¿La economía: vocación o profesión?

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¿Debemos dedicarnos a la economía como profesión o por vocación? A continuación sostendré que esta decisión de carácter subjetivo es enormemente importante y tiende a dictaminar si un economista servirá a la causa de la verdad y la libertad o si malgastará su talento en la conveniencia, lo efímero y el estatismo.

El New Shorter Oxford English Dictionary nos da la definición de “vocación” como “el trabajo o función a la que una persona se siente inclinada; un estilo de vida o empleo para el que se requiere dedicación”. El eminente semantista S. I. Hayakawa también enfatiza “dedicación” como rasgo distintivo de vocación, lo que la diferencia de profesión.

En términos praxeológicos una vocación involucra lo que Ludwig von Mises denomina  trabajo “introversivo” mientras que una profesión involucra trabajo “extroversivo”. La esencia del trabajo introversivo es que está realizado como un fin en sí mismo y no como un medio para lograr un fin más lejano. El trabajo extroversivo, en cambio, es realizado debido a que el individuo “antepone los beneficios que puede ganar en un trabajo a la desutilidad por no trabajar y el placer del ocio”.

Uno de los “dos ejemplos más evidentes” de una tarea introversiva es, de acuerdo con Mises, “la búsqueda de la verdad y el conocimiento como un fin en sí mismo y no como un medio para incrementar la propia eficiencia y habilidad en el desarrollo de otra actividad que persigue diferentes fines”. El segundo es el “deporte genuino, practicado sin ninguna intención de obtener una recompensa o reconocimiento social”.

No es que el esfuerzo invertido por el “buscador de la verdad” o el “escalador de montañas” no involucra una desutilidad del trabajo, más bien “es el superar la desutilidad del trabajo lo que le satisface”. Por ello la verdadera búsqueda de la verdad en cualquier disciplina científica se califica económicamente como “consumo” y a dicha búsqueda como vocación.

El desarrollo de casi toda vocación, señala Mises, requiere “no sólo el esfuerzo personal de las personas involucradas sino también el gasto de factores materiales de producción y el producto del trabajo extroversivo de otras personas… que deberán ser adquiridos mediante el pago de salarios” .

En otras palabras, la búsqueda de una nueva verdad en economía, como en cualquier ciencia pura, necesita, adicional al trabajo introversivo, un marco institucional compuesto por una estructura de bienes complementarios que han sido construidos deliberada y racionalmente por uno o más de los propietarios.

Los fundadores de la escuela Austríaca realizan investigación en economía no por obtener un beneficio pecuniario ni buscando reconocimiento profesional o influencia en la política pública. Según Mises, “Cuando Menger, Böhm-Bawerk y Wieser iniciaron sus carreras científicas… ellos la consideraban como su vocación por colocar la teoría económica sobre una base sólida y se dedicaron completamente a esta causa [énfasis son míos]”. Estos tres eminentes Austríacos, por tanto, no fueron economistas por profesión sino por vocación.

El economista “vocacional”   obtiene un puesto académico o un trabajo en alguna otra área como banca, periodismo, industria o gobierno a fin de obtener unos medios específicos necesarios para sostener y complementar sus esfuerzos por descubrir nuevas verdades o exponer y aplicar las verdades establecidas en su investigación económica y escritos.

El economista “profesional”, por el contrario, aspira a ganar su sustento, obteniendo el aplauso de sus colegas, adquiriendo reconocimiento público, participando en normativas políticas o, en la mayoría de los casos, una combinación de estos fines.

Así, la diferencia entre el economista vocacional y el profesional no es el medio objetivo del que se valen para ganar su sustento sino los fines subjetivos que le animan a ello, los cuales pasan desapercibidos. Sin embargo, a pesar del elemento subjetivo, los dos tipos de economistas pueden distinguirse rápidamente uno del otro escrutando los dispares puntos de vista que expresan a través de su investigación económica, particularmente por el contenido verdadero y las recompensas recibidas.

Los economistas vocacionales como Murray Rothbard no son alérgicos al empleo de términos pasados de moda como “verdad” y “ley” cuando describen la ciencia de la economía. Para Rothbard, economía es un sustantivo cuerpo de inmutables y universales leyes causales que son deducidas lógicamente  a partir del incontrovertible hecho de que las personas emplean medios para obtener sus más preciados fines. Así, Rothbard sostiene que “todas estas elaboradas leyes [de economía] son absolutamente ciertas” y que la “economía aporta… leyes existenciales”.

Es así que, en los años 50 y 60, Rothbard  estuvo trabajando en la economía Austriaca en la oscuridad y virtualmente aislado. No obtuvo una posición académica a tiempo total hasta 1966 y, antes de eso, estuvo obteniendo un precario ingreso otorgado por fundaciones mientras él persistía en la edificación de la teoría Austríaca. En una entrevista en 1990 Rothbard reveló que estaba bastante satisfecho en aquella época: “Cualquier oportunidad de escribir un libro o conocer  nuevas personas era magnífico”. Estos son los puntos de vista y actitudes de un economista vocacional ideal.

El problema del Profesional

Paul Samuelson es un ejemplo del modelo de economista profesional. Cuando Samuelson declaró pomposamente, en una ocasión, “Yo puedo afirmar al hablar de economía moderna que estoy hablando acerca de mi”, decía una verdad mayor de lo que él creía. En su aproximación a la investigación económica, Samuelson es un autoproclamado seguidor de los “puntos de vista de Ernst Mach y de la cruda lógica positivista”.

Estos autodenominados filósofos de la ciencia sostienen que las “buenas teorías son simplemente descripciones económicas de hechos complejos de la realidad que pueden reproducir, tolerablemente bien, aquellos hechos ya observados o que todavía están por observarse”. Por supuesto una teoría económica formulada como un breve resumen de la secuencia de hechos históricos observables e irrepetibles no tiene ninguna posibilidad de dilucidar  las inmutables leyes causales que operan e interactúan para producir un fenómeno económico complejo y único en algún momento futuro de la historia. No obstante, Samuelson  acepta esta visión de la teoría económica: “No por razones filosóficas sino por el puro hecho de una larga experiencia haciendo  economía que a otras personas les gustaría y que a mi mismo me gustaría… Cuando somos capaces de dar un gratamente satisfactorio “COMO” a lo que ocurre en el mundo, que da el único enfoque al “POR QUÉ” al que podremos llegar”.

La formulación de Samuelson y Solow de la actualmente desacreditada Curva de Phillip de compensación estable entre inflación y desempleo es un ejemplo de tales teorizaciones de Mach en acción. Sin ninguna duda, la curva de Phillip fue por un tiempo muy apreciada por Samuelson, Solow y otros economistas profesionales e incluso empleadas por legisladores, pero su nivel de acierto de cara a la estanflación que se desarrolló en los años setenta fue cero.

Finalmente, sin embargo, los economistas profesionales no tienen que preocuparse en demasía por cosechar un solo grano de verdad de tan irrealistas modelos, dado que la recompensa por llevar adelante la investigación económica descansa en otro lugar. De acuerdo con Samuelson, “A la larga, el académico en economía trabajará por la única moneda que merece la pena – nuestro propio aplauso.”

En otra parte, Samuelson describe a los científicos, incluyendo a los profesionales de la economía, siendo “tan avariciosos y competitivos como los empresarios Smithianos. La moneda que buscan no son manzanas, nueces y yates; no son monedas en sí, o poder en el sentido en que normalmente se emplea este término. Los académicos buscan fama. La fama que persiguen… es la fama entre sus iguales – los otros científicos a quienes respetan y por cuyo respeto luchan.”

En el recuento de Samuelson sobre las recompensas extroversivas perseguidas por los  modernos economistas profesionales claramente – creo que quizás inconscientemente – se revela que sus esfuerzos en investigación no se rigen principalmente por la búsqueda de la verdad.

Por qué debemos elegir

Mises da una convincente interpretación sociológica de por qué los investigadores académicos en ciencias apriorísticas como la economía y la filosofía se desvían de la búsqueda de la  la verdad para perseguir otros fines. De acuerdo con el desarrollo tradicional de las universidades, se espera del profesor no solo que enseñe, sino que también realice aportes originales a su ciencia.

Sin embargo, como indica Mises, muy pocas personas que viven durante una época histórica están dotados de tal habilidad. En las ciencias empíricas, ya sean de la variante natural o histórica, sin embargo, la ilusión de que todos los investigadores académicos contribuyen con algo valioso para la ciencia puede ser sostenido de forma verosímil porque no hay una distinción apreciable entre los métodos científicos empleados por un genio creativo y a aquellos a los que recurre un investigador inferior.

Como explicó Mises:

El investigador innovador y el que simplemente sigue la rutina emplean en su labor los mismos métodos técnicos de investigación. Ellos organizan experimentos de laboratorio o recogen documentación histórica. La apariencia externa de sus trabajos es la misma. Sus publicaciones se refieren a los mismos temas y problemas.

La investigación en economía es muy diferente: requiere de un razonamiento sostenido, riguroso y sistemático, una facultad que muy pocos poseen y menos aún están dispuestos a practicar. Esto es cierto tanto para el genio creativo que construye la gran estructura de la economía teórica como para aquellos que buscan refinarla, ampliarla y aplicarla a nuevos problemas. Sus estudiantes y seguidores deben invertir muchos años de su vida y un gran compromiso de riguroso esfuerzo mental en dominar completamente el sistema teórico antes de que puedan realizar aunque sea pequeñas aportaciones a la economía. Por lo tanto, concluyó Mises, en economía:

No hay nada que los seguidores de rutinas puedan lograr siguiendo un más o menos estereotipado patrón. No hay tareas que requieran del concienzudo y doloroso esfuerzo de diligentes monografistas. No hay investigación empírica; todo debe lograrse mediante el poder de la reflexión, la meditación y el razonamiento. No hay especialización, ya que todos los problemas están interrelacionados unos con otros. Al enfrentar  cualquier parte de la estructura del conocimiento realmente nos enfrentamos con la totalidad.

Aquellos aspirantes a profesor de economía que carecen de las facultades intelectuales o el temperamento necesario para conducir una sistemática investigación teórica deberán por lo tanto encontrar otro campo en el cual dejar su contribución. Por ejemplo, en las universidades de habla germana de finales del siglo XIX y principios del XX, estos hombres se inclinaron por la historia económica  y la economía descriptiva. El perspicaz análisis sociológico de Mises explica la posición de dominio y consolidación de la escuela histórica Alemana en las universidades así como su histérica antipatía contra la teoría económica. Según Mises:

La ficción de que en las ciencias todos los profesores son iguales no tolera la existencia de dos tipos de profesores en economía: aquellos que trabajan independientemente en economía [como los teóricos originales]; y aquellos que provienen del historicismo y de la economía descriptiva. El complejo de inferioridad de estos “empíricos” les otorga un prejuicio contra la teoría.

En la década de 1920 la escuela historicista Alemana se estaba viniendo abajo pero todavía se refugiaba en las cátedras. Los miembros de la tercera generación de académicos fue un gris y mediocre grupo excepto Werner Sombart, que había sido estudiante de Gustav Schmoller, quien lideró la escuela historicista alemana de la segunda generación. Mises, quien conoció a Sombart en persona, lo describe como el economista profesional por antonomasia. Merece la pena citar completamente a Mises en la divertida y destripante descripción de Sombart, dado que la personalidad que emerge es la antítesis del economista vocacional:

Werner Sombart fue el gran maestro de su equipo. Era conocido como un pionero en economía historicista, teoría económica y sociología. Y disfrutaba de reputación como hombre independiente por haber provocado en una ocasión la furia del Kaiser Guillermo. El profesor Sombart realmente merece el reconocimiento de sus colegas porque realmente combina en su persona, en el más alto grado, todas las limitaciones de estos. Nunca conoció otra ambición que la de captar la atención de los demás y hacer dinero. Su grandioso trabajo sobre el capitalismo moderno es una monstruosidad histórica. Siempre buscó el aplauso del público. Escribió paradojas porque entonces podía gracias a su éxito. Estaba altamente dotado, pero en ningún momento se esforzó por pensar y trabajar seriamente. De la enfermedad laboral de los profesores alemanes – delirio de grandeza – él había adquirido la parte proporcional a un elefante. Cuando el marxismo se puso de moda, profesó el marxismo; cuando Hitler llegó al poder, escribió que el Fuehrer recibía sus órdenes de Dios! (Mises 1978, pp 102-03)

Las aspiraciones de los profesionales y la cultura que ello genera no solo son inconsistentes con la búsqueda de la verdad en economía sino que son su antítesis. La profesionalización de una disciplina científica, particularmente un ciencia social como la economía, casi siempre viene de la mano de la expansión del intervencionismo gubernamental.

Como indicó Mises: “El desarrollo de la profesión de economista es un brote de intervencionismo”. La razón de esta inevitable conexión radica en dos hechos. Por un lado, el Estado requiere una clase de intelectuales y especialistas para diseñar, implementar y suministrar razonamientos para varias intervenciones en el mercado económico. Por el  otro lado, aquellos intelectuales que buscan un ingreso regular y el prestigio que acompaña  a la profesionalización de su disciplina están siempre listos a ceder, debido a que la habilidad de un intelectual para ganar su sustento investigando y escribiendo en el campo que escogió, en un mercado libre es siempre precaria en el mejor de los casos.

En cuanto el intervencionismo estatal se expande, se refuerza la necesidad de expertos cualificados y el sistema de universidades logra un incremento en subsidios por parte del gobierno para iniciar y extender los programas académicos que proveerán dicho personal. Las posiciones más lucrativas en estos programas son naturalmente otorgadas a aquellos economistas que encabezan el movimiento de profesionalización y son, por ello, más activos y francos en su apoyo al intervencionismo gubernamental.

En los Estados Unidos, el más extremo y completo ejemplo de intervencionismo doméstico ocurrió durante las dos guerras mundiales del siglo XX. No fue ninguna sorpresa que el movimiento de profesionalización de la economía Estadounidense, que se inició en las década de 1880, experimentó un considerable incremento a lo largo de las crisis de estas guerras. Cuando el Estado va a la guerra necesita de expertos profesionales para planear y dirigir la masiva movilización de los recursos que se requerían. Esto se convierte en una cornucopia de lucrativos y prestigiosos trabajos para expertos en economía y especialistas en los departamentos y consejos de asesores del aparato político de planificación que centraliza la dirección de la economía de guerra.

En su brillante libro sobre la profesionalización de la economía Estadounidense, Michael Bernstein identifica el papel central que tuvo la Segunda Guerra Mundial en el éxito final de este movimiento, observando perspicazmente:

Bajo la novedosa e imparable demanda planteada por la movilización nacional, la moderna teoría económica ha demostrado su eficacia … No el individualismo sino el estatismo facilitó las circunstancias especiales en las que las mayores esperanzas y más alta expectación de generaciones de profesionales se podrían alcanzar.. Es una de la mayores ironías de la historia el que una disciplina reconocida por su sistemática argumentación de los beneficios de mercados desregulados y competitivos pudiera demostrar primero su total operatividad en una totalmente regulada y controlada economía de guerra.

Por supuesto, la experiencia durante la guerra llevó a los economistas a reconocer el enorme potencial de beneficios materiales  que les reportaría una alianza permanente entre su profesión y el Estado centralizado Norteamericano. Respondieron efectuando una reorganización formal de la disciplina y remodelando sus métodos y requisitos de formación a fin de adecuarse a las futuras necesidades del emergente “Estado de seguridad nacional” de la posguerra. Bernstein nos da una incisiva explicación de cómo la profesión de la economía Estadounidense finalmente se establece al servicio del centralizado e intervencionista Estado Leviatán:

La Segunda Guerra Mundial  proporcionó la primera demostración sistemática de la beneficencia  a ser obtenida por la generosidad del gobierno central… Como algo normal, surge la determinación de evaluar y reconfigurar los programas educativos en el campo, estipulando más rigurosamente la variedad de conocimientos y metodologías, y se busca el consenso sobre los principios fundamentales  y orientaciones políticas. Es decir, del crisol de la movilización nacional vino el inicio de una identidad profesional y confianza que, mientras se buscó tenazmente desde finales del siglo XIX se había mostrado, hasta ese momento, evasiva y fugaz.

Bernstein, a continuación, identifica algunas arcanas subdisciplinas, dentro de la economía profesionalizada, que fueron desarrolladas en respuesta a las necesidades del emergente super-Estado Americano durante la era de la Guerra Fría lo que permitió mantenerse en pie de guerra permanente.

Las “ciencias de toma de decisiones” como la programación lineal e investigación de operaciones fueron desarrolladas durante la Segunda Guerra Mundial para resolver los problemas de logística asociados con el suministro  de tropas en el extranjero en diversos teatros de operaciones. La teoría de juegos fue reorientada y refinada para ayudar en la solución de problemas de estrategia militar asociados al conflicto de la Guerra fría – con la generosa financiación del Departamento de Defensa y especialmente la Oficina de Investigación Naval.

Y el desarrollo tanto de la teoría matemática del crecimiento como la aplicación práctica de la macroeconomía Keynesiana incorporadas en la Nueva Economía de la era Kennedy fueron en gran medida estimuladas por la preocupación de la Guerra fría. Como señala Bernstein (2001, p. 108) respecto a la Nueva Economía Keynesiana: “Los economistas estadounidenses se encontraban a punto de participar en la realización de algunos de los más significativos objetivos estatales de la época de la guerra fría… una economía nacional vigorosa era esencial tanto para equipar las fuerzas armadas como para demostrar la superioridad del capitalismo estadounidense.”

La extraordinaria proliferación de áreas hiper-especializadas que aparecieron durante y después de la Segunda Guerra Mundial condujeron a la desintegración de la teoría económica, representado en la desaparición del tratado general de economía. Ya no había un sistema integral de principios generales sostenido en común y que se aplicase al análisis de todas las políticas y problemas por quienes se denominaban economistas. Ahora cada rama de la investigación tenía su propia teoría especial que estaba en mayor o menor grado aislada de la teoría económica general. Incluso la propia teoría económica estaba ahora compartimentalizada  en microeconomía y macroeconomía.

Esta especialización o, más exactamente, desintegración de la economía se agrava con la tendencia en la posguerra hacia un enfoque positivista de la  teoría económica, donde  tanto la variante de Samuelson como la de Friedman, destruyeron la formidable barrera que previamente retenía a los economistas profesionales sin capacidad o vocación por la investigación de la historia de la económica y la economía descriptiva. Ahora se empieza a abandonar las áreas periféricas y se invade en tropel lo que una vez fue dominio propio de la economía. A pesar de no dominar  el gran sistema praxeológico de la teoría económica que había tomado forma en los años entre guerras, estos economistas de la posguerra podían ahora dar inicio a la investigación ramificada, ultra especializada, en áreas como la teoría del crecimiento, economía laboral, organización industrial, teoría del oligopolio y así ad infinitum.

Sin embargo, los irreales modelos teóricos construidos por los economistas profesionales no pudieron entonces ni ahora aclarar las leyes fundamentales que rigen el actual fenómeno de mercado asociado con sus disgregados campos de investigación. Como señaló Mises: “El economista nunca debe ser un especialista. Al tratar con cualquier problema deberá centrar su atención en el sistema completo… La economía no permite ningún tipo de división en ramas especiales. Invariablemente se ocupa de la interconectividad  de todos los fenómenos de la acción.

Una Profesión Fiat

Nuestra discusión nos conduce a un punto importante. La profesión de economía es un fenómeno similar al del inconvertible papel moneda. Ninguno de los dos existirían o podrían existir en un mercado libre de los particulares patrones de intervención gubernamental. En una economía de mercado el gobierno no puede controlar directamente e imponer una nueva emisión de moneda fiat en circulación. El gobierno deberá imponer primero una serie de medidas intervencionistas como leyes sobre monedas de curso legal, recurrentes suspensiones de convertibilidad entre documentos de promesa de pago y su valor subyacente en oro, la negativa a cumplir las cláusulas de oro en contratos privados, la prohibición de poseer oro, etc. Estas intervenciones distorsionan los procesos de mercado y allanan el camino para el gradual surgimiento de dinero fiat.

Lo mismo es cierto para el surgimiento de la profesión de la economía. El gobierno no posee poder para designar y establecer una profesión con sus peculiares e intrincadas tradiciones, convenciones, cultura investigativa e infraestructura institucional. Sin embargo, una vocación natural como la economía puede ser transformada en una profesión como resultado de la distorsión de los procesos de mercado y la alteración de los acuerdos de propiedad mediante guerras, usurpación política y subsidiando la educación universitaria, así como con el establecimiento de oficinas centrales y agencias para implementar y controlar las regulaciones económicas.

La profesión de la medicina es así una profesión natural que puede existir en el libre mercado dado que tiene una clientela natural; la profesión de la economía, al igual que la mayoría de las otras ciencias sociales, es una profesión fiat que no posee una clientela de libre mercado y su existencia, en ausencia de un particular patrón histórico de intervención estatal, se debe a la vocación de búsqueda de la verdad.[1]

Resumiendo: el economista vocacional se esfuerza por dominar el sistema de la teoría económica desarrollada por los grandes investigadores e innovadores del pasado. Una vez que se logra este dominio, está entonces preparado, en función de su capacidad, tanto para exponer y aplicar este sistema teórico como para contribuir con algunas innovaciones importantes, o para presentar una reformulación profunda que involucra una serie de importantes avances.

Hay muy pocas personas con la capacidad para aventurarse exitosamente incluso en la primera de estas dos alternativas. Además, independientemente del camino elegido, el economista vocacional es impulsado por una sed por la verdad que nunca saciará. Se trata de conocer más aún lo que Rothbard denominó “la estructura de la realidad como manifestación de una ley económica”.

Además, el trabajo extroversivo que realiza para vivir, independientemente del campo, es solamente un medio para este y otros fines de consumo con mayor rango en su escala de valores. Igual en lo demás, es indiferente respecto a la posición académica excepto en lo que repercute en un más eficiente método de realizar su vocación. El reconocimiento público así como el de sus colegas, si lo consigue, no es aquello que persigue ya que son, a lo sumo, un resultado adicional de su actividad.  Por último, el economista vocacional mide el progreso en su disciplina por la cantidad y calidad de las mentes que han dominado la teoría económica, porque su propia búsqueda de la verdad se ve facilitada sometiendo su trabajo a la evaluación crítica de otros que responden a la misma llamada.

Por el contrario, los economistas profesionales aspiran, en sus trabajos de investigación, a un número de fines extroversivos. Estos incluyen la aprobación de sus colegas, el reconocimiento público, influencia en el diseño de regulaciones políticas, progreso profesional y prestigio, y por supuesto, poder y dinero. En gran medida, estos fines sólo pueden lograrse mediante los subsidios y la generosidad gubernamental y por ello, naturalmente, respaldan un Estado expansivo e intervencionista. Su establecimiento natural, al cual continuamente  regresa tras sus lucrativas estadías al servicio del gobierno, Think Tanks sin fines de lucro y burocráticos organismos internacionales, son las grandes universidades que están  subsidiadas o directamente controladas por el gobierno. Ven el progreso de la economía como una cuestión de multiplicación de sus subdisciplinas  y la especialización de los cuerpos teóricos, el gran  aumento del número de organismos en los programas de postgrado, y especialmente la expansión de oportunidades para obtener ganancias y posiciones de poder de asesoría en un intervencionista Estado guerrero y de bienestar.

Como acertadamente indicó Mises en  1949, los economistas profesionales “rivalizan con los profesionales del derecho en la dirección suprema de los asuntos políticos. El papel eminente que desempeñan es uno de los rasgos más característicos de nuestra época de intervencionismo”.


El articulo original se encuentra aquí. Traducido del inglés por José Manuel García.

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