Martin Van Buren: El Gladstone estadounidense

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[Extraído de Reassessing the Presidency, ed. John Denson]

El presidente Martin Van Buren no recibe normalmente buenas notas de los historiadores. Nacido de humildes antepasados holandeses en diciembre de 1782 en la pequeña villa de Kinderhook del norte del estado de Nueva York, Van Buren fue admitido como abogado en 1803 sin el beneficio de la educación superior. A partir de una práctica legal rural con éxito, se convirtió en uno de los políticos más influyentes e ilustres del estado, durante el mismo periodo en que este surgía como uno de los más poblados y ricos del país. Después de ser elegido para el Senado de Estados Unidos en 1821, este consumado estratega en la sombra ayudó a planear una reaparición de organizaciones políticas ideológicamente perceptibles fuera del intervalo corrupto y de facciones del gobierno del partido único (eufemísticamente llamado “la era de los buenos sentimientos”) que había seguido a la guerra de 1812. Un nuevo Partido Demócrata resucitaba la alianza jeffersoniana entre terratenientes del sur y simples republicanos del norte, unidos tras el carismático héroe del Oeste, el general Andrew Jackson.

Jackson fue elegido para la Casa Blanca en 1828 y Van Buren le sucedió en la presidencia como aparente heredero del “Viejo Nogal” el 4 de marzo de 1937. Su culminación triunfante de una brillante carrera resultó sin embargo de corta duración. El octavo presidente de EEUU fue sonoramente derrotado en la reelección de 1840, iniciando una serie de ejecutivos jefes de un solo mandato. Cuatro años después, los demócratas rechazaron a venerable arquitecto como candidato presidencial y la candidatura de Van Buren  como abanderado del Partido “Free Soil”, un tercer partido antiesclavista, no ganó ni un solo estado. El anciano neoyorquino sobrevivió el tiempo suficiente como para ser testigo del estallido de la Guerra de Secesión, pero murió en julio de 1862, con setenta y nueva años.

Van Buren fue un presidente-jurista qu representó un nuevo tipo de políticos profesionales. Sus oponentes le acusaron en vida de intrigas sutiles, pragmatismo tortuoso y falta de compromiso sin decisión. Estas acusaciones se reflejaron en apodos tan populares como el Pequeño Mago, el Zorro Rojo de Kinderhook o el Talleyrand estadounidense. El ideológicamente compatible, pero personalmente acerbo John Randolph, de Roanoke, obervó una vez que “remaba hacia su objetivo son remos amortiguados”, criticando a Van Buren como “un hombre diestro, elegante y gestor de los detalles”, que “no puede inspirar respeto”.[1] El comportamiento de Van Buren reforzaba estas impresiones. Parecía más bajo que sus 1,67 metros, era grueso y se estaba quedando calvo para cuando tomó posesión, sus antes pelirrojas patillas eran ahora grises y rodeaban una cara larga con una frente prominente y calculadores ojos azules. Siempre vestido a la moda, encantadoramente ingenioso e imperturbablemente amistoso, Van Buren nunca dejó que las diferencias políticas dirigieran sus emociones o nublaran sus relaciones sociales. No tenía un intelecto audaz ni original, como el de John C. Calhoun, de Carolina del Sur y su capacidad de seguir las opiniones de otros a menudo ocultaron su pía devoción por el jeffersonianismo ortodoxo.

Incluso historiadores simpatizantes tienden a reducir el mandato de Van Buren a una tercera administración Jackson. Arthur M. Schlesinger, Jr. concluye que, como presidente “Van Buren fue débil n todo aspecto en el que podría haberse esperado que destacara (como político)”. Excepto en su último año en el cargo, su gestión fue “negligente y torpe” y mostró muy poca “energía ejecutiva”.[2] Por otro lado, los defensores modernos de la descentralización y los derechos de los estados se ven a menudo más atraídos por el más conocido rival de Van Buren, Calhoun, y su doctrina de la anulación. Hay que reconocer que Van Buren no llegaría a los extremos de un John Randolph de sacrificar el éxito político por la pureza ideológica. Pero la carrera del neoyorquino muestra en general mucha más coherencia en oponerse al poder público a todos los niveles que las muchas idas y venidas del jactancioso oportunista de Carolina del Sur. Van Buren estuvo también mejor ajustado al antiestatismo de los viejos republicanos que el irascible, impulsivo y militarista Viejo Nogal como muestra de forma impresionante el rechazo más conciliador de Van Buren de la anulación, a pesar de amargas diferencias personales con Calhoun. Sobre todo, en un gran contraste con su mentor político, Thomas Jefferson, el Pequeño Mago consiguió ajustarse más de cerca de los principios mientras ocupó la Casa Blanca que fuera de ella. De hecho, un examen de cerca de los cuatro años de Van Buren en el cargo revela que los historiadores han valorado extremadamente bajo sus notables logros contra fuertes apuestas en contra. Estos, en mi opinión, colocan a Martin Van Buren como el presidente más grande de la historia de Estados Unidos.[3]

I – Política exterior

La grandeza debe medirse frente a algún patrón. Empecemos nuestro examen con la política exterior, el área en la que los rasgos de un presidente concreto probablemente puedan suponer la máxima diferencia en la trayectoria de la historia. Los historiadores convencionales tienden a tener una inclinación nacionalista que les hace apreciar un ejecutivo fuerte que acabe contribuyendo al crecimiento de la autoridad central. Así que tienen una debilidad particular por los presidentes en tiempo de guerra. Salvo que el comandante en jefe resulte ser completamente inepto, la guerra le permite mostrar un liderazgo fuerte y dinámico. En una colección de artículos investigadores en America’s Ten Greatest Presidents, la mitad de los elegidos fueron presidentes que llevaron al país a la guerra. Y cuando se revisó la colección diez años después para hacer de ella America’s Eleven Greatest Presidents, el capítulo adicional era sobre Harry Truman, un presidente cuyo reinado se extiende por dos guerras calientes y una fría.[4]

Por el contrario, los presidentes merecen reconocimiento por mantener a estados Unidos fuera de las guerras y Van Buren tiene la distinción exclusiva de mantener a Estados Unidos fuera de dos: una con México y otra con Gran Bretaña. El profundo compromiso de Van Buren con la paz y la neutralidad fue evidente incluso antes de asumir el cargo supremo. Fue fundamental, como primer secretario de estado de Jackson, en negociar la apertura del comercio directo con las Indias Occidentales Británicas, un constante objetivo estadounidense en el que la anterior administración de John Quincy Adams había metido completamente la pata. En medio del segundo mandato del Viejo Nogal, mientras Van Buren era vicepresidente, el fuerte temperamento del presidente casi provoca un conflicto con Francia sobre reclamaciones de expolio derivadas de los estragos al comercio estadounidense durante las Guerras Napoleónicas. Por suerte, el vicepresidente ayudó a moderar la beligerancia de Jackson y llevó la disputa a un acuerdo amistoso.

Sin embargo las últimas políticas de Jackson dejaron al presidente electo otro conflicto potencial. El héroe de Nueva Orleáns había visto con agrado cómo los colonos estadounidenses en la provincia mexicana de Texas declaraban la independencia en 1836 y montaban una revuelta con éxito. La expectativas populares eran altas a ambos lado de la frontera sur y la incipiente República de Texas pronto se uniría a Estados Unidos. Pero México rechazaba reconocer a la nueva nación y la constitución de Texas aprobaba la esclavitud, levantando un clamor entre abolicionistas estadounidenses acerca de la última expansión de las “potencias esclavistas” en un nuevo territorio. Cualquier anexión por Estados Unidos amenazaba tanto con una guerra extranjera como con una polémica política nacional entre sureños y norteños. Aunque el Pequeño Mago ayudó a retrasar el reconocimiento formal de EEUU de la independencia de  Texas hasta después de asegurar la victoria en las elecciones presidenciales de 1836, el aún en funciones Jackson presionaba amenazadoramente con reclamaciones estadounidenses por daños monetarios contra el gobierno mexicano.

Pero el nuevo presidente, al contrario que su predecesor, no ansiaba una guerra en el suroeste. Por encima de su deseo sincero de relaciones amistosas con todas las potencias extranjeras, Van Buren veía correctamente que la expansión territorial podría dividir las filas demócratas. Por tanto rechazó con destreza las insinuaciones de Texas y el Secretario de Estado, John Forsyth, de Georgia, anunció el 25 de agosto de 1837 el rechazo formal de la oferta de anexión. Durante los siguientes dos años, la habilidad y paciencia diplomáticas de Van Buren hicieron que el gobierno mexicano aceptara el arbitraje de las demandas de EEUU por una comisión compuesta por dos miembros de cada país y uno nombrado por el rey de Prusia.

La esperanza de paz del octavo presidente perduró mucho después de que abandonara el cargo. Las maquinaciones por parte del presidente John Tyler, de Virginia, y nada menos que John C. Calhoun catapultaron posteriormente la anexión de Texas en medio de la campaña presidencial de 1844. Van Buren era entones el favorito para la nominación demócrata. Aun así hizo una declaración pública a favor de la anexión solo si podía lograrse sin poner en peligro las relaciones de EEUU con México, a pesar de ser plenamente consciente de lo que le costaría esto políticamente. “Tenemos una reputación entre las naciones de la tierra a mantener”, declaraba Van Buren. Aunque “la codicia de poder, con fraude y violencia en el proceso, ha llevado a otro gobiernos constituidos de manera diferente a la agresión y la conquista, nuestros movimiento en estos casos han estado siempre regulados por la razón y la justicia”.[5] Un creciente número de demócratas del sur se alejaron dl neoyorquino, incluido el propio Jackson, muriéndose, pero siendo aún influyente. El Pequeño Mago tuvo el apoyo de una mayoría de delegados en la convención del partido en Baltimore, pero las reglas de esta requerían una mayoría de dos tercios para ser nominado. Después de ocho votaciones sin resultado, los delegados acordaron el primer candidato tapado en la historia estadounidense: James Knox Polk, de Tennessee, un convencido expansionista. Polk conseguiría una victoria mínima en las elecciones presidenciales y luego dirigió la misma guerra que Van Buren había tratado de impedir tan arduamente.[6]

El presidente Van Buren también pudo haber tenido una guerra con Canadá. Estados Unidos había preparado dos veces expediciones militares para conquistar a su vecino del norte, primero durante la Guerra de Independencia y luego durante la Guerra de 1812. Otras veces, se pensó en la anexión, a veces hasta el punto de animar insurgencias similares a las que ayudaron a engullir Florida y Texas. Van Buren llevaba en el cargo menos de un año cuando se iniciaron rebeliones en el Alto y Bajo Canadá. Los estadounidenses dieron apoyo a los “patriotas” rebeldes con reclutamientos y provisiones y aunque las autoridades canadienses dispersaron fácilmente cualquier resistencia organizada, los incidentes fronterizos mantuvieron en efervescencia los sentimientos antibritánicos, especialmente en el estado de origen del presidente. Una incursión de la milicia canadiense en diciembre de 1837 violó territorio de EEUU cerca de Buffalo, Nueva York, para incendiar un pequeño barco de vapor, el Caroline, que estaba transportando víveres a los rebeldes matando a un ciudadano de EEUU. En represalia, un grupo de estadounidenses abordaron y quemaron al barco de vapor canadiense Sir Robert Peel en el San Lorenzo en mayo de 1838.

Cualquiera de estos incidentes podría haber llevado a una declaración de guerra si Washington y Londres hubieran querido una pelea. El presidente respondió a la crisis emitiendo dos fuertes declaraciones de neutralidad, requiriendo a las milicias de Nueva York y Vermont a aplicar las declaraciones y enviando al general Winfield Scott a una misión de mediación. Scott era un miembro del Partido Whig en la oposición, pero era un subordinado leal. Hombre gigantesco, viajó a lo largo de la frontera de ochocientas millas con el uniforme completo usando poco más que su influencia personal para calmas los ánimos inflamados.

Tan pronto como se sosegó la crisis estalló otra todavía más peligrosa. La frontera entre Maine y New Brunswick desde 1783 había dejado doce mil millas cuadradas en disputa. Los leñadores canadienses realizaron operaciones madereras en la región en disputa a lo largo del río Aroostook durante el invierno de 1838-39. Cuando los canadienses rechazaron una orden de irse del parlamento de Maine, la milicia del estado marchó hacia el río e hizo frente con brío a las tropas de New Brunswick en una confrontación que se conocería como la Guerra del Aroostook. El gobernador demócrata de Maine, John Fairfield, advirtió a Van Buren de que “debería ir contra nosotros en esta ocasión, o no adoptar nuestra causa con calidez y sinceridad y con un verdadero sentimiento estadounidense, solo Dios sabe cuál será políticamente el resultado”.[7] Dándose cuenta de que un solo paso diplomático en falso podría causar tensiones en ambos países y acabar en un baño de sangre, el presidente apoyó tajantemente la reclamación de Maine, pero advirtió al gobernador Fairfield de que el gobierno federal no toleraría que el estado entrar unilateralmente en hostilidades abiertas. Tras autorizar el Congreso cincuenta mil voluntarios, extender los reclutamientos de milicianos de tres a seis meses y dotar 10 millones de dólares para la guerra, Van Buren volvió a enviar al general Scott al lugar de los problemas. Juntos negociaron una tregua en la que ambas partes retiraron sus fuerzas en marzo de 1839.

Ninguno de los asuntos pendientes entre Estados Unidos y Canadá se había resuelto completamente cuando el neoyorquino se apeó del cargo en 1841. La frontera con Maine seguía sin fijarse, Estados Unidos seguía reclamando una disculpa por el incidente del Caroline y el gobierno británico estaba protestando vigorosamente por un juicio por asesinato en el estado de Nueva York de un ayudante canadiense de sheriff, Alexander McLeod, por su participación en el ataque al Caroline. Sin embargo la diplomacia astuta y serena del Pequeño Mago había mantenido la paz, dejando los acuerdos finales a una administración futura. En este caso, el presidente Tyler siguió la vía de Van Buren negociando el Tratado Webster-Ashburton de 1842 con Gran Bretaña, llegando a una conclusión mutuamente satisfactoria. Lo que hace más ejemplar la determinación pacifista del presidente Van Buren fue su coste político. Durante su reelección el 1840, las victoria whig en la zona norteña de los condados de Nueva York normalmente demócratas le costó ese estado y fue la única vez que el Partido Whig ganó Maine y Michigan en unas elecciones presidenciales. De hecho, algunos de los consejeros políticos más cercanos del Zorro Rojo le habían pedido en privado que empezara una guerra exterior para distraer la atención pública de las dificultades internas de la administración.[8]

II – Política interior

Con respecto a la política interior, a Martin Van Buren le hubiera gustado dejar que su tiempo en el cargo fuera un plácido añadido a los tumultuosos ocho años del presidente Jackson. Un historiador, Major L. Wilson, ha calificado al discurso de toma de posesión de Van Buren como “esencialmente una concesión a la inacción”.[9] No contenía nada innovador salvo llamadas a “un estricto cumplimiento a la letra y el espíritu de la Constitución” y a la “amistad de todas la naciones como condición más compatible con nuestro bienestar y los principios de nuestro gobierno”.[10] Pero el destino intervino de manera irónica. Solo dos meses después de la toma de posesión, un gran pánico financiero envolvió a los ochocientos bancos del país, obligando a todos salvo a seis a dejar de redimir sus billetes y depósitos en metálico (monedas de oro o plata).

La anterior presidencia de Jackson había generado lenta y dolorosamente una definición ideológica al Partido Demócrata. Van Buren, por ejemplo, había convencido al Viejo Nogal para vetar las expropiaciones para la Maysville Road, lo que acabó generando una oposición a las mejoras internas financiadas nacionalmente como parte del canon demócrata. Aunque el Pequeño Mago había defendido antes aranceles proteccionistas tratando a conseguir votos en el norte para la elección de Jackson, mientras que el general se había mostrado evasivo, la crisis de la anulación puso a los demócratas en bloque a favor de la reducción de aranceles. Pero la polémica que llegó a eclipsar todas las demás al dibujar las líneas del nuevo partido fue la “guerra bancaria”. La sólida disposición del presidente Jackson y sus consejeros del Oeste en contra de un banco autorizado nacional pasó del sonoro veto de Jackson a la propuesta de crear el Segundo Banco de Estados Unidos en 1832 a una campaña para destruir lo que llamaban “el Monstruo”. El Tesoro transfirió gradualmente sus cuantiosos depósitos del Segundo Banco a un grupo variado de bancos autorizados estatales y luego en julio de 1836, el Viejo Nogal emitió una “circular de metálico”, que obligaba al pago de terrenos públicos solo en oro o plata y no en billetes de banco.

Para cuando Van Buren llegó a la Casa Blancva, la hostilidad a cualquier banco nacional unía a todos los demócratas. Dentro de este consenso había aparecido son embargo dos facciones. El grupo menos numeroso pero más radical, representado por el senador Hart Benton, de Missouri y las filas de los “locofocos” de los demócratas de la ciudad de Nueva York, defendía un completo “divorcio” del gobierno nacional en los tratos con todos los bancos para promover una moneda fuerte. La mayoría, liderada por los senadores Nathaniel P. Tallmadge, de Nueva York, y William C. Rives, de Virginia, que pronto se autocalificarían como “conservadores”, creía que el “sistema de crédito” promovía el crecimiento económico y quería mantener la relación íntima entre el gobierno y los bancos de depósito autorizados. Llegaron a unirse a la oposición en el Congreso para derogar la circular de metálico de Jackson, consiguiendo solo que el general usara el veto de bolsillo para la propuesta.

Van Buren intentó al principio reconciliar ambas facciones, como convenía a su personalidad e historial. Por un lado, cuando estaba en el parlamento de Nueva York había votado contra todas las concesiones bancarias, salvo una para el Buffalo devastado por la guerra y ya en 817 defendía que la banca se abriera a la competencia sin restricciones, una propuesta radical dos décadas adelantada a su tiempo. Por otro lado, como gobernador del estado de Nueva York en 1829, había patrocinado la creación de “Safety Fund”, un sistema de garantía de los billetes de bancos dirigido por el gobierno. Sin embargo el pánico de 1837 impulsó inequívocamente al Pequeño Mago hacia el campo radical, junto con muchos otros miembros indecisos de su partido. Si el gobierno nacional no cortara sus relaciones con los bancos estatales suspendidos (con su divisa en papel irredimible y depreciándose), estaría en la misma situación que al terminar la Guerra de 1812, cuando el caos financiero había dado ímpetu para crear el Segundo Banco.

Manteniéndose firme contra la creciente presión para revocar la circular de metálico, el presidente convocó una sesión de urgencia en el Congreso para principios de septiembre de 1837. Su mensaje a esta primera convocatoria legislativa especial desde la presidencia de James Madison fue un programa audaz y agudo para combatir la depresión con un recorte del gobierno. “Todas las comunidades tienden a mirar demasiado al gobierno”, advertía Van Buren. “Incluso en nuestro propio país, donde sus poderes y obligaciones están tan estrictamente limitados, nos inclinamos a hacerlo, especialmente en periodos de repentina turbación y aflicción”.[11] Sin embargo, caer en esta tentación sería un error, debido a que “Todos los intentos anteriores por parte del gobierno” de “asumir la dirección de los intercambios nacionales o extranjeros” en su opinión habían “resultado dañinos”. Lo que hacía falta era un “sistema basado en el interés privado, la empresas y la competencia, con la ayuda de concesiones o regulaciones públicas por parte del derecho”,[12] un sistema que encarnara la máxima de Jefferson “de que cuanto menos interfiera el gobierno con las empresas privadas, mayor será la prosperidad general”.[13] El presidente por tanto evitaba “sugerir al Congreso ningún plan concreto para regular los intercambios del país, eliminar problemas mercantiles o interferir en el funcionamiento normal del comercio exterior o interior”, porque “su adopción no promovería el bienestar real y permanente de aquellos a quienes se pretende ayudar”.[14]

Daniel Webster, senador whig de Massachusetts, acusó al discurso del presidente por “dejar a la gente que se las arreglara por sí misma”.[15] La única excepción al rechazo de Van Buren del activismo del gobierno era una propuesta de una nueva ley de quiebras que permitiría al gobierno de la nación cerrar cualquier banco que hubiera suspendido los pagos en metálico demasiado tiempo. El 25º Congreso rechazó incluso considerar esta medida. Pero aprobó rápidamente la sugerencia del presidente de conceder a los importadores una moratoria de seis meses en el pago de bonos de aduanas. Lo que hace importante esta rebaja impositiva es el hecho de que los aranceles eran la única fuente de ingresos del gobierno nacional en ese momento, aparte de la venta de terrenos públicos. De importancia aún mayor fue la voluntad del parlamento de continuar con la insistencia de Van Buren de detener la distribución de dinero federal a los gobiernos estatales. El senador Henry Clay, de Kentucky, y sus whigs neo-hamiltonianos habían encasquetado a la administración anterior su versión del siglo XIX de la compartición de ingresos moderna, después de que la deuda nacional se había liquidado por primera y única vez en la historia estadounidense. El general Kackson “con una repugnancia de sentimiento y en contra de su juicio”, según “Old Bullion” Benton, había aprobado la distribución del excedente porque John C. Calhoun la había incluido en una propuesta que regulaba las relaciones del Tesoro con los bancos de depósito.[16] Pero después del pánico disminuyeron los ingresos federales y ya no había ingresos excepcionales a entregar. Junto con el fin de la distribución, el Congreso aceptó la preferencia de Van Buren de financiar la reaparecida deuda nacional con notas del Tesoro a corto plazo por 10 millones de dólares, en lugar de préstamos a largo plazo.

Pero la pieza central del mensaje especial del Pequeño Mago era su valerosa reclamación de una separación total de bancos y estado a través de un Tesoro Independiente. El Tesoro Independiente era una idea que podía adoptar varias formas y asumir visiones distintas sobre divisa y banca, pero su requisito más esencial era que el gobierno tendría todos sus balances monetarios en metálico, en lugar de en billetes de banco o depósitos. Los funcionarios existentes del Tesoro o nuevas subtesorerías podían realizar esta función. Algunas versiones restringían también al metálico todos los pagos recibidos por el gobierno, mientras que otras dejaban que el Tesoro recibiera billetes de bancos que pagaran en metálico mientras fueran redimidas o liquidadas rápidamente. Ultra-bullonistas con el senador Benton esperaban que el Tesoro Independiente, al eliminar el apoyo público a los billetes de banco, los acabaría sacando de la circulación y devolvería a la economía a una divisa exclusiva de dinero fuerte. Los defensores de la banca desregulada, entre ellos el Dr. John Brockenbrough, presidente del Banco de Virginia, creían que las finanzas del gobierno nacional eran demasiado pequeñas en relación con la economía como para producir este resultado y esperaban por el contrario que una separación sería buena para los bancos estatales. Otros más, incluyendo al Secretario del tesoro, Levi Woodbury, de New Hampshire, querían complementar el Tesoro Independiente con algunas regulaciones federales de la banca, como restricciones a los billetes bancarios de bajo importe. Y algunos defensores, como el senador James Buchanan, de Pennsylvania, llegaron a estar a favor de una moneda en papel emitida por el gobierno, anticipando los greenbacks y los certificados de oro de la Guerra de Secesión.[17]

El portavoz de la administración, Silas Wright, de Nueva York, presentó en el Senado una propuesta de Tesoro Independiente que sencillamente asignaba el mantenimiento de los fondos a los funcionarios existentes y no indicaba cómo podían hacerse los pagos. Clahoun sorprendió luego a ambos partidos con otro de sus cambios políticos repentinos pero ineptos. Abandonando a sus aliados whigs, anunciaba su apoyo a la iniciativa de la administración. Sin embargo Calhoun quería modificarla convirtiendo los billetes del Tesoro en una divisa pública permanente y previendo un plazo de más de cuatro años un requisito de que el Departamento del Tesoro solo aceptara metálico o sus propios billetes. Como el requisito del metálico ya estaba implícito en el mensaje de Van Buren, la administración tenía que aceptar esta enmienda. Aunque las extendidas suspensiones de los bancos habían tendido a desacreditar a los bancos estatales como depositarios públicos, la enmienda de Calhoun endureció entonces la oposición de los demócratas conservadores a la propuesta de divorcio. Tampoco ayudó que los partidarios de Calhoun consideraran el divorcio como un asunto sectorial que liberaría al Sur del capital del Norte, ligando la cuestión a los interminables debates sobre las peticiones abolicionistas que preocupaban entonces al Congreso. La propuesta enmendada de divorcio se aprobó en el Senado por dos votos, pero fue pospuesta en la Cámara. En sesiones posteriores, cuando la administración retiró con reticencias el requisito de metálico para mantener los votos conservadores, el Anulador se volvió en contra de la medida.

Pero de hecho el Tesoro ya era independiente. La Resolución de la Divisa de 1816 prohibía al gobierno recibir billetes de banco no redimibles en metálico, otra ley prohibía pagarlos y la Ley de Depósito-Distribución de 1836 no permitía el Tesoro tener fondos en ningún banco suspendido. El presidente ordenó a los cargos federales cumplir con estas regulaciones en la medida de lo posible, lo que significaba que, con la excepción del balance en depósitos atrapado en el momento del pánico, el Tesoro solo recibía, tenía y pagaba en metálico o en billetes del Tesoro. Una vez los bancos volvieron a los pagos en metálico en mayo de 1838, la mayoría de ellos no podían actuar como depositarios bajo las restricciones de la Ley de Depósito, porque durante la suspensión habían emitido billetes de bajo importe. Frustrado por la obstinación del Congreso, Van Buren pensó en emular la arrogancia del Viejo Nogal estableciendo un Tesoro Independiente mediante una orden ejecutiva, pero esa violación de las prerrogativas legislativas no se ajustaba ni a su temperamento ni a su filosofía.

Entretanto, la depresión dañaba políticamente a la administración. Las elecciones del otoño de 1837 se volvieron contra los demócratas en muchos estados, particularmente en Nueva York, donde los whigs ganarían una abrumadora mayoría en el parlamento del estado al conseguir unos rotundos sesenta y siete escaños. El “tornado de Nueva York”, como lo llamó el sorprendido Van Buren, fue seguido un año después por la conquista de la gobernación de dicho estado por el candidato whig William H. Seward. La combinación de whigs y demócratas conservadores en el 25º Congreso continuó bloqueando la aprobación del Tesoro Independiente durante buena parte del mandato del octavo presidente. A pesar de los votos favorables en el Senado, le Cámara de Representantes votó contra un propuesta de divorcio durante la primera sesión ordinaria en 1837-38 y rechazó votarla en absoluto durante la segunda sesión ordinario de 1838-39. Los legisladores estaban mucho más interesados en un escándalo que acababa de descubrir el Tesoro en la Aduana de la Ciudad de Nueva York. El recaudador, Samuel Swartwout, supuestamente había malversado en los últimos ocho años la asombrosa cifra de 1,23 millones de dólares y luego había huido a Europa. Aunque Swartwout había sido nombrado por Jackson y Van Buren se había opuesto vigorosamente y era además un antiguo favorecido de Calhoun que era ahora un whig, la administración demócrata se puso a  la defensiva.[18]

Sin embargo Van Buren consiguió algunos éxitos inesperados. Después de la recuperación bancaria de 1838, los incondicionales de la administración en el Congreso desdentaron un nuevo intento whig-conservador para revocar la Circular de Metálico convirtiéndola en una ley que simplemente hacía ilegal tratar a las facturas de tierra públicas de forma distinta que otros ingresos. Así que el secretario del Tesoro obtenía la facultad discrecional de aceptar solo metálico para todos los pagos o también billetes de banco para todos los pagos. Así que las propuestas de divorcio habían cambiado los términos del debate y acabado con cualquier propuesta de un nuevo banco nacional. El Pequeño Mago había en su lugar maniobrado ante Clay y los whigs en una defensa política del mismo sistema de bancos “protegidos” que habían denunciado tan ruidosamente durante la presidencia de Jackson. También había logrado una difícil reconciliación con Calhoun y unos pocos sureños defensores de los derechos de los estados, a quienes el autocrático Jackson había expulsado del bando demócrata. Finalmente, la rebelión conservadora, si no se había eliminado, si al menos se había contenido. Al no conseguir dominar los consejos demócratas, los conservadores tenían como alternativas o seguir a sus líderes prominentes Tallmadge y Rives al Partido Whig o someterse de nuevo a la disciplina de su propio partido. Una indicación del creciente aislamiento conservador fue el cambio editorial del periódico oficial demócrata de Nueva York, el Albany Argus. Pasó de una tibieza respecto del Tesoro Independiente a un resonante anuncio en junio de 1838 de que “Creemos que ha llegado categóricamente el momento de la separación de banca y estado”.[19]

El rechazo de Van Buren de abandonar el objetivo del divorcio acabó teniendo éxito al cambiar la marea política a finales de 1839. Cuando se extendió una segunda suspensión de los pagos en metálico por la mitad de los bancos del país ese octubre, parecía verificar la sospecha de la administración de los depositarios del estado. Los demócratas consiguieron mantener el control de ambas cámaras del 26º Congreso, que se reunió para su primera sesión en diciembre. El discurso anual del presidente renovaba la reclamación de un Tesoro Independiente, reforzada con nuevos argumentos. La última suspensión era más evidentemente en resultado de factores internacionales que el pánico de 1837, que había coincidido con todos los confusos cambios del Banco de Guerra de Jackson. Van Buren argumentaba ahora que solo el divorcio podía librar a la economía de EEUU de “la cadena de hojalata de la dependencia” de los flujos de crédito del “poder monetario en Gran Bretaña”. El mensaje también disminuía el tono de laissez faire del anterior mensaje de Van Buren en la sesión especial y acentuaba su radicalismo sobre la moneda fuerte con una voluntad de considerar “legislación adicional o, si es fuera inadecuado (…) otras concesión o restricciones constitucionales” que pudieran controlar “las emisiones excesivas de billetes”.[20]

Por suerte, los legisladores votaron en contra tanto de una propuesta de quiebra, similar a la que el presidente había sugerido en su discurso anterior, como una enmienda constitucional propuesta por el senador Buchanan que autorizara al Congreso a prohibir billetes de banco de menos de 20$. El incansable senador Wright presentó de nuevo en el Senado la propuesta de divorcio, incluyendo en esta versión tanto las subtesorerías para guardar fondos públicos como el requisito de metálico de Clahoun para la recepción de pagos. La propuesta pasó por el Senado al final de enero de 1840, pero la Cámara, experimentando más desorden y retraso del habitual por la disputa de varios escaños y la elección de portavoz, no aprobó la medida hasta junio. Van Buren esperó hasta el 4 de julio de 1840 para sancionar la ley, confirmando simbólicamente las palabras del Washington Globe, el altavoz de la administración, que casi tres años antes había alabado el Tesoro Independiente como “la segunda declaración de independencia”.[21]

III – Recorte en la crisis

El Tesoro Independiente dio paso a una época de desregulación financiera a nivel nacional. Aunque revocado en 1841, después de que los whigs consiguieran la Casa Blanca, no pudieron acordar entre ellos una alternativa. El presidente William Henry Harrison murió después de menos de un mes en el cargo y fue sucedido por el vicepresidente John Tyler, un apóstata demócrata. Tyler vetó las dos propuestas bancarias de Henry Clay, dejando desregulado legalmente el sistema de depósitos públicos. El uso de los bancos estatales siguió a discreción del secretario de estado hasta que el presidente James Knox Polk, un doctrinario jacksoniano, que adoptó con entusiasmo la herencia fiscal de Martin Van Buren, consiguió la reaprobación de lo que prefería llamar un Tesoro Constitucional en agosto de 1846. La ley de 1846 era idéntica sustancialmente a la de 1841 y determinó el régimen financiero del país hasta el estallido de la Guerra de Secesión.

El laissez faire puede no haber sido el propósito de todos los que apoyaban el divorcio de banca y gobierno. Y tal vez una forma más eficaz de alcanzar ese objetivo habría sido autorizar libremente competidores del Segundo Banco, con poderes equivalentes de crear sucursales interestatales, en lugar de abolir aquella institución. Sin embargo, el laissez faire era la consecuencia principal del Tesoro Independiente. No había ningún banco autorizado nacionalmente, el Tesoro en su mayor parte evitaba tratar con los muchos bancos estatales autorizados y el único dinero legalmente reconocido eran las monedas de oro y plata. Como la divisa de la economía consistía solo en billetes de banco redimibles en metálico a la vista, la competencia privada regulaba la circulación del papel moneda.

Aunque los historiadores tradicionales han sometido a esta época de banca relativamente desregulada a acusaciones inventadas de inestabilidad financiera, muchos economistas han llegado a reconocer que fue probablemente el mejor sistema monetario que haya tenido nunca Estados Unidos. Los supuestos excesos de los bancos “salvajes” fraudulentos insolventes o muy especulativos se exageraron mucho. Las pérdidas totales que sufrieron los tenedores de billetes de banco de 1836 a 1861 en todos los estados que aplicaron leyes de banca libre no equivaldrían a las pérdidas en un año de una inflación del 2%, si se hubiera producido en la economía de 1860. Más aún: la mayoría de estas pérdidas se produjeron por excesos de regulación, no por defecto. A nivel estatal había prohibiciones sobre sucursales, órdenes de reservas mínimas en metálico, restricciones a la emisión de billetes de bajo importe y requerimiento de que los bancos compraran bonos estatales, que en aquel entonces estaban entre las inversiones más dudosas. Los bancos eran asimismo vulnerables a los flujos internacionales de metales preciosos. Ningún sistema monetario es perfecto. Pero en cualquier comparación objetiva, este fue relativamente estable y libre de crisis.[22]

Aquellos historiadores que rechazan el Tesoro Independiente por limitar al gobierno “a aceptar pagos y hacerlos en un medio anticuado”, más “apropiado para la Guerra de las Rosas” nunca han explicado adecuadamente la falta de debates monetarios mientras funcionó.[23] El Primer y Segundo Banco de EEUU habían dividido a los partidos políticos de la adopción de la Constitución. El sistema bancario nacional de la Guerra de Secesión y los greenbacks crearon nuevas convulsiones sobre asuntos monetarios. Si el Tesoro Independiente era de hecho tan evidentemente deficiente, ¿por qué no provocó una protesta política similar? Además, su reaprobación coincidió con fuertes gastos en la guerra de Polk contra México, pero ese esfuerzo militar causo a la economía menos dislocaciones financieras que cualquier guerra estadounidense previa. Durante el siguiente pánico financiero de la nación en 1857, el Tesoro estuvo eficazmente aislado de la suspensión bancaria. No hay tampoco ninguna evidencia de que el Tesoro Independiente restringiera el crecimiento económico del país.[24]

Las políticas nacionales de la presidencia de Van Buren hicieron sin embargo más que legar un régimen financiero superior. También frustraron todos los intentos de utilizar la depresión económica como excusa para expandir el papel del gobierno. Antes del pánico de 1837, los gobiernos estatales (en un paralelismo asombroso con las recientes crisis recurrentes en Asia Oriental y Rusia) habían tomado prestados 100 millones de dólares del exterior para financiar mejoras internas pródigas y derrochadoras. La mayoría de los estados experimentaron rigores financieros como consecuencia del pánico y muchos estaban desesperados. En 1844, se impagaron 60 millones de dólares en bonos estatales Tres estados (Arkansas, Michigan y Mississippi), así como el territorio de Florida repudiaron sus deudas.[25] Henry Clay vio esto como una oportunidad caída del cielo para recuperar su plan de redistribución bajo un nuevo pretexto. Los whigs del 26º Congreso defendieron por tanto que el gobierno nacional rescatara a los estados asumiendo sus deudas. El partido de Clay también tenía su propia propuesta de una ley de quiebra, no como la de Van Buren que cerraría bancos involuntariamente, sino una que permitiría a los deudores individuales evitar voluntariamente sus obligaciones.

Los demócratas bajo el liderazgo del Pequeño Mago no solo bloquearon estas iniciativas sino que impulsaron la implicación del gobierno en la dirección opuesta. Aunque los gastos nacionales totales repuntaran repentinamente a 37,2 millones de dólares en 1837, en general disminuyeron a lo largo de los cuatro años de Van Buren, de 30,9 millones en 1836, a 24,3 millones en 1840. Eso representa una caída del 21% en términos nominales, no más de la mitad si se ajustan los cambios en los precios, pero algo intermedio si también se ajustan crecimiento de la población o tamaño de la economía.[26]  Muchos de estos recortes en el gasto vinieron en el ámbito de las mejoras internas, especialmente para ríos y puertos, donde Van Buren fue mucho más estricto de lo que había sido el Viejo Nogal.[27] Respecto de los ingresos, los aranceles ya estaban bajando como consecuencia de reducciones programadas acordadas durante el compromiso sobre la anulación. Así que el presidente puso todo en la balanza en dos medidas que llevarían la asignación de terrenos públicos más cerca del principio de ocupación: preferencia, dando a los colonos que cultivaran primero la tierra la opción de comprarla, y graduación, reduciendo el precio de los terrenos no vendidos. La graduación no se aprobó, pero el Congreso renovó anteriores leyes de preferencia dos veces durante el mandato de Van Buren.[28] Al final de los cuatro años, con recortes importantes tanto en el gasto como en el ingreso nacional, la deuda generada por la depresión estaba en casi 5 millones de dólares.[29]

Un examen más detallado de las fluctuaciones de la economía revelan los enormes beneficios de este recorte. Las dos crisis bancarias que dominaron la administración Van Buren tuvieron causas similares, pero resultados diferentes. En ambos casos, la causa próxima fue una disminución de los flujos de entrada extranjeros de metales preciosos precipitada cuando el Banco de Inglaterra aumentó su tipo de descuento. El pánico de 1837, sin embargo, fue una corrección aguda y corta que siguió los talones de dos años de inflación de precios y una tasa anual cercana al 15%. Después de que los precios al por mayor cayeran cerca de un 20% en un año y la producción menos del 5%, la economía pareció recuperarse. Por el contrario, la suspensión de 1839 golpeó a menos bancos pero ocultó una alargada deflación.

Las existencias totales de dinero del país (metales preciosos, billetes y depósitos bancarios) disminuyó en un tercio en los siguientes cuatro años y los precios se desplomaron un 42%.[30]

Muchos economistas se han sorprendido por la comparación entre este segundo episodio, el deflación de 1839-1843  y la posterior Gran Depresión de 1929-1933. Calificadas como las dos contracciones monetarias más masivas en la historia estadounidense, fueron de idéntica magnitud y se extendieron durante el mismo tiempo. Pero aquí acaban las similitudes. Durante la Gran Depresión, mientras el desempleo llegaba la máximo del 25% de la fuerza laboral en 1933, la producción de EEUU de bienes y servicios se desplomaba un 30%. Durante la contracción de principios del siglo XIX, la inversión cayó, pero sorprendentemente la producción total de la economía no lo hizo. Muy al contrario, en realidad aumentó entre el 6% y 16%. Fue casi una deflación con pleno empleo. Tampoco los economistas se explican en modo alguno este rendimiento tan ampliamente dispar. La economía estadounidense de la década de 1930 se caracterizó por precios, especialmente salarios, que eran rígidos a la baja, mientras que en la década de 1840 los precios podían bajar rápido y lo suficiente como para restaurar rápidamente el equilibrio del mercado.[31]

¿Pero por qué eran los precios y salarios más flexibles cuando Van Buren estaba al timón? El hecho de que la Gran Depresión, la más profunda y larga recesión económica de Estados Unidos, fuera asimismo la primera a afrontarse con un programa completo de intervención federal ofrece algunas pistas. Además, la intervención comenzó, no con el conocido New Deal del presidente Franklin D. Roosevelt, que no accedió al cargo hasta principios de 1933, cuando la economía estaba casi en su punto más bajo, sino con su predecesor, Herbert C. Hoover. El largo mandato republicano progresista de este durante la década de 1920 como secretario de comercio, promoviendo las asociaciones comerciales, la estandarización de productos y los cárteles empresariales, le prepararon para afrontar el crash bursátil de octubre de 1929 con un vigoroso esfuerzo por detener cualquier caída de precios. Empezando con una serie de conferencias en la Casa Blanca influyendo en los líderes empresariales para que mantuvieran “voluntariamente” altos los salarios. Hoover presionó con resultados diversos una mayor cartelización en agricultura, en el sector textil del algodón, en la aviación comercial y en las industrias energéticas (carbón petróleo y electricidad). También hizo ley en 1932 el mayor incremento de impuestos en tiempos de paz en la historia de EEUU y cerró en la práctica las fronteras al comercio exterior con el Arancel Smoot-Hawley de 1930, el más alto en la historia estadounidense en un esfuerzo por mantener altos internacionalmente los precios. La Administración para la Recuperación Nacional y la Administración para el Ajuste Agrícola de Roosevelt simplemente hicieron más formal esta campaña concertada de apoyo a los precios.[32] De hecho los precios aún cayeron un 31% de 1929 a 1933, pero no tanto como durante la deflación de las décadas de 1830 y 1840. Aunque las políticas públicas no pueden explicar completamente la rigidez de precios de la década de 1930, explican mucho de ella.

Por supuesto, el Pequeño Mago no fue el único responsable de impedir que la primera deflación se convirtiera en otra Gran Depresión. Su heroica resistencia a la expansión del poder central recibió la ayuda esencial de la coalición demócrata que había yudado a forjar. Y dado que el gasto federal total empezó en menos del 2% a mediados de la década de 1830, comparado con casi el doble en la década de 1920, las equivocadas medidas de recuperación de Clay probablemente no fueron tan devastadoras como las de Hoover y Roosevelt. Una vez se acabó el mandato de Van Buren, se implantaron brevemente algunas medidas de Clay. Los whigs del Congreso fueron capaces de garantizar el acuerdo del presidente Tyler a su propuesta de ley de quiebra voluntaria, a una distribución rebajada de los ingresos de las ventas de terrenos a los estados  y una subida arancelaria justificada como una manera de eliminar déficits de la depresión. Pero la distribución acabó abruptamente en 1842, después de solo un año; para conseguir suficientes votos en el legislativo para el aumento arancelario, mientras los propios whigs estaban preocupados por abolir la ley de quiebras en 1843 después de que cincuenta mil buscadores de fortuna hubieran utilizado sus disposiciones para librarse de más de 400 millones de dólares en deudas.[33] De todas formas, la deflación acababa de seguir curso y en 1846 la nueva administración Polk había vuelto a bajar el arancel. El rechazo a rescatar a los gobiernos estatales en mora produjo una amplia ola de efectos saludables, de los cuales no fue el menor hacer más difícil cualquier futuro despilfarro de dinero estatal en obras públicas y ferrocarriles propiedad del gobierno. El Zorro Rojo de Kinderhook  había manejado así el paso del momento crucial, cuando hacerlo así era políticamente impopular, contra poderosos intereses mercantiles, financieros y otros que clamaban por una ayuda nacional.  La depresión de 1837, más que cualquier otro factor, produjo su abrumadora derrota en las elecciones presidenciales de 1840, a manos del general Harrison, héroe de la batalla de Tippecanoe.

III – Lapsus no liberales

Ningún político, especialmente uno lo suficientemente exitoso como para ser elegido para el cargo máximo en Estados Unidos, puede ser perfecto. Martin Van Buren las cesiones con la coacción estatal más moralmente importantes y fiscalmente exorbitantes derivaron de su apoyo fiel al despiadado programa de Andrew Jackson de desplazamiento de indios. La mayoría de las tribus del Suroeste ya se habían trasladado a Oklahoma, pero varias tribus del Noroeste seguían esperando su deportación más allá del río Missouri. Lo que era más problemático era que diecisiete mil cheroquis habían retrasado legalmente su expulsión de sus hogares en Carolina del Norte, Georgia, Tennessee y Alabama, mientras que aproximadamente cuatro mil seminolas mezclados con más de mil negros, muchos de ellos esclavos fugitivos, estaban ofreciendo resistencia militar efectiva en Florida. Aunque el general Winfield Scott hizo lo que pudo para garantizar que el traslado cheroqui fuera pacífico y humano, el mal tiempo y las expropiaciones inadecuadas convirtieron el viaje en un “camino de lágrimas”, en que perecieron cientos antes de que se completara el proceso a principios de 1839. La segunda guerra seminola, que había estallado en 1835 antes de la toma de posesión de Van Buren, degeneró en una lucha violenta y continua que seguía en marcha cuando dejó el cargo. El presidente Tyler acabó por fin con lo que se había convertido en la guerra india más costosa y larga del ejército de EEUU con una declaración en 1842 que permitía a los trescientos seminolas supervivientes permanecer en Florida en reservas, esencialmente en los mismos términos que Van Buren había rechazado en 1838. La guerra y otros traslados ocasionaron un aumento en la mitad del tamaño del ejército regular autorizado (de unos ocho mil a más de doce mil soldados) y una nueva línea de fuertes. Lo más que se puede decir a favor del Pequeño mago es que estas pesadas cargas hicieron aún más notable su éxito en rebajar los gastos federales.[34]

Como los seminolas acogían a esclavos fugitivos, la guerra de Florida estaba íntimamente relacionada con concesiones que hizo Van Buren a los dueños de esclavos. Durante su primera campaña presidencial, la prensa calhounita había tratado de dificultar la candidatura del neoyorquino en el Sur calificándolo de abolicionista. Van Buren contestó con un anuncio de que era “el opositor inflexible e intransigente de cualquier intento por parte del Congreso de abolir la esclavitud en el Distrito de Columbia contra los deseos de los estados esclavistas”.[35] También continuaba con varias “reglas mordaza” sobre recibir peticiones abolicionistas  que el Congreso implantó entre 1836 y 1844 y durante las elecciones de 1840 prometió vetar cualquier restricción antiesclavista que pudiera imponer el Congreso en la admisión de Florida a la Unión. Su acomodamiento con la peculiar institución tuvo su mayor impacto práctico en el caso del Amistad, una goleta española que había caído bajo la custodia de un guardacostas de EEUU en 1839, después de que los esclavos a bordo se hubieran amotinado con éxito. El presidente estaba dispuesto a entregar a los blancos a las autoridades españolas, a pesar de haber sido legalmente secuestrados de África. Pero el caso se atascó en los tribunales de EEUU y después de que la administración apelara, el Tribunal Supremo en marzo de 1841 liberó a los africanos.[36]

Aunque la fáustica negociación del Pequeño Mago para mantener juntos a las ramas regionales de un partido nacional dedicado al gobierno frugal fue más pronunciada durante su presidencia que antes o después, su grado no debería exagerarse. Casi veinte años antes, Van Buren, en el parlamento de Nueva York, había apoyado la prohibición de la esclavitud en Missouri, como apoyaría luego la Cláusula Wilmot, prohibiendo la esclavitud en los territorios adquiridos de México. El octavo presidente no solo era perfectamente capaz de decepcionar las esperanzas de los dueños de esclavos por la anexión de Texas, sino que nunca apaciguó a los sureños hasta los niveles que apoyaría un James Buchanan o reclamaría un John C. Calhoun. El presidente rechazó anular la condena de un teniente de navío sometido a consejo de guerra por abusar de los azotes, a pesar de las quejas sureñas de que el juicio se había basado en los testimonios de dos marineros negros.[37] El compañero en el ticket presidencial del neoyorquino tanto en 1836 como en 1840 era un sureño, el coronel Richard M. Johnson, de Kentucky, aunque no era uno que resultara cómodo para sus compañeros dueños de esclavos. Johnson había pasado la línea viviendo abiertamente con una doncella negra y reconociendo a sus dos hijas. Esos límites sobre la capacidad de Van Buren de aplacar a los sureños se refleja en la firme oposición presidencial que afrontó en 1836 en el Sur, una región que había apoyado fuertemente al Viejo Nogal. Al Pequeño Mago le fue incluso peor en el Sur en 1840 al competir con Harrison, un hombre de Ohio que había nacido en Virginia.[38]

La disposición de la administración Van Buren a devolver a los amotinados del Amistad también estaba motivada en parte por consideraciones diplomáticas. El objetivo de unas relaciones amistosas con potencias extranjeras fue responsable de otro de los lapsus del presidente en 1837. Para complementar esfuerzos por calmar tensiones durante las rebeliones canadienses, pidió al Congreso una nueva ley de neutralidad. La ley existente de 1818 era principalmente marítima y Van Buren quería el poder de impedir que ciudadanos privados organizaran ataques en territorio extranjero. El Congreso fue en este caso más sensible a las libertades civiles, así que rechazó permitir el uso de fuerza militar contra grupos que solo organizaran y planearan una expedición así. En su lugar, bajo una nueva ley que expiraría dos años después de su aprobación en 1838, las autoridades civiles podían requisar armas, munición, vehículos y naves que trataran de cruzar la frontera.[39]

Dos años después, Van Buren pasó descuidadamente al Congreso un informe de su secretario de guerra, Joel R. Poinsett. Poinsett (en cuyo honor se dio nombre a la ponsetia) era una unionista radical de Carolina del Sur, más nacionalista que su jefe del ejecutivo. Las frecuentes tribulaciones diplomáticas y militares de la administración impulsaron al secretario a solicitar un reorganización de la milicia similar a la que habían sugerido casi todos los presidentes desde George Washington. Bajo este plan, el ejército regular convocaría y adiestraría rigurosamente a una fuerza activa de cien mil hombres de las milicias del estado, que estarían así disponibles para una rápida movilización. Una vez los whigs oyeron acerca de este plan de formación militar universal desataron un alboroto. Muchos estados ya estaban atacando las bases para esa reorganización, reemplazando las milicias obligatorias por sistemas voluntarios. El Pequeño Mago, que no había leído antes el plan, lo repudió enseguida. A la acusación de estar a favor de ejércitos permanentes, respondió:

Si se me hubiera acusado de idear establecer entre vosotros a costa del erario público una colección de dos mil bestias salvajes, no me habría sorprendido más, ni habría sido, a mi juicio, ni una pizca más ridícula.[40]

Pero el repudio no llegó a tiempo de evitar el daño político en la carrera presidencial en marcha. La propuesta de Poinsett estaba destinada a ser el último intento de nacionalizar las milicias estatales hasta después de la Guerra de Secesión.[41]

Los años del neoyorquino en la Casa Blanca vieron la primera regulación nacional de los bancos de vapor y una expedición científica financiada nacionalmente. El presidente Jackson había recomendado una “legislación preventiva y penal” después de que una explosión en un vapor en el Río Rojo en 1833 hubiera matado al senador Josiah S. Johnston, de Louisiana. Hasta 1838 el Congreso no aprobó una ley que obligara a una inspección federal de calderas y cascos de naves de pasajeros. Sin embargo encargaba la supervisión a los jueces de distrito y la creación de funcionarios para inspecciones regulares dentro del Departamento de Tesoro tuvo que esperar a la futura presidencia whig de Millard Fillmore.[42] La Expedición Exploratoria de los Mares del Sur de la armada, bajo el mando del teniente Charles Wilkes, partió en agosto de 1838 para un viaje de cuatro años que reclamaría el descubrimiento de la Antártida. Pero había sido idea del antiguo presidente John Quincy Adams y el Congreso había presupuestado el dinero casi un año antes de que Van Buren asumiera el cargo.

Para compensar estas transgresiones relativamente menores del mercado, el octavo presidente tiene el mérito de adoptar con entusiasmo las reformas sugeridas por su jefe general de correos, Amos Kendall, de Kentucky. Kendall quería eliminar el alto subsidio postal a los periódicos, instituido en 1792, que hacía que estos no pagaran más del 15% de los ingresos postales, aunque supusieran más del 95% de los envíos por peso. El jefe del Servicio de Correos también trató de frenar el privilegio de franqueo del Congreso. No hace falta decir que el Congreso no se interesó por ninguna de estas reformas.[43] Debería mencionarse la orden ejecutiva de Van Buren, en medio de su campaña de reelección, ordenando una jornada de diez horas en todas las obras públicas federales.

V – Derrota política

Las elecciones de 1840 se convirtieron en un circo político. Bajo la sabia dirección de políticos whig en ascenso como Thaddeus Stevens, de Pennsylvania y Horace Greeley, William Seward y Thurlow Weed, de Nueva York, los defensores del mercantilismo aprendieron a sacarse de encima la mancha histórica del privilegio elitista y apelaron por primera vez directamente a las masas. William Henry Harrison se ganó el sobrenombre de “General Mudo” por sus opiniones ocultas sobre los temas, mientras su partido no adoptaba ningún programa y destacaba el historial militar de su candidato durante la Guerra de 1812 y sus supuestos orígenes fronterizos de cabaña de troncos. Harrison era en realidad un hijo de la aristocracia de Virginia, pero eso no impidió que los whigs retrataran falsamente a Van Buren como el effete grande, extravagante con el dinero público. Lo popular, con mítines, lemas llamativos y diversión asociada, que rodeó  la campaña de “cabaña de troncos y sidra” de los whigs hizo que el Democratic Review gritara desesperado: “¡Les hemos enseñado a conquistarnos!”[44] Pero fue el persistente trauma de los duros tiempos, unido al descontento expansionismo del Sur y el Norte y los exagerados temores al cesarismo demócrata los que produjeron la derrota política del Pequeño Mago a manos “Tippecanoe y también Tyler”. El porcentaje de voto fue mucho mayor en 1840 que cuatro años antes (saltando del 57,8% del censo al 80,2%), así que Van Buren recibió en realidad 400.000 votos más, pero solo ganó siete de veintiséis estado.[45]

De vuelta a Kinderhook en marzo de 1841 con su habitual buen humor, Van Buren confiaba en un futuro reconocimiento.

Por el contrario, vería como los demócratas abandonaban su política exterior pacifista y, como consecuencia, desgarrarían la Unión, como había dicho; no viviría para ver como también se pasaban de moda sus preceptos económicos. Sin embargo el Pequeño Mago podía enorgullecerse justificadamente de su único mandato. Glyndon G. Van Deusen, un historiador en absoluto simpatizante con el laissez faire, proporciona una de las evaluaciones modernas más justas.

Con todos sus defectos, queda el hecho de que Van Buren era honrado, de que conocía el valor del consejo y habitualmente lo pedía, que pensaba antes de tomar decisiones y que sus cuatro años en la Casa Blanca, para bien o para mal, mostraron una evolución perfectamente lógica de las tendencias de izquierda de los demócratas jacksonianos, una evolución que tuvo el valor de impulsar ante una depresión catastrófica.[46]

Desafiando el modelo del votante medio de la teoría de la elección pública, el octavo presidente se movió, no hacia el centro, sino que se arriesgó a recibir daño político al hacerse más radical en el cargo. Como consecuencia, este admirador tanto de Thomas Jefferson como de Andrew Jackson, presidió una administración no dañada por ninguna de sus incoherencias. Nada como el embargo despótico del Sabio de Monticello, su inconstitucional compra de Louisiana o su vengativa caza de brujas contra Aaron Burr desfiguraron el mandato del neoyorquino. Tampoco nada comparable con el acoso del ejecutivo del Viejo Nogal a Carolina del Sur, Francia o el Congreso (por nombrar unos pocos). El Pequeño Mago se mantuvo más fiel a los viejos principios republicanos que ninguno de estos más renombrados defensores de la libertad, aunque el pánico de 1837 seguramente ofrecía una fuerte tentación para transigir.

Como Van Buren soporta una vara libertaria de medir, quizá sea más apropiado compararle con otros jefes ejecutivos no activistas, aquellos a los que los historiadores ortodoxos tienden a olvidar. Grover Cleveland, un presidente demócrata posterior que igualmente afrontó una depresión importante, es en realidad, en mi opinión, el máximo rival para los galardones superiores, pero su firma de la Ley de Comercio Interestatal, su uso de las tropas durante la huelga de Pullman y su implicación en la disputa fronteriza venezolana muestran un menor compromiso con los mercados libres,  las libertades civiles y la no intervención. Warren Harding y Calvin Coolidge, es verdad, implantaron el brillante programa fiscal del secretario del Tesoro, Andrew Mellon, pero la intromisión económica de su secretario de comercio, Herbert Hoover, anula todo eso. John Tyler queda bien mientras se centres solo en sus vetos; ya hemos mencionado las propuestas que firmó y su intriga de Texas, a las cuales pueden añadirse la represión de la rebelión de Dorr en Rhode Island. Una sola cosa descalifica la consideración de Millard Fillmore: la Ley de Esclavos Fugitivos de 1850, que está entre las leyes más draconianas que haya aprobado nunca el Congreso. Respecto de Franklin Pierce y James Buchanan, aunque olvidáramos sus políticas pro-esclavitud en Kansas, Pierce sigue teniendo sus ambiciones imperialistas en el Manifiesto de Ostende, mientras que Buchanan recibe la acusación de enviar al ejército a Utah en la Guerra Mormona. Y los republicanos de un solo mandato posteriores a la Guerra de Secesión (Rutherford B. Hayes, James A. Garfield, Chester A. Arthur y Benjamin Harrison), con sus altos aranceles proteccionistas, subvenciones electoralistas y pródigas prestaciones a los veteranos ni siquiera entran en la pelea.

Pero el caso de la grandeza de Van Buren va más allá de ser el menos malo de los presidentes de EEUU. Mientras evitaba guerras en el extranjero, hizo más que mantener el estatus quo nacional. Redujo el poder y alcance de la autoridad central a la vista de una firme resistencia y ayudó así a la economía estadounidense a capear una de sus deflaciones más severas. El pequeño Mago también trajo una claridad ideológica a la política estadounidense que pocas veces se ha igualado. Aunque los demócratas se alejarían en formas importantes y reprensibles de la acción bajo principios que había trazado, su huella siguió dejando un legado duradero. El Partido Demócrata mantuvo la alianza política con la mayor afinidad al laissez faire, la libertad personal y el libre comercio hasta casi el cambio de siglo. Creo que todos reconocerán que hubo un tiempo en que los estadounidenses disfrutaron de mayor libertad ante la intervención del gobierno que cualquier otro pueblo en la faz de la tierra. Por ese logro, Martin Van Buren merece tanto mérito como cualquier otra persona y sin duda mucho más que cualquier otro presidente de Estados Unidos.


[1] Citado en William Cabell Bruce, John Randolph of Roanoke, 1773 – 1833: A Biography Based Largely on New Material (Nueva York: G.P Putnam’s Sons, 1922), vol. 2, p. 203 y John Niven, Martin Van Buren: The Romantic Age of American Politics (Nueva York: Oxford University Press, 1983), p. 358.

[2] Arthur M. Schlesinger, Jr., The Age of Jackson (Boston: Little, Brown, 1945), p. 263.

[3] Tres historiadores más antiguos de Van Buren son Edward M. Shepard, Martin Van Buren, ed. rev. (Boston: Houghton, Mifflin, 1899), Denis Tilden Lynch, An Epoch and a Man: Martin Van Buren and His Times (Nueva York: Horace Liveright, 1929) y Holmes Alexander, The American Talleyrand: The Career and Contemporaries of Martin Van Buren, Eighth President (Nueva York: Harper and Brothers, 1935), todos los cuales dieron poco espacio a su presidencia. Un abiografía más reciente de John Niven, Martin Van Buren (Oxford: Oxford University Press, 1983), es detallada y simpatizante. Pero igualmente Niven corre durante los años presidenciales y su tratamiento de los asuntos ideológicos es a menudo disperso o inexistente.  Más atento a las ideas, aunque más duro en sus juicios, es la biografía política de Donald B. Cole, Martin Van Buren and the American Political System (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1984). El mejor libro sobre el Pequeño Mago es el magnífico The Presidency of Martin Van Buren de Major L. Wilson (Lawrence: University Press of Kansas, 1984). Otro libro dedicado exclusivamente a la presidencia de Van Buren, James C. Curtis, The Fox at Bay: Martin Van Buren and the Presidency, 1837 – 1841 (Lexington: University Press of Kentucky, 1970), está más centrado en la política que en analizar la economía. Para los primeros años de Van Buren, es indispensable Robert V. Remini, Martin Van Buren and the Making of the Democratic Party (Nueva York: WW Norton, 1959). Por desgracia “The Autobiography of Martin Van Buren,” Annual Report of the American Historical Association for the Year 1918, vol. 2, John C. Fitzpatrick, ed. (Washington, D.C.: US Government Printing Office, 1920), se corta antes de los años presidenciales.

[4] Morton Borden, ed., America’s Ten Greatest Presidents (Chicago: Rand McNally, 1961), y Borden, ed., America’s Eleven Greatest Presidents, 2ª ed. (Chicago: Rand McNally, 1971). Los diez elegidos (con asteriscos indicando presidentes en tiempo de guerra) fueron: Washington, Adams,* Jefferson, Jackson, Polk,* Lincoln,* Cleveland, T. Roosevelt, Wilson* y F.D. Roosevelt.* Dos más en esta lista podrían considerarse también presidentes en tiempo de guerra, debido a la guerra contra los piratas berberiscos en el primer mandato de Jefferson y a que Estados Unidos seguía sofocando la insurrección filipina cuando Theodore Roosevelt asumió el cargo. Broden basó sus elecciones iniciales en una encuesta a cincuenta y cinco historiadores, realizada por Arthur M. Schlesinger, Sr., y publicada en Life. Posteriores listas presidenciales aparecen en Thomas A. Bailey, Presidential Greatness: The Image and the Man from George Washington to the Present (Nueva York: Appleton – Century, 1966); Steve Neal, “Our Best and Worst Presidents”, Chicago Tribune Magazine 135 (10 de enero de 1982): 9-18 y Robert K. Murray y Tim H. Blessing, Greatness in the White House: Rating the Presidents from George Washington through Ronald Reagan, 2ª ed. (University Park: Pennsylvania State University Press, 1994). Más recientemente, Arthur M. Schlesinger, Jr. informaba de una reciente encuesta presidencial a historiadores en “The Ultimate Approval Rating”, New York Times Magazine 146 (15 de diciembre de 1996): 46-51. El predominio de los presidentes en tiempo de guerra permanece inalterado en todos estos casos.

[5] Citado por Charles Sellers, The Market Revolution. Jacksonian America, 1815-1846 (Nueva York Oxford University Press 1991), p. 415.

[6] Tanto Curtis The Fox at Bay, pp. 152-188, como Wilson, The Presidency of Martin Van Buren, pp. 147-169, proporcionan un relato excelente de la política exterior de Van Buren. Para detalles adicionales sobre Texas y México, consultar Justin H. Smith, The War with Mexico, 2 tomos (Nueva York Macmillan, 1919), Smith, The Annexation of Texas, edición corregida (Nueva York Barnes and Noble, 1941), Frederick W. Merk, Slavery and the Annexation of Texas (Nueva York Alfred A Knopf 1972), David M. Pletcher, The Diplomacy of Annexation Texas, Oregon, and the Mexican War (Columbia University of Missouri Press, 1973) y Jennifer Roback Morse “Constitutional Rules Political Accidents, and the Course of History New Light on the Annexation of Texas”, Independent Review 2 (Otoño de 1997) 173-200.

[7] Citado en Curtis, The Fox at Bay, p. 185.

[8] Otra vez Curtis y Wilson son buenas refrencias sobre la diplomacia de Van Buren. La obra más antigua de Albert B. Corey The Crisis of 1830 – 1842 in Canadian-American Relations (New Haven, Conn.: Yale University Press, 1941) puede ser algo menos fiable sobre el papel de Van Buren. El mejor tratamiento de las disputas con Canadá aparece en Howard Jones, To the Webster – Ashburton Treaty: A Study in Anglo-American Relations, 1783 – 1843 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1977). También son útiles Henry S. Burrage, Maine in the Northeastern Boundary Controversy (Portland, Me.: Marks, 1919), pp. 231-311; Charles Winslow Elliott, Winfield Scott: The Soldier and the Man (Nueva York: Macmillan, 1937), pp. 335-344, 356-366; Oscar A. Kinchen, The Rise and Fall of the Patriot Hunters (Nueva York: Bookman Associates, 1956); John S.D. Eisenhower, Agent of Destiny: The Life and Times of General Winfield Scott (New York: Free Press, 1997), pp. 176-183, 195-203 y Kenneth R. Stevens, Border Diplomacy: The Caroline and McLeod Affairs in Anglo-American Relations, 1837 – 1842 (Tuscaloosa: University of Alabama Press, 1989).

[9] Wilson, The Presidency of Martin Van Buren, pp. 100, 145.

[10] Ibíd., p. 39.

[11] James D. Richardson, ed., A Compilation of the Messages and Papers of the Presidents (Nueva York: Bureau of National Literature, 1922), vol. 2, pp. 1536-1537.

[12] Ibíd., p. 1561.

[13] Ibíd., p. 1547.

[14] Ibíd., p. 1561-1562. Van Buren también explicaba las causas del pánico, en el que probablemente haya sido el discurso presidencial más complejo económicamente que nunca se haya realizado. Su explicación combinaba una versión rudimentaria de la teoría austriaca del ciclo económico y una presentación perspicaz de la doctrina de los efectos reales, junto con un énfasis en los factores internacionales que los cliométricos han demostrado recientemente que resultan decisivos. Por encima de todo, el mensaje hacía un objeción contra un banco nacional que sigue sin contestarse:

En Gran Bretaña, donde se ha visto que las mismas causas han tenido los mismos efectos, un banco nacional con poderes mucho mayores de los que piden aquí los mayores defensores de dicha institución también se ha visto incapaz de impedir una expansión indebida del crédito y los males que derivan de ello. (pp. 1545-1546)

[15] Congressional Globe, 25º Cong., 2ª ses. (31 de enero de1838) ap. p. 606.

[16] Thomas Hart Benton, Thirty Years’ View: Or a History of the Working of the American Government for Thirty Years, From 1820 to 1850 (Nueva York: D. Appleton, 1854-1856), vol. 1, p. 657. El papel de Calhoun en incluir la distribución en la Ley de Depósito-Distribución de 1836 se revela en John M. McFaul, The Politics of Jacksonian Finance (Ithaca, N.Y.: Cornell University Press, 1972), pp. 132-134 y Charles M. Wiltse, John C. Calhoun: Nullifier, 1829 – 1839 (Indianapolis, Ind.: Bobbs-Merrill, 1949), vol. 2, pp. 257-258, 265-267. Aunque el propio Jackson Aunque el propio Jackson había jugado antes con la idea de la distribución, su plan preferido era eliminar el exceso reduciendo aranceles y precios de los terrenos, mientras que los demócratas en el Congreso habían propuesto invertir el exceso en bonos del estado. Ver Robert V. Remini, Andrew Jackson and the Course of American Democracy, 1833 – 1845 (Nueva York: Harper and Row, 1984), pp. 322-325; Charles Grier Sellers, Jr., James K. Polk: Jacksonian, 1795 – 1843 (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1957), pp. 223-233; Edward G. Bourne, The History of the Surplus Revenue of 1837: Being an Account of Its Origin, Its Distribution Among the States, and the Uses to Which It Was Applied (Nueva York: G.E. Putnam’s Sons, 1885) y Richard H. Timberlake, Jr., “The Specie Circular and Distribution of the Surplus”, Journal of Political Economy 68 (Abril de 1960): 109-117, que fue revisado y reimpreso como cap. 5 de Timberlake, Monetary Policy in the United States: An Intellectual and Institutional History (Chicago: University of Chicago Press, 1993).

[17] Wilson The Presidency of Martin Van Buren, ofrece la más complete (de hecho, casi la única) explicación de las versiones alternativas del Tesoro Independiente y las distintas opiniones de sus defensores. Schlesinger, The Age of Jackson, pp. 227-229 sigue siendo uno de los mejores relatos de los orígenes intelectuales de esta idea, pero ver también Joseph Dorfman, The Economic Mind in American Civilization, 1606 – 1865 (Nueva York: Viking Press, 1946), pp. 610-614. El teórico jacksoniano de la moneda fuerte, William M. Gouge, la propuso por primera vez en A Short History of Paper Money and Banking in the United States (Philadelphia: T.W. Ustick, 1833). En 1834, el economista de Philadelphia, Condy Raguet, trató de interesar en la propuesta a miembros del Congreso y el congresista William Fitzhugh Gordon, de Virginia, un antiguo demócrata que había seguido a Calhoun fuera del partido aireó al idea en la Cámara. Entretanto, el secretario del Tesoro en funciones de Jackson, Roger B. Taney, contrató a Gouge como empleado del departamento. Así que es ridícula la afirmación de Calhoun, apoyada por su biógrafo, Charles M. Wiltse en John C. Calhoun, vol. 2, pp. 343-361, de que fue el Anulador el que empujó a Van Buren a impulsar el Tesoro Independiente.

[18] Para una defensa revisionista que afirma que lo que se llevó el recaudador de Nueva York solo fueron 200.000$, exactamente lo que admitió, ver B.R. Brunson, The Adventures of Samuel Swartwout in the Age of Jefferson and Jackson (Lewiston, N.Y.: Edwin Mellen Press, 1989).

[19] Wilson, The Presidency of Martin Van Buren, p. 113.

[20] Richardson, ed., Messages and Papers of the Presidents, vol. 3, pp. 1762, 1766, 1769. El Congreso ya había aprobado una serie de propuestas de la administración Jackson, pensadas para promover la moneda fuerte:

  1. Un cambio en 1834 en la proporción de acuñación para estimular la circulación de monedas de oro.
  2. Una expansión de la Casa de Moneda de Estados Unidos en 1835.
  3. Una renovación del estatus de dinero de curso legal de las monedas extranjeras.
  4. Una prohibición por fases en la Ley de Depósito Distribución de 1836 contra la emisión de billetes de banco de pequeño importe por depositarios del gobierno, que reemplazaba las prohibiciones que ya había impuesto administrativamente el secretario del Tesoro.

Ver David A. Martin, “Metallism, Small Notes, and Jackson’s War With the B.U.S.”, Explorations in Economic History 11 (Primavera de 1974): 227-247. La hostilidad a los billetes de banco de bajo importe se remontaba a Mam Smith, no se limitaba a los defensores de la moneda fuerte y estaba implantada en muchas leyes estatales. Sin embargo, estaba en desacuerdo con la nueva proporción de acuñación, que se realizó después de los descubrimientos de oro en California para sacar de la circulación a las monedas de plata. Como las monedas de plata eran más apropiadas para transacciones pequeñas, la interacción de la proporción de acuñación con las prohibiciones de billetes de bajo importe creó una escasez de efectivo para pequeños importes.

Timberlake, Monetary Policy in the United States, cap. 9, es el único economista que examina seriamente este problema. La Ley de Acuñación de 1853 trató posteriormente de rectificar el problema autorizando monedas de plata subsidiarias, pero la economía seguía confiando fuertemente en alternativas privadas. Los detalles están en Neil Carothers, Fractional Money: A History of the Small Coins and Fractional Paper Currency of the United States (Nueva York: John Wiley and Sons, 1930).

[21] Washington Globe (5 de septiembre de 1837), citado en Schlesinger, The Age of Jackson, p. 236.

[22] La condena estándar de la banca libre está más accesible en Bray Hammond, Banks and Politics in America: From the Revolution to the Civil War (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1957). Investigaciones posteriores han trastocado completamente todo lo que Hammond tenía que decir acerca de la política bancaria y la teoría económica y financiera moderna ha superado tan completamente su análisis teórico que es asombroso que los investigadores sigan tomado en serio su trabajo. La investigación revisionista de la crisis se ha extendido principalmente a través de artículos en revistas y hay tres resúmenes en Larry J. Sechrest, Free Banking: Theory, History, and a Laissez-Faire Model (Westport, Conn.: Quorum Books, 1993), cap. 6; Kevin Dowd, “US Banking in the ‘Free Banking’ Period”, en Dowd, ed., The Experience of Free Banking (Londres: Routledge, 1992) y Hugh Rockoff, “Lessons from the American Experience with Free Banking”, en Unregulated Banking: Chaos or Order, Forrest Capie y Geoffrey E. Woods, eds. (Nueva York: St. Martin’s Press, 1991). La mayoría de las contribuciones a esta revisión son o bien de Hugh Rockoff (“Money, Prices and Banks in the Jacksonian Era”, en The Reinterpretation of American Economic History, Robert W. Fogel y Stanley L. Engerman, eds. (Nueva York: Harper and Row, 1971), pp. 448-458; “American Free Banking Before the Civil War: A Reexamination”, Journal of Economic History 32 (Marzo de 1972): 417-420; “New Evidence on Free Banking in the United States”, American Economic Review 75 (Septiembre de 1985): 886-889 y “The Free Banking Era: A Reexamination”, Journal of Money, Credit and Banking 6 (Mayo de 1974): 141-167) o de Arthur J. Rolnick y Warren E. Weber (“Free Banking, Wildcat Banking, and Shinplasters”, Federal Reserve Bank of Minneapolis Quarterly Review (Otoño de 1982): 10-19; “New Evidence on the Free Banking Era”, American Economic Review 73 (Diciembre de 1983): 1080-1091; “The Causes of Free Bank Failures: A Detailed Examination”, Journal of Monetary Economics 14 (Noviembre de 1984): 267-291; “Banking Instability and Regulation in the US Free Banking Era”, Federal Reserve Bank of Minneapolis Quarterly Review (Verano de 1985): 2-9 y “Explaining the Demand for Free Bank Notes”, Journal of Monetary Economics 21 (Invierno de 1986): 877-890).

[23] Bray Hammond, Sovereignty and an Empty Purse: Banks and Politics in the Civil War (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1970), pp. 23, 24.

[24] Los trabajos sobre el funcionamiento del Tesoro Independiente  incluyen David Kinley, The History, Organization, and Influence of the Independent Treasury of the United States (Nueva York: Thomas Y. Crowell, 1893); John Burton Phillips, “Methods of Keeping the Public Money of the United States”, en Publications of the Michigan Political Science Association 4, nº 3; Ester Rogoff Taus, Central Banking Functions of the United States Treasury, 1789 – 1941 (Nueva York: Russell and Russell, 1943) y Richard H. Timberlake, Jr., “The Independent Treasury and Monetary Policy before the Civil War”, Southern Economic Journal 27 (Octubre de 1960): 92-103. (El artículo de Timberlake se reimprimió como capítulo 6 en su Monetary Policy in the United States). Las arcas de las subtesorrías para guardar fondos públicos se mantuvieron formalmente hasta 1921, cuando las sustituyó el Sistema de la Reserva Federal, pero no permaneció ninguna de las características motivadoras de la moneda fuerte. El sistema de banca nacional de la Guerra de Secesión y los greenbacks habían aniquilado el Tesoro Independiente.

[25] B.U. Ratchford, American State Debts (Durham, N.C.: Duke University Press, 1941), pp. 77- 134; Reginald Charles McGrane, Foreign Bondholders and American State Debts (Nueva York Macmillan, 1935) y William A. Scoft, The Repudiation of State Debts: A Study in the Financial History of Mississippi, Florida, Alabama, North Carolina, South Carolina, Georgia, Louisiana, Arkansas, Tennessee, Minnesota, Michigan, and Virginia (Nueva York Thomas Y. Crowell 1893).

[26] US Department of Commerce, Historical Statistics of the United States: Colonial Times to 1970 (Washington, D.C.: US Government Printing Office, 1975), pt. 2, Series Y335-338.

[27] Discurso del congresista J.A. Rockwell, de Connecticut, Congressional Globe, 30º Cong., 1ª Ses. (11 de enero de 1848) ap. p. 106; “Appropriations and Expenditures for Public Buildings, Rivers and Harbors, Forts, Arsenals, Armories, and Other Public Works from March 4, 1789, to June 30, 1882”, 47º Cong., 1ª Sess (1881-82), Documentos Ejecutivos del Senado, nº 196, pp. 114, 286, 340, 521, 529.

[28] Daniel Feller, The Public Lands in Jacksonian Politics (Madison: University of Wisconsin Press, 1984), que supera tanto a George M. Stephenson, The Political History of Public Lands from 1840 to 1862: From Pre-Emption to Homestead (Boston: Richard G. Badger, 1917), como a Raynor G. Wellington, The Political and Sectional Influence of the Public Lands, 1828-1842 (Cambridge, Mass.: Riverside Press, 1914). El Congreso había aprobado la primera ley de preferencia en 1830, pero era retrospectiva, aplicándose a antiguos ocupantes de territorio del gobierno y por tanto requería renovación periódica.

[29] Van Buren, en diciembre de 1840, después de su derrota para la reelección, resumía lo que creía que eran los logros de su administración. Su cuarto discurso anual al Congreso incluía “dos puntos discutidos de nuestra política pública” que habían dominado su mandato: “Me refiero a la deuda nacional y a un banco nacional (…) Llegando al cargo el declarado eemigo de ambos, he intentado sinceramente evitar recurrir a ambos”. Indispuesto a aumentar impuestos para equilibrar el presupuesto, Van Buren pudo decir: “La pequeña cantidad de billetes del Tesoro (…) que sigue existiendo” es menor “que lo que Estados Unidos tiene en depósitos en los estado”. Van Buren se refería aquí a los 28 millones de dólares distribuidos a los estados, técnicamente en forma de préstamo, por la Ley de Depósito.Distribución de 1836. Richardson, ed., Messages and Papers of the Presidents, vol. 3, pp. 1828 y 1824.

[30] El mejor tratamiento de estas fluctuaciones económicas y sus causas es Peter Temin, The Jacksonian Economy (Nueva York: W.W. Norton, 1969). Pero consultar también el capítulo 5 de Timberlake, Monetary Policy in the United States. Juntos, Timberlake y Temin han demolido la opinión tradicional de que la Circular de Metálico de Jackson produjera la crisis bancaria de 1837. Como concluye Timberlake (p. 61): “la Circular de Metálico fue dramática, pero sin consecuencias”. Sin embargo Temin rechaza incomprensiblemente el alegato convincente de Timberlake de que la distribución del exceso de Clay fue un factor importante que contribuyó al primer pánico. Hay detalles adicionales en Reginald Charles McGrane, The Panic of 1837: Some Financial Problems of the Jacksonian Era (Chicago: University of Chicago Press, 1924); Walter Buckingham Smith y Arthur Harrison Cole, Fluctuations in American Business, 1790 – 1860 (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1935); Samuel Rezneck, “The Social History of an American Depression, 1837 – 1843”, American Historical Review 40 (Julio de 1935): 662-687 (reimpreso como cap. 4 de Rezneck, Business Depressions and Financial Panics: Essays in American Business and Economic History [Nueva York: Greenwood, 19681); George Macesich, “Sources of Monetary Disturbances in the US, 1834 – 1845”, Journal of-Economic History 20 (Septiembre de 1960): 407-434 y Rockoff “Money, Prices, and Banks in the Jacksonian Era”. Aunque haya burdos índices de precios del consumo en este periodo, he seguido a Temin y a otras autoridades al citar los más fiables y extensos índices de precios al por mayor. Probablemente los precios del consumo muestren menos amplitud en sus fluctuaciones. Los no economistas tienden a suponer automáticamente que como la bajada de precios fue más severa después de la suspensión de 1839 que después de 1837 la depresión resultante debe haber sido también más severa. Como veremos, las evidencias no apoyan esta conclusión.

[31] La mayoría de esta comparación se toma de Temin, The Jacksonian Economy, p. 157. Su tabla muestra las existencias de dinero cayendo un 27% durante la Gran Depresión, pero eso es porque está mirando el M1. Si hubiera mirado en su lugar el M2, que es más consistente con su definición de existencias del siglo XIX, las dos contracciones monetarias son de magnitudes casi idénticas. Para llegar al aumento del 16% en la producción para 1839-1843, Temin se basa en las estimaciones inéditas de Robert E. Gallman de PIB de EEUU. Thomas Senior Berry ofrece estimaciones menos satisfactorias en Production and Population Since 1789: Revised GNP Series in Constant Dollars (Richmond, Va.: Bostwick Press, 1988), que calcula solo un 6% de aumento en la producción durante los cuatro años. Otros que han notado similitudes entre los dos episodios incluyen a Milton Friedman y Anna Jacobson Schwartz, A Monetary History of the United States, 1867 – 1960 (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1963), p. 299; Douglass C. North, The Economic Growth of the United States, 1790 – 1860 (Nueva York: Prentice Hall, 1961), p. 202 y Hammond, Banks and Politics in America, p. 529. Hammond, como  es habitual, interpreta mal las evidencias y llega a una conclusión errónea.

[32] Las contribuciones de Hoover a la rigidez de los precios se exponen en tres obras de Murray Rothbard: “The Hoover Myth”, en For a New America: Essays in History and Politics from Studies on the Left, 1959 – 1967, James Weinstein y David W Eakens, eds. (Nueva York: Vintage, 1970), pp. 162-179; “Herbert Hoover and the Myth of Laissez-Faire”, en A New History of Leviathan: Essays on the Rise of the American Corporate State, Ronald Radosh y Murray Rothbard, eds. (Nueva York: E.P Dutton, 1972), pp. 111-145 y America’s Great Depression, 5ª ed. (Auburn, Ala.: Mises Institute, 2000). Ver también Richard K. Vedder y Lowell E. Gallaway, Out of Work: Unemployment and Government in Twentieth-Century America, ed. rev. (Nueva York: New York University Press, 1997), pp. 74-111, 128-149.

[33] Charles Warren, Bankruptcy in United States History (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1935), pp. 56-85. Una ley de compromise, que proporcionaba tanto quiebras voluntarias como involuntarias, pero eximía a las grandes empresas (lo que incluía a todos los bancos autorizados) se aprobó en el Senado el 25 de junio de 1840, mientras Van Burenes taba todavía en el cargo, pero fue rechazada por la Cámara controlada por los demócratas. Los whigs solo fueron capaces en 1841 de aprobar una medida similar con un patente tráfico de influencias, en el que los votos del Oeste para la quiebra se compraron con la promesa de los votos del Este para la distribución.

[34] Ronald N. Satz, American Indian Policy in the Jacksonian Era (Lincoln: University of Nebraska Press, 1975); Francis Paul Prucha, The Sword of the Republic: The United States Army on the Frontier, 1783 – 1846 (Nueva York: Macmillan, 1969), pp. 249-306; John K. Mahon, History of the Second Seminole War, 1835 – 1842 (Gainesville: University of Florida Press, 1967); Grant Foreman, Indian Removal: The Emigration of the Five Civilized Tribes of Indians (Norman: University of Oklahoma Press, 1932). El aumento autorizado en el ejército regular se efectuó en julio de 1838, pero un examen del Departamento de Comercio de EEUU, Historical Statistics of the United States, parte 2, Serie Y904-16, revela que el personal militar total había ascendido a 12.449 en 1837.  Se debe a que la Guerra Seminola ya había inducido al Congreso a autorizar en mayo de 1836, mientras Jackson era todavía presidente, el alistamiento de 10.000 tropas adicionales de emergencia para un servicio de seis a doce meses.

[35] Citado por Van Buren en su primer discurso de toma de posesión, Richardson, ed., Messages and Papers of the Presidents, vol. 2, p. 1535.

[36] William Lee Miller, Arguing About Slavery: The Great Battle in the United States Congress (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1996); Howard Jones, Mutiny on the Amistad: The Saga of a Slave Revolt and Its Impact on American Abolition, Law, and Diplomacy (Nueva York: Oxford University Press, 1987) y Mary Cable, Black Odyssey: The Case of the Slave Ship Amistad (Nueva York: Viking Press, 1971).

[37] Cole, Martin Van Buren and the American Political System, pp. 362-363; Wilson, The Presidency of Martin Van Buren, p. 200.

[38] Richard H. Brown, “The Missouri Crisis, Slavery, and the Politics of Jacksonianism”, South Atlantic Quarterly 65 (Invierno de 1966): 55-72, es una argumentación influyente pero simple de que los demócratas de Martin Van Buren estaban intencionada e inequívocamente a favor de la esclavitud, un argumento que se repite en Leonard L. Richards, “The Jacksonians and Slavery”, en Antislavery Reconsidered: New Perspectives on the Abolitionists, Lewis Perry y Michael Fellman, eds. (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1979), pp. 99-118. Para una consideración de compleja y equilibrada de esta cuestión, ver John McFaul, “Expediency vs. Morality: Jacksonian Politics and Slavery”, Journal of American History 62 (Junio de 1975): 24-39; William H. Riker, Liberalism Against Populism: A Confrontation Between the Theory of Democracy and the Theory of Social Choice (San Francisco: W.H. Freeman, 1982), pp. 213-232; William W Freehling, The Road to Disunion: Secessionists at Bay, 1776 – 1854 (Nueva York: Oxford University Press, 1990), pp. 287-352; J. David Greenstone, The Lincoln Persuasion: Remaking American Liberalism (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1993), pp. 154-185 y Sean Wilentz “Slavery Antislavery, and Jacksoman Democracy”, en The Market Revolution in America Social, Political, and Religious Expressions, 1800 – 1880, Melvyn Stokes y Stephen Conway, eds. (Charlottesville University Press of Virginia, 1996), pp. 202-223.

[39] Stevens, Border Diplomacy, pp. 27-28.

[40] Citado en Curtis, The Fox at Bay, p. 201.

[41] Marcus Cunliffe, Soldiers and Civilians: The Martial Spirit in America, 1775 – 1865 (Boston: Little, Brown, 1968), pp. 197-199; Russell E. Weigley, History of the United States Army (Nueva York: Macmillan, 1967), pp. 156-157; J. Fred Rippy, Joel R. Poinsett: Versatile American (Durham, N.C.: Duke University Press, 1935), pp. 175-177; Curtis, The Fox at Bay, pp. 199-201; Wilson, The Presidency of Martin Van Buren, pp. 188-189. Para el trasfondo de la evolución de la milicia durante este periodo, consultar John K. Mahon, History of the Militia and National Guard (Nueva York: Macmifian, 1983), pp. 63-96.

[42] Leonard D. White, The Jacksonians: A Study in Administrative History, 1829 – 1861 (Nueva York Free Press, 1954), pp. 442-446, Lloyd M. Short, Steamboat-Inspection Service: Its History, Activities and Organization (Nueva York: D. Appleton, 1922) pp. 1-6, John H. Morrison, History of American Steam Navigation (Nueva York: W.F. Sametz, 1903) pp. 591-592. Ni Curtis, The Fox at Bay, ni Wilson, The Presidency of Martin Van Buren, mencionan esta regulación. Hasta donde yo sé, no hay ningún estudio económico de la eficacia de la inspección de los barcos de vapor, pero podemos suponer con seguridad que fue ineficiente y contraproducente, como casi todas las demás regulaciones federales.

[43] Richard R. John, Spreading the News: The American Postal System from Franklin to Morse (Cambridge, Mass Harvard University Press, 1995), p. 40, passim. Wilson, The Presidency of Martin Van Buren, pp. 172-175.

[44] Citado en Glyndon G. Van Deusen, The Jacksonian Era, 1828 – 1848 (Nueva York: Harper and Brothers, 1959), p. 148.

[45] Robert Gray Gunderson, The Log-Cabin Campaign (Lexington: University of Kentucky Press, 1957) y Michael F. Holt, “The Election of 1840, Voter Mobilization, and the Emergence of the Second American Party System: A Reappraisal of Jacksonian Voting Behavior”, en Holt, Political Parties and American Political Development: From the Age of Jackson to the Age of Lincoln (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1992), pp. 151-191. Ver también artículos de  Joel H. Silbey, “Election of 1836” y William Nisbet Chambers, “Election of 1840”, ambos en History of American Presidential Elections, Arthur M. Schlesinger, Jr., Fred L. Israel y William P. Hansen, eds. (Nueva York: Chelsea House, 1971), vol. 1.

[46] Van Deusen, The Jacksonian Era, p. 114.


Publicado el 24 de junio de 2006. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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