El coraje de ser utópico

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En “The Intellectuals and Socialism”[1] el premio Nobel, F.A Hayek, mostraba cómo las ideas ganan aceptación en la sociedad moderna. Más importante aún es que muestra cómo ganar la batalla de las ideas contra los defensores del gran gobierno. Sus pensamientos nos proporcionan una meditación en el Día de la Independencia.

A largo plazo, los intelectuales públicos (Hayek los llamaba “vendedores profesionales de ideas de segunda mano”) ejercen una influencia “omnipresente” en la política al moldear la opinión pública.

Un intelectual público no tiene que ser un pensador original, investigador o experto en la materia. No tiene que poseer un conocimiento especial o ser particularmente inteligente. Un intelectual público puede hablar y escribir sobre un amplio abanico de temas y llega a conocer nuevas ideas antes que otros. Sirven como intermediarios en la divulgación de ideas.

Esos intelectuales incluyen a periodistas, maestros, ministros, conferenciantes, publicistas, comentaristas de radio, televisión y en línea, escritores de ficción, caricaturistas, artistas, actores e incluso científicos y doctores que hablan fuera de su ámbito de conocimiento. “Son los intelectuales en este sentido los que deciden qué visiones y opiniones nos van a llegar”, escribía Hayek, “qué hechos son lo bastante importantes como para contárnoslos y en qué forma y desde qué ángulo han de presentarse. Si debemos aprender algo de los resultados del trabajo del experto y el pensador original depende principalmente de su decisión”.

Los intelectuales públicos son los guardianes de las ideas en la sociedad moderna y los votantes tienden a seguirlos a largo plazo. (…)

No es exagerado decir que, una vez que la parte más activa de los intelectuales se ha convertido a una serie de creencias, el proceso por el que estas se convierten en generalmente aceptadas es casi automático es irresistible. (…) Son sus convicciones y opiniones las que operan como tamiz a través del cual todas las nuevas ideas deben pasar antes de que puedan llegar a las masas.

Los verdaderos investigadores, científicos y expertos no encuentran en esa comprensión de los intelectuales “nada que esté especialmente bien”, pero es un enorme error rechazarlos porque “es su juicio el que determina principalmente las opiniones sobre las que actuará la sociedad en un futuro no muy lejano”. Así que hay que ganarse a los intelectuales, no ignorarlo, ¿pero cómo?

Como un intelectual público tiende a no ser un experto en un tema concreto, juzga las ideas “por la manera en que encajan con sus concepciones generales, en el panorama del mundo que considera como moderno o avanzado”. En la política actual, la idea preconcebida que guía a los intelectuales es que la planificación y el control centralizados son siempre mejores que aproximaciones descentralizadas e individualizadas. Para el intelectual moderno: “El control deliberado o la organización consciente es en asuntos sociales siempre superior a los resultados de los procesos espontáneos que no están dirigidos por una mente humana o que cualquier orden basado en un plan preparado de antemano debe ser mejor que uno formado por el equilibrio de fuerzas opuestas”.

¿Cómo se puede entonces cambiar las ideas preconcebidas de los intelectuales que están socavando las bases de una sociedad libre? Hayek respondía que, principalmente, no es el propio interés o la mala intención, sino “en general, las convicciones honradas y las buenas intenciones las que determinan las opiniones del intelectual”. Hayek recomendaba a los amantes de la libertad a considerar estas buenas intenciones y tomar una parte de reglamento de juego de los socialistas.

“Al intelectual, en toda su disposición, no le interesan los detalles técnicos o las dificultades prácticas. Lo que le atrae son las visiones amplias, la comprensión espaciosa del orden social en su totalidad que promete un sistema planificado”. Así que los amantes de la libertad deben tener en cuenta este carácter visionario y tener el “coraje para permitirse un pensamiento utópico”.

Hayek advertía a los amantes de la libertad que no se dedicaran totalmente a debates políticos actuales, sino que deberían asimismo investigar la especulación a largo plazo que es el fuerte de los socialistas y que atrae a los intelectuales. Los liberales clásicos deben estar dispuestos a ser vistos como “inviables” y “no realistas” por el liderazgo político actual para apoderarse de la imaginación de los intelectuales, que es esencial para divulgar ideas.

En lugar de centrarse exclusivamente en mejoras graduales de la legislación actual, los amantes de la libertad deben ofrecer grandes reconstrucciones o abstracciones que atraigan la imaginación y e ingenio de los intelectuales. Deben proporcionar una imagen clara de la sociedad futura que pretenden, sin exageraciones ni extravagancias, sino como algo que inspire la imaginación de los intelectuales.

Para cambiar las opiniones de los intelectuales, se deben mostrar los límites de la planificación y el control públicos y por qué esto es evidentemente dañino si se extienden más allá de estos límites, tan dañino que socava los mismos ideales que mantienen los intelectuales. La clave es centrarse en los ideales, porque los ideales incitan a la imaginación de los intelectuales. Por ejemplo, la “libertad de oportunidades” es un ideal. La “relajación de controles sobre las oportunidades” es un compromiso político que se deja a los políticos. La “igualdad bajo la ley” es un ideal. “Un paso importante hacia la igualdad” es un compromiso político.

Hayek era realista con respecto a los retos futuros: “Puede ser que una sociedad libre como la hemos conocido lleve consigo las fuerzas de su propia destrucción, que una vez vez se ha alcanzado la libertad se da por descontada y deja de valorarse y que el libre crecimiento de ideas que es la esencia de una sociedad libre traiga la destrucción de los fundamentos de los que depende”. Para evitar esto debemos hacer de la tarea de construir una sociedad libre algo “tan excitante y fascinante” como cualquier plan socialista, haciendo de la misma una aventura intelectual basada en ideales resistentes que cuando se ponen en práctica mejoran el bienestar humano. Esto llevará tiempo.

El socialismo no ha sido nunca ni en ninguna parte en principio un movimiento de la clase trabajadora. Es una construcción e teóricos” y divulgada por intelectuales, escribía Hayek.

Tomó mucho tiempo a los intelectuales convencer a las clases trabajadoras para que aceptaran esta construcción e igualmente los amantes de la libertad deben mirar a largo plazo, con su vista en el premio. Si tienen el “coraje de ser utópicos” y siguen íntegramente el plan de batalla de Hayek, el camino de servidumbre bien podría cambiar de sentido. Algo a ponderar en el Día de la Independencia.


[1] Publicado por primera vez en la University of Chicago Law Review en 1949, cuando el totalitarismo socialista, liderado por la Unión Soviética estalinista y la China maoísta estaban marchando sobre el mundo.


Publicado el 2 de julio de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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