Cierres públicos, techo de deuda y nuestra montaña de deuda

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De nuevo hay pánico recorriendo los pasillos del Congreso, el Despacho Oval y en los intelectualoides que constituyen los medios de comunicación de masas sobre el cierre público y el techo de deuda. La mayoría del pánico es una consecuencia de la incapacidad de los políticos de llegar a un acuerdo sobre el gasto público, Si esperamos empezar a recuperar la verdadera prosperidad, hacer recortes reales e importantes en el gasto público debería ser una prioridad máxima. Solo verdadera reducciones importantes en el gasto público liberarían el capital necesario para que los empresarios lo usaran en inversión productiva. Esta inversión, a su vez, permitiría un progreso económico sostenible.

Estamos en el embrollo fiscal en el que estamos porque, desde principios de la década de 1970, los ingresos por impuestos han sido incapaces de mantener el ritmo del gasto público. El gasto público real ha aumentado casi el doble de rápido que el ingreso público. En 1970, nuestra deuda pública total llegaba a los 137.000 millones de dólares. Hoy es de 16,8 billones, Incluso si ajustamos a la inflación, la deuda pública federal ha aumentado más de ocho veces la que era en 1970.

Las cosas solo han empeorado tras la debacle financiera de 2008. Llevó de 1789 a 2001 acumular una deuda federal de 5,8 billones de dólares. Sin embargo, nuestros cargos públicos han añadido unos casi idénticos 5,8 billones en menos de cuatro años entre 2007 y 2011.

Los 10 mayores déficits presupuestarios mensuales se han producido todos desde febrero de 2009. Durante la administración Obama, el gobierno federal ha acumulado más nueva deuda que desde el momento en que George Washington se convirtió en presidente al momento en que Bill Clinton se convirtió en presidente. Desde que el presidente Obama entró en la Casa Blanca, la deuda nacional ha aumentado en una media de más de 64.000$ por contribuyente. De hecho, Obama se convertirá en el primer presidente con déficits de más de un billón de dólares durante cada uno de sus cuatro primeros años en el cargo.

Hablar de billones de dólares puede dejarte aturdido. Para proporcionar alguna perspectiva de nuestra deuda actual, pensad esto: Si hubierais estado vivos cuando nación Jesucristo y gastado un millón de dólares desde ese día, aún no habrías gastado un billón de dólares.

El pasdo verano, el columnista del New York Times y economista Paul Krugman dijo a Business Insider que, para evitar una depresión económica, “Alguien tiene que gastar más que su renta y, en este momento, ese tiene que ser el gobierno”.

Krugman pone de cabeza el problema económico. En lugar de faltar suficiente producción deseada, se piensa que nuestro problema es la falta de demanda. La solución ideada es un aumento en el gasto público. Si la gente no demanda voluntariamente lo suficiente, no os preocupéis, el gobierno cubrirá la diferencia.

El problema con esta forma de pensar es que el gasto público tiene que pagarse. Solo puede financiarse de tres maneras: con impuestos, tomando prestado o con inflación. Estos tres métodos de financiación tienen consecuencias económicas negativas.

Los impuestos consumen capital y desaniman la actividad productiva. Lo hacen en parte porque impuestos más altos reducen el incentivo de los trabajadores para trabajar y de los propietarios para alquilar terrenos para usos productivos. Adicionalmente, los impuestos reducen la capacidad de la gente de ahorrar e invertir. Los impuestos disminuyen la renta disponible y reducen el rendimiento de las inversiones productivas.

Menos ahorro e inversión reducen el capital a lo largo del tiempo, disminuyendo nuestra productividad. Disminuye la producción en la economía, cae la riqueza real y la gente ve caer su nivel de vida. Financiar un mayor gasto público aumentando los impuestos es como poner herbicida en tu jardín, pensando que es fertilizante.

Los impuestos son políticamente impopulares y debido a esto el gobierno toma prestado para financiar el gasto público. Hay dos fuentes de las cuales puede tomar prestado: El sistema bancario y los ahorradores privados.

Tomar prestado del sistema bancario es inflacionista. Los bancos prestan dólares recién creados, aumentando así la oferta monetaria con todas las consecuencias negativas asociadas. En general, los precios aumentan y el poder adquisitivo del dólar disminuye. Adicionalmente, la expansión artificial del crédito hace que muchas inversiones insensatas (por ejemplo, en inmuebles residenciales y comerciales y derivados financieros) parezcan rentables debido a la accesibilidad de crédito barato, así que se expande la actividad empresarial, manifestándose en un auge inflacionista. Estas inversiones insensatas acaban liquidándose y el auge se convierte en un declive cuyos hijos gemelos son el consumo de capital y el desempleo.

Tomar prestado de ahorradores privados no es inflacionista pero sí tiene serias consecuencias económicas negativas. Este tipo de préstamo desvía los ahorros de la inversión privada al consumo público. Los ahorros que se habrían invertido en actividad productiva se gastarán en su lugar en festines burocráticos.

La conclusión es que tenemos razón en preocuparnos por la situación fiscal que afronta el gobierno federal. Cuanto mayor sea el porcentaje de la economía de una nación absorbido por el gasto público, más lenta será su expansión económica, porque esta es el producto de empresarios inteligentes que usan capital que se financia con ahorro real.

Cuando el plazo para el presupuesto federal llama a la puerta, está bastante claro qué hace falta hacer: una reforma fiscal. Solo afrontando la música melancólica de recortar drásticamente el gasto público nos devolverá a la vía de la prosperidad.


Publicado el 17 de octubre de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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