Cómo el Estado de Bienestar corrompió a Suecia

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Las personas mayores en Suecia dicen que ser sueco significa proveerse y cuidarse a sí mismo, y nunca ser una carga para nadie más. La independencia y el trabajo duro era la percepción común de una vida digna, y la percepción común de la moralidad.  Eso fue hace menos de cien años.

Mi difunta abuela solía decir que algo malo le había sucedido al mundo. Ella se sentía orgullosa de no haber nunca pedido ayuda, de haber sido siempre capaz de confiar en sí misma y en su marido, orgullosa de haber podido, a lo largo de su vida, cuidar de su familia. Estoy contento de que cuando ella falleció a la respetable edad de 85 años, lo hizo con la dignidad intacta. Ella nunca fue una carga.

Mi abuela, nacida en 1920, fue de esa última generación que poseía ese especial orgullo personal, de tener una firme y profundamente arraigada moral, de ser soberanos de sus vidas, de ser los únicos dueños de sus propios destinos, sin importar lo que ocurriera.  La gente de su generación presenciaron y soportaron una o dos guerras mundiales (aunque Suecia nunca tomara parte de ellas) y fueron criados por empobrecidos agricultores suecos y trabajadores industriales. Ellos fueron testigos y fueron la fuerza impulsora detrás de la “maravilla” sueca.

Su moralidad aseguró que ellos pudieran sobrevivir a cualquier situación. Si se encontraban en una situación en la que sus salarios no les daban abasto a fin de mes, entonces trabajaban aún más duro y por más tiempo. Ellos fueron los arquitectos y los obreros de sus propias vidas, aunque esto significara a menudo trabajar más duro y soportar situaciones que a veces parecían carentes de esperanza.

¿Quién podía decir que era incapaz de cuidar de sí mismo?

Con gusto ofrecían ayuda a los necesitados, aunque ellos mismos apenas tuviesen poco, pero no estaban dispuestos a aceptar ayuda de nadie si se les ofrecía. Sentían el orgullo de ser competentes para cuidar de sí mismos; apreciaban su independencia de los demás, de no tener que pedir ayuda. Pensaban que si ellos mismos no eran capaces de hacerlo por sí solos, entonces no tenían derecho a pedir ayuda.

Sin embargo, de alguna manera, cayeron en las promesas de los políticos, de proveer para “el débil”. Una categoría de personas inexistentes en aquel entonces: ¿Quién podía decir que era incapaz de cuidar de sí mismo? Eran personas trabajadoras y de buen corazón y probablemente pensaron que una pequeña contribución para proveer a aquellos más necesitados, sería una obra al estilo del buen samaritano.

Teóricamente, es tal vez comprensible e inclusive deseable. Ellos y sus padres ya estaban participando voluntariamente en redes locales privadas, arreglando apoyo financiero para las personas necesitadas de atención médica o aquellas que habían perdido sus trabajos. En los malos tiempos, como durante las recesiones o el rápido cambio social esto representaba una carga, sin embargo, era voluntaria y dentro de sus intereses. Una versión a gran escala de la misma clase de ayuda mutua probablemente sonaba como una buena idea, a pesar de que esta iba a ser financiada coercitivamente a través de los impuestos.

El problema es que el estado del bienestar fue creado, y este cambiaría drásticamente la vida de las personas afectando su moralidad en una manera fundamental. El estado de bienestar podría haber sido un proyecto exitoso si la gente hubiese seguido teniendo el orgullo y la moral de proveerse a sí mismos, y sólo hubiera buscado ayuda cuando esta fuera realmente necesaria. Es decir, la adición de un estado de bienestar podría funcionar en un mundo ceteris paribus o de igualdad de circunstancias, y esto es lo que el estado de bienestar realmente asume. Pero el mundo está en constante cambio, y el estado de bienestar por lo tanto, requiere de personas más fuertes y superiores moralmente a aquellas que viven en las sociedades que carecen de un estado de bienestar.

Este conocimiento, sin embargo, no fue entonces adquirido – y todavía no lo ha sido. En su lugar, se tomó al estado de las cosas, tales como el orgullo personal en el trabajo y la familia, como algo natural; entonces desde esa perspectiva, debe haber sido visto como un buen trato. Todo lo que tenían que hacer, se les dijo, era dejar la política (y un poco de poder) a los políticos. Este argumento, lamento informar, parece seguir siendo válido para la población de Suecia; los suecos en general aceptan con satisfacción las propuestas para entregar más poder a los políticos e incluso tienden a pedir mayores impuestos.

La moral decente es cosa del pasado. Fue destruida por completo en poco más de dos generaciones – a través de beneficios de bienestar público y el concepto de los derechos al bienestar.

Los niños del Estado de Bienestar

Los hijos de la generación de mis abuelos, mis padres entre ellos, abrazaron y aprendieron rápidamente una nueva moral basada en los derechos al bienestar ofrecidos por el sistema de seguridad social. Mientras que las generaciones mayores no aceptaban ser dependientes de los demás (incluyendo las prestaciones del estado de bienestar), no se opusieron al envío de la generación más joven a las escuelas públicas a recibir educación. Estoy seguro de que nunca pensaron en términos de tener un “derecho” a que sus hijos sean educados. Por el contrario, aceptaron y agradecieron la oportunidad para que sus hijos tuvieran una posibilidad que ellos mismos nunca habían tenido – a través de la educación “gratuita”.

Por lo tanto la generación de mis padres asistió a escuelas públicas donde se les enseñó matemáticas e idiomas, así como también, la superioridad del bienestar y la moralidad del Estado. Aprendieron el funcionamiento de la maquinaria del Estado de bienestar y adquirieron una nueva y total  malinterpretación de los derechos: todos los los ciudadanos gozan de derecho – sólo por ser ciudadanos – a la educación, a la atención médica, al trabajo y a la seguridad social.

Ser un individuo, se les enseñó, significa tener el derecho a recibir apoyo para sus necesidades individuales. Se les dijo que todo el mundo tiene derecho a todos los recursos para alcanzar la propia felicidad y la de la sociedad. Y todo el mundo debería disfrutar del derecho a poner a sus hijos en centros de cuidado diario, mientras trabajan, lo que permitiría a cada familia ganar dos salarios (pero no el tiempo suficiente para criar a sus hijos). Las oportunidades para la “buena vida”, al menos económicamente, debían parecer enormes para las generaciones anteriores.

Esta nueva moralidad se impregnó en la población y se convirtió en el estado “natural” de las cosas, al menos en sus mentes. Esta generación, nacida durante las dos o tres décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, cambió considerablemente de la generación de sus padres, moral y filosóficamente. Se acostumbró al gran crecimiento económico de la post guerra (gracias a que Suecia nunca entró en la guerra) y a los cada vez mayores derechos al bienestar de un Estado en constante crecimiento. (Para mantener el crecimiento del estado de bienestar y satisfacer la demanda popular de prestaciones, el gobierno sueco devaluó la moneda varias veces durante los años 1970 y 1980).

Los efectos sobre la sociedad de esta generación creciente y debutante en el mercado de trabajo fueron principalmente dos: el aumento de la presión pública hacia más políticas progresistas. Y una incapacidad en mayor escala, de criar niños independientes y morales, capaces de ser dueños de sí mismos en la vida.

En ese momento, el cambio moral y filosófico de la sociedad se hizo aparente. Mientras que a principios del siglo 20, los socialdemócratas, un poder hegemónico en la política sueca a lo largo de ese siglo (y más allá), había pedido reducciones de impuestos para liberar a los trabajadores de la innecesaria carga, ahora habían rápidamente cambiado hacia un partido que llamaba a la libaración a través de reformas sociales para el financiamiento del estado de bienestar con más impuestos. Las masas de votantes, los niños del estado de bienestar dependientes de su sistema de lógica, apoyó el aumento de los impuestos, que rápidamente subió a un 50% y más. Y exigieron beneficios sociales a costa de los contribuyentes para cubrir y superar estos impuestos más altos.

El cambio político fue masivo, una vez que los niños del estado de bienestar crecieron y comenzaron a tomar parte en la política. Las, más bien comunistas, revueltas estudiantiles de 1968 fueron probablemente el pico de esta radical generación, exigiendo más para sí mismos a través de la redistribución del Estado; no reclamaban responsabilidad alguna para sus vidas, ni la idea de tener que lanzarse por sí mismos. “Estoy en necesidad”, argumentaron, y a partir de ese reclamo, infirieron directamente un derecho a satisfacer esa necesidad, – ya sea comida, refugio, o un coche nuevo.

Mientras que mis padres misteriosamente parecen haber heredado gran parte de la forma “antigua” de moralidad, la mayoría de la gente de su edad, y especialmente los más jóvenes, son paradigmáticamente diferentes de la generación de sus padres. Son los niños del estado de bienestar y son plenamente conscientes de las prestaciones sociales a las que tienen “derecho”.  No reflexionan sobre la proveniencia de estos beneficios, pero son escépticos con respecto a algunos políticos, de los que sospechan que podrían quitárselos. “El Cambio” se convirtió rápidamente en un mala palabra, ya que implicaba necesariamente un cambio del sistema respecto del cual las personas son parasitariamente dependientes.

Con esta nueva generación, la verdad antes sostenida de que la producción precede al consumo, fue reemplazada por la creencia de tener un inviolable y natural “derecho humano” a los servicios sociales suministrados por el Estado. A través de los poderosos sindicatos de trabajadores, los asalariados suecos recibieron aumentos cada año, independientemente de la productividad real, y con el tiempo los aumentos anuales generales de los salarios se hicieron normales. Las personas que no recibían un aumento comenzaban a considerarse “castigadas” por su malvado empleador, y hubo mayores demandas de ayuda legal contra los empleadores. Uno tiene “derecho” a un mejor salario el próximo año, al igual que el salario actual debe ser mejor que el del año pasado; y así sucesivamente.

Este cambio de percepción fue, como hemos visto, precedido por un cambio en los valores. El cambio social también modificó las condiciones de la filosofía, y nuevas teorías extrañas y destructivas surgieron. Los hijos de esta generación, nacidos en las décadas de 1970, 80 y 90 normalmente recibieron una educación “libre” (sobre la base de los ideales de 1968), queriendo decir esencialmente, una infancia “libre de reglas” y “libre de responsabilidades”. Para esta generación no hay ninguna causalidad en la vida social, lo que sea que hagas no es tu responsabilidad – incluso tener hijos. Estos son los actuales adultos jóvenes de la sociedad sueca.

Los Nietos del Estado de Bienestar

Yo mismo soy parte de esta segunda generación de gente criada con y por el estado del bienestar. Una diferencia significativa entre mi generación y la anterior es que la mayoría de nosotros no fuimos criados por nuestros padres. Fuimos criados por las autoridades en las guarderías del Estado durante el tiempo de la infancia, y luego empujados a las escuelas públicas, las escuelas secundarias públicas, y las universidades públicas, y más tarde al empleo en el sector público y más educación a través de los poderosos sindicatos y sus educativas asociaciones. El estado está siempre presente y es para muchos el único medio de supervivencia – y sus prestaciones sociales el único camino posible para ganar independencia.

La diferencia con las generaciones anteriores es evidente. Mis abuelos vivían en un mundo, filosófica y moralmente, diferente, y mis padres siguen llevando algunos restos del “viejo” sentido de justicia de sus padres y su percepción del bien y del mal. Mientras que la generación de mis padres está “parcialmente viciada” (que ya es suficientemente malo), mi generación está totalmente jodida. No habiendo crecido con los valores de nuestros abuelos, sino con aquellos propagandizados por el estado niñera, los nietos del Estado de bienestar no tienen conocimiento alguno sobre economía.

Una percepción común de la justicia entre los “nietos” es que los individuos tienen un reclamo eterno a la sociedad para ser provistos con lo que uno considere necesario (o agradable). En un reciente debate emitido en la televisión estatal, los hijos y nietos del Estado de Bienestar se reunieron para discutir sobre el desempleo y los problemas comunes que enfrentan los jóvenes que crecen y entran en el mercado laboral. La demanda de los “Nietos”, fue, literalmente, que los “viejos” (nacidos a finales de los años 1940, 1950 y 1960) debían hacerse a un lado (es decir, dejar de trabajar), porque su trabajo “roba” puestos de trabajo para los jóvenes!

La “lógica del bienestar” para reivindicar tan absurdas demandas viene de esta manera. La premisa es que todo individuo tiene derecho a una buena vida. Se puede concluir que una buena vida se hace a través de no tener que preocuparse por la riqueza material, y así tener beneficios sociales y ganar “independencia” financiera se hace esencial. La Independencia financiera, a su vez, requiere de un alto estatus, de altos salarios y de un trabajo no muy exigente; un buen trabajo es, pues, un derecho humano inferido. Las personas que actualmente poseen los puestos de trabajo, están literalmente ocupando las posiciones y por lo tanto en el camino – todos y cada uno de ellos violan mi derecho a ese trabajo. Esto hace que cualquiera que posea un buen trabajo, se convierta en un violador de derechos-y por lo tanto un criminal.

Todos sabemos qué pensar de los delincuentes: deben estar encerrados. Tal sentencia es también, la que un número aún muy limitado pero en rápido crecimiento, de jóvenes de Suecia demandan – para los propietarios de las empresas que no desean contratarlos, o para las personas mayores que ocupan puestos que ellos desean. Hay una “necesidad” de más leyes progresistas.

Pero esta no es una idea apoyada sólo por los jóvenes ignorantes. El 14 de mayo, el sindicato nacional de trabajadores del comercio “exigió al Estado” la redistribución de los puestos de trabajo mediante el ofrecimiento a las personas de 60 años, de pensiones del Estado si renunciaban y sus empleadores contrataban a personas jóvenes en su lugar. En los cálculos del sindicato, tal truco “crearía” 55.000 puestos de trabajo.

Lo que esto demuestra es que la única forma perceptible de encontrar puestos de trabajo para los jóvenes parece ser “aliviando” a las personas mayores de los suyos; aún cuando la demanda de bienes y servicios está en aumento, los puestos de trabajo son escasos y el desempleo aumenta -gracias a la pesada regulación estatal de los mercados. El estado de bienestar crea problemas y conflictos en muchos niveles, obligando a la gente a competir por opciones cada vez más reducidas de riqueza. La solución: más regulación y aún menos prosperidad. Es lo que ocurre cuando la necesidad y el quiero, sustituyen al mérito y la experiencia, tanto en la moralidad pública como en la personal.

Exigiendo responsabilidad social

Esta degenerada moral y la falta de comprensión del verdadero y natural orden de las cosas es también evidente en las áreas que requieren responsabilidad personal y respeto hacia los demás hombres y mujeres. Los ancianos son ahora tratados como un lastre en lugar de como seres humanos y familiares. Las generaciones más jóvenes sienten que tienen un “derecho” a no asumir la responsabilidad de sus padres y abuelos, y por lo tanto demandan al Estado para que los alivie de esta carga.

En consecuencia, la mayoría de los ancianos en Suecia viven ya sea deprimidos y solos en sus casas, esperando que la muerte venga por ellos, o institucionalizados en centros colectivos de mayores bajo vigilancia 24 horas del día, los siete días de la semana, con el fin de aliviar la carga de las jóvenes generaciones. Algunos de ellos llegan a ver a sus nietos y familiares sólo por una o dos horas en Navidad, cuando las familias hacen un esfuerzo para visitar a sus “problemas”.

Pero los ancianos no son los únicos que se encuentran en la periferia de la sociedad del bienestar, mientras que el Estado cuida de su la población activa. Lo mismo vale para los más jóvenes que también son entregados al Estado para el cuidado público, en vez de ser criados y educados por sus padres.

Mi madre, una maestra de secundaria, ha tenido que enfrentar a padres de sus alumnos, que exigen hacer “algo” para alibiar su  estresante situación familiar. Exigen a “la sociedad” asumir la responsabilidad de la crianza de sus hijos, ya que ellos ya han pasado “muchos años” cuidando de ellos. (“Cuidando” significa generalmente dejándolos en la guardería pública a las 7 a.m. y recogiéndolos de nuevo a las 6 p.m.)

Hacen oír con fuerza su “derecho” a ser aliviados de esa carga.  Los problemas causados ​​en sus casas por los niños desobedientes y fuera de control, deben ser resueltos en el aula por el personal de la escuela y en las guarderías por el personal del jardín de infantes. Los niños deben ser vistos pero no oídos, y no deben inmiscuirse en absoluto, en el derecho de sus padres a una carrera profesional, a unas largas vacaciones en el extranjero y a asistir a eventos sociales.

A fin de tener a la generación adulta trabajando y creando riqueza que pueda ser sometida a imposición (las actuales tasas de impuestos para personas de bajos ingresos representa aproximadamente el 65% de los ingresos), el estado de bienestar sueco pone continuamente en marcha programas progresivos para protegerlos de incidentes y problemas. La libertad benefactora, es una libre de problemas, libre de responsabilidades, y rica en beneficios para la existencia, creados por el Estado del bienestar.

Lo que estamos viendo ahora en Suecia es la consecuencia perfectamente lógica del estado del bienestar: cuando se entregan beneficios y por lo cuando se quita la responsabilidad individual para la vida de cada uno, se crea un nuevo tipo de individuo – el inmaduro, irresponsable y dependiente. En efecto, lo que el estado del bienestar ha creado es una población psíquica y moralmente infantil.  De la misma manera en que hay padres que nunca permiten que sus niños se enfrenten a los problemas, asuman responsabilidades y logren soluciones por sí mismos, haciendo de sus hijos, unos niños necesitados, malcriados y absolutamente exigentes.

La analogía de los niños malcriados está resultando cierta en la vida cotidiana de personas que trabajan en el sector público, haciendo frente a las demandas de las poblaciones. He aprendido que no es raro que los jóvenes padres reprendan a los maestros porque la tarea es una “innecesaria” presión sobre los jóvenes. Los niños tienen derecho al conocimiento, pero al parecer no deben ser expuestos a la educación, ya que esta requiere estudio y esfuerzo. El papel de los docentes es obviamente, de suministrar a los niños con el conocimiento que puedan consumir sin tener que reflexionar sobre él (o incluso estudiar). Tener que hacer algo por sí solos es “opresivo”. Un “deber”, aunque sea el efecto de la leyes de la naturaleza, es totalmente injusto y una violación a los derechos de uno a una vida sin problemas. La naturaleza misma, junto con sus leyes, se convierte entonces en una “carga”.

Economía de la dependencia

Tal vez esta mentalidad explique la creciente popularidad de teorías anti-realidad como el escepticismo y el postmodernismo, donde nada puede darse por sentado. La lógica, se dice, es sólo una construcción social, que no tiene relación alguna con la realidad o el mundo (si es que existe). Estas teorías son magníficas en la medida en que nunca pueden ser demostradas o refutadas. No es necesario que tome la responsabilidad de ninguna declaración que haga – nadie puede verificar su tesis, ni se la puede criticar, o incluso utilizar. Es la suya y sólo existe para usted – y es verdad sólo para usted.

La inutilidad de tal teoría debería ser obvia. También debería ser obvio que los defensores de estas teorías ‘tomen ciertas cosas, tales como la existencia, como dadas – no viven sus vidas basadas sólo en la duda y el “conocimiento” de que no hay nada se pueda saber, que nada es lo que parece. Pero esa, al parecer, debe ser la belleza de esta teoría.

En cierto modo, la premisa austriaca de que “los valores son subjetivos”, ha sido tomada demasiado literalmente. En estas “modernas” teorías, la subjetividad es el principio subyacente de la realidad, no la manera en que la realidad es evaluada o percibida. Esta “comprensión” se desprende directamente de la moralidad rlativa y la lógica relativa de los hijos y nietos del estado de bienestar. No hay necesidad de que alguien produzca a fin de que otro pueda consumir – y no representa necesariamente una carga para nadie más, el que me provean los beneficios que necesito para vivir la “buena” vida. Después de todo, vivir una buena vida es un derecho humano; este derecho siendo el único punto fijo en un universo en constante cambio y fundado subjetivamente.

Desde la perspectiva de un espectador (como me considero) esta locura tiene mucho sentido – enseñar a la gente que no tiene que preocuparse acerca de la consecuencias de sus acciones, crea sujetos dependientes de buena gana. El Estado de bienestar ha creado a los monstruos egoístas de los que se pretende salvarnos – a través de la entrega de privilegios y beneficios para todo el mundo a expensas de “nadie”.

Los ingenieros sociales del estado del bienestar, obviamente, nunca consideraron un posible cambio en la moral y la percepción – ellos simplemente querían un sistema que garantizara la seguridad para todos; un sistema donde el capaz pudiera y debiera trabajar para mantenerse a sí mismo, pero en el que el incapaz pudiera también vivir una vida digna. ¿Quién habría pensado que las reformas progresistas para asegurar los derechos de los trabajadores y la prosperidad para todos a inicios del siglo 20, serían filosófica y moralmente contraproducentes?

Debería ser obvio que nada vino a ser como era de esperar – la sociedad simplemente no era tan predecible como se predijo.

No puede funcionar

Esta nueva moralidad es obviamente contraria a la de la generación de mis abuelos. Se trata de una moral que afirma que la independencia sólo puede lograrse a través de la entrega de la responsabilidad a otros, y que la libertad sólo puede lograrse esclavizando a los demás (y a uno mismo). El resultado de esta moral degenerada a nivel social es el del desastre económico, social, psicológico y filosófico.

Pero esta también es una tragedia personal para miles de suecos. Las personas parecen incapaces de disfrutar de la vida sin la responsabilidad de sus acciones y elecciones, y es imposible sentir el orgullo y la independencia sin tener los medios para controlar tu propia vida. El estado del bienestar ha creado personas dependientes incapaces de crear valor en la vida; en su lugar se encuentran a sí mismos incapaces de tener sentimientos típicos humanos como el autoestima, el honor y la empatía. Estos sentimientos, junto con los medios para darle sentido a la vida, han sido asumidos por el Estado del bienestar.

Tal vez esto explique por qué una parte tan importante de la población joven consume ahora medicamentos antidepresivos, sin los cuales no es capaz de funcionar normalmente en situaciones sociales. Y probablemente explique por qué el número de suicidios entre las personas más jóvenes que nunca conocieron realmente a sus padres esté aumentando de forma dramática (el número total de suicidios permaneciendo constante). Sin embargo la gente es incapaz de ver el problema o encontrar una solución. Como niños malcriados, piden “ayuda” al Estado.

Esto, mi abuela nunca lo pudo entender. Que descanse en paz.

Publicado el 31 de mayo de 2006. El artículo original se encuentra aquí. Traducido del inglés por Miguel Castañeda – Castideas.

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