El fracaso del intervencionismo

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Nada es más impopular hoy en día que la economía de libre mercado, es decir, el capitalismo. Todo aquello que se considera insatisfactorio en las condiciones actuales es achacado al capitalismo. Los ateos hacen responsable al capitalismo por la supervivencia del cristianismo. Pero las encíclicas papales acusan al capitalismo por el avance de la irreligión y los pecados de nuestros contemporáneos, y las iglesias protestantes y sectas no son menos incisivas en sus acusaciones por la codicia capitalista. Los amigos de la paz consideran nuestras guerras como una consecuencia del imperialismo capitalista. pero los inflexibles nacionalistas promotores de la guerra en Alemania e Italia acusaron al capitalismo por su “aburguesado” pacifismo, contrario a la naturaleza humana y a las ineludibles leyes de la historia. Los predicadores acusan al capitalismo de romper la unión familiar y fomentar el libertinaje. Sin embargo los “progresistas” acusan al capitalismo por preservar obsoletas normas de represión sexual. Casi todo el mundo está de acuerdo en que la pobreza es producto del capitalismo. Por otra parte muchos se lamentan por el hecho de que el capitalismo, en el suministro generoso hacia los deseos de las personas determinadas a lograr un mejor y más cómodo estilo de vida, promueve el materialismo extremo. Estas acusaciones contradictorias contra el capitalismo se anulan unas a otras. Pero el hecho es que quedan muy pocas personas que no condenan el capitalismo por completo.

Aunque el capitalismo es el sistema económico de la moderna civilización occidental, las políticas de todas las naciones occidentales son guiadas por ideas completamente anticapitalistas. El objetivo de estas políticas intervencionistas no es preservar el capitalismo, sino el de sustituirlo por una economía mixta. Bajo el supuesto de que esta economía mixta no es capitalismo ni socialismo. Se la describe como una tercera vía, tan alejada del capitalismo como lo está del socialismo. Se alega que se mantiene a medio camino entre el socialismo y el capitalismo, manteniendo las ventajas de ambos sistemas y evitando las desventajas inherentes de ambos.

Hace más de medio siglo el destacado representante del socialismo británico, Sidney Webb, declaró que la filosofía del socialismo era “la consciente y explícita aceptación de principios de organización social que en gran parte habían sido ya inconscientemente adoptados”. Y añadía que la historia económica del siglo diecinueve fue “un casi continuo registro del progreso del socialismo.”  Pocos años después un eminente estadista británico, Sir William harcourt, declaraba: “Ahora somos todos socialistas” Cuando en 1913 un americano, Elmer Roberts, publicó un libro sobre las políticas económicas del Gobierno Imperial Alemán llevadas a cabo desde finales de la década de 1870, las definió como “socialismo monárquico”.

Sin embargo sería equivocado identificar de forma simple el intervencionismo con el socialismo. Hay muchos partidarios del intervencionismo que consideran éste como el método más apropiado para lograr – paso a paso – un socialismo total.  Pero hay también muchos intervencionistas que no son totalmente socialistas, su objetivo es el establecimiento de una economía mixta como sistema permanente de gestión económica. Están empeñados en restringir, regular y “mejorar” el capitalismo a través de la intervención gubernamental en los negocios y el sindicalismo.

A fin de comprender el funcionamiento del intervencionismo y de la economía mixta es necesario aclarar dos puntos:

Primero: Si en una sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción alguno de los medios son adquiridos y manejados por el gobierno o la municipalidad, esto aún no lo convierte en un sistema de economía mixta que combine socialismo y propiedad privada. Mientras sólo ciertas empresas individuales sean de control público, la característica de la economía de mercado determinando la actividad económica se mantiene esencialmente intacta. Las empresas públicas, también, como compradores de materias primas, bienes semielaborados y mano de obra, y como vendedores de bienes y servicios, deberán ajustarse al mecanismo de la economía de mercado. Están sujetos a ley del mercado; tienen que luchar por obtener beneficios o, al menos, para evitar pérdidas. Cuando se intenta mitigar o eliminar esta dependencia cubriendo las pérdidas de estas empresas con subsidios procedentes de fondos públicos, el único resultado es el desplazamiento de esta dependencia a algún otro lugar. Esto se debe a que los medios para los subsidios tienen que ser obtenidos de alguna parte. Pueden obtenerse mediante la recaudación de impuestos. Pero la carga de estos impuestos tiene su efecto en la gente, no en el gobierno que cobra los impuestos. Es el mercado y no el ente recaudador quien decide sobre quien recae la carga de los impuestos y cómo ello afecta la producción y el consumo. El mercado y su ineludible ley son supremos.

Segundo: Hay dos modelos diferentes para la realización del socialismo. El primero modelo – podemos denominarlo el Marxista o modelo Ruso – es puramente burocrático. Todas las empresas económicas son departamentos del gobierno así como la administración del ejército y la marina o el servicio de correo postal. Cada fábrica, tienda o granja, se encuentra en la misma relación con una organización central superior como ocurre entre una oficina de correos con el Gerente General de Correos. Toda la nación constituye un solo ejército con servicio obligatorio; el comandante de este ejército es el jefe del Estado.

El segundo modelo – podemos denominarlo Alemán o sistema Zwangswirtschaft[4] – difiere con el primer modelo en que, en apariencia y nominalmente, mantiene la propiedad privada de los medios de producción, empresarios, e intercambio de mercado.  Los llamados empresarios hacen las compras y ventas, pagan a los trabajadores, contraen pŕestamos y pagan intereses y amortización. Pero ellos ya no son empresarios. En la Alemania Nazi eran llamados jefes de tienda o Betriebsführer. El gobierno dice a estos pseudo empresarios qué y cómo producir, a qué precios y a quién comprar,  a qué precio y a quién vender. El gobierno decreta por cuál salario los obreros deben trabajar, y a quién y bajo qué términos los capitalistas deben confiar sus fondos. El intercambio de  mercado no es más que una farsa. Como todos los precios, salarios y tasas de interés son fijados por las autoridades, hay precios, salarios y tasas de interés en apariencia solamente; de hecho no son más que términos cuantitativos en las órdenes de la autoridad que determina para cada ciudadano su ingreso, consumo y nivel de vida. Las autoridades, no los consumidores, dirigen la producción.  La junta central de gestión de producción es todopoderosa; los ciudadanos no son nada más que siervos civiles. Esto es socialismo con una superficial apariencia de capitalismo. Algunas etiquetas del mercado capitalista se mantienen, pero poseen aquí un significado totalmente diferente del que tienen en una economía de mercado.

Es necesario señalar este hecho a fin de prevenir confusiones entre socialismo e intervencionismo. El sistema de una obstaculizada economía de mercado, o intervencionismo, difiere del socialismo por el simple hecho de que aún continúa siendo una economía de mercado. El gobierno busca influir en el mercado mediante el empleo de poder de coerción, pero no desea eliminar el mercado por completo. Su deseo es que la producción y el consumo se desarrollen por líneas diferentes a aquellas por las que se desenvolverá en una economía de mercado libre, y pretenden lograr sus propósitos interviniendo en el funcionamiento del mercado mediante órdenes, comandos y prohibiciones para cuyo cumplimiento  las fuerzas policiales y su aparato de coerción y compulsión se mantienen listas a intervenir. Pero estas son medidas aisladas; sus autores afirman que no planean combinar estas medidas en un sistema completamente integrado que regule todos los precios, salarios y tasas de interés, que pone el control total de la producción y consumo en manos de las autoridades.

Sin embargo, todos los métodos de intervencionismo están condenados al fracaso. Esto quiere decir: las medidas intervencionistas necesariamente provocará condiciones que, desde el punto de vista de sus defensores, serán menos satisfactorias que en la situación previa que se pretendía alterar. Estas políticas son por tanto contrarias a su propósito.

Los salarios mínimos, cuando son impuestos por decretos gubernamentales o por presión y compulsión de los sindicatos, son inútiles si fijan los salarios a niveles de mercado. Pero si tratan de elevar los salarios por encima del nivel al que el mercado laboral no regulado lo habría determinado, resultará en desempleo permanente para una gran parte de la potencial fuerza de trabajo.

Los gastos realizados por el gobierno no pueden crear trabajos adicionales. Si el gobierno suministra los fondos necesarios vía impuestos a los ciudadanos o a través de préstamos de estos, está eliminando con una mano tantos empleos como crea con la otra. Si el gasto del gobierno es financiado mediante préstamos de bancos comerciales, esto conlleva una expansión del crédito e inflación.  Si en el curso de la inflación el aumento de los productos es mayor que la tasa de aumento nominal de salarios, el desempleo disminuirá. Pero lo que provoca la contracción del desempleo es precisamente que los salarios reales están disminuyendo.

La tendencia inherente en la evolución del capitalismo es la de incrementar los salarios reales de forma constante. Esto es el efecto de la progresiva acumulación de capital por medio del cual la tecnología de los medios de producción es mejorada. No existe otra forma mediante la cual alcanzar los altos salarios que todos aquellos entusiastas desean ganar más que a través del incremento de la cuota de capital per cápita  invertido. En cuanto la acumulación de capital adicional se detiene, la tendencia hacia nuevos incrementos en el  salario real se paraliza. Si el consumo de capital es sustituido por un incremento de capital disponible, los salarios reales deberán caer temporalmente hasta que los controles  en los siguientes incrementos de capital sean removidos. Las medidas del gobierno que retarda la acumulación de capital o estimula el consumo de capital – como con impuestos confiscatorios – van por ello en detrimento de los intereses vitales de los trabajadores.

La expansión del crédito puede lograr un boom temporal. Pero esa ficción de prosperidad  finalizará en una depresión general del comercio, una crisis.

Difícilmente se puede afirmar que la historia económica de las últimas décadas ha ido en contra las pesimistas predicciones de los economistas. Nuestra época tiene que enfrentarse a grandes problemas económicos. Pero esta no es una crisis del capitalismo. Es la crisis del intervencionismo, de las políticas designadas para modificar el capitalismo y sustituirlo por un sistema mejor.

Nunca un economista se atrevió a afirmar que del intervencionismo no puede resultar otra otra cosa más que el desastre y el caos. Los defensores del intervencionismo — principalmente los de la Escuela Histórica Prusiana y los Institucionalistas Americanos — no fueron economistas. Todo lo contrario. A fin de promover sus planes negaron tajantemente la existencia de tal cosa como una ley económica. En su opinión los gobiernos son libres de perseguir todos sus objetivos sin verse obstaculizados  por la inexorable regularidad en la  secuencia de los fenómenos económicos. Como el socialista alemán Ferdinand Lassalle, mantienen que el Estado es Dios.

Los intervencionistas no se acercan al estudio de materias económicas con una desinteresada actitud científica. La mayoría de ellos son impulsados por un envidioso resentimiento contra aquellos con ingresos mayores a los suyos.  Este prejuicio hace que les  resulte imposible ver las cosas como realmente son. Para ellos la cuestión principal no es mejorar las condiciones de las masas, sino perjudicar a los empresarios y capitalistas incluso si estas políticas perjudican a la mayoría de las personas.

A los ojos de un intervencionista la mera existencia de beneficios es objetable. Hablan del lucro sin tener en cuenta su corolario, las pérdidas. No comprenden que ganancias y pérdidas son los instrumentos mediante los cuales los consumidores mantienen un estricto control de toda actividad empresarial. Son las ganancias y las pérdidas lo que da la supremacía al consumidor en la dirección de los negocios. Es absurdo comparar producción por beneficio y producción por uso. En un mercado no intervenido una persona solamente puede obtener beneficios suministrando. de la mejor manera y baratos, los productos que los consumidores desean utilizar. Beneficios y pérdidas  retira los factores materiales de producción de las manos de los ineficientes y los pone en manos de los más eficientes. Su función social es la de asignar mayor influencia en los negocios a quien logra mayores éxitos en la producción de los bienes por los que las personas compiten. Los consumidores sufren cuando las leyes de un país evitan que los empresarios más exitosos expandan su esfera de actividades. Lo que hizo a algunas empresas convertirse  en  un “gran negocio” fue precisamente su capacidad de satisfacer mejor las necesidades que demandaban las masas.

Las políticas anticapitalistas sabotean la operación del sistema capitalista de economía de mercado. El fallo del intervencionismo no demuestra la necesidad de adoptar el socialismo. Simplemente expone la futilidad del intervencionismo. Todos los males que los autodenominados “progresistas” interpretan como evidencia del fracaso del capitalismo son el resultado de su supuestamente beneficiosa interferencia en el mercado. Solo el ignorante, identificando erróneamente intervencionismo con capitalismo, cree que el remedio para estos males es el socialismo.


Traducido del inglés por José Manuel García. El articulo original se encuentra aquí.

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