El papel de las ideas

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[Extraído de La acción humana]

1.    Razón humana

La razón es la característica particular y propia del hombre. No hay necesidad para la praxeología de plantear la pregunta de si la razón es una herramienta apropiada para el conocimiento de la verdad última y absoluta. Trata de la razón solo en la medida en que permite actuar al hombre.

Todos esos objetos que son el sustrato de las sensaciones, percepciones y observaciones humanas también pasan por los sentidos de los animales. Pero solo el hombre tiene la facultad de transformar estímulos sensoriales en observaciones y experiencia. Y solo el hombre puede disponer sus diversas observaciones y experiencias en un sistema coherente.

La acción viene precedida por el pensamiento. El pensamiento es deliberar previamente sobre la acción futura y reflexionar posteriormente sobre la acción pasada. Pensar y actuar son inseparables. Toda acción se basa siempre en una idea definida sobre relaciones causales. Quien piensa una relación causal piensa un teorema. Acción sin pensar, práctica sin teoría, son inimaginables. El razonamiento puede ser defectuoso y la teoría incorrecta, pero pensar y teorizar no están nunca ausentes en ninguna acción. Por otro lado, pensar es siempre pensar en una acción potencial. Incluso quien piensa en una teoría pura supone que la teoría es correcta, es decir, que la acción que cumple con su contenido generaría un efecto esperado por sus enseñanzas. No tienen ninguna relevancia para la lógica si esa acción es viable o no.

Es siempre el individuo el que piensa. La sociedad no piensa, igual que no come o bebe. La evolución del razonamiento humano del pensamiento ingenuo del hombre primitivo al más sutil pensamiento de la ciencia moderna tuvo lugar dentro de la sociedad. Sin embargo, el pensamiento mismo es siempre un logro de individuos. Hay acción conjunta, pero no pensamiento conjunto. Solo hay una tradición que conserva pensamientos y los comunica a otros como estímulo para su pensamiento. Sin embargo el hombre no tiene ningún medio para apropiarse de los pensamientos de sus precursores de otra forma que no sea volver a pensarlos. Por supuesto, esté después en disposición de ir más allá basándose en los pensamientos de sus antecesores. El instrumento principal de la tradición es la palabra. Pensar está ligado al lenguaje y viceversa. Los conceptos se encarnan en términos. El lenguaje es una herramienta de pensamiento como es una herramienta de acción social.

La historia del pensamiento y las ideas es un discurso llevado a cabo durante generaciones. El pensamiento de épocas posteriores deriva del pensamiento de épocas anteriores. Sin la ayuda de este estímulo, el progreso intelectual habría sido imposible. La continuidad de la evolución humana, sembrando para los descendientes y cosechando sobre tierra roturada y arada por los antecesores, se manifiesta también en la historia de la ciencia y las ideas. Hemos heredado de nuestros antepasados no solo una existencia de productos de diversos órdenes de bienes que es la fuente de nuestra riqueza material; hemos heredado igualmente ideas y pensamientos, teorías y tecnologías a las que nuestro pensamiento debe su productividad.

Pero pensar es siempre una manifestación de individuos.

2.    Visión del mundo e ideología

Las teorías que dirigen la acción son a menudo imperfectas e insatisfactorias. Pueden ser contradictorias e inapropiadas para formar parte de un sistema comprensible y coherente.

Si vemos a todos los teoremas y teorías que guían la conducta de ciertos individuos y grupos como un complejo coherente y tratamos de disponerlos hasta donde sea posible en un sistema, es decir, un cuerpo comprensible de conocimiento, podemos hablar de él como una visión del mundo. Una visión del mundo es, como teoría, una interpretación de todo, y, como precepto para la acción, una opinión respecto de los mejores medios para eliminar la incomodidad tanto como sea posible. Así que una visión del mundo es, por un lado, una explicación de todos los fenómenos, por otro, una tecnología, tomando estos términos en su sentido más amplio.

El concepto de una ideología es más estrecho que el de una visión del mundo. Al hablar de ideología, tenemos en cuenta solo la acción humana y la cooperación social y descartamos los problemas de la metafísica, el dogma religioso, las ciencias naturales y las tecnologías derivadas de ellas. La ideología es la totalidad de nuestras doctrinas con respecto a la conducta individual y las relaciones sociales. Tanto la visión del mundo como la ideología van más allá de los límites impuestos a un estudio puramente neutral y académico de las cosas como son. No son solo teorías científicas, sino también doctrinas sobre lo que tendría que ser, es decir, acerca de los fines últimos que el hombre debe buscar en sus preocupaciones mundanas.

El ascetismo enseña que los únicos medios disponibles para el hombre para eliminar el dolor y alcanzar una completa quietud, contento y alegría son alejarse de las preocupaciones terrenales y vivir sin preocuparse de las cosas mundanas. No hay otra salvación que no sea renunciar a esforzarse en busca de bienestar material, resistir sumisamente las adversidades del peregrinar terrenal y dedicarse exclusivamente a la preparación para la dicha eterna. Sin embargo el número de quienes cumplen coherentemente y sin apartarse un punto de los principios ascetismo es tan pequeño que no es fácil encontrar más que unos pocos nombres. Parece que la completa pasividad defendida por el ascetismo es contraria a la naturaleza. Triunfa el atractivo de la vida. Los principios ascéticos se han adulterado. Incluso los eremitas más santos hacen concesiones a la vida y las preocupaciones terrenales que no están de acuerdo con sus rígidos principios. Pero tan pronto como un hombre tiene en cuenta cualquier preocupación terrenal y sustituye por ideales puramente vegetativos un reconocimiento de las cosas terrenales, por muy condicionado e incompatible que esté con el resto de su doctrina profesada, salta el estrecho que le separaba de quienes dicen que sí a luchar por fines terrenales. Luego tiene algo en común con todos los demás.

Los pensamientos humanos sobre cosas de las cuales ni el puro razonamiento ni la experiencia proporcionan ningún conocimiento pueden diferir tan radicalmente que no pueda llegarse a ningún acuerdo. En este ámbito en el que el ensueño libre de la mente no está restringido ni por el pensamiento lógico ni por la experiencia sensorial, el hombre puede dar rienda suelta a su individualidad y subjetividad. Nada es más personal que las ideas e imágenes de lo trascendente. Los términos lingüísticos son incapaces de comunicar lo que se dice acerca de lo trascendente: nunca puede establecerse si el oyente lo concibe de la misma forma que el que habla. Con respecto a las cosas que hay más allá no puede haber acuerdo. Las guerras religiosas son las guerras más terribles porque se llevan a cabo sin ninguna posibilidad de conciliación.

Pero cuando afecta a cosas terrenales, entran en juego la afinidad natural de todos los hombres y la identidad de condiciones biológicas para la conservación de sus vidas. La mayor productividad de la cooperación bajo la división del trabajo hace de la sociedad el principal medio para todos los individuos para alcanzar sus propios fines, sean los que sean. El mantenimiento y mayor intensificación  de la cooperación social se convierte en una preocupación para todos. Toda visión del mundo y toda ideología que no estén completa e incondicionalmente comprometidos con la práctica del ascetismo y una vida de reclusión anacoreta deben prestar atención al hecho de que la sociedad es el gran medio para alcanzar fines terrenales. Pero entonces se consigue un campo común para abrir el camino para un acuerdo respecto de problemas sociales menores y de los detalles de la organización de la sociedad. Por mucho que diversas ideologías pueden entrar en conflicto entre sí, se armonizan en un punto, en el reconocimiento de la vida en sociedad.

La gente a veces no consigue ver este hecho porque al tratar con filosofías e ideologías miran más lo que afirman estas doctrinas con respecto a cosas trascendentes y desconocibles y menos a sus declaraciones acerca de la acción en este mundo. Entre diversas partes de un sistema ideológico hay a menudo un estrecho imposible de cruzar. Para el hombre que actúa solo esas enseñanzas son de importancia real y generan preceptos para la acción, no aquellas doctrinas que son puramente académicas y no se aplican a la conducta dentro del marco de la cooperación social. Podemos ignorar la filosofía del ascetismo tenaz y coherente porque un ascetismo tan rígido debe acabar generando la extinción de sus defensores. Todas las demás ideologías, al aprobar la atención de las necesidades de la vida, están obligadas en algún grado a tener en cuenta el hecho de que la división del trabajo es más productiva que el trabajo aislado. Así que admiten la necesidad de cooperación social.

La praxeología y la economía no están cualificados para tratar los aspectos trascendentes y metafísicos de ninguna doctrina. Pero, por otro lado, ninguna apelación a ningún dogma y credo religioso o metafísico puede invalidar los teoremas y teorías respecto de la cooperación social desarrollados por un razonamiento praxeológico lógicamente correcto. Si una filosofía ha admitido la necesidad de enlaces sociales entre hombres, se ha puesto, en la medida en que entran en juego los problemas de la acción social, en un  terreno del que no puede escaparse hacia convicciones personales y profesiones de fe no sometidas a un examen riguroso por métodos científicos.

Este hecho fundamental se ignora a menudo. La gente cree que las diferencias en la visión del mundo crean conflictos irreconciliables. Los antagonismos básicos entre partes comprometidas con distintas visiones del mundo, se dice, no pueden resolverse con compromisos. Derivan de los recovecos más profundos del alma humana y expresan la comunión humana de un hombre con fuerzas sobrenaturales y eternas. Nunca puede haber ninguna cooperación entre gente dividida por distintas visiones del mundo.

Sin embargo, si revisamos los programas de todos los partidos (tanto los elaborados sensatamente como los programas publicados y los que realmente siguen los partidos cuando están en el poder) podemos descubrir fácilmente la falacia de esta interpretación. Todos los partidos políticos actuales luchan por el bienestar y prosperidad personales de sus partidarios. Prometen que generarán condiciones económicas más satisfactorias para sus seguidores. Con respecto a este tema no hay diferencia entre la Iglesia Católica Romana y las diversas denominaciones protestantes, en lo que se refiere a cuestiones políticas y sociales, entre el cristianismo y las religiones no cristianas, entre los defensores de la libertad económica y las diversas ramas del materialismo marxista, entre nacionalistas e internacionalistas, entre racista y amigos de la paz interracial.

Es verdad que muchos de estos partidos creen que su propio grupo no puede prosperar salvo a costa de otros grupos e incluso llegan a considerar la competa aniquilación de otros grupos o su esclavitud como condición necesaria para la prosperidad del grupo propio. Pero la exterminación o esclavitud de otros no es para ellos un fin último, sino un medio para alcanzar su objetivo como fin último: el florecimiento de su propio grupo. Si descubrieran que sus planes están guiados por teorías espurias y no producirían los resultados beneficiosos esperados, cambiarían sus programas.

Las declaraciones pomposas que hace la gente sobre cosas no cognoscibles y más allá del poder de la mente humana, sus cosmologías, visiones del mundo, religiones, misticismo, metafísicas y fantasías conceptuales difieren ampliamente entre sí. Pero la esencia práctica de sus ideologías, es decir, sus enseñanzas con respecto a los fines  alcanzar en la vida terrenal y con respecto a los medios para alcanzar estos fines, muestran mucha uniformidad. Es verdad que hay diferencias y antagonismo tanto con respecto a fines como a medios. Pero las diferencias con respecto a los fines no son irreconciliables: no obstaculizan la cooperación y los acuerdos amigables en la esfera de la acción social. En lo que se refiere a los medios y maneras, solo son de un carácter puramente técnico y como tales abiertos a examen por medios racionales.

Cuando en el calor de los conflictos de partido una de las facciones declara: “No podemos continuar con nuestras negociaciones con vosotros porque afrontamos una cuestión que afecta a nuestra visión del mundo; sobre este punto debemos ser firmes y mantener rígidamente nuestros principios pase lo que pase”, basta con analizar más cuidadosamente los asuntos para darse cuenta de que dichas declaraciones describen el antagonismo como más peliagudo de lo que es. En realidad, para todos los partidos comprometidos con la búsqueda del bienestar terrenal de la gente y que aprueban por tanto la cooperación social, las cuestiones de la organización social y la conducta  de la acción social no son problemas de principios últimos y de visiones de mundo, sino asuntos ideológicos. Son problemas técnicos con respecto a los cuales siempre es posible algún acuerdo. Ningún partido preferiría a sabiendas la desintegración social, la anarquía y la vuelta a una barbarie primitiva a una solución que debe conseguirse al precio del sacrificio de algunos puntos ideológicos.

En los programas de partido, por supuesto, estos asuntos técnicos son de importancia primordial. Un partido está comprometido con ciertos medios, recomienda ciertos métodos de acción política y rechaza completamente otros medios y políticas por inapropiados. Un partido es un cuerpo de que combina a todos los dispuestos a emplear los mismos medios para la acción común. El principio que diferencia a los hombres e integra los partidos es la elección de medios. Así que para el partido como tal los medios elegidos son esenciales. Un partido está condenado si resulta evidente la inutilidad de los medios recomendados Los jefes de partido cuto prestigio y carrera política están ligados al programa del partido pueden tener amplias razones para evitar que sus principios entren en una discusión sin restricciones; pueden atribuirles el carácter de fines últimos que no deben cuestionarse porque se vana en una visión del mundo. Pero para la gente bajo cuyo mandato pretenden actuar los jefes de partido, para los votantes a quienes quieren captar y por cuyos votos hacen campaña,  las cosas tienen otro aspecto. No ponen objeciones a analizar cualquier punto de un programa de partido. Ven dicho programa como una recomendación de medios para alcanzar sus propios fines, a saber, el bienestar terrenal.

Lo que divide a esos partidos que hoy se califican como partidos con visión del mundo, es decir, partidos comprometidos con decisiones filosóficas básicas acerca de fines últimos, es solo un aparente desacuerdo con respecto a los fines últimos. Su antagonismo se refiere o bien a credos religiosos o a problemas de relaciones internacionales o al problema de la propiedad de los medios de producción o a problemas de organización política. Puede demostrarse que todas estas controversias se refieren a medios y no a fines últimos.

Empecemos con el problema de la organización política de una nación. Hay defensores de un sistema democrático de gobierno, de una monarquía hereditaria, del gobierno de una supuesta élite y de una dictadura cesarista.[1] Es verdad que estos programas se recomiendan a menudo con referencia a instituciones divinas, a las leyes eternas del universo, al orden natural, a la tendencia inevitable de la evolución histórica y a otros objetos de conocimiento trascendente. Pero esas declaraciones son meramente un adorno incidental. Al apelar al electorado, los partidos aportan otros argumentos. Ansías demostrar que el sistema que apoyan funcionará mejor que los defendidos por otros partidos en conseguir los fines que buscan los ciudadanos. Especifican los resultados benéficos logrados en el pasado o en otros países; desdeñan los programas de otros partidos explicando sus fracasos. Recurren tanto al razonamiento puro como a una interpretación de la experiencia histórica para demostrar la superioridad de sus propias propuestas y la inutilidad de las de sus adversarios. El principal argumento es siempre: el sistema político que defendemos te hará más próspero y más feliz.

En el campo de la organización económica de la sociedad, están los liberales que defienden la propiedad privada de los medios de producción, los socialistas que defienden la propiedad pública de los medios de producción y los intervencionistas defendiendo un tercer sistema, que declaran, está tan alejado del socialismo como del capitalismo. En el enfrentamiento de estos partidos se habla mucho de asuntos filosóficos básicos. La gente habla de verdadera libertad, justicia social, los derechos del individuo, comunidad, solidaridad y humanitarismo. Pero cada partido busca probar mediante razonamiento y refiriéndose a la experiencia histórica que solo el sistema que él recomienda hará a los ciudadanos prósperos y satisfechos. Dicen a la gente que el cumplimiento de su programa aumentará el nivel de vida por encima del cumplimiento del programa de cualquier otro partido. Insisten en la conveniencia de sus planes y en su utilidad. Es evidente que no difieren entre sí con respecto a los fines sino solo a los medios. Todos pretenden conseguir el máximo bienestar material para la mayoría de los ciudadanos.

Los nacionalistas destacan que ahí hay un conflicto irreconciliable entre los intereses de diversas naciones, pero que, por otro lado, los intereses correctamente entendidos de todos los ciudadanos de la nación son armoniosos. Una nación solo puede prosperar a costa de otras naciones; al ciudadano individual solo puede irle bien si florece su nación. Los liberales tienen una opinión diferente. Creen que los intereses de varias naciones armonizan igual que los de varios grupos, clases y estratos de individuos dentro de una nación. Creen que una cooperación internacional pacífica es un medio más apropiado que el conflicto para lograr el fin que están buscando ellos y los nacionalistas: el propio bienestar de su nación. No defienden la paz y el libre comercio para traicionar los intereses de su propia nación frente a los de los extranjeros, como les acusan los nacionalistas. Por el contrario, consideran la paz y el libre comercio medios para hacer rica su propia nación. Lo que distingue a los librecambistas de los nacionalistas no son los fines, sino los medios recomendados para el logro de los fines comunes a ambos.

El desacuerdo con respecto a las religiones no puede resolverse por métodos racionales. Los conflictos religiosos son esencialmente implacables e irreconciliables. Aun así, tan pronto como una comunidad religiosa entre en el campo de la acción política y trata de ocuparse de problemas de organización social, está obligada a tener en cuenta preocupaciones terrenales, aunque puedan entrar en conflicto con dogmas o artículos de fe. Ninguna religión en sus actividades exotéricas se atrevió a decir francamente a la gente: El cumplimiento de nuestros planes para la organización social os hará pobres y empeorará vuestro bienestar terrenal. Los comprometidos coherentemente con una vida de pobreza salen de la escena política y pasan a un retiro anacoreta. Pero las iglesias y comunidades religiosas que han buscado conseguir conversos e influir en actividades políticas y sociales de sus seguidores han adoptado los principios de la conducta secular. Al tratar de cuestiones como el peregrinaje terrenal del hombre, apenas difieren de cualquier otro partido político. En el proselitismo, destacan las ventajas materiales que tienen dispuestas para sus hermanos en la fe, más que en el gozo en el más allá.

Solo una visión del mundo cuyos defensores renuncien a cualquier actividad terrenal podría dejar de prestar atención a las consideraciones racionales que demuestran que la cooperación social es el gran medio para lograr todos los fines humanos. Como el hombre es un animal social que solo puede prosperar en sociedad, todas las ideologías están obligadas a reconocer la importancia preeminente de la cooperación social. Deben buscar la organización de la sociedad más satisfactoria y deben aprobar la preocupación humana de una mejora en su bienestar material. Así que todos se colocan sobre una base común. Están separados entre sí, no por visiones del mundo y asuntos trascendentes no sujetos a discusión razonable, sino por problemas de medios y vías. Esos antagonismos ideológicos están abiertos a un análisis detallado por los métodos científicos de la praxeología y la economía.

La lucha contra el error

Un examen crítico de los sistemas filosóficos creados por los grandes pensadores de la humanidad ha revelado muy a menudo fisuras y defectos en la impresionante estructura de aquellos cuerpos de pensamiento comprensivo aparentemente coherentes. Ni siquiera los genios en crear una visión del mundo consiguen evitar a veces contradicciones y falsos silogismos.

Las ideologías aceptadas por la opinión pública están aún más infectadas por los defectos de la mente humana. Son en general yuxtaposiciones eclécticas de ideas completamente incompatibles entre sí. No pueden soportar un examen lógico de su contenido. Sus incoherencias son irreparables y desafían a cualquier intento de combinar sus diversas partes en un sistema de ideas compatibles entre sí.

Algunos autores tratan de justificar las contradicciones de ideologías generalmente aceptadas apuntando las supuestas ventajas de un compromiso, por muy insatisfactorio que sea desde el punto de vista lógico, para el funcionamiento suave de las relaciones interhumanas. Se refieren a la falacia popular de que la vida y la realidad “no son lógicas”, dicen que un sistema contradictorio puede demostrar su eficacia o incluso su verdad funcionando satisfactoriamente, mientras que un sistema lógicamente coherente resultaría en un desastre. No hay necesidad de refutar de nuevo esos errores populares. El pensamiento lógico y la vida real no son dos órbitas separadas. La lógica es para el hombre el único medio de dominar los problemas de la realidad. Lo que es contradictorio en la teoría, no es menos contradictorio en la realidad. Ninguna incoherencia ideológica puede proporcionar una solución satisfactoria, es decir, que funcione, a los problemas ofrecidos por los hechos del mundo. El único efecto de las ideologías contradictorias es ocultar los problemas reales y así impedir que la gente encuentre con el tiempo una política apropiada para resolverlos. Las ideologías incoherentes pueden a veces retrasar la aparición de un conflicto manifiesto. Pero indudablemente agravan los males que enmascaran y hacen más difícil una solución final. Multiplican las agonías, intensifican los odios y hacen imposible el acuerdo pacífico. Es un error grave considerar las contradicciones ideológicas inocuas o incluso beneficiosas.

El principal objetivo de la praxeología y la economía es sustituir las ideas contradictorias del eclecticismo popular por ideologías coherentes y correctas. No hay otro medio de impedir la desintegración social y de salvaguardar la mejora constante de las condiciones humanas que las proporcionadas por la razón. Los hombres deben tratar de pensar en todos los problemas implicados hasta el punto más allá del cual una mente humana no puede avanzar. Nunca deben consentir ninguna solución aportada por generaciones más antiguas, deben siempre cuestionar de nuevo toda teoría y todo teorema, nunca deben relajarse en sus esfuerzos por eliminar mentiras y encontrar el mejor conocimiento posible. Deben luchar contra el error desenmascarando doctrinas espurias y exponiendo la verdad.

Los problemas implicados son puramente intelectuales y deben tratarse como tales. Es desastroso pasarlos a la esfera moral y desdeñar a los defensores de ideologías opuestas calificándoles de villanos. Es inútil insistir en que lo que estamos buscando es bueno y en que lo que quieren nuestros adversarios es malo. Lo que hay que resolver es precisamente qué hay que considerar bueno y qué malo. El rígido dogmatismo propio de los grupos religiosos y el marxismo genera solo un conflicto irreconciliable. Condena de antemano a todos los disidentes como malévolos, pone en duda su buena fe, les pide que se rindan incondicionalmente. No es posible ninguna cooperación social allí donde prevalece esa actitud.

Ni es mejor la tendencia, muy popular hoy en día, a calificar a los defensores de otras ideologías como lunáticos. Los psiquiatras son vagos en trazar líneas entre cordura y locura. Sería absurdo que los legos interfirieran en este tema fundamental de psiquiatría. Sin embargo está claro que si el mero hecho de que un hombre comparta opiniones erróneas y actúe de acuerdo con sus errores le califica como incapaz mental, sería muy difícil descubrir una persona a la que pudiera atribuirse el calificativo de cuerda o normal. Entonces estaríamos obligados a calificar de lunáticas a las pasadas generaciones porque sus ideas acerca de los problemas de las ciencias naturales y consiguientemente sus técnicas diferían de las nuestras. Las próximas generaciones nos llamarían lunáticos por la misma razón. El hombre puede errar. Si errar fuera lo característico de la incapacidad mental, entonces todos seríamos incapaces mentales.

Tampoco el hecho de que un hombre esté en desacuerdo con las opiniones sostenidas por la mayoría de sus contemporáneos le cualifica como lunático. ¿Estaban locos Copérnico, Galileo y Lavoisier?  Es normal en la historia que un hombre conciba nuevas ideas, contrarias a la de otra gente. Algunas de estas ideas se encarnan posteriormente como verdaderas en el sistema de conocimiento aceptado por la opinión pública. ¿Es tolerable aplicar el adjetivo “cuerdo” solo a patanes que nunca tuvieron ideas propias y negárselo a todos los innovadores?

El procedimiento de algunos psiquiatras contemporáneos es realmente indignante. Ignoran completamente las teorías de la praxeología y la economía. Su familiaridad con ideologías actuales es superficial y acrítica. Pero califican alegremente a los defensores de algunas ideologías como personas paranoicas.

Hay hombres que son estigmatizados comúnmente como fanáticos monetarios. El fanático monetario sugiere un método para hacer prósperos a todos con medidas monetarias. Sus planes son una ilusión. Sin embargo son la aplicación coherente de una ideología monetaria completamente aprobada por la opinión pública contemporánea y adoptada por las políticas de casi todos los gobiernos. Las objeciones planteadas contra estos errores ideológicos por los economistas no se tienen en cuenta por los gobiernos, los partidos políticos y la prensa.

Se cree por lo general por los que no están familiarizados con la teoría económica que la expansión del crédito y un aumento en la cantidad de dinero en circulación son medios eficaces para rebajar el tipo de interés permanentemente por debajo del nivel que alcanzaría en un mercado de capitales y préstamos no manipulado. Esta teoría es completamente ilusoria.[2]

Pero guía la política monetaria y crediticia de casi todos los gobiernos contemporáneos. Sobre la base de esta ideología cruel, no puede plantearse ninguna objeción contra los planes presentados por Pierre Joseph Proudhon, Ernest Solvay, Clifford Hugh Douglas y varios otros supuestos reformadores. Solo son más coherentes que el resto de la gente. Quieren reducir el tipo de interés a cero y así abolir completamente la escasez de “capital”. Quien quiera rebatirlos debe atacar las teorías que subyacen las políticas monetarias y crediticias de las grandes naciones.

El psiquiatra puede objetar que lo que caracteriza a un hombre como lunático es precisamente el hecho de que le falta moderación y se va a los extremos. Mientras que el hombre normal es suficientemente juicioso como para contenerse, la persona paranoica va más allá de todos los límites. Es una respuesta bastante insatisfactoria. Todos los argumentos aportados a favor de la tesos de que el tipo d interés puede reducirse mediante expansión crediticia del 5% o 4% al 3% o 2% son igualmente válidas para una reducción al 0%. Los “fanáticos monetarios” tienen razón desde el punto de vista de las mentiras monetarias aprobadas por la opinión popular.

Hay psiquiatras que llaman lunáticos a los alemanes que aceptaron los principios del nazismo y quieren curarles con procedimientos terapéuticos. Aquí afrontamos de nuevo el mismo problema. Las doctrinas del nazismo son crueles, pero no están esencialmente en desacuerdo con las ideologías del socialismo y el nacionalismo aprobadas por la opinión pública de otros pueblos. Lo que caracterizaba a los nazis era solo la aplicación coherente de estas ideologías a las condiciones especiales de Alemania. Como todas las demás naciones contemporáneas, los nazis deseaban un control público de las empresas y autosuficiencia economía, es decir, autarquía para su nación. Lo característico de su política era que rechazaban consentir las desventajas que les impondría la aceptación del mismo sistema por otras naciones. No estaban dispuestos a estar eternamente “encarcelados”, como decían, dentro de un área comparativamente superpoblada en la que las condiciones físicas hicieran más baja que en otros países la productividad laboral. Creían que las grandes cifras de población de su nación, la situación geográfica estratégicamente propicia de su país y el vigor y gallardía innatos de sus fuerzas armadas las proporcionaban una buena posibilidad de arreglar por agresión los males que deploraban.

Ahora, quienquiera que acepte la ideología del nacionalismo y el socialismo como verdadera y como el estándar de la política de su propia nación, no está en disposición de rebatir las conclusiones deducidas de ellas por los nazis. La única forma de refutación del nazismo que queda para naciones extranjeras que han adoptado estos dos principios es derrotara los nazis en la guerra. Mientras las ideologías del socialismo y el nacionalismo sea suprema en la opinión pública del mundo, los alemanes y otros pueblos intentarán de nuevo tener éxito mediante la agresión y la conquista, si se les ofrece la oportunidad. No hay esperanza de erradicar la mentalidad agresiva si no se revientan completamente las mentiras ideológicas de las que deriva. No es tarea de psiquiatras, sino de economistas.[3]

Lo malo de los alemanes indudablemente no es que no obedezcan a las enseñanzas de los evangelios. Ninguna nación lo ha hecho. Con la excepción de grupos pequeños y poco influyentes de los monjes, prácticamente todas las iglesias y sectas cristianas alaban las armas delos guerreros. Los más despiadados entre los antiguos conquistadores alemanes fueron los caballeros teutones, que luchaban en nombre de la Cruz. El origen de la agresividad alemana actual es el mismo hecho de que los alemanes han descartado la filosofía liberal y han sustituido los principios liberales del libre comercio y la paz por la ideología del nacionalismo y el nacionalismo. Si la humanidad no vuelve a las ideas hoy desdeñadas como “ortodoxas”, la “filosofía de Manchester” y el “laissez faire”, el único método para impedir una nueva agresión es hacer inocuos a los alemanes privándoles de medios para hacer la guerra.

El hombre tiene una sola herramienta para combatir el error: la razón.

3.    Poder

La sociedad es un producto de la acción humana. La acción humana está dirigida por ideologías. Así que la sociedad y cualquier orden concreto de asuntos sociales son resultado de ideologías; las ideologías no son, como afirma el marxismo, un producto de cierto estado de asuntos sociales. Es verdad que los pensamientos e ideas humanos no son el logro de individuos aislados. El pensamiento también tiene éxito solo mediante la cooperación de los pensadores. Ningún individuo progresaría en su razonamiento si tuviera la necesidad de empezar desde el principio. Un hombre puede avanzar en el pensamiento solo porque sus esfuerzos están apoyados por lo de anteriores generaciones que han formado las herramientas del pensamiento, los conceptos y terminologías y han planteado los problemas.

Cualquier orden social concreto se idea y diseña antes de poder llevarse a cabo. Este precedencia temporal y lógica del factor ideológico no implica la proposición de que la gente redacta un plan completo de un sistema social como hacen los utópicos. Lo que se piensa y debe pensarse por adelantado no es la concertación de acciones de individuos en un sistema integrado de organización social, sino las acciones de individuos con respecto a sus conciudadanos y de grupos ya formados de individuos con respecto a otros grupos. Antes de que un hombre ayude a su semejante a cortar un árbol, debe pensarse esa cooperación. Antes de que tenga lugar una acción de trueque, debe concebirse la idea del intercambio mutuo de bienes y servicios. No hace falta que los individuos afectados sean conscientes del hecho de que esa mutualidad establece lazos sociales y hace aparecer un sistema social. El individuo no planea y ejecuta acciones pretendiendo construir una sociedad. Su conducta y la conducta correspondiente de otros generan cuerpos sociales.

Cualquier estado existente de asuntos sociales es el producto de ideologías previamente pensadas. Pueden aparecer nuevas ideologías dentro de la sociedad y pueden imponerse a ideologías más antiguas y transformar así el sistema social. Sin embargo, la sociedad es siempre la creación de ideologías temporal y lógicamente anteriores. La acción está siempre dirigida por ideas: lleva a cabo lo que diseñado el pensamiento previo.

Si hipostatizamos o antropomorfizamos la noción de ideología, podemos decir que las ideologías tienen poder sobre los hombres. El poderes la facultad de dirigir acciones. Como norma, se dice solo de hombres o grupos de hombres que son poderosos. Luego la definición de poder es: poder es la capacidad de dirigir las acciones de otras personas. Quien es poderoso debe su poder a una ideología, Solo las ideologías pueden otorgar a un hombre el poder de influir en las decisiones y conducta de otros. Uno solo puede convertirse en un líder si está apoyado por una ideología que hace a otra gente dócil y complaciente. Así que el poder no es una cosa física y tangible, sino un fenómeno moral y espiritual. El poder de un rey se basa en el reconocimiento de la ideología monárquica por parte de sus súbditos.

Quien usa su poder para dirigir el estado, es decir, el aparato social de coerción y coacción, gobierna. El gobierno es el ejercicio del poder en el cuerpo político. El gobierno siempre se basa en el poder, es decir, el poder de dirigir las acciones de otros.

Por supuesto, es posible establecer un gobierno sobre la opresión violenta de la gente reticente. Es característico del estado y gobierno aplicar coacción violenta o amenaza de ella contra los no dispuestos a ceder voluntariamente. Aun así, esa opresión violenta no está menos basada en el poder ideológico. Quien quiere aplicar violencia necesita la cooperación voluntaria de alguna gente. Una persona completamente dependiente de sí misma nunca puede gobernar solo por medio de violencia física.[4] Necesita el apoyo ideológico de un grupo para someter a otros grupos. El tirano debe tener un séquito de partidarios que obedezcan sus órdenes por sí mismos. Su obediencia espontánea le proporciona el aparato que necesita para la conquista de otro pueblo. El que consiga o no generar influencia depende del relación numérica delos dos grupos, los que le defienden voluntariamente y aquellos a quienes somete a golpes. Aunque un tirano pueda gobernar temporalmente mediante una minoría, si esta minoría está armada y la mayoría no, a largo plazo un minoría no puede mantener a la mayoría sometida. Los oprimidos se alzarán en rebelión y se sacudirán el yugo de la tiranía.

Un sistema duradero de gobierno debe basarse en una ideología aceptada por la mayoría. El factor “real”, las “fuerzas reales” que son el fundamento de un gobierno y otorgan a los gobernantes el poder de usar violencia contra grupos minoritarios resistentes son esencialmente ideológicos, morales y espirituales. Los gobernantes que no reconozcan este primer principio de gobierno y, basándose en la supuesta irresistibilidad de sus tropas armadas, desdeñan el espíritu y las ideas, finalmente se han visto derrocados por el ataque de sus adversarios. La interpretación del poder como un factor “real” no dependiente de ideologías, bastante común en muchos libros políticos e históricos, es errónea. El término Realpolitik solo tiene sentido si se usa para identificar una política que tiene en cuenta ideologías generalmente aceptadas frente a una política basada en ideologías no suficientemente aceptadas y por tanto inapropiadas para soportar un sistema duradero de gobierno.

Quien interprete el poder como algo físico o “real” para continuar considerando la acción violenta como el mismo fundamento del gobierno, ve condiciones desde el estrecho punto de vista de cargos subordinados al mando de secciones de un ejército o una fuerza policial. A estos subordinados se les asigna una tarea concreta dentro del marco de la de la ideología gobernante. Sus jefes se comprometen a cuidar de tropas que no solo están equipadas, armadas y organizadas para el combate, sino asimismo imbuidas del espíritu que les hace obedecer las órdenes emitidas. Los comandantes de esas subdivisiones consideran este factor moral algo importante porque ellos mismos están animados por el mismo espíritu y no pueden siquiera imaginar una ideología diferente.

El poder de una ideología consiste precisamente en el hecho de que la gente se somete a ella sin ninguna vacilación ni escrúpulo. Sin embargo las cosas son distintas para la cabeza del gobierno. Debe buscar el mantenimiento de la moral de las fuerzas armadas y de la lealtad del resto de la población. Pues estos factores morales son los únicos elementos “reales” sobre los que se basa la continuidad de su dominio. Su poder disminuye si la ideología que soporta desaparece. Las minorías también pueden a veces conquistar por medio de habilidad militar superior y pueden por tanto establecer un gobierno minoritario. Pero un orden de cosas como ese no puede durar. Si los conquistadores victoriosos no tienen éxito en convertir posteriormente el sistema de gobierno por violencia en un sistema de gobierno por consentimiento ideológico por parte de los gobernados, sucumbirá en nuevas luchas. Todas las minorías victoriosas que han establecido un sistema duradero de gobierno han hecho duradero su influjo por medio de una supremacía ideológica posterior. Han legitimados su propia supremacía o sometiéndose a las ideologías de los derrotados o transformándolas. Cuando no tiene lugar ninguna de estas dos cosas, los muchos oprimidos desposeen a los pocos opresores ya sea por rebelión abierta o mediante el funcionamiento silencioso pero constante de las fuerzas ideológicas.[5]

Muchas de las grandes conquistas históricas fueron capaces de resistir porque los invasores entraron en alianzas con aquellas clases de la nación derrotada que estaban apoyadas por la ideología gobernante y fueron por tanto considerados gobernantes legítimos. Este fue el sistema adoptado por los tártaros en Rusia, por los turcos en los principados del Danubio y en buena parte en Hungría y Transilvania y por los británicos y holandeses en las Indias. Un número comparativamente insignificante de británicos pudo gobernar a muchos cientos de millones de indios porque los príncipes indios y los terratenientes aristocráticos veían el gobierno británico como un medio para la conservación de sus privilegios y le proporcionaron el apoyo que daba la ideología generalmente aceptada en la India a su propia supremacía. El Imperio Indio de Inglaterra fue firme mientras la opinión pública aprobaba el orden social tradicional. La paz británica protegía lo privilegios de príncipes y terratenientes y a las masas de los estertores de guerras entre principados y guerras de sucesión dentro de ellos. Actualmente la infiltración de ideas subversivas desde el extranjero ha socavado el gobierno británico y al mismo tiempo amenazan la conservación del viejo orden social del país.

A veces las minorías victoriosas deben su éxito a su superioridad tecnológica. Esto no altera el argumento. A largo plazo es imposible mantener las mejores armas frente a los miembros de la mayoría. No fue el equipo de sus fuerzas armadas, sino factores ideológicos, los que protegieron a los británicos en la India.[6]

La opinión pública de un país puede dividirse ideológicamente de tal forma que ningún grupo sea suficientemente fuerte como para establecer un gobierno duradero. Entonces aparece la anarquía. Las revoluciones y las revueltas civiles se hacen permanentes.

El tradicionalismo como ideología

El tradicionalismo es una ideología que considera la lealtad a los valores, costumbres y métodos de actuar legados o supuestamente legados por antepasados al tiempo correctos y convenientes. No es una característica esencial del tradicionalismo que estos antepasados fueran los ancestros en el sentido biológico del término o puedan considerarse en general así: hay veces que solo son los habitantes previos del país afectado o los defensores de la misma religión o solo los precursores en el ejercicio de una tarea especial. Quién ha de considerarse un ancestro y cuál es el  contenido dela tradición legada se determinan por las enseñanzas concretas de cada variedad de tradicionalismo.  La ideología de preeminencia a algunos de los ancestros y relega a otros al olvido; a veces califica de ancestros a gente que no tuvo nada que ver con la supuesta posteridad. A menudo crea una doctrina “tradicional” que es de origen reciente y difiere de las ideologías realmente sostenidas por los ancestros.

El tradicionalismo trata de justificar sus ideas citando el éxito que lograron en el pasado. Que esta afirmación sea conforme con los hechos, es otra cuestión. La investigación podría a veces desenmascarar errores en las exposiciones históricas de la creencia tradicional. Sin embargo esto no siempre acaba con la doctrina tradicional. Pues el núcleo del tradicionalismo no son los hechos históricos  reales, sino una opinión sobre ellos, aunque sea equivocada, y una voluntad de creer en cosas a las que se atribuye la autoridad de su origen antiguo.

4.    El meliorismo y la idea de progreso

Las nociones de progreso y retrogresión tienen sentido solo dentro de un sistema teleológico de pensamiento. En ese marco es sensato llamar progreso ala aproximación al objetivo y retrogresión a un movimiento en la dirección opuesta. Sin referencia a alguna acción del agente y a un objetivo definido, ambas nociones son vacuas y vacías de ningún significado.

Uno de los defectos de las filosofías del siglo XIX fue haber malinterpretado el significado del cambio cósmico y haber colado en la teoría de la transformación biológica la idea de progreso. Mirando atrás desde cualquier estado dado de cosas a los estados del pasado se pueden usar con justicia los términos desarrollo y evolución en un sentido neutral. Luego evolución significa el proceso que llevó de las condiciones pasadas a las presentes. Pero debe evitarse el error fatal de confundir cambio con mejora y evolución con evolución hacia formas superiores de vida. Tampoco es permisible sustituir el antropocentrismo dela religión y las viejas doctrinas metafísicas por un antropocentrismo pseudocientífico.

Sin embargo, no hay necesidad de que la praxeología entre en una crítica de esta filosofía. Su tarea es acabar con los errores implicados en las ideologías actuales.

La filosofía social del siglo XVIII estaba convencida de que la humanidad ha entrado finalmente en la edad de la razón. Aunque en el pasado los errores teológicos y metafísicos eran dominantes, a partir de entonces la razón sería suprema. La gente se liberaría cada vez más de las cadenas  dela tradición y la superstición y dedicaría todos sus esfuerzos a la mejora continua de las instituciones sociales. Cada nueva generación contribuiría en parte a esta gloriosa tarea. Con el paso del tiempo, la sociedad se haría cada vez más una sociedad de hombres libres buscando la mayor felicidad para el mayor número de ellos. Por supuesto, no eran imposibles pasos atrás. Pero finalmente triunfaría la buena causa porque es la causa de la razón. La gente se calificaría como feliz en el sentido que serían ciudadanos de una edad de ilustración que, mediante el descubrimiento de las reglas de conducta racional abrirían el paso hacia una constante mejora de los asuntos humanos. Solo lamentaban el hecho de que ellos mismos fueran demasiado viejos como para ser testigos de todos los efectos benéficos de la nueva filosofía. “Me gustaría”, dijo Bentham a Philarète Chasles, “que se me concediera el privilegio de vivir los años que aún tengo que vivir, al final de cada uno de los siglos que sigan a mi muerte; así podría ser testigo de los efectos de mis escritos”.[7]

Todas estas esperanzas se fundaban en la firme convicción, propia de la época, de que las masas son moralmente buenas y razonables. Los estratos superiores, los aristócratas privilegiados viviendo de las rentas se consideraban depravados. La gente común, especialmente los campesinos y trabajadores, eran glorificados de forma romántica como nobles y certeros en su juicio. Así que los filósofos confiaban en la democracia, el gobierno del pueblo, traería la perfección social.

Este prejuicio fue el funesto error de los humanitarios, los filósofos y los liberales. Los hombres no son infalibles; yerran muy a menudo. No es verdad que las masas tengan siempre razón y sepan los medios para alcanzar los fines buscados. “Creer en el hombre común” no está mejor fundamentado que la creencia en los dones sobrenaturales de reyes, sacerdotes y nobles. La democracia garantiza un sistema de gobierno de acuerdo con los deseos y planes de la mayoría. Pero no puede impedir que las mayorías caigan víctimas de ideas erróneas y adopten políticas inapropiadas que no solo no consiguen alcanzar los fines pretendidos, sino que acaban en desastre. Las mayorías también pueden errar y destruir nuestra civilización. La buena  causa no triunfaría simplemente por su razonabilidad y conveniencia. Solo si los hombres finalmente adoptan políticas razonables y se atienen a los fines últimos pretendidos, la civilización mejorará y la sociedad y el estado producirán hombres más satisfechos, aunque no felices en un sentido metafísico. El que se dé o no esta condición, solo  puede revelarlo el futuro desconocido.

No hay espacio dentro de un sistema de praxeología para el meliorismo y el fatalismo optimista. El hombre es libre en el sentido de que debe elegir cada día entre políticas que llevan al éxito y políticas que llevan al desastre, la desintegración social y la barbarie.

El término progreso no tiene sentido cuando se aplica a eventos cósmicos o a una visión comprensiva del mundo. No tenemos información acerca de los planes del causante primero. Pero es distinto con su uso en el marco de una doctrina ideológica. La inmensa mayoría pretende una oferta mayor y mejor de alimentos, ropa, viviendas y otras comodidades materiales. Al reclamar un aumento y mejora en el nivel de vida de las masas, los economistas no adoptan un materialismo a rajatabla. Simplemente establecen el hecho de que la gente está motivada por la necesidad de mejorar las condiciones materiales de su existencia. Quien desdeñe la caída en la mortalidad infantil y la desaparición gradual de las hambrunas y las epidemias puede lanzar la primera piedra contra el materialismo de los economistas.

Solo hay una vara de medir para la valoración de la acción humana: si es apropiada o no para alcanzar los fines que buscan los hombres que actúan.


[1] Hoy el cesarismo se ejemplifica en las dictaduras de tipo bolchevique, fascista o nazi.

[2] Cf. más adelante, Capítulo XX.

[3] Cf. Mises, Omnipotent Government (New Haven, 1944), pp. 221-228, 129-131, 135-140.

[4] Un gánster puede imponerse a otra persona débil o desarmada. Sin embargo esto no tiene nada que ver con la vida en sociedad. Es una situación antisocial aislada.

[5] Cf. más adelante, pp. 645-646.

[6] Nos estamos ocupando ahora de la conservación del gobierno minoritario europeo en países no europeos. Acerca de las posibilidades de una agresión asiática a Occidente, cf. más adelante, pp. 665-666.

[7] Philarète Chasles, Etudes sur les hommes et les mœurs du XIXe siècle (París, 1849), p. 89.


Publicado el 2 de febrero de 2008. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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