Es hora de acabar con la guerra perpetua

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[Discurso realizado en febrero de 1998, cuando EEUU se preparaba para iniciar otra campaña de bombardeos contra Iraq]

¿Está en decadencia el Imperio Mundial de EEUU? A primera vista, puede ser un momento extraño para hacer la pregunta. EEUU se prepara para una guerra abiertamente política, sin ninguna base en una teoría de la guerra justa. Solo puede acabar con un mayor sufrimiento masivo para el pueblo iraquí y una mayor disminución de la libertad estadounidense. Y aun así puede seguir adelante, con dólares estadounidenses procedentes de impuestos tragados por una horrible maquinaria bélica en una aventura imperialista.

Ahora mismo, ningún país en el mundo es suficientemente poderoso como para desafiar la hegemonía y poder militar de EEUU. La opinión pública no parece ser de mucha ayuda. Tres de cada cuatro estadounidenses dicen que apoyarían bombardeos y tropas sobre el terreno si lo ordena la administración Clinton. En un momento en el que el respecto público por el gobierno en asuntos interiores está en mínimos históricos, el aparato de política exterior del imperio parece haber escapado a un serio escrutinio público.

Todo esto es verdad a un nivel. Pero bajo la superficie, vemos una realidad diferente. Los cimientos del imperio han empezado a resquebrajarse. Las acciones militares de EEUU desde el fin de la Guerra Fría nos han repuesto las existencias de buena voluntad pública hacia el estado de guerra. Por el contrario, han hundido el capital creado durante los anteriores cuarenta años, cuando los estadounidenses estaban convencidos de que el estado de guerra era todo lo que les separaba de la aniquilación nuclear por potencias extranjeras. El entusiasmo público por el imperio, aunque siga siendo demasiado alto, se ha desvanecido en comparación con hace 20 años e incluso desde la primera guerra contra Iraq.

Prácticamente todos los países del mundo han anunciado su animadversión contra el intento de EEUU de dirigir el mundo. En particular, la postura de EEUU en Iraq está en una minoría extrema. EEUU no disfruta de un consenso en la ONU; la opinión mundial sobre la hegemonía global de EEUU va de la tolerancia comprada a la oposición extrema. Los grupos pro-paz y anti-EEUU están ahora activos en todos los países en los que existen bases de EEUU.

Importantes miembros de entre los expertos ya han desertado, especialmente de esta más reciente compaña contra Iraq. El propio ejército está confuso, deteriorado por una combinación de acción afirmativa, feminización y dependencia del bienestar. Y a la presidencia de EEUU, que tradicionalmente ha dado dirección y sentido al imperio, ahora le falta la legitimidad moral para liderar las tropas, y mucho menos para sostener un Nuevo Orden Mundial viable. Elementos importantes del propio establishment  se han alejado del consenso de “globocop”. Como consecuencia de estos acontecimientos, el imperio de EEUU se tambalea más que nunca desde la Segunda Guerra Mundial.

Indudablemente todos estos acontecimientos cuentan como favorables para la libertad estadounidense, porque en el análisis final, no puede haber imperio y libertad reconciliados. Uno u otra debe irse. O el gobierno de EEUU puede invadir Iraq a capricho o nuestros hogares y negocios estarán libres de invasión por agentes del estado. O el gobierno tiene bases en cien países o nuestras comunidades no estarán permanentemente ocupadas por agentes y jueces trabajando para el Leviatán.

Los fundadores trataron de mantener a EEUU fuera de guerras extranjeras. Entendían que un gobierno que va en busca de monstruos a destruir acabará destruyendo a su propio pueblo. El aparato de política exterior de hoy en día inflige un coste terrible al mundo. Pero el mayor coste de todos (o al menos el que más debería importarnos) es el coste para la libertad que es nuestro derecho por nacimiento. Aunque el imperio estadounidense no desaparecerá sin lucha y el final podría estar a muchos años en el futuro, su desplome nos proporciona una gran oportunidad para realizar el duro trabajo de restaurar la libertad aquí mismo, en casa.

Por supuesto, escuchar decirlo al portavoz del imperio, que todo respecto del proyecto global está en perfecto funcionamiento, es una frase que los medios repiten encantados. Pero mentir está en la naturaleza del estado. Mienta sobre por qué nos fija impuestos. Miente sobre quién está llevando el dinero. Miente cobre sus motivos para regularnos. Miente sobre la legitimidad de su poder. Pero ningún estado miente tanto como un imperio llevando a cabo su política exterior.

Así que examinemos la disposición estructural en la que se está produciendo actualmente la política exterior de EEUU de guerra y militarismo, empezando con la disposición política nacional. El presidente Clinton, el hombre que niega haber tenido relaciones sexuales con Monica Lewinsky, ha tratdo de convencer al público estadounidense de que Saddam representa una amenaza directa para nuestro país. Pero por ahora, por mucho que la gente prefiera a Clinton a sus probables sucesores Gore y Gingrich, tiene un grave problema de credibilidad.

Uno se pregunta si algún presidente podría hacer un alegato moralmente creíble para invadir ahora Iraq. Recordemos 1990, cuando George Bush tuvo que defender un alegato bélico. Tenía varias ventajas enormes que Clinton no tiene. Iraq había invadido Kuwait. Era un hecho. Es verdad que Iraq pudo haber tenido una razón creíble para hacerlo. Los dos países solo están separados debido a líneas arbitrarias dibujadas por los británicos y, además, Kuwait estaba haciendo perforaciones petrolíferas en territorio iraquí. Además, la embajadora de EEUU en Kuwait, April Glaspie (y esto no es discutible) ya había dado la aprobación a nuestro entonces aliado Saddam.

En todo caso, Iraq había invadido Kuwait y una vez Bush decidió que quería mejorar su puesto en las encuestas, esa invasión daba a EEUU un objetivo claro, que era en realidad bastante limitado. Según el mandato de la ONU, era sacar a Iraq de Kuwait y restaurar en el poder a la familia gobernante. Aun así, no bastó para conseguir el apoyo del Congreso o del público estadounidense. Saddam tenía que ser retratado como un malvado dictador (el nuevo Hitler) destrozando las vidas de su propio pueblo.

Luego la administración Bush tuvo que recurrir a una serie de afirmaciones descabelladlas de que Saddam tenía armas nucleares, de que estaba  sacando a bebés de sus incubadoras en Kuwait y de que Iraq también invadiría Arabia Saudita, monopolizaría el petróleo y subiría el precio de la gasolina. Esto a su vez podría generar una profunda recesión. Como es conocido que dijo James Baker, este espléndida pequeña guerra era por “trabajos, trabajos, trabajos”.

Por supuesto, el resultado fue que EEUU mantuvo por la fuerza al petróleo iraquí fuera del mercado, un resultado mucho más restrictivo que cualquier escenario atemorizador ideado por la administración Bush. El gobierno de EEUU ha pasado de advertir al mundo que Iraq puede no vender petróleo a denunciar a Iraq por no querer vender petróleo y evitar por la fuerza que lo haga. El estado de guerra es capaz de sorprendentes niveles de perfidia. Son las sanciones de EEUU, no el intento de Saddam de cartelizar los mercados petrolíferos árabes, las que han mantenido al petróleo iraquí fuera del mercado.

La Primera Guerra del Golfo, dijo George Bush en su momento, era una prueba para el Nuevo Orden Mundial. Con la Guerra Fría terminada y el enemigo económico perdido del comunismo internacional desvanecido, EEUU no desmantelaría su imperio, sino que encontraría nuevos usos para él. Las élites de la política exterior de EEUU anunciaron que eran la única nación indispensable del mundo, la única fuerza que había entre el orden y el caos internacional. Los contribuyentes serían saqueados hasta el fin de los tiempos a favor de este orden.

EEUU continuó la guerra de Iraq por otros medios. De esa forma podíamos tener un enemigo (un hombre en quien se pudiera confiar para denunciar a EEUU en tono apasionado) cada vez que el presidente en el poder resultara necesitarlo. Para alcanzar este fin, EEUU decidió que sería mejor cometer un genocidio, matar de hambre al pueblo de Iraq y animarles a morir también por enfermedades (por eso los bombarderos de EEUU apuntaban a las plantas de tratamiento de aguas, para envenenar el suministro de agua). Esto ha ocasionado 1,4 millones de muertes, la mayoría de ellos niños y viejos sin accesos a alimentos ni medicinas. Pero la élite en el poder obtuvo lo que quiso: un enemigo permanente en un mundo en el que las amenazas a los intereses de EEUU parecen cada vez más remotas.

Cuando se compara con la Primera Guerra del Golfo, la Segunda Guerra del Golfo no tiene un objetivo claramente definido. No va a proporcionar un mayor acceso a las instalaciones a los inspectores de la ONU. No va a hacer a Saddam menos beligerante. No va a hacerle menos popular entre su propio pueblo y por tanto socavar su gobierno. Todo lo contrario: Saddam recibirá el apoyo de su pueblo por resistir al malvado imperio.

En la justificación oficial para esta guerra, Iraq está rabiosa con EEUU porque no quiere estadounidenses en el equipo de inspección de la ONU buscando armas químicas y biológicas. Iraq dice que podrían ser espías, una acusación que se supone que prueba el maniaco paranoico que es Saddam. Escuchando sus voces de chalado, podrías pensar que EEUU se la tiene jurada.

Pero como ha apuntado Jeffrey Smith en el Washington Post, si los planificadores militares de EEUU sí atacan Iraq, recurrirán a datos acerca de las capacidades y objetivos iraquíes recogidos por los equipos de inspección de la ONU. ¿Son espías los inspectores de EEUU? Nadie lo duda.

Hasta ahora, la única excusa creíble que puede dar EEUU para atacar Iraq es la de su supuesta guerra química y biológica. Pero incluso si usó estas armas contra los kurdos y amenaza con su uso contra Israel, ¿son una amenaza directa para los estadounidenses? Por supuesto que no. Si un habitante de Texas o Maryland te dijera que ha comprado una máscara de gas para protegerse de las armas de destrucción masiva de Saddam, probablemente pienses que está loco.

Pero supongamos que Saddam si tuviera la tecnología militar para lanzar armas químicas contra EEUU. ¿Qué mejor manera de provocar ese ataque que un embargo económico de 7 años que ha reducido a la una vez próspera clase media de Iraq al estatus de cazadores y recolectores? Hay una forma mejor: hacer que la Secretaria de Estado diga en la televisión nacional que considera a la muerte de 1,4 millones de civiles en Iraq como una “precio aceptable a pagar”. Eso es precisamente lo que dijo en navidades Madeleine Albright.

Hace falta un gobierno extranjero bastante canalla para ser una mayor amenaza para el pueblo que su propio gobierno. Aun así tenemos que preguntarnos: ¿cuál es la mayor amenaza para la vida del pueblo iraquí? ¿Saddam? ¿O las bombas y embargos de EEUU? En todos los casos son los últimos y esto es una desgracia nacional.

Otra diferencia entre entonces y ahora es la proximidad de la Guerra Fría, que había aculturado a la gente en la idea del imperio. La guerra de Bush llegó solo 20 meses después del desplome del socialismo en Europa Oriental y antes de que el sentimiento del llamado aislacionismo empezara a subir a la superficie de la opinión pública.

Pero la Guerra fría acabó hace una década. La gente que está ahora en el instituto no recuerda nada de ella ni por tanto de un tiempo en el que el imperio militar de EEUU se presentaba con éxito a sí mismo como una fuerza mesiánica para bien del mundo.

Y pensad esto. En toda guerra pasada, EEUU consiguió siempre mostrar a sus enemigos como agresores, aunque hubiera que falsificar la acusación. El Maine, el Lusitania, Pearl Harbor, el Golfo de Tonkin, el cabaret de Berlín, la invasión de Kuwait, en todos ellos, EEUU siempre ha conseguido retratarse como vengador de una agresión extranjera, que en definitiva solo quiere paz y justicia.

Pero no esta vez. Como decía el New York Times, es una guerra abiertamente política y no defensiva. La administración Clinton está tratando de utilizar la maquinaria bélica de EEUU para castigar a un gobierno encabezado por un hombre que no le gusta a la Casa Blanca. Ha llegado a intervenir para escabullir esfuerzos diplomáticos por la paz. Nunca antes las intenciones agresivas de la política exterior de EEUU han sido tan abiertas.

A falta de conseguir un enfado contra la justicia, ha sido considerablemente más difícil para la administración Clinton estimular el entusiasmo público por esta guerra. Por supuesto, las encuestas de opinión pública muestran una aprobación pública a una guerra para echar a Saddam del poder. Pero como también ha advertido el New York Times, las encuestas políticas cada vez revelan más las respuestas que la gente piensa que ha de dar. No está claro lo bien que miden las opiniones reales de la gente. Esto es especialmente cierto en tiempos en que la política ya no es una preocupación pública.

Leyendo las encuestas con esto en mente (que es probable que midan más lo que la gente piensa que piensa la gente que lo que realmente piensa) se obtienen algunos resultados interesantes. Por ejemplo, el apoyo a una solución militar contra Iraq ha caído 9 puntos desde noviembre, cuando las élites políticas empezaron a reclamar la cabeza de Saddam en una bandeja. Una campaña de relaciones públicas de dos meses para echar a Saddam no solo no ha conseguido aumentar el fervor bélico, sino que en realidad ha tenido el efecto contrario, al menos por un tiempo.

Eso refleja algo más profundo que el que la gente piense que bombardear no es una buena idea. Revela que está tomando forma un cambio esencial en el clima de opinión, un cambio que es probable que tenga efectos de largo alcance en la capacidad del imperio de EEUU para funcionar confiando en el futuro.

Dirigir un imperio basado en la guerra requiere más, mucho más, que la aprobación tácita del público contribuyente. Requiere que esté enardecido y alabe tanto el objetivo como los métodos de la guerra. Cuando el público está enardecido, el estado tiene cierto capital de opinión pública a gastar cuando empiezan a llegar bajas y facturas. Par esto son realmente los desfiles militares, los tambores de guerra y las exhibiciones simbólicas de patriotismo que requiere el proyecto totalitario moderno.

En la película “La cortina de humo”, la principal responsabilidad del equipo que fabrica una guerra con Albania incita a la opinión pública en la dirección correcta. Para sus fines (que son crear una distracción pública para los pecadillos sexuales del presidente), un interés pasivo no basta. Así que el equipo contratado encarga dos canciones populares (una rock y otra folk), inventa falsos héroes para que los ame el público y enciende la mecha de ciertos rituales sacrificales populares. Todo esto trata de desviar al público de pensar demasiado atentamente sobre las mentiras y la falsa moralidad de la propia guerra.

Hace falta lo mismo si hablamos de una guerra creada en Hollywood, como en la película, que en una guerra real que afecta a personas reales en la  otra punta del planeta. En ambos casos, el entusiasmo del público y las demandas de sangre extranjera son necesarios para el proyecto bélico. Pero en los tiempos posteriores a la Guerra Fría, el redoble de tambores no siempre consigue hacer bailar a la gente. En la Segunda Guerra del Golfo, el largo redoble para la guerra no ha conseguido siquiera interesar a la gente de una manera intensa.

Como escribe Meg Greenfield en su columna en Newsweek: “No puedo recordar unas vísperas de una guerra (o lo que sea que vayamos a tener en Iraq) tan fuertes como en este caso. Parece tener toda la urgencia para la gente de un seminario semanal de relaciones internacionales. (…) No ha habido circunscripciones, ni bandos, no posturas defendidas acaloradamente. Por el contrario, solo ha habido declaraciones inconexas, artículos sueltos y especulaciones y reflexiones. La polémica, en la medida en que haya una, no va en ninguna dirección, no adopta ninguna forma, no ordena ningún silencio, ni la nefasta atención del tipo que da la gente cuando cree estar en presencia de una tarea nacional grande, arriesgada y con consecuencias”.

Los partidos políticos han estado sorprendentemente callados sobre el tema de Iraq. Los demócratas hacen declaraciones superficiales en defensa de la postura de la Casa Blanca. Y los republicanos están divididos, reclamando por un lado tener cuidado y por el otro reclamando el inmediato asesinato de Saddam Hussein. Pero advertid que las resoluciones, a favor o en contra de cualquier aspecto de este guerra en Iraq, no se votaron sin que el Congreso descansara antes en la semana de San Valentín. Decidieron que era políticamente más seguro hacer el amor que la guerra.

Esto ha proporcionado una oportunidad maravillosa para que las fuerzas opuestas a la guerra ocupemos el vacío y hagamos que se oigan nuestras voces. Una noticia destacada de Associated Press se ocupaba la pasada semana de los heroicos esfuerzos de Ron Paul para impedir que Clinton usara la fuerza en el Golfo en ausencia de una declaración de guerra del Congreso. Presentaba legislación urgente a este efecto.

El Dr. Paul, ya lo veis, está tan pasado de moda como para creer en la Constitución. Es la acción de un estadista real, un hombre valiente dispuesto a resistir las apropiaciones del poder presidencial y decir: absolutamente, no. Así no es como se lleva a cabo una guerra en una sociedad civilizada. Ron ha atraído más atención y apoyo en este tema que en cualquier otro que haya atendido desde que volvió a la vida política hace dos años.

Comparadle con Gingrich, el hombre cuya responsabilidad constitucional es controlar el poder de la Casa Blanca. Pero en el caso de Iraq ha dado a Clinton, su supuesta bestia negra, un completo respaldo para todo lo que quiera hacer su administración. Hablando en nombre de todo el Partido Republicano, Gingrich ha amenazado con represalias políticas solo si Clinton no va los suficientemente lejos. Incluso ha dicho que no prestaría demasiada atención al caso Lewinsky porque eso sería, en este momento, antipatriótico.

Fuera de Estados Unidos resulta que hay bastantes Ron Pauls, estadistas dispuestos a resistir la hegemonía global de EEUU. De hecho, el aspecto más destacable de estas vísperas de guerra ha sido el completo aislamiento de EEUU. Después de años de propaganda de las glorias de la comunidad internacional, acerca de la ONU y nuestros aliados por aquí y por allá, EEUU ahora solo puede contar con seguridad con Gran Bretaña e Israel como cómplices.

No está claro cómo puede ser buena esta acción para Gran Bretaña (que tiene un fuerte interés en mantener la paz en sus lares) o Israel. Esta semana, en Belén, unos 900 alumnos de instituto y universidad desafiaron una prohibición del gobierno y se manifestaron en apoyo de Iraq. “Oh, Saddam, nuestro querido, ataca Tel Aviv. Oh, Saddam, nuestro querido, atácalo con productos químicos”, cantaban, según las noticias de la prensa. Los estudiantes también quemaron banderas de EEUU e Israel, gritando “Muerte a Estados Unidos, muerte a Israel”. Como podéis ver, el proceso de paz va estupendamente.

Pasaron semanas después de que los gobiernos británico y de EEUU anunciaran que guerra planeada contra Iraq para que se consolidara la coalición internacional que respaldara la idea. Primero apareció un aliado fiable y valiente: Canadá. Luego Australia, un país con mucho en juego en el resultado. Finalmente, lo más impresionante, la gran nación de Omán se unió a nuestra coalición. Fue probablemente la primera vez en su historia en que se dijo la palabra “Omán” en la radio nacional.

En la Primera Guerra del Golfo, utilizando la combinación usual de amenazas y sobornos, EEUU fue capaz de aunar una hoja de parra multilateral para esta pequeña guerra. Significativamente, la coalición incluía estados árabes. Pero para la guerra actual, ha habido pocas aventuras de política exterior de EEUU que hayan unido tan completamente al mundo árabe contra nosotros. Ni siquiera los miles de millones con que ha untado EEUU a supuestos aliados han resultado esta vez. Eso indica lo completamente injustificable en que se ha convertido la política exterior de EEUU: no solo es injustificable, sino profundamente desagradable en todo el mundo y evidentemente inmoral para cualquiera que siga preocupándose por la justicia.

Japón ha respaldado oficialmente la intervención militar de EEUU, pero con un sorprendente grado de reticencia. El apoyo entre el pueblo de Japón va de poco a inexistente, un hecho del cual el partido gobernante debe tomar nota. Las organizaciones dentro de Japón dedicadas a echar al ejército de EEUU están creciendo constantemente, especialmente donde están situadas las bases de EEUU.

Esos grupos están publicando anuncios en periódicos estadounidenses para atacar el imperialismo de EEUU. Mencionan el aumento del delito y los accidentes de tráfico donde están situadas las bases, el ruido y peligro asociados con los sobrevuelos de EEUU, la subvención de la prostitución y la degradación cultural que conlleva la presencia militar. Los estadounidenses que viven cerca de bases militares en nuestro territorio pueden contarlo.

Este mismo día, hay manifestaciones en Tokio para protestar por los ataques de EEUU a Iraq. Ha habido manifestaciones delante de la base militar de Yokosuka todos los días desde el3 de febrero. En 6 de febrero, 56 organizaciones pacifistas japonesas presentaron una protesta en la embajada estadounidense. En Hiroshima, circulan peticiones en centros comerciales para protestar todos los días, que luego se envían a diario por fax a la Casa Blanca. Estas peticiones no solo piden que EEUU abandone Iraq, sino asimismo Japón.

La siguiente carta fue enviada por la Red Japonesa para el Desarme, la principal organización antimilitarista japonesa, a la Casa Blanca:

A Bill Clinton:

La diferencia entre hoy y la Guerra del Golfo de hace siete años es que la crisis actual se ha escenificado unilateralmente por su parte y el ejército de EEUU que usted comanda, no por una invasión o violación del derecho internacional por parte de Saddam Hussein.

Al día de hoy, antes de los ataques inminentes contra Iraq anunciados por usted, debe quedar claro que no entrará ningún apoyo o aprobación alguna entre el pueblo japonés para esas aventuras militaristas y matanzas masivas. (…)

Los ataques militares no solo ocasionan la pérdida de vidas, sino que son nada menos que la peor forma de terrorismo internacional que impide a los iraquíes ejercitar su derecho a reformar por sí mismos la sociedad iraquí. (…)

Somos conscientes de que EEUU cree en las armas de asesinato y destrucción masivas. ¿No ha dado EEUU la espalda a la sentencia del Tribunal Internacional de Justicia de que el uso de armas nucleares va contra el derecho internacional, manteniendo, aún hoy, en sus arsenales, más de 15.000cabezas nucleares?

¿Qué “dictadura” ha violado el espíritu del Tratado Internacional de Prohibición de Pruebas, una y otra vez, con las llamadas pruebas nucleares sub-críticas? ¿Qué país continúa armando destructores y aviones y tanques con armas radiológicas, incluso después de haber matado numerosos niños iraquíes y dañado a sus propios soldados con armas de uranio empobrecido? ¿Qué país se opone a la prohibición (…) de dichas armas?¿No fue usted, presidente Clinton, el que ordenó no firmar el tratado que prohibía las minas antipersonas? (…)

No podemos reprimir nuestro asombro y enfado respecto del hecho de que EEUU esté tratando de usar al pueblo de Iraq como cobaya para probar nueva armas evolucionadas. (…) Nos oponemos con vigor al uso de bases de EEUU en Japón para esas aventuras militares inhumanas. (…)

Sabemos que la nueva base que están a punto de construir en Nago, Okinawa (…) pretende servir a la proyección del poder nacional y a una política de intervención militar. Junto con la gente de Okinawa, diremos una y otra vez que la eliminación de estas bases, no su reubicación, es la solución.

La carta acaba con la exhortación: “¡NO MATAR!”

Así que no hay razón para tomar muy en serio el respaldo de Japón al plan de guerra de EEUU. Demuestra el grado en que el partido gobernante es totalmente propiedad de EEUU e indudablemente la falta de entusiasmo por la guerra. Se están produciendo manifestaciones contra las bases militares de EEUU en Alemania, Italia (donde pilotos de los marines acaban de matar a 20 personas en las pistas de esquí del norte de Italia), Francia, España, Escandinavia y también en EEUU. Ni siquiera en lo más crudo de la Guerra Fría EEUU ha afrontado una oposición internacional tan intensa.

Los líderes de Rusia ha sido especialmente reticentes a las demandas de EEUU de un poder total global. Durante un día o dos, los militaristas de EEUU trataron de retratar a Boris Yeltsin como un loco y a Yevgeny Primakov como un nuevo Hitler. Pero había un problema: sus argumentos contra la guerra de Iraq tenían una cantidad inusual de sentido, así que la única solución era ignorar los gritos de protesta que provenían de nuestro intermitente aliado en un siglo de guerras. Respecto de que Primakov sea el nuevo Hitler, aparecía un problema adicional: resulta que es judío. Pero este hecho no impidió al Wall Street Journal describirle como arabista, un término misterioso, residuo de los años de la Guerra Fría, que significa crítico con la política de EEUU en Oriente Medio.

¿Por qué importa que EEUU esté cada vez más aislado a la hora de dirigir una campaña imperial global? Como han destacado de la Boettie, Hume, Mises, Rothbard y muchos otros, todo gobierno debe basarse en definitiva en el consentimiento de los gobernados por una clara razón; el gobierno representa una diminuta minoría de la población y los gobernados representan a la gran mayoría. Cuando desaparece en consentimiento, el gobierno debe derrumbarse necesariamente. Emite órdenes y nadie obedece.

En nuestras vidas, hemos sido testigos de muchos ejemplos de esto y, si sois como yo, sentís una gran alegría, cada vez que se derrumba un gobierno en cualquier sitio. Es un recordatorio de que no importa los impenetrable y ominoso que pueda parecer un gobierno, en último término es una institución frágil que debe cuidar constantemente su imagen pública para apuntalar su confianza y legitimidad.

Resulta que esta idea de Hume-Mises también es aplicable a escala internacional. EEUU hace tiempo que sueña con establecer un gobierno mundial. Con el colapso de la Unión Soviética, la perspectiva parece estar al alcance de la mano. El sueño de un estado socialdemócrata, redistribucionista, regulatorio, de bienestar y guerra, dirigido por lo que Clinton llama la nación imprescindible, parecía cerca de convertirse en una realidad.

¿Cuál es el papel de la ONU en esta empresa? Operar como una cobertura democrática para el control de EEUU. Igual que el gobierno nacional, el gobierno mundial también necesita consenso para sobrevivir y prosperar. Sin ese consenso, EEUU puede encontrarse emitiendo órdenes, como Ceaucescu en su palacio, pero sin que nadie obedezca. Con a creciente resistencia global a la aventura iraquí, somos testigos de algo así como una eliminación de consentimiento que amenaza la misma existencia del estado mundial.

Un gobierno global dirigido por EEUU en la forma propuesta por Clinton es un proyecto frágil, aún más que el del imperio británico del siglo XX. Gran Bretaña usaba frecuentemente tropas nativas, normalmente de minorías raciales y étnicas, para dirigir sus colonias. Estaban bien formadas y dirigidas por oficiales británicos. Pero las tropas tenían al menos alguna relación con las culturas que estaban gobernando. Los conflictos los resolvían tropas locales y decidían batallar buscando no socavar el apoyo político al régimen británico.

El imperio estadounidense de nuestro tiempo consiste completamente en tropas de EEUU, periódicamente retocadas con una pizca de participantes de gobiernos que EEUU mantiene en nómina. Un imperio así es tan inviable a largo plazo como el propio socialismo. Apenas sorprende que esté creciendo la resistencia y es una resistencia que EEUU no ha previsto ni tiene forma de afrontar en el plano civil.

Los más impresionante es que esta resistencia no es solo política, también es moral. Y aquí debemos alabar como se merece al papa Juan Pablo II, e indirectamente a los obispos de EEUU por protestar contra esta guerra a cada paso. El papa fue un importante crítico de la última Guerra del Golfo y a pesar de los intentos neoconservadores de silenciarlo en este país, ayudó a preparar a cristianos en todo el mundo a decir no al Nuevo Orden Mundial dirigido por EEUU.

Inmediatamente después de dejar Cuba, donde su visita ha desatado oposición al control comunista y otro embargo de EEUU, empezó a trabajar para llegar a una resolución pacífica del conflicto iraquí. El papa ha reclamado que EEUU “renuncie” a opciones militares y consiguió convencer a Kofi Annan para que visitara Iraq, frustrando así los ataques un poco más de tiempo.

Algunos comentaristas de EEUU dicen que los intereses del papa en todo esto son meramente parroquiales. Sabe que los cristianos son tratados bien en Iraq, al menos en comparación con todas las demás naciones árabes. Le preocupa su destino con sanciones continuas y ataques militares. Al describir como parroquiales estas preocupaciones, la intención es descartarlas, como diciendo que las preocupaciones políticas de EEUU son mucho más importantes que las vidas de cualquier cristiano extranjero.

De hecho las preocupaciones del papa reflejan una preocupación católica antigua de que la guerra se lleve a cabo de acuerdo con la doctrina agustiniano-tomista de la guerra justa. La guerra debe ser defensiva. Nunca debe atacar a civiles. Sus medios deben ser proporcionados a la amenaza. Debe ser un último recurso. La paz debe establecerse y mantenerse tan pronto como acabe el combate. La venganza contra un enemigo derrotado está fuera de lugar. La campaña de EEUU en Iraq debe considerarse como profundamente injusta de acuerdo con cualquiera de estos principios.

Los obispos de EEUU han ejercitado un coraje poco habitual al oponerse a esta guerra y todos los siete cardenales en activo han firmado una carta diciendo que la fuerza militar sería “difícil, si no imposible de justifica” moralmente. Luego piden concretamente “ampliar la participación de otros gobiernos, especialmente estados árabes, en el esfuerzo concertado para conseguir que Iraq cumpla en estos asuntos”.

La lista de los disidentes en esta guerra contiene algunos interesantes nuevos reclutas. Tony Snow, el columnista neoconservador, ha expresado un profundo escepticismo acerca de la guerra. Robert Novak ha sido tan sensato como Joe Sobran y Ron Paul. Me agrada ver que Pat Buchanan, que parece haberse vuelto suave con el imperio desde que aplica mano dura a comerciantes supuestamente injustos, se ha opuesto resueltamente a la guerra de Clinton en Iraq.

Jude Wanniski lideró la condena del embargo y ha escrito un memorando tras otro atacando la política de EEUU en Iraq. También tengo el placer de anunciar que William F. Buckley ha criticado la idea de bombardear Iraq e incluso sugirió relajar el embargo. Ha mantenido alguna conciencia, a pesar de todo.

Para probar que nadie está exento de redención, Jack Kemp ha dicho de esta guerra: “No quiero bombas. Y creo que el debate ahora mismo está entre los bombarderos y los que quieren bombardear aún más. Yo esperaría a que agotáramos todos los esfuerzos diplomáticos. Así que adelanto esa idea con la esperanza de que podamos salir de este callejón sin salida sin poner tropas estadounidenses, hombre y mujeres, en territorio iraquí”.

Bien por Kemp. Puede ser un conservador del gran gobierno. Hizo pensar que el gobierno puede hacer maravillas mediante programas de urbanización con grandes gastos. Pero al menos tiene cierto escepticismo acerca de la capacidad de Madeline Albright o cualquier otro para dirigir al mundo a través de campañas de bombardeo. Si me veo obligado a elegir ante un cursi programa social como zonas empresariales y un imperio global militar asesino a mi costa, elegiré siempre las zonas empresariales. Entretanto, Steve Forbes ha reclamado el asesinato de Saddam y una guerra aérea masiva. Creo que todos necesitamos esperar en lo que se refiere a a quién apoyar en las próximas elecciones.

Tom Clancy, el belicoso novelista, también ha cambiado de idea, preguntando en el New York Times: “¿Quién nos ha dicho que está bien matar a mujeres y niños? (…) ¿Quién nos ha preparado a nosotros y al mundo para las consecuencias intolerables incluso de un ataque con éxito? ¿Qué estaríamos tratando de lograr en realidad? ¿Qué es un éxito? ¿Cómo de probables el fracaso y cuáles serían las consecuencias? ¿Se ha respondido a alguna de estas preguntas, al menos los bastante como para tomar vidas humanas? Si es así, no me he dado cuenta”.

Debemos asimismo alabar a la John Birch Society y su revista New American, por su vehemencia en editorializar contra esta sangrienta operación. Apuntan que Saddam es justamente el tipo de enemigo extranjero que le gusta tener a un imperio en marcha para justificar su poder. Qué estupendo contraste con los treintañeros sedientos de sangre del Weekly Standard, que igualan la matanza de inocentes con la grandeza nacional.

De hecho, fuera de los partidarios de Kristol, debo decir que ha habido pocos comentaristas de la derecha gritando de alegría por la guerra. Es un gran paso. Pero aun así, ha habido demasiado silencio. National Review no dice nada. El Instituto Cato no ha dicho nada. La Heritage pidió la cabeza de Saddam en noviembre, y desde entonces no ha dicho nada. Tampoco Robert Tyrrell.

Es triste decir que el asunto Monica Lewinski, al haber convencido a Clinton para embarcarse en una guerra que han querido muchos en su administración, también ha proporcionado una buena distracción para mucha gente en la derecha sobre el derecho a no hablar acerca de lo que es en definitiva un asunto mucho más importante. Imputar a Clintos, sí, ¿pero por qué? ¿Por tener un devaneo sexual y mentir sobre él, igual que la mayoría de los demás hombres poderosos en Washington o por llevar a cabo una campaña militar inconstitucional contra un país hambriento y arriesgarse, como dice Yeltsin, a una nueva guerra mundial?

Hay muchos oficiales y soldados en el ejército a los que les gustaría ver a Clinton imputado por cualquier motivo. El acoso sexual es el tema más importante hoy en el ejército. Cualquier oficial que haya tratado de hacer con su personal lo que Clinton ha hecho con el suyo estaría colgado. Los oficiales lo saben; es una amenaza constante. Los juicios que han llevado a gente de alta graduación a tribunales militares han traumatizado a toda una generación que pensaba que licencias militares y sexuales eran una combinación natural.

¿Y ahora Clinton, que se da un capricho con cualquier joven que se cruce en su camino, se atreve a considerar el envío de tropas a una guerra sobre el terreno en Iraq? ¿Se atreve a decirles qué hacer? Como puede atestiguar cualquiera en el ejército, lo peor para la moral es la percepción de que los que toman las decisiones están exentos de los rigores que rigen para los que reciben órdenes. Tampoco debemos olvidar que Clinton está muy resentido por haber evitado el reclutamiento.

Entretanto, el propio ejército sea visto seriamente incapacitado como fuerza de batalla desde que los progresistas empezaron a usarlo como campos de pruebas para una reconstrucción social, sexual y racial. La moral está tan baja como ha estado siempre desde la Segunda Guerra Mundial. Dentro de las últimas 6 semanas, informa Associated Press, 1.200, el 20% de los pilotos de combate de la Fuerza Aérea de EEUU han decidido abandonar el servicio. AP citaba a un teniente coronel, que, después de 23 años de servicio, ha rechazado la promoción a coronel y rechazado mandar un escuadrón: “Me han enviado al desierto ya dos veces este año. Ya basta”. Va a abandonar la Fuerza Aérea para trabajar en United Airlines.

Si esta tasa de desgaste personales igual para todos los servicios y para las tripulaciones igual que para los pilotos, el 50% de toda la aviación de combate de EEUU estará en tierra en 6 meses por falta de tripulación para hacerla volar. En otra noticia, un veterano alistado en el ejército de EEUU, con una hoja de servicios en 3 guerras decía: “No lucharía por este país ahora mismo, salvo que los enemigos estuvieran cruzando la playa”.

Una dificultad adicional es la interesante división en el propio establishment de EEUU. Bill Clinton, se ha señalado bastante a menudo, no es el favorito de la sociedad de Georgetown y es un visitante poco frecuente del Consejo de Relaciones Exteriores. Su grupo de interés no es el CRE, sino un grupo más joven e insensato de planificadores sociales, “babyboomers” que ven al gobierno como su campo de juegos y socialdemócratas globales a los que no les preocupan conceptos como el largo plazo. No son los cautelosos diplomáticos y hombres sabios antiguos, construyendo el orden mundial de acuerdo con un plan. Sin ideólogos que comprenden poco que el poder tiene sus límites.

En el número de hoy de Foreign Affairs, la revista del CRE, es mucho más probable que veamos advertencias sobre las dificultades de una supervisión democrática global y un poder imperial de EEUU que en el pasado. Richard Betts, en su artículo “Weapons of Mass Destruction”, advierte que “la hegemonía militar y cultural de EEUU (las amenazas básicas para los radicales que buscan desafiar el estatus quo) está directamente ligada a la imputación de responsabilidad estadounidense para mantener el orden mundial. Jugar a ser globocop alimenta el ansia de respuesta de los grupos agraviados”. Betts advierte de que la hegemonía de EEUU en realidad se arriesga a alimentar un aumento en el terrorismo interior y sugiere que EEUU necesita “andar con más cuidado, especialmente en Oriente Medio”.

Thomas Friedman, escribiendo en el New York Times, advierte de otro coste potencial del intervencionismo sin restricciones en Oriente Medio. Apunta que si es la proliferación nuclear lo que nos preocupa, seguimos teniendo un problema con Rusia. ¿Por qué querríamos continuar irritando a un país que tiene miles de armas nucleares flotando alrededor, sin gestión ni atención? ¿Es la guerra nuclear un riesgo aceptable a tomar para simplemente expandir esa parte del imperio llamada OTAN? Arabista o no, Rusia está profundamente recelosa porque EEUU quiera dictar los términos de qué país puede comerciar con países como Irán e Iraq.

El problema para el futuro de la libertad estadounidense es que el tipo de terrorismo doméstico del que se advierte también da una cómoda excusa para más medidas represoras sobre los disidentes políticos y la libertad individual en el interior. Finalmente, dejadme decir unas pocas palabras acerca de la posibilidad de que toda esta guerra de Iraq busque desviar la atención del tema Monica Lewinski. La respuesta es exactamente como la describe la prensa extranjera: por supuesto que busca distraer. Pero eso no es lo mismo que decir que Lewinski es la única razón por la que EEUU está dispuesto a bombardear.

En el Pentágono y el Departamento de Estado, hay gente que desde hace mucho creen que sin una gran guerra de proporciones maniqueas, el imperio de EEUU se marchitará y morirá. Fue el asunto Lewinski el que convenció a Clinton para prestarles más atención. Si sus encuestas de aceptación no fueran tan altas como son, podríamos haber empezado a bombardear hace un mes.

Nadie sabe si a corto plazo triunfarán los pacifistas o los belicistas. Pero por muy bacheada que haya sido esta carretera a la guerra, es más probable que dañe al imperio que que lo fortalezca. Por el bien de la libertad estadounidense, debemos hacer todo lo que podamos para detener esta guerra, para oponernos ahora a ella e incluso cuando las bombas empiecen a caer y las tropas lleguen a las arenas iraquíes. No es para nosotros esa idea de que no debe haber críticas al presidente una vez empiezan los disparos. No hay momento más importante para la denuncia de la guerra que en medio de esta.

El imperio es contrario al espíritu estadounidense. El pueblo estadounidense ha hecho excepciones en este siglo: la amenaza de Hitler y la amenaza comunista. Pero no hay amenaza en el escenario mundial para nuestras familias y propiedades más grande que la planteada por el propio gobierno de EEUU.

Para responder a la amenaza real, será necesario mostrar las falsas y poner obstáculos en el camino de las ambiciones globales del imperio. Toda voz que se alce oponiéndose contribuye a un mundo más pacífico en el futuro, contribuye a abatir el imperio y, por tanto, contribuye a restaurar la libertad de la opresión del gobierno que es nuestra herencia.


Publicado el 26 de diciembre de 1998. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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