¿Qué ha hecho el gobierno de nuestro dinero? (cont)

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10.- El abandono del patrón oro.


La implantación de la centralización bancaria elimina los controles a la expansión crediticia y pone en marcha el motor de la inflación. No elimina, empero, todos los controles. Queda el problema del propio Banco Central. Una corrida bancaria ante el Banco Central no sería algo inconcebible pero si muy improbable.  Un riesgo más formidable es la pérdida de oro en beneficio de naciones extranjeras. Ya que del mismo modo que la expansión de un banco hace perder oro a los clientes de otro banco, no expansionista, la expansión monetaria dentro de un país causa una pérdida de oro a los ciudadanos de otros países. Los países que expanden más deprisa se arriesgan a sufrir pérdidas en sus reservas de oro y de que su sistema bancario reciba un aluvión de solicitudes de reintegro o canje de su divisa a cambio de oro.  Este fue el típico modelo cíclico del siglo XIX; el Banco Central de un país generaba una expansión crediticia; los precios subían; y según el nuevo dinero era transferido de la clientela local a la clientela internacional, los extranjeros aumentaban sus peticiones de conversión de la divisa en oro. Finalmente, el Banco Central tenía que parar e impulsar una contracción del crédito para salvar el patrón monetario.

Hay una forma de evitar el canje o conversión extranjera: la cooperación entre Bancos Centrales. Si todos los Bancos Centrales se pusieran de acuerdo para inflar todos en la misma medida, entonces ningún país perdería su oro en provecho de otro y todo el mundo podría inflar prácticamente sin límite. No obstante hasta la fecha esa cooperación sincronizada ha sido casi absolutamente imposible ya que cada Banco Central está sometido a diferentes presiones y defiende celosamente su propio poder. Una de los intentos más destacados fue el acuerdo alcanzado por la Reserva Federal Americana para promover inflación doméstica en los años 20 con el fin de ayudar a la Gran Bretaña e impedir que su oro fuese a parar a los EE.UU.

En el siglo XX, los gobiernos en vez de reducir o limitar su propia inflación, cuando se vieron sometidos a fuertes demandas de conversión en oro de su divisa optaron pura y llanamente por “salirse del patrón oro”. Evidentemente esto aseguraba que el Banco Central no pudiera quebrar, ya que sus billetes se convertían así en el único dinero existente, en el patrón monetario. En pocas palabras, el gobierno finalmente ha rechazado el pago de sus deudas y virtualmente ha absuelto o exonerado al sistema bancario de ese oneroso deber. Los pseudo-recibos de oro se emitieron primero sin respaldo, y, después, conforme se acercaba el día de la verdad, la quiebra se materializó desvergonzadamente eliminando la posibilidad de redimir o convertir la divisa en oro.  La separación de las denominaciones de las distintas divisas nacionales (dólares, libras, marcos) del oro y de la plata era ahora completa.

Al principio, los gobiernos se negaron a admitir que fuese una medida permanente. Se referían a ella como “suspensión del pago en especie” y siempre se sobre-entendía que, eventualmente, después de que la guerra o de que otra “emergencia” hubiese acabado, el gobierno volvería a redimir sus obligaciones en oro o plata. Cuando el Banco de Inglaterra canceló la convertibilidad de la libra esterlina a finales del siglo XVIII, esa situación se mantuvo durante veinte años, pero siempre con el convencimiento de que se retornaría a los pagos en oro cuando terminaran las guerras con Francia.

La “suspensión” temporal, sin embargo, no es otra cosa que un eufemismo del repudio puro y simple. El patrón oro, después de todo, no es como un grifo que se pueda abrir y cerrar a capricho de los decretos del gobierno. O un recibo es redimible en oro o no lo es; una vez se suspende la redención, el patrón oro es en si mismo una burla.

Otro escalón en el camino de la lenta extinción del uso del oro como dinero fue el establecimiento de un patrón oro para las barras y los lingotes de oro. Bajo este sistema, la divisa ya no era redimible en monedas; solo se podía redimir en grandes barras o lingotes de oro de alto valor. Lo cual de hecho limitaba la convertibilidad en oro a un puñado de especialistas en comercio internacional. Ya no había un auténtico patrón oro, pero los gobiernos todavía podían proclamar su adhesión al oro. Los “patrones oro” europeos de los años 20 fueron pseudo-estándares de este tipo [1]. Por fin, los gobiernos rompieron oficialmente por completo con el patrón oro, en un apoteósis de abusos contra los extranjeros y ” anti-patriotas acaparadores de oro”. El papel moneda de los gobiernos se convirtió así en el dinero fiduciario estándar. A veces, ha sido el papel, no del Banco Central, sino el del Tesoro el que se ha sido el dinero fiduciario, especialmente antes de que se desarrollase el sistema de banca centralizada. Los Continentals americanos, los billetes verdes (Greenbacks) y los billetes de la Confederación del período de la guerra civil, los assignats franceses, fueron todos divisas fiduciarias emitidas por los respectivos Tesoros. Pero ya fuera el Banco Central o el Tesoro quien emitiera ese dinero fiduciario, el resultado fue siempre el mismo: el estándar o patrón monetario estaba ahora a merced del gobierno, y los depósitos bancarios solo podían ser redimidos en papel del gobierno.

11.- El dinero fiduciario y el problema del oro.

Cuando un país abandona el patrón oro e ingresa en el estándar fiduciario, agrega su divisa o moneda fiduciaria al número de “tipos de dinero” que ya existen. Además de las distintas mercancías utilizadas como dinero, el oro y la plata, ahora florecen otras monedas  independientes y dirigidas por su propio gobierno que impone su respectivo régimen fiduciario. Y del mismo modo que el oro y la plata tendrán un tipo de cambio fijado libremente por el mercado, éste establecerá también tipos de cambio para los distintos dineros. En un mundo de dinero fiduciario, cada divisa, si se la deja, fluctuará libremente en relación con todas las demás. Hemos visto que por cada pareja de monedas o divisas, el tipo de cambio entre ellas es fijado en concordancia con las paridades de su poder de compra respectivo y que éstas, a su vez, vienen determinadas por las respectivas ofertas y demandas de las varias divisas. Cuando una divisa cambia su naturaleza y pasa de ser un recibo canjeable por oro a papel moneda puramente fiduciario, la confianza en su estabilidad y en su calidad sufre una sacudida, y su demanda se reduce. Es más, ahora que está desvinculada del oro, el mucho mayor número de unidades monetarias relativo a su respaldo original en oro se hace evidente. Con una oferta mayor que la de oro y una demanda menor, su poder de compra, y, por ende, su tipo de cambio, se deprecian rápidamente respecto del oro. Y como el gobierno es por definición inflacionario, seguirá depreciándose con el paso del tiempo.

Tal depreciación es muy embarazosa para el gobierno y daña a los ciudadanos que intentan importar bienes. La existencia del oro en la economía es un constante recuerdo de la baja calidad del dinero papel del gobierno, y siempre amenaza con reemplazar al papel moneda como dinero del país. Aún cuando el gobierno dé a su papel fiduciario todo el respaldo de su prestigio y de la legislación por la que se instituye el curso legal, las monedas de oro en manos del público siempre son un reproche permanente y una amenaza para el poder del gobierno sobre el dinero del país.

En la primera depresión de los EE.UU., de 1819 a 1821, cuatro Estados del Oeste (Tennessee, Kentucky, Illinois y Missouri) establecieron bancos propiedad del Estado con derecho a emitir papel-dinero fiduciario. Estaban respaldados por disposiciones que los declaraban de curso legal en el territorio de su respectivo Estado y a veces por prohibiciones legales contra la depreciación de los billetes.  Y, sin embargo, todos esos experimentos, alumbrados con grandes esperanzas, murieron rápidamente conforme el nuevo papel se depreciaba rápidamente hasta un valor insignificante. Esos proyectos debieron de ser abandonados con rapidez. Más adelante, los greenbacks circularon como papel moneda fiduciario en el Norte durante y después de la Guerra Civil. Pero, en California, la gente se negó a aceptar esos billetes y siguió usando el oro como su dinero. Como un eminente economista señaló:

“En California, como en otros Estados, el papel era de curso legal y de recibo obligado en pago de las deudas del público;  no había ninguna desconfianza u hostilidad respecto del gobierno federal. Pero había un fuerte sentimiento … a favor del oro y contra el papel … Cada deudor  tenía legalmente derecho a pagar sus deudas con papel depreciado. Pero si lo hacía, era un hombre marcado (el acreedor probablemente lo anunciaría públicamente en los diarios) y era virtualmente boicoteado. Durante ese período el papel no se utilizó en California. La gente del Estado realizó sus transacciones en oro, mientras todo el resto de los Estados Unidos utilizaron papel convertible” [2].

Los gobiernos tuvieron claro que no podían permitir que la gente pudiera ser propietaria de oro y que pudiera tenerlo en su poder. El gobierno nunca podría consolidar su poder sobre el dinero de la nación, si la gente, cuando tuviera necesidad, pudiera repudiar el papel moneda y utilizar el oro como dinero. Conguentemente, los gobiernos han declarado ilegal la tenencia de oro por sus ciudadanos. El oro, excepto en una insignificante cuantía destinada a usos industriales y joyería, ha sido, por lo general, nacionalizado. Pedir que se devuelva al público esa propiedad confiscada es hoy considerado como un atraso trasnochado [3].

12.- El dinero fiduciario y la Ley de Gresham.

Con el establecimiento del dinero fiduciario y la prohibición del oro, el camino hacia una inflación a gran escala de impulso gubernamental estaba despejado. Solo un único control muy difuso aún quedaba en pié: la amenaza última de hiperinflación, la destrucción de la divisa. La hiperinflación ocurre cuando el público se da cuenta de que el gobierno se ha volcado en inflar su moneda y decide evadir el impuesto sobre sus recursos en que la inflación consiste gastando el dinero lo más deprisa posible mientras aún conserve algún valor. Pero hasta que la hiperinflación llegue, al gobierno aún le queda margen para controlar su divisa y la inflación sin demasiados problemas. Aunque, surgen nuevas dificultades. Como siempre, la intervención del gobierno para solucionar un problema plantea un cúmulo de nuevos problemas inesperados. En un mundo de dinero fiduciario, cada país tiene el suyo propio. La división del trabajo a escala internacional, es decir, basada en una moneda internacional, se ha roto y los países tienden a dividirse en sus propias unidades autárquicas. La falta de confianza en el dinero ciertamente distorsiona aún más el comercio. El nivel de vida de cada país se empobrece con ello. Cada país tiene tipos de cambio que fluctúan libremente con los de todas las demás divisas. Un país que infla más que los demás ya no teme una pérdida de su oro; pero se enfrenta a otras consecuencias desagradables. El tipo de cambio de su moneda cae en relación a las monedas extranjeras. Esto no solo es embarazoso (para el gobierno) sino dañino para sus ciudadanos que temen una todavía mayor depreciación. También eleva fuertemente el coste de los bienes importados y esto tiene graves consecuencias para países que mantienen flujos comerciales importantes con el exterior.

Por ello, en años recientes, los gobiernos se movilizaron para abolir los tipos de cambio flotantes. En su lugar, fijaron arbitrariamente tipos de cambio fijos con las demás divisas. La Ley de Gresham nos dice cual ha de ser precisamente el resultado de cualquier control arbitrario del precio. Cualquiera que sea el tipo establecido no será el fijado por un mercado libre, ya que éste solo lo puede determinar día a día el propio mercado. Por consiguiente, una de esas divisas estará siempre artificialmente sobrevalorada y la otra, infravalorada. Por lo general, los gobiernos han sobrevalorado deliberadamente sus divisas por razones de prestigio y también por las consecuencias que de ello se siguen. Cuando se sobrevalora una divisa por decreto, la gente se apresura a cambiarla por la moneda infravalorada a un tipo de cambio rebajado; esto produce un excedente de la moneda sobrevalorada y una escasez  de la infravalorada. En síntesis, se impide que el tipo se mueva para ajustarse al cambio experimentado en el mercado. En el mundo actual, las divisas extranjeras han sido por lo general sobrevaloradas respecto al dólar. El resultado ha sido la famosa “escasez de dólares”, otro ejemplo de cómo opera la Ley de Gresham.

La “escasez de dólares” contra la que claman los países extranjeros es por tanto el fruto de sus propias políticas. Es posible que en realidad a esos países les conviniera ese estado de cosas ya que: (a) les dio una excusa para pedir ayuda norteamericana pagadera en dólares para “aliviar la escasez de dólares del mundo libre” y (b) les dio una excusa para racionar las importaciones de Norteamérica. Infravalorar el dólar supone hacer artificialmente baratas las importaciones procedentes de Norteamérica y encarecer artificialmente las exportaciones a Norteamérica. El resultado es: un déficit comercial y preocupación por la sangría de dólares [4]. El gobierno del país extranjero en ese momento intervendría para decirle con tristeza a su pueblo que es desgraciadamente necesario racionar las importaciones: exigir permisos de importación y determinar lo que se debe importar “según las necesidades”. Para racionar las importaciones muchos gobiernos confiscan la divisa extranjera en poder de sus ciudadanos, dan respaldo a una valoración artificialmente elevada de la divisa doméstica forzando a esos ciudadanos a aceptar mucho menos dinero local del que habrían obtenido comprándola libremente en el mercado. De este modo, no solo el oro sino también el comercio internacional ha sido nacionalizado y los exportadores penalizados. En países en los que el comercio internacional es de importancia vital, este “control de cambios” por el gobierno equivale virtualmente a “socializar” la economía. De este modo un tipo de cambio artificial otorga a los países una excusa para pedir ayuda extranjera y para imponer controles de corte socialista sobre el comercio exterior [5].

En la actualidad, el mundo está enfrascado en una caótica y confusa mezcolanza de controles de cambio, contingentes de divisa, restricciones a la convertibilidad y a múltiples sistemas a la hora de establecer los tipos de cambio. En algunos paises un “mercado negro” de la ayuda extranjera se estimula legalmente para averiguar así el verdadero tipo de cambio (de su divisa) y múltiples tipos discriminatorios  se establecen para diferentes tipos de transacción. Casi todas las naciones aplican un patrón fiduciario, pero no han tenido el valor de admitirlo abiertamente, y así proclaman  ficciones del tipo “patrón oro bullion restringido”. En realidad, el oro no se utiliza como parámetro para definir a otras monedas sino como algo que conviene a los gobiernos para: (a) fijar un tipo de cambio de la moneda respecto al oro hace más fácil valorar cualquier transacción en otra divisa; y (b) que los distintos gobiernos puedan seguir utilizándolo. Como los tipos de cambio son fijos, algunos artículos deben entregarse a cambio para equilibrar la balanza de pagos de cada país y el oro es el candidato ideal. En resumen, el oro ya no es el dinero mundial; ahora es el dinero de los gobiernos que éstos utilizan para saldar pagos entre ellos.

Es obvio que el sueño de los inflacionistas es un papel moneda mundial, manipulado por un gobierno mundial y un único Banco Central planetario, inflando uniformemente, al mismo ritmo, en todas partes a la vez. Sin embargo, este sueño todavía está por llegar; aún estamos lejos de un gobierno mundial, y los problemas de las divisas nacionales hasta ahora han sido demasiado distintos y conflictivos como para hacer posible el engranaje de todas ellas en una sola unidad monetaria (mundial). Con todo, el mundo se ha ido moviendo continuamente en esa dirección. El Fondo Monetario Internacional (FMI), por ejemplo, es básicamente una institución diseñada para reforzar el control de cambios internacionales en general y para mantener al dólar infravalorado en el exterior, en particular. El Fondo exige de cada país miembro que fije su tipo de cambio y que aporte oro y dólares para poder hacer préstamos a los gobiernos que necesiten divisas fuertes.

13.- El Gobierno y el dinero.

Mucha gente cree que el libre mercado, a pesar de tener algunas ventajas que se le deben reconocer, ofrece una imagen de caótico desorden. Nada ha sido “planeado”, todo es azaroso. Los dictados del gobierno, por otra parte, parecen simples y ordenados; la autoridad promulga decretos que son luego obedecidos. No hay ningún área de la economía en la que este mito esté más asentado que en la del dinero. Aparentemente, el dinero ha de estar, por lo menos, bajo el estricto control del gobierno. Pero el dinero es la sangre de la economía; es el medio de realizar todos los intercambios. Si el gobierno tiene el poder sobre el dinero, ya ha conquistado un puesto de mando de vital importancia para controlar toda la economía. Hemos visto que un mercado libre del dinero, contrariamente a lo que se piensa no sería un caos; sino que, por el contrario, sería un modelo de orden y eficiencia.

¿Qué es lo que hemos entonces aprendido acerca del gobierno y del dinero? Hemos visto que, a lo largo de los siglos, el gobierno ha invadido paso a paso el libre mercado y tomado el control absoluto del sistema monetario. Hemos visto que cada nuevo control, a veces aparentemente inocuo, ha engendrado nuevos y mayores controles. Hemos visto que los gobiernos son inherentemente inflacionarios, ya que para el Estado y los grupos por él favorecidos, la inflación es un medio tentador de obtener ingresos. La lenta pero segura toma de las riendas del sistema monetario (por el Estado) se ha utilizado para: (a) inflar la economía a un ritmo decidido por el gobierno; y (b) someter a toda la economía a una dirección socialista (a una planificación centralizada).

Es más, la intervención del gobierno en el ámbito del dinero no solo ha traído consigo una incontable tiranía al mundo; también ha traído caos y desorden. Ha fragmentado el pacífico y productivo mercado mundial y lo ha roto en mil pedazos, y ha hecho que el comercio y las inversiones se tambaleen y se vean obstaculizadas por una miríade de restricciones, controles, tipos artificiales, destrucción de divisas, etc …  Ha ayudado a generar guerras al transformar un mundo de pacíficos intercambios en una jungla de bloques beligerantes agrupados en torno a su respectiva divisa. En resumen, vemos que la coacción en lo referente al dinero como en cualquier otro aspecto, ocasiona, no orden, sino conflicto y caos.


[1]Véase Melchior Palyi, “The Meaning of the Gold Standard,” Journal of Business(July 1941): 299–304.

[2]Frank W. Taussig, Principles of Economics, 2nd ed. (New York: Macmillan, 1916), vol. I, p. 312. Véase también J.K. Upton, Money in Politics, 2nd ed. (Boston: Lothrop Publishing, 1895), pp. 69 ff.

[3]Para un incisivo análisis de los pasos seguidos por el gobierno de los EEUU para confiscar el oro de la gente y su salida del patrón oro estándar en 1933, véase Garet Garrett, The People’s Pottage (Caldwell, Idaho: Caxton Printers, 1953), pp. 15–41.

[4]En los últimos años, el dólar ha sido sobrevalorado en relación a otras monedas, y es por lo que los dólares salen de los EEUU.

[5]Para una excelente discusión sobre el intercambio exterior y los controles de cambios véase George Winder, The Free Convertibility of Sterling (London: Batchworth Press, 1955).


Traducido del inglés por Juan Gamón Robres.

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