Datos del mercado: Poder, guerra y hombre

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1. La teoría y los datos

La cataláctica, la teoría de la economía de mercado, no es un sistema de teoremas sólo válido bajo condiciones ideales e irrealizables y aplicable a la realidad meramente con restricciones y modificaciones esenciales. Todos los teoremas de la cataláctica son, rígidamente y sin excepción alguna, válidos para todos los fenómenos de la economía de mercado, siempre que estén presentes las condiciones particulares que presuponen. Por ejemplo, es una simple cuestión de hecho si hay un intercambio directo indirecto. Pero donde hay un intercambio indirecto, son aplicables todas las leyes generales de la teoría del intercambio indirecto en relación con los actos y los medios de intercambio. Como se ha señalado, el conocimiento praxeológico es un conocimiento preciso o exacto de la realidad.

Todas las referencias a los asuntos epistemológicos de las ciencias naturales y todas las analogías derivadas de comparar estos dos ámbitos radicalmente distintos de la realidad y la cognición son equívocas. No hay, aparte de la lógica formal, algo así como una serie de reglas “metodológicas” aplicables tanto a la cognición por medio de la categoría de la causalidad, como a ésta por medio de la categoría de la finalidad.

La praxeología se ocupa de la acción humana como tal de una forma general y universal. No se ocupa ni de las condiciones particulares del entorno en el que actúa el hombre ni del contenido concreto de las valoraciones que dirigen sus acciones. Para la praxeología, los datos son las características corpóreas y psicológicas de los hombres que actúan, sus deseos y juicios de valor y las teorías, doctrinas e ideologías que desarrollan para ajustarse intencionadamente a las condiciones de su entorno y así lograr los objetivos que busca, Estos datos, aunque permanentes en su estructura y estrictamente determinados por las leyes que controlan el orden del universo, están en constante fluctuación y variación: cambian a cada momento.[1]

La realidad completa sólo puede asumirse mentalmente recurriendo tanto a la concepción de la praxeología como al conocimiento de la historia, y esta última requiere la asistencia de las enseñanzas de las ciencias naturales. La cognición y la predicción se ven alimentadas por la totalidad del conocimiento. Lo que ofrecen las distintas ramas individuales de la ciencia es siempre fragmentario: debe complementarse con los resultados de todas las demás ramas. Desde el punto de vista del hombre que actúa, el especialización del conocimiento y su división en las distintas ciencias es simplemente un aspecto de la división del trabajo. De la misma forma que el consumidor utiliza los productos de diferentes ramas de la producción, el actor debe basar su decisión en el conocimiento que aportan las distintas ramas de pensamiento e investigación.

No es admisible despreciar ninguna de estas ramas al ocuparse de la realidad. La Escuela Histórica y los institucionalistas quieren prohibir el estudio de la praxeología y la economía y ocuparlas simplemente en el registro de datos o, como dicen hoy, con las instituciones. Pero no puede hacerse ninguna afirmación referida a estos datos sin referencia a una serie definida de teoremas económicos. Cuando un institucionalista atribuye un acontecimiento concreto a una causa concreta, por ejemplo, el desempleo masivo a las supuestas deficiencias del modo capitalista de producción, recurre a un teorema económico. Al oponerse al examen más en profundidad del teorema tácitamente implícito en sus conclusiones, simplemente quiere evitar la exposición de los errores en su argumentación.

No existe un mero registro de hechos sin adulterar separado de cualquier referencia a las teorías. Tan pronto como dos eventos se registran juntos o se integran en una clase de eventos, está operando una teoría. La cuestión de si hay alguna conexión entre ellos sólo puede responderse mediante una teoría, en el caso de la acción humana, por la praxeología. Es inútil buscar coeficientes de correlación si no se empieza desde una idea teórica adquirida previamente. El coeficiente puede tener un valor numérico alto sin que indique ninguna conexión significativa y relevante entre los dos grupos.[2]

2. El papel del poder

La Escuela Histórica y el Institucionalismo condenan a la economía por no considerar el papel que desempeña el poder en la vida real. La idea básica de la economía, que es el individuo que elige y actúa, es, dicen, un concepto no realista. El hombre real no es libre de elegir y actuar. Está sujeto a la presión social, a la influencia de un poder irresistible. No son los juicios individuales de los individuos sino las interacciones de las fuerzas del poder las que determinan los fenómenos del mercado.

Estas objeciones no son menos falsas que todas las demás afirmaciones de los críticos de la economía.

La praxeología en general, y la economía y la cataláctica en particular no afirman o suponen que el hombre sea libre en cualquier sentido metafísico asociado a la palabra “libertad”. El hombre está incondicionalmente sujeto a las condiciones naturales de su entorno. Al actuar debe ajustarse a la inexorable regularidad de los fenómenos naturales. Es precisamente la escasez de su bienestar en las condiciones dadas por la naturaleza lo que conlleva en el hombre la necesidad de actuar.[3]

Al actuar el hombre se ve dirigido por las ideologías. Elige fines y medios bajo la influencia de las ideologías. El poder de una ideología es directo o indirecto. Es directo cuando el actor está convencido de que el contenido de la ideología es correcto y de que sirve a sus propios intereses directamente al cumplir con ella. Es indirecto cuando el actor rechaza el contenido de la ideología como falso, pero está bajo la necesidad de ajustar sus acciones al hecho de que esta ideología es suscrita por otra gente. Las costumbres de su entorno social son un poder que la gente se ve obligada a considerar. Los que aprecian la falsedad de opiniones y hábitos generalmente aceptados deben e cada caso elegir entre las ventajas derivadas de recurrir a un modo más eficiente de actuar y los inconvenientes de aceptar prejuicios, supersticiones y costumbres populares.

Lo mismo pasa respecto de la violencia. Al elegir, el hombre debe tener en cuenta el hecho de que hay un factor dispuesto a ejercitar una presión violenta contra él.

Todos los teoremas de la cataláctica son asimismo válidos en relación con acciones influidas por esa presión social o física. El poder directo o indirecto de una ideología y la amenaza de compulsión física son simplemente datos de la situación del mercado. Por ejemplo, no importa qué tipo de consideraciones hacen que un hombre no ofrezca más por la compra de un producto que lo que realmente obtiene al no conseguir el bien afectado. Para la determinación del precio de mercado es indiferente si prefiere espontáneamente gastar su dinero en otros fines o si tiene miedo de ser considerado por sus iguales como un advenedizo o un despilfarrador, miedo de violar un precio máximo decretado por el gobierno o de desafiar a un competidor dispuesto a recurrir a una revancha violenta. En cualquier caso, esta abstención de ofrecer un precio más alto contribuye en el mismo grado a la generación del precio de mercado.[4]

Hoy en día es habitual significar la posición que ocupan los propietarios en el mercado como poder económico. La conveniencia de esta terminología es cuestionable. El término es en todo caso inapropiado en la medida en que pretende implicar que bajo el impacto del poder económico la determinación de los fenómenos del mercado está controlada por leyes distintas de aquellas de las que se ocupa a cataláctica.
3. El papel histórico de la guerra y la conquista

Muchos autores glorifican la guerra y la revolución, el derramamiento de sangre y la conquista. Carlyle y Ruskin, Nietzsche, Georges Sorel y Spengler fueron precursores de las ideas que Lenin y Stalin, Hitler y Mussolini pusieron en práctica.

El curso de la historia, dicen estas filosofías, no está determinado por las pequeñas actividades de comerciantes y mercaderes materialistas, sino por los hechos heroicos de guerreros y conquistadores. Los economistas yerran al abstraer de la experiencia del efímero episodio liberal una teoría a la que atribuyen una validez universal. Esta época de liberalismo, individualismo y capitalismo, de democracia, tolerancia y libertad, del olvido de los valores “verdaderos” y “eternos” y de la supremacía de la chusma se está desvaneciendo y no volverá nunca. La naciente edad de la virilidad requiere una nueva teoría de la acción humana.

Sin embargo, ningún economista se ha aventurado nunca a negar que la guerra y la conquista sean de suma importancia en el pasado y que los hunos y los tártaros, vándalos y vikingos, normandos y conquistadores hayan sido parte muy importante de la historia. Uno de los determinantes del actual estado de la humanidad es el hecho de que hubo miles de años de conflictos armados. Aún así, lo que queda es la esencia de la civilización humana, no es el legado heredado de los guerreros. La civilización es un logro del espíritu “burgués”, no del espíritu de conquista. Los pueblos bárbaros que no sustituyeron el saqueo por el trabajo desaparecieron de la escena histórica. Si sigue quedando algún resto de su existencia, está en los logros conseguidos bajo la influencia de la civilización de los pueblos sometidos. La civilización latina sobrevivió en Italia, Francia y al Península Ibérica, desafiando a todas las invasiones bárbaras. Si empresarios capitalistas no hubieran sucedido a Lord Clive y Warren Hastings, el gobierno inglés en la India se habría convertido en algún momento en una reminiscencia histórica tan insignificante como los ciento cincuenta años de gobierno turco sobre Hungría.

No es tarea de la economía entrar en un examen de los esfuerzos de reavivar los ideales de los vikingos. Es simplemente refutar las afirmaciones de que el hecho de que haya conflictos armados reduzca a la nada sus enseñanzas. Con relación a este problema, es necesario destacar de nuevo lo siguiente:

1. Las enseñanzas de la cataláctica no se refieren a una época histórica concreta, sino a todas las acciones caracterizadas por las dos condiciones de propiedad privada de los medios de producción y división del trabajo. Siempre y en todas partes, en una sociedad donde haya propiedad privada de los medios de producción, gente no produzca para la satisfacción directa de sus propios deseos, sino que también consuma bienes producidos por otra gente, los teoremas de la cataláctica serán estrictamente válidos.

2. Si aparte del mercado y fuera de éste, hay robos y saqueos, estos hechos son un dato del mercado. Los actores deben tener en cuenta el hecho de que se ven amenazados por asesinos y ladrones. Si el asesinato y el robo son tan habituales que cualquier producción parece inútil, puede ocurrir finalmente que cese el trabajo productivo y la humanidad se suma en una estado de guerra de unos contra otros.

3. Con el fin de apropiarse de botín, debe haber disponibles algo de lo que apoderarse. Los héroes sólo pueden vivir si hay suficientes “burgueses” a explotar. La existencia de productores es una condición para la supervivencia de los conquistadores. Pero los productores pueden existir sin saqueadores.

4. Por supuesto, hay otros sistemas imaginables de sociedad basados en la división del trabajo aparte del sistema capitalista de propiedad privada de los medios de producción. Los defensores del militarismo son coherentes al pedir el establecimiento del socialismo. Toda la nación debería organizarse como una comunidad de guerreros en la que los no combatientes no tendrían otra tarea que proporcionar a las fuerzas combatientes todo lo que puedan necesitar. (Nos ocupamos de los problemas del socialismo en la parte quinta de este libro).

4. El hombre real como dato
La economía se ocupa de las acciones reales de los hombres. Si los teoremas no se refieren a los hombres ideales ni a los perfectos, tampoco al fantasma de un fantasioso hombre económico (homo œconomicus), ni a la noción estadística del un hombre emdio (homme moyen). El hombre con todas sus debilidades y limitaciones, todo hombre que vive y actúa, es sujeto de la cataláctica. Toda acción humana es asunto de la praxeología.

El sujeto de la praxeología no es sólo el estudio de la sociedad, de las relaciones sociales y de los fenómenos de masas, sino el estudio de todas las acciones humanas. El término “ciencias sociales” y todas sus connotaciones son en este sentido equívocos.

No hay vara de medir que la investigación científica pueda aplicar a la acción humana distinta de los objetivos últimos que quiere alcanzar el individuo que actúa al realizar una acción concreta. Los propios objetivos últimos están más y por encima de toda crítica. A nadie se le pide que establezca lo que haría felices a otros. Lo que un observador imparcial puede cuestionarse es simplemente si los medios elegidos para alcanzar estos objetivos últimos son apropiados para producir los resultados que busca el actor. Sólo en la respuesta a esta pregunta es la economía libre de expresar una opinión acerca de las acciones de los individuos y grupos de individuos, o de las políticas de partidos, grupos de presión y gobiernos.

Es habitual disfrazar la arbitrariedad de los ataques lanzados contra los juicios de valor de otra gente convirtiéndolos en una crítica del sistema capitalista o de la conducta de los empresarios. La economía es neutral respecto de dichas afirmaciones.

Ante la afirmación arbitraria de que “el balance entre la producción de diferentes bienes se reconoce como un defecto del capitalismo”,[5] el economista no opone la afirmación de que ese balance no tiene defectos. Lo que el economista afirma es que en la economía de mercado no intervenida este balance está de acuerdo con la conducta de los consumidores como muestra el gasto de sus ingresos.[6] No es tarea del economista censurar a sus conciudadanos y calificar como defectuoso el resultado de sus acciones.

La alternativa al sistema en que los juicios de valor de los ciudadanos son primordiales en el desarrollo de los procesos de producción es una dictadura autocrática. Entonces los sólo deciden los juicios de valor de los dictadores, aunque éstos no sean menos arbitrarios que los de otra gente.

Sin duda el hombre no es un ser perfecto. Su debilidad humana impregna todas las instituciones humanas y por tanto también la economía de mercado.


[1] Cf. Strigl, Die ökonomischen Kategorien und die Organisation der Wirtschaft (Jena, 1923), pp. 18 y ss.

[2] Cf. Cohen i Nagel, An Introduction to Logic and Scientific Method (Nueva York, 1939), pp. 316–322.

[3] La mayoría de los reformistas sociales, destacando entre ellos Fourier y Marx, pasan de puntillas sobre el hecho de que son escasos los medios que ofrece la naturaleza de eliminar las inquietudes humanas. Tal y como ellos lo ven, el hecho de que no haya una abundancia de todas las cosas útiles se produce simplemente por la inadecuación del modo de producción capitalista y por tanto desaparecerían en la “fase superior” del comunismo. Un eminente autor menchevique que no podía evitar referirse a las barreras naturales al bienestar humano, calificaba a la Naturaleza, en un estilo genuinamente marxista como “el explotador más implacable”. Cf. Mania Gordon, Workers Before and After Lenin (Nueva York, 1941), pp. 227, 458.

[4] Las consecuencias económicas de la interferencia de la compulsión y la coerción externas en los fenómenos del mercado se examinan en la parte sexta de este libro.

[5] Cf. Albert L. Meyers, Modern Economics (Nueva York, 1946), p. 672. Publicado en España como Elementos de economía moderna (Barcelona: Plaza & Janés, 1977).

[6] Ésta es la característica general de la democracia, ya sea política o económica. Las elecciones democráticas no garantizan que el hombre elegido esté libre de defectos, sino simplemente que la mayoría de los votantes le han preferido a otros candidatos.


Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí.[Este artículo está extraído del capítulo 23 de La acción humana]

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