Auge y caída del milagro japonés

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[Este discurso se realizó en “Austrian Economics and Financial Markets” en Toronto, Canadá, el 17 de septiembre de 1999]

En 1943, John Maynard Keynes afirmaba que la expansión del crédito del banco central lleva a cabo el “milagro de convertir las piedras en panes”. En su intento de reavivarse después de una larga recesión, el gobierno japonés y su banco central han dado al mundo el último experimento keynesiano del siglo XX. Es un experimento que ha fracasado, y miserablemente. No solo la historia del Japón, sino toda la historia de la economía de este siglo han demostrado que el supuesto milagro de Keynes es una falsificación que no produce mejores niveles de vida, sino crisis y depresiones.

El crecimiento económico requiere una genuina acumulación de capital, es decir, la construcción de una mayor estructura de capital mediante el ahorro y la inversión. El milagro de la falsificación de la inflación monetaria del banco central solo genera un ciclo de auge-declive. Al principio, la expansión del crédito parece ser un proceso estimulado de crecimiento económico. Caen los tipos de interés, aumentan los valores del capital y los empresarios se benefician al construirse la estructura de capital. Sin embargo, la construcción de capital no puede completarse, ya que el ahorro genuino es insuficiente. El auge se basa en una mentira, que son los tipos de interés artificialmente bajos, y, una vez esta queda al descubierto, el auge debe acabar y debe llegar el declive.

Japón ha experimentado tanto el verdadero milagro del mercado como el falso milagro del estado durante los últimos 150 años. El comercio internacional con occidente empezó en serio en la década de 1850 y el Gobierno de la Restauración de 1868 suplantó el antiguo sistema feudal por el derecho a la propiedad privada y la libertad de comercio, empresa y movimiento. En la década de 1880, Japón vendió la mayoría de las empresas dirigidas por el estado al sector privado y su economía se integró rápidamente en la división internacional del trabajo. El ahorrativo pueblo japonés proporcionaba amplios ahorros para la acumulación de capital. Frente a estas fuerzas de genuino crecimiento, el gobierno subvencionaba el transporte y las comunicaciones, cartelizaba la banca y la industria pesada y establecía un banco central. En resumen, Japón imitaba el sistema mercantilista de Gran Bretaña, incluido un imperio, aunque a escala regional. El imperio japonés, como el británico, se basaba en la división internacional del trabajo, en este caso, con sus vecinos asiáticos, incluyendo Manchuria, Formosa y Corea, pero el poder financiero de la deuda japonesa y la inflación monetaria se pusieron al servicio de su estado del bienestar. Así que el ascenso de Japón a gran potencia industrial antes de la Primera Guerra Mundial era en parte genuino crecimiento económico, en parte creado por el estado y en parte auge-declive.

El desarrollo económico de Japón, como el de Estados Unidos, recibió un tremendo impulso por su política de neutralidad en la Primera Guerra Mundial. El comercio de Japón con Asia aumentó enormemente ya que sus antiguos socios comerciales entraron en guerra entre sí. Y como Estados Unidos, Japón infló durante la guerra sobre la base de enormes reservas de oro que se crearon por los florecientes superávits comerciales. El auge inflacionista duró hasta 1920 y le siguió un colapso deflacionista. El gran terremoto de 1923 dispuso la siguiente ronda de inflación monetaria del Banco de Japón para financiar el coste de reconstrucción. Ese auge llegó a su fin cuando fuertes salidas de oro llevaron a un colapso deflacionista en 1927 y a este le siguió una depresión hasta 1931. Mientras  se estaba gestando la Gran Depresión en Occidente, Japón se embarcaba en otra ronda de gasto público, deuda e inflación monetaria. Esta vez la inflación se dedicaba aumentar el ejército y la marina.

Para todos los beligerantes en la Segunda Guerra Mundial, la conversión a una economía de guerra significaba un control político centralizado de la actividad económica. En Japón, la extensión natural del crecimiento militar de la década de 1930 fue que los cárteles, aliados con el gobierno, dirigirían la economía de guerra, ya que dominaban la industria pesada y la banca. Durante la guerra, el control de la banca se centralizó más en el Banco de Japón y el Banco Industrial de Japón se convirtió en el agente financiero de la producción bélica

La economía se transformó tan completamente en una maquinaria de guerra que cuando acabó la pelea, la capacidad productiva de la economía era casi completamente inútil para la producción de bienes de consumo. Trágicamente, la Autoridad de Ocupación que dirigió Japón tras la guerra impidió la reconversión económica. Impuso impuestos sancionadores y sindicatos, disolvió los cárteles y confiscó tierras. Más importante, Estados Unidos entregó 1.600 millones de dólares en ayuda exterior a Japón entre 1945 y 1949, lo que permitió al BdJ hinchar más las existencias de dinero, tremendamente infladas al acabar la guerra. Se produjo una hiperinflación con los precios al por mayor multiplicándose por trece desde abril de 1946 a marzo de 1949. Incapaz de proceder con una reorganización económica a gran escala, la producción industrial en 1948 fue de solo un 40% de su nivel de 1937 y la producción agrícola estuvo muy por debajo de este nivel previo a la guerra.

En 1949, Japón se vio obligado a entrar en nuevo orden internacional dominado por Estados Unidos. El orden monetario de Bretton Woods fijó el tipo de cambio yen-dólar en 360 a 1 y obligó al Banco de Japón a coordinar su inflación en yenes con la inflación en dólares de la Fed para integrar internacionalmente la expansión del crédito. El nuevo orden internacional, es decir, la Guerra Fría, puso de nuevo en marcha la capacidad militar existente de Japón. Con su maquinaria de guerra reavivada por los contratos militares estadounidenses, la producción industrial en Japón finalmente sobrepasó su nivel anterior a la guerra en 1951. Habiendo demostrado ser un aliado fiable, el gobierno japonés vio restaurada su soberanía en la primavera de 1952.

En 1953 se anularon las reformas de la Autoridad de Ocupación. Se debilitaron los sindicatos, se rebajaron los impuestos, se reformaron los cárteles y se fortaleció la planificación pública. El control estatal del crédito era tan fuerte como siempre en el Banco de Desarrollo de Japón, el Banco de Exportación-Importación y la Oficina del Fondo de Garantía que supervisaba el sistema de cajas postales. Solo sobrevivió la reforma agrícola. En resumen, Japón había restaurado su sistema económico mercantilista previo a la guerra, salvo su bloque comercial regional del yen. Difícilmente era una receta de laissez faire para llevar a cabo el verdadero milagro del crecimiento económico.

Durante las décadas de 1950 y 1960, Japón atendió al sistema estadounidense de una forma similar a la de Indonesia en las décadas de 1980 y 1990. La entrada de dólares estadounidenses y la asignación de fondos del gobierno japonés procedentes de las cajas postales estimuló en aumento anual medio del PIB hasta el 9,6% durante estas dos décadas, más del doble del 4,6% del periodo 1925-1939.

Sin embargo el esfuerzo productivo fue principalmente a satisfacer la demanda del gobierno en lugar de la del consumidor. Materiales de guerra y proyectos de infraestructura se financiaron a costa de crear capacidad para servir a los consumidores. En comercio internacional iba en contra de las líneas prebélicas de ventaja comparativa, con Estados Unidos convirtiéndose en el principal socio comercial de Japón, tanto en exportaciones como en importaciones. Alejado de su puesto en la división inter-regional del trabajo, Japón empezó un programa de expansión artificial de la producción interior. El gobierno japonés subvencionó la producción de costosos sustitutivos sintéticos de materias primas importadas más baratas, antes obtenidas en Manchuria. Las importaciones de alimentos de bajo precio disminuyeron mientras que el sector agrícola artificialmente creado expandía una producción con altos precios. La capacidad en producción de acero, equipos eléctricos, automóviles y astilleros estaba altamente subvencionada.

También parte del milagro económico de la posguerra era falso. Los presupuestos militares estadounidenses para la Guerra de Corea ascendieron a unos 3.400 millones de dólares y desataron un auge interno a principio de la década de 1950. El PIB aumentó un 12,1% anual durante la guerra. Sin embargo, el BdJ hinchó en exceso el yen, llevando a un drenaje de reservas que, bajo los tipos de cambio fijos del sistema de Bretton Woods, solo podía detenerse con una deflación monetaria. Hubo una pequeña recesión en 1954 y el nuevo auge estaba en marcha en 1955 y sufrió el mismo destino en 1958. Alimentado por la inflación monetaria del BdJ, el auge de 1959-1961 vio cómo el PIB aumentaba un 15% anual y acababa con un agotamiento de las reservas de oro en 1961. Se produjo una corta recesión en 1962 y otro auge en 1963-1964, que acabó con una recesión en 1965. Durante los siguientes cinco años, el PIB aumentó en más del 10% anual.

Aunque necesitara auges y declives, el BdJ era capaz de coordinar suficientemente la inflación del yen con la del dólar bajo la premisa de Bretton Woods de que el tipo de cambio yen-dólar permaneciera en 360 a 1. Sin embargo la estabilidad cambiaria requería una inflación más rápida del yen que la del dólar. Con la economía japonesa expandiendo la producción a un ritmo triple del estadounidense, el 19% anual frente al 6,4%, durante la segunda mitad de la década de 1960 y principios de la de 1970, el yen se inflaba un 18% anual y seguía manteniendo su tipo de cambio frente al dólar que se inflaba solo un 5,4% anual.

Cuando se desplomó Bretton Woods, la Fed triplicó la tasa de inflación del dólar del 4,4% en 1970 al 12,1% en 1971. El BdJ le siguió servilmente, como había hecho desde la Segunda Guerra Mundial, pero la inflación del yen no se aceleró lo suficiente. Aunque las existencias de yenes crecieron un 22,4% al año desde 1971-1973, el yen se apreció un 22% con respecto al dólar desde 1971-1974. La inflación de precios explotó en 1973 y 1974, con precios del consumo aumentando un 11,7% y un 23,1% respectivamente. Una grave recesión siguió al auge de la expansión del crédito.

Después de esta debacle, Japón empezó a llevar a cabo una política monetaria más independiente. El BdJ disminuyó gradualmente las tasas de inflación del yen hasta el punto en que, en 1977, la tasa de inflación del yen cayó por debajo de la tasa de inflación del dólar. Pero le siguió otra expansión del crédito con una inflación del yen al 11% anual durante los dos siguientes años y el BdJ rebajando el tipo de descuento del 4,5% en 1977 al 3,5% en 1978. La inflación del precios saltó en 1980, aumentando los precios al por mayor en un 17,8%, obligando al BdJ a la contracción más que doblando el tipo de descuento al 7,25% en 1980. Los tipos de interés repuntaron al alza en respuesta, llevando a a su fin la expansión del crédito y mandando a la economía a la recesión.

Todo lo que pueda decirse además acerca del milagro japonés de la posguerra, se acabó en 1970. La tasa media de crecimiento del PIB de 1971-1979 fue del 4,6% y desde 1980-1990 solo del 4,1%.

Habiendo separado su política monetaria de la del dólar, Japón intentó, en la década de 1980, reestablecer su bloque comercial del yen, con Asia oriental y sudoriental sustituyendo a la antigua alianza del norte de Asia. En la primera mitad de la década de 1980 no puso alcanzarse este objetivo, ya que la demanda internacional de dólares sobrepasaba la de yenes. A pesar de que el BdJ inflaba los yenes a ritmos inferiores a la inflación del dólar de la Fed, el yen perdió un 24% frente al dólar y los precios de bienes de consumo en Japón aumentaron un 2,7% anual desde 1981-1984.

Sin embargo, en 1985 la estrategia empezó a llevarse a cabo. El Acuerdo del Plaza, ese mismo año, en el que las principales naciones industriales acordaban apoyar un dólar más fuerte y un dólar más débil, dio especio para una inflación monetaria interregional del yen y una expansión del crédito. El BdJ infló las existencias de yenes en 10,5% anual desde 1986-1990 y rebajó el tipo de descuento desde el 5% en 1985, donde había estado desde 1983, al 2,5% en 1987. Japón exportó la expansión del crédito al sudeste de Asia y a Corea del Sur en forma de inversión directa. La masiva inversión japonesa en Asia se vio aumentada por avales a préstamos, realizados por el Banco de Exportación e Importación del Japón para la inversión y comercio con Asia. Al acabar el festín de deuda, Japón era la mayor nación acreedora del mundo, lo que se manifestaba en tener los bancos más grandes del mundo y la bolsa con el mayor valor capitalizado del mundo.

A pesar de la inflación masiva de yenes, el yen se apreció un 50% frente al dólar desde el principio de 1985 hasta el final de 1988 y los precios de los bienes de consumo en Japón aumentaron solo un 0,5% anual mientras que los precios de los bienes al por mayor disminuyeron un 4,6% anual, indicando que la creciente demanda de yenes, tanto internacional como nacional, estaba absorbiendo la inflación monetaria. Pero la supremacía del yen duró poco. La demanda de yenes se desplomó en 1988-1989, causando una devaluación del 16% frente al dólar y un repunte de la inflación interna de precios.

El BdJ pisó los frenos monetarios, recortando drásticamente la inflación del yen del 12,1% en 1990 al 4,1% en 1991 y luego al 1,2% en 1992. El tipo de descuento aumentó del 2,5% en 1988 al 6% en 1990. El fin de la expansión del crédito dobló los tipos de interés, mientras que la reducción en la inflación del yen ayudó a aumentar el tipo de cambio yen dólar un 22% desde 1989-1993.

Japón había experimentado lo que Estados Unidos descubrió en vísperas del colapso de Bretton Woods: generar una expansión internacional del crédito tiene éxito mientras los aumentos en la demanda de dinero mantengan bajo control la inflación de precios. La restauración por Japón de un bloque comercial del yen en Asia se interrumpió por la reafirmación del dominio del dólar por parte de Estados Unidos, primero en Canadá, México, Latinoamérica y Sudamérica y luego en Asia y Europa oriental y central. El yen tenía pocas posibilidades frente a la divisa mundial de reserva y la expansión del crédito basada en el yen se derrumbó en 1990.

Aunque Keynes sea el autor de su destrucción económica, Japón ha mirado hacia él en busca de nuevos consejos.

Japón ha intentad nueva paquetes de estímulo desde 1990, por un total de 888.000 millones de dólares. Aunque variados en forma y tamaño, todos han tenido las mismas tres características: gasto y deuda públicos, rescates y reflación. Para empeorar las cosas, los impuestos han subido varias veces desde 1989, de forma que ahora el gobierno extrae más del 30% del PIB, frente al 18% en 1965. El recorte en impuestos de 1998 fue demasiado pequeño como para invertir esta tendencia. Pero incluso in recorte impositivo de buen tamaño tendría solo un efecto mínimo sin una correspondiente reducción en el gasto público. Una depresión persistirá hasta que se liquiden las malas inversiones del auge y se reconstruya la estructura de capital para satisfacer mejor a los consumidores. Los gastos fiscales retrasan la liquidación y la reconstrucción, ya que el gasto público siempre apoya rescates y subvenciona la estructura existente de producción.

Además, la deuda nacional en Japón se disparó para pagar el festín de gasto, una política que ha dificultado aún más los ya dañados mercados del crédito. La deuda nacional de Japón se encuentra ahora muy por encima del 100% de su PIB, cuando era del 63% en 1993. En 1999, Japón emitirá el 90% neto de todas las nuevas emisiones de bonos de países industrializados, unos 352.000 millones de dólares. Su emisión total de bonos en 1999 será de 517.000 millones de dólares y dará a Japón la mayor emisión mundial de deuda. La creciente deuda llevó al Servicio de Inversores de Moody’s a rebajar la calificación de la deuda soberana de Japón en abril de este año, como ya había hecho con los principales bancos y empresas japoneses.

A pesar de las predicciones keynesianas, montañas de deuda pública no han hecho nada para estimular la economía, el PIB cayó un 2,8% en 1998, o por aliviar la deuda del sector privado. Las estimaciones en marzo de este año situaban la deuda mala de las empresas privadas en 720.000 millones de dólares, habiendo bajado solo un 0,7% respecto de un año antes, a pesar de los impagos. En agosto de 1998, los bancos japoneses reconocían 600.000 millones de dólares en préstamos fallidos con otros 625.000 millones en préstamos con riesgo de impago por encima de lo normal. En julio de 1998, los bancos todavía tenían 1,56 billones de dólares en préstamos inmobiliarios en sus cuentas, muchos de ellos a promotores con hoteles a medio terminar, campos de golf difuntos y propiedades en alquiler dilapidadas, mientras que los precios inmobiliarios han caído un 80% de 1991 a 1998. Los bancos además siguen teniendo grandes inversiones en acciones japonesas, cuando el Nikkei bajó un 64% desde 1990-1998.

La respuesta del gobierno a la debacle financiera han sido los fondos de rescate. A finales de 1998, se creó un fondo de rescate de 514.000 millones de dólares. Los fondos fueron a apuntalar la Deposit Insurance Corporation, comprar acciones de bancos en problemas y nacionalizar, reestructurar y liquidar bancos fallidos. Para conseguir el favor de tener al gobierno como propietario parcial, los bancos deben recortar nóminas, rebajar empresas en el exterior y liquidar préstamos fallidos. A pesar de todo, quince de los principales bancos del Japón hicieron cola por el dinero del rescate. Su destino puede que sea mejor o no que el que sufrieron el Long-Term Credit Bank y el Nippon Credit Bank, que fueron nacionalizados a finales de 1998.

Los rescates se han extendido también a las empresas. En noviembre de 1998, Nissan Motors solicitó un préstamo de 833 millones de dólares al Japan Development Bank, dirigido por el gobierno, mientras que la Small Business Finance Corp. aumentó su crédito a las pequeñas empresas un 15% en 1997 y otro 11% en 1998 llegando el total a los 8.100 millones de dólares.

El gobierno también ha intentado rescatar sus intereses en el sudeste de Asia y Corea del Sur, que se crearon durante el auge. Todavía en 1997 los bancos japoneses tenían el 38% del total  de préstamos pendientes de deuda corporativa extranjera en Indonesia, por un total de 58.400 millones de dólares. En Tailandia, los bancos japoneses tenían 37.500 millones de dólares en deuda, mientras los bancos estadounidenses tenían solo 5.000 millones. Las empresas en Corea del Sur habían tomado prestados 25.000 millones de dólares a bancos en Japón. En respuesta, Japón proporcionó 20.000 millones de dólares en dinero de rescate para garantizar los préstamos bancarios realizados s intereses en Tailandia, Indonesia y Corea del Sur.

El Banco de Japón ha intentado la reflación a lo largo de la década de 1990. El tipo de descuento se rebajó del 6% en 1991 al 0,5% en 1997. Pero los bancos rechazaron expandir el crédito y por el contrario sencillamente absorbieron el nuevo dinero para mantenerlo como reserva frente a préstamos fallidos. Bloqueada la expansión nacional del crédito, el BdJ trató de expandir el crédito bancario japonés  en el exterior con carrying-trade de yenes. Los inversores tomaban prestados yenes a tipos bajos de interés, los convertían en dólares y otras divisas y compraban activos con mayores retornos en el exterior. Esto rebajaba la presión sobre el yen, lo que aumentaba la rentabilidad de la estrategia. El carrying-trade de yenes estuvo activo desde mediados de 1995 a mediados de 1998, mientras el yen caía un 83% frente al dólar, pero en julio de 1998 el yen empezó a apreciarse de nuevo, lo que llevó a pérdidas y a que se secara el comercio. Esta política exacerbó la debacle financiera a Asia al expandir mucho el crédito durante tres años y frenar luego repentinamente. La debacle financiera en Asia limitó entonces a los bancos japoneses con más deuda extranjera fallida. En respuesta, recortaron el préstamo exterior en el primer trimestre de 1998 en 244.300 millones de dólares, o un 12%. Este recorte es el último en una tendencia a la baja que ha dejado a los una vez dominantes bancos japoneses con la misma participación en el mercado global que tenían a principios de la década de 1980.

En esta condición de enfermos, los bancos son incapaces de llevar a cabo su función como intermediarios financieros. Cualquier reserva añadida que adquieran debe usar para liquidar préstamos fallidos en lugar de expandir el crédito. Desde 1995-1998, los préstamos bancarios fallidos fueron de 300.000 millones de dólares. mientras que los bancos redujeron  sus préstamos un 2,7% desde septiembre de 1997 a septiembre de 1998 y otro 5,4% desde mayo de 1998 a mayo de 1999. Por eso unos enromes aumentos en la base monetaria, un 10% desde mediados de 1997-mediados de 1998, han tenido poco efecto en agregados monetarios más amplios, que aumentaron solo un 3,5%. Los keynesianos han considerado erróneamente la impotencia del BdJ como una trampa de liquidez. Pero el fracaso de la reflación en generar otra expansión del crédito no es la consecuencia de que los inversores acumulen dinero porque todos esperan que deban aumentar los tipos de interés desde sus niveles bajos. Es la enorme carga de su deuda fallida la que lleva a los bancos a tener efectivo en lugar de expandir el crédito. Además, no es la falta de espíritus animales lo que hace que los empresarios no inviertan, sino su carga deudora, su ya excesiva y mal invertida capacidad de capital y las incertidumbres a la hora de reconstruir la estructura de capital.

En todo caso, en 1997 el BdJ ya ha seguido el consejo dado con retraso a mediados de 1998 por Paul Krugman de evitar a los bancos y usar yenes recién creados para comprar bonos directamente a tenedores privados. Desde octubre de 1997 a octubre de 1998, las existencias de papel comercial del BdJ fueron de cero a 117.000 millones de dólares. Hoy el BdJ es el mayor tenedor de papel comercial en Japón, poseyendo un tercio del total. El Ministerio de Finanzas y el BdJ han estado asimismo comprando bonos públicos directamente a tenedores privados. Junto hoy suponen el 53% del mercado de 2,22 billones de dólares en bonos japoneses. Y los bancos siguen paralizados y la economía sigue deprimida.

Además, los ahorradores con aversión al riesgo han estado trasladando sus fondos de los bancos al sistema de cajas postales, dando al gobierno aún más espacio para eludir a los bancos. En años recientes, los fondos en el sistema han  estado aumentando un 9% anual, de forma que hoy 2 billones de dólares, que es más que los ahorros totales en bancos y un tercio de todos los ahorros en Japón, están bajo control del gobierno. No sorprende que los burócratas hayan malgastado los fondos. En 1997, por ejemplo, el gobierno dedicó 5.300 millones de dólares a construir un túnel-puente de alta tecnología que cruce la Bahía de Tokio, que, según las estimaciones del gobierno, tendrá pérdidas hasta el año 2038. Construir cosas que producen más pérdidas difícilmente es el remedio para la depresión.

Mientras que gasto público, rescates y reflación solo sirven para estimular las malas inversiones del auge y posteriormente retrasar la reconstrucción de la estructura de capital, la reconstrucción es inevitable en una economía de mercado, ya que funciona para satisfacer a los consumidores. Quiebras, fusiones, adquisiciones, reestructuración y deflación son los medios que usa el mercado para liquidar las malas inversiones. Algunas de estas fuerzas han estado actuando en los últimos dos años. La quiebras en 1998 fueron 1.600 de media mensual y las fusiones y adquisiciones han estado aumentando en 1999. En abril, reaparecieron los holdings, durante mucho tiempo suprimidos por leyes anti-trust que impusieron los Aliados después de la Segunda Guerra Mundial. Las alianzas entre bancos japoneses y extranjeros empezaron a finales de 1998 y, aunque la mayoría de las fusiones bancarias se han producido entre bancos regionales pequeños que no han tenido acceso a fondos de rescate, se anunció una mega-fusión el mes pasado que aunará a tres de los grandes bancos japoneses en una entidad de importancia mundial con 1,3 billones de dólares en activos. Aunque el gobierno haya subvencionado la fusión, el nuevo banco se reestructurará recortando el 17% de su personal para eliminar los 8.7000 millones de dólares en pérdidas de que sufrieron los tres bancos en el año que acabó el pasado marzo.

Otros planes de reestructuración ayudarán a recolocar mano de obra. NEC Electric Co. anunció el despido de 11.600 trabajadores en febrero de este año y, en general, el número de empleos en Japón disminuyó en 480.000. Además, se pidió a los trabajadores en todo Japón que se jubilaran anticipadamente o aceptaran recortes en indemnizaciones por el método del “toque en el hombro”, un ejemplo del cual es pedir a los trabajadores de oficina que corten madera.

El trabajo, como el capital, se asigna mal durante el auge y debe reasignarse durante el declive. Pero, al contrario que el capital, que es relativamente específico, el trabajo es relativamente no específico y por tanto más fácilmente transferido a otros usos productivos. En Japón, el exceso de capacidad llegó al 30% y fue particularmente agudo en la producción de acero, la metalurgia, la construcción, los automóviles y el petróleo, donde se concentraron las malas inversiones del auge.

Por el contrario, el desempleo solo ha aumentado al 4,9% desde su tasa media en la década de 1980 del 2,5%. La resistencia del mercado laboral japonés proviene de la flexibilidad de las indemnizaciones del mercado. Los sindicatos son demasiado débiles como para mantener los salarios ante pérdidas empresariales, especialmente en empresa de tamaño medio y pequeño. Aunque el empleo fijo tiene poca importancia en el desempleo, las “subvenciones de ajuste del empleo” del gobierno a empresas que mantengan a los empleados en la nómina como “sujetapuertas” distorsionan a la baja las cifras de desempleo, haciendo que la imagen del paro parezca más brillante. Pero, como pasa con los rescates a bancos y empresas, estas subvenciones retrasan la reorganización de la producción y prolongan la depresión.

Pero esté distorsionada o no la cifra de desempleo, la experiencia de Japón demuestra la falsedad de las explicaciones keynesianas de la depresión. Por ejemplo, Krugman ha argumentado que se produce una depresión cuando la bolsa se desploma, haciendo que caiga el consumo, lo que reduce la producción, causando paro, lo que reduce la renta, lo que causa que el consumo caiga más, etc. Pero los trabajadores japoneses no han vistos reducciones en sus rentas debidas a desempleo.

Además, contrariamente a las preocupaciones keynesianas acerca del infraconsumo y el exceso de ahorro, las tasas de ahorro han estado cayendo durante las últimas décadas en Japón y han continuado cayendo durante la depresión. El ahorro familiar neto era del 13% en 1997, el 12,2% en 1998 y este año está en el 11,5%.

Aunque parece que el gobierno japonés está permitiendo que algunas fuerzas del mercado operen más completamente, rechaza tercamente desatar deflación. Los intentos desesperados del BdJ de reinflar para eludir a los bancos ilustra la resolución del gobierno. Pero esta política también depende de la dudosa lógica de la economía keynesiana según la cual disminuciones en demanda agregada hacen que caigan los precios, lo que, al no poder ajustar a la baja los costes, genera pérdidas y por tanto recortes en la producción y desempleo. Pero la deflación monetaria y la contracción del crédito durante una depresión son el necesario aspecto financiero de la liquidación general de las malas inversiones del auge, que fueron causadas por la inflación monetaria y la expansión del crédito. El epicentro del auge y declive financieros es el sistema bancario. Igual que las malas inversiones y asignaciones del auge siguen las líneas de rentabilidades distorsionadas por la inflación monetaria y la expansión del crédito, las reinversiones y reasignaciones del declive siguen el patrón corregido de pérdidas y ganancias antes de la deflación monetaria y la contracción del crédito. Los esfuerzos del banco central por ocultar estas pérdidas con reflación retrasan su puesta en marcha y paralizan el funcionamiento de bancos y funcionan como fuerzas opuestas con el relajo de las riendas del gobierno en la demás fuerzas de liquidación del mercado.

Las pérdidas durante una deflación no las cusan la pesadilla keynesiana de la caída de la demanda agregada, sino el descalce de demandas concretas, por consumidores par bienes concretos de consumo y por empresarios para factores concretos de producción, con la serie existente de costes de producción dentro de una estructura de producción llena de malas inversiones y asignaciones. Estas pérdidas del declive son el reverso de los beneficios extraordinarios obtenidos durante la creación del auge y se concentran en los propietarios del capital, no del trabajo, al ser más específicos para cada precio de bienes de capital del proceso de producción y en menos medida para los precios de los terrenos, que disminuyen relativamente más que los salarios. Por eso los costes de producción caen en una economía de mercado para restaurar o mantener el beneficio incluso a la vista de los precios a la baja de los bienes de consumo. Si el gobierno impulsa al alza los precios de capital, tierra y trabajo, se cristalizarán pérdidas, aparecerá capacidad no utilizada y desempleo y se detendrá la liquidación y reasignación.

A pesar de los lamentos sobre la deflación el BdJ ha seguido el consejo de Milton Friedman y aumentado las existencias monetarias lo suficiente como mantener los precios en general sin que suban ni bajen. La existencia de yenes ha aumentado un 2,8% anual desde 1991-1998 y el índice de precios del consumo se ha mantenido estable. Y el BdJ ya ha atendido la petición de Friedman de aumentar la inflación monetaria que llevó a cabo con retraso en diciembre de 1997 aumentando la tasa de inflación monetaria desde el 3%, donde ha estado cada año desde 1994, al 5% en 1997 y al 4% en 1998. En respuesta a este estímulo monetario, el PIB cayó un 0,5% en 1997 y de nuevo un 2,8% en 1998, mientras que el 1996, con tasas más bajas de inflación monetaria, el PIB aumentó un 5,4% y en 1995 aumentó un 2,5%.

Además, la primera reflación del BdJ de la década de 1990 hizo que los precios de los bienes de consumo aumentaran un 2,4% anual, desde el inicio de 1990 al final de 1993. Es tres veces la tasa de inflación de precios durante el auge, desde el inicio de 1985 al final de 1988. Y mientras los precios de los bienes al por mayor caían un 0,8% anual a principios de la década de 1990, caían un 3,75% anual a finales de la de 1980. Si al experiencia de Estados Unidos no fuera evidencia suficiente, la de Japón en la década de 1980 demuestra de nuevo que los índices estables de precios no son ninguna panacea para el ciclo de auge-declive.

Esperemos que el legado de la debacle japonesa sea la aceptación de la lección que nos enseñó Ludwig von Mies en 1912: que el milagro keynesiano de la inflación monetaria del banco central y la expansión del crédito es falso y debe acabar en crisis y depresiones.


Publicado el 20 de septiembre de 1999. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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