan extraña hoy que merece la pena examinar el asunto con detenimiento. Estamos acostumbrados a pensar en la acuñación como una “necesidad inherente a la soberanía”. Sin embargo, después de todo, no estamos sometidos a ninguna “prerrogativa regia” y es un concepto americano el de que la soberanía reside, no en el gobierno, sino en el pueblo.

¿Cómo funcionaría la acuñación privada? Hemos dicho que de la misma manera que cualquier otro negocio. Cada fabricante produciría las monedas del tamaño y forma que más gustara a su clientela. El precio se fijaría por el mercado en libre competencia.

La típica objeción es que sería demasiado complicado pesar o ensayar trocitos de oro en cada transacción. Pero, ¿Qué mecanismos hay para asegurar que los fabricantes de moneda particulares estampen su moneda y garanticen su peso y la fineza del metal? Los fabricantes de moneda privados pueden garantizar una moneda por lo menos igual de bien que una prensa o casa de moneda del gobierno. Trozos desgastados de metal no serían  aceptados como moneda. La gente utilizaría las monedas de los fabricantes de moneda que tuvieran la mejor reputación por la buena calidad de su producto. Hemos visto que así es precisamente cómo el “dólar” adquirió preeminencia como moneda de plata competitiva.

Los que se oponen a la acuñación privada aducen que el fraude sería generalizado. Aunque esos mismos opositores estarían dispuestos a depositar su confianza en el gobierno para que se encargara de la acuñación. Pero si el gobierno mereciera alguna confianza y de existir la acuñación privada, al menos se le podría confiar la prevención o represión del fraude. Se asume habitualmente que la prevención o represión del fraude, robo, o de otros crímenes es la verdadera justificación de la existencia del gobierno. Pero si permitiéndose la acuñación de moneda por los particulares, el gobierno no puede capturar a los criminales ¿Qué esperanza nos queda si se sustituye la integridad  de los agentes que operan en el seno de un mercado privado por un monopolio gubernamental de la acuñación? Si no se puede confiar en que el gobierno sea capaz de capturar al ocasional delincuente de un mercado libre de la acuñación ¿Porqué se debe confiar en el gobierno cuando se halla en una posición de completo control del dinero y puede aligerar y falsificar la moneda o actuar como el único delincuente del mercado con plena sanción legal? Es sin duda una locura propugnar que el gobierno deba socializar o abolir toda propiedad privada para impedir que cualquiera pueda robar. Pero el razonamiento que respalda la prohibición de la acuñación privada es el mismo.

Más aún, todo negocio moderno se construye sobre la garantía de patrones o estándares. La farmacia vende una botella de medicamento de ocho onzas; el  carnicero vende una libra de carne. El comprador espera que esas medidas estén garantizadas y sean exactas, y lo son. Y piensen Ustedes en los miles y miles de productos industriales especializados y de vital importancia que deben observar muy estrictos patrones y especificaciones. El comprador de una tuerca de 1/2 pulgada debe  recibir una tuerca de 1/2 pulgada y no le sirve una de 3/8 de pulgada.

Pero esos negocios no se han hundido. Pocos sugieren que el gobierno deba nacionalizar la industria de fabricación de tornillos como parte de su trabajo de defensa de los estándares frente al fraude. La economía de mercado moderna conlleva un  infinito número de intricados intercambios, la mayoría de los cuales depende de estándares definidos de cantidad y calidad. A pesar de ello, el fraude es mínimo, y ese mínimo, al menos en teoría, puede ser perseguido. Lo mismo ocurriría también si existiera acuñación privada. Podemos estar seguros de que los clientes de una fundición y sus competidores estarían muy alertas ante cualquier posible fraude en el peso o fineza de sus monedas [6].

Los defensores del monopolio estatal de la acuñación han argumentado que el dinero es diferente de todas las demás mercancías, porque la “Ley de Gresham” prueba que el “dinero malo expulsa al bueno” de la circulación. Por ello no se puede confiar en que el libre mercado suministre dinero bueno al público. Pero esta formulación descansa sobre una mala interpretación de la famosa Ley de Gresham. La ley en realidad lo que dice es que el “dinero artificialmente sobre-valorado por el gobierno sacará de circulación al dinero artificialmente infravalorado”. Supongamos, por ejemplo, que existe una moneda en circulación de una onza de oro. Después de algunos años de uso supongamos que algunas monedas solo pesan 0,9 onzas. Obviamente, en un mercado libre, las monedas desgastadas circularían a tan solo el 90 por cien del valor de las monedas en buen estado y el valor facial o nominal de las primeras debería corregirse [7]. Como mucho, serían las monedas “malas” las que serían expulsadas del mercado. Pero supongamos que el gobierno decreta que debe darse el mismo trato a las monedas dañadas que a las nuevas, recién acuñadas, y que aquéllas deben por ello ser aceptadas en igual medida en pago de cualesquiera deudas ¿Qué ha hecho en realidad el gobierno? Ha impuesto coercitivamente un control de precios sobre la “tasa de cambio” entre los dos tipos de moneda. Insistiendo en la aplicación de un ratio de paridad cuando las monedas desgastadas deberían cambiarse con un descuento del 10 por cien, se está artificialmente sobre-valorando las monedas gastadas e infravalorando a las nuevas monedas. En consecuencia, la gente haría circular las monedas gastadas y acapararía o exportaría las nuevas. Entonces, “El dinero malo expulsaría al dinero bueno”, pero no en un mercado libre, sino como resultado directo de la intervención gubernamental en aquél.

A pesar del interminable acoso de los gobiernos, que vuelven las condiciones altamente precarias, las monedas privadas han florecido muchas veces a lo largo de la historia. En congruencia con la ley según la cual todas las innovaciones son obra de individuos libres y no del Estado, las primeras monedas fueron acuñadas por individuos particulares y por orfebres. De hecho, cuando el gobierno empezó a monopolizar por vez primera la acuñación, las monedas reales llevaban las garantías de banqueros particulares, a los que el público daba mucho más crédito, aparentemente, del que otorgaban al gobierno. Monedas acuñadas por particulares circularon en California nada menos que hasta 1848 [8].


[1] El dinero no “mide” precios o valores; es el común denominador de su expresión. En síntesis, los precios se expresan en dinero; no son medidos con dinero.

[2] Incluso aquellos bienes que se intercambian nominalmente en función de su volumen (bale, bushel, etc …) tácitamente asumen a un peso estándar por unidad de volumen.

[3] Una de las virtudes cardinales del oro como dinero es su homogeneidad – a diferencia de otras muchas mercancías, no difiere en calidad. Una onza de oro puro es igual a cualquier otra onza de oro puro en el mundo entero.

[4] En realidad, la libra esterlina se cambiaba por 4,87 $, pero estamos utilizando 5 $ para facilitar el cálculo.

[5] Las azadas de hierro se han utilizado extensamente como dinero tanto en Asia como en África.

[6] Véase la obra Estadísticas sociales de Herbert Spencer (Social Statics – New York: D. Appleton 1890), p. 438.

[7] Para resolver el problema del desgaste, los fabricantes de moneda particulares podían bien establecer un límite temporal a  la garantía de peso que estampaban sobre sus monedas o comprometerse a re-acuñar las monedas ya fuese con el mismo peso o con otro más bajo. Podemos señalar que en una economía libre no existirá la estandarización obligatoria de las monedas que es prevalente cuando son los monopolios gubernamentales quienes asumen directamente la acuñación de moneda.

[8] Para ejemplos históricos de acuñación privada, véase Barnard B.W., “El empleo de fichas privadas como dinero en los EEUU”, “The use of Private Tokens for Money in the United States,”Quarterly Journal of Economics (1916–17): 617–26; Charles A. Conant, Los Principios del dinero y los bancos (The Principles of Money and Banking – New York: Harper Bros., 1905), vol. I, 127–32; Lysander Spooner, Una carta a Grover Cleveland (A letter to Grove Cleveland – Boston: Tucker, B.R. 1886), p.79; y Laughlin, J. Laurence, Una Nueva exposición del dinero, del crédito y de los precios (A New Exposition of Money, Credit and Prices – Chicago: University of Chicago Press, 1931), vol. I, pp. 47–51. Sobre la acuñación, véase también Mises, Teoría del dinero y el crédito, Theory of Money and Credit pp. 65–67; y Edwin Cannan, Money, 8th ed. (London: Staples Press, 1935), pp. 33ff.


Traducido del inglés por Juan Gamón Robres.

Print Friendly, PDF & Email