La tradición secesionista jeffersoniana

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Thomas Jefferson, el autor de la Declaración de Secesión del imperio británico del 4 de julio 1776, fue toda su vida defensor tanto de la unión voluntaria de los estados libres, independientes y soberanos como del derecho de secesión. “Si hay algunos entre nosotros que quiera disolver esta Unión o cambiar su forma republicana”, dijo en su discurso de toma de posesión en 1801, “dejadle que permanezca en paz como ejemplo de la seguridad con la que un error de opinión puede tolerarse donde queda razón para combatirlo”.

En una carta del 29 de enero de 1804 al Dr. Joseph Priestley, que había pedido a Jefferson su opinión sobre el movimiento de secesión de Nueva Inglaterra que está ganando impulso, escribía: “Que mantengamos en un confederación o formemos confederaciones del Atlántico y el Mississippi, no creo que sea muy importante para la felicidad de ninguna parte. Los de la confederación occidental serían nuestros hijos y descendientes tanto como los de la oriental (…) y aunque no preveo una separación en algún día futuro, aun así debería sentir la tarea y el deseo de promover los intereses occidentales tan celosamente como los orientales, haciendo lo mejor posible para ambas partes de nuestra futura familia”. Jefferson ofrecía la misma opinión a John C. Breckinridge el 12 de agosto de 1803 cuando los neoingleses amenazaban con la secesión después de la compra de Luisiana. Si hay una “secesión”, escribía, “Dios bendiga a ambos y los mantenga en la unión si es pera su bien, pero que los secesione si eso es mejor”.

Todos entendían que la unión de los estados era voluntaria y que, como declaraban Virginia, Rhode Island y Nueva York en sus documentos de ratificación constitucional, cada estado tenía un derecho a abandonar la unión en alguna fecha futura si esta se convertía en dañina para sus intereses. Así que cuando los neoingleses empezaron a pensar en secesión apenas veinte años después del fin de la Revolución Americana, su líder, el senador de Massachusetts, Timothy Pickering (que era asimismo el secretario de guerra y de estado de George Washington) declaraba que “los principios de nuestra Revolución apuntan una solución: una secesión. Esto puede lograrse sin derramar una gota de sangre, tengo pocas dudas” (En Henry Adams, editor, Documents Relating to New-England Federalism, 1800-1815, p. 338). El plan de Nueva Inglaterra para secesionarse de la unión culminó en la Convención de Secesión de Hartford de 1814, donde acabaron decidiendo permanecer en la unión y tratar por el contrario de dominarla políticamente. (Por supuesto, lo consiguieron más allá de lo que hubieran soñado, desde abril de 1865 hasta el día de hoy).

John Quincy Adams, el paradigma de yanqui de Nueva Inglaterra, recordaba estos sentimientos jeffersonianos en un discurso de 1839 en el que decía de que si distintos estados o grupos de estados llegan a un conflicto incontrolable, entonces “será el momento de volver a los precedentes que se produjeron en la formación y adopción de la Constitución, de formar de nuevo una unión más perfecta disolviendo lo que ya no puede estar unidos y dejando que las partes separadas se reúnan por la ley de la gravedad política” (John Quincy Adams, The Jubilee of the Constitution, 1939, pp. 66-69).

Hay un largo historial de periódicos estadounidenses apoyando la tradición secesionista jeffersoniana. Los siguientes son solo unos pocos ejemplos.

El Daily Union, de Bangor, Maine, escribió una vez un editorial diciendo que la unión de Maine con los demás estados “se basa y depende para su continuidad del  libre consentimiento y voluntad del pueblo soberano de cada uno. Cuando se abandona el consentimiento y la voluntad en cualquiera de las partes, su Unión ha desaparecido y ningún poder exterior al [estado] que abandona puede restaurarlo nunca”.  Además, un estado nunca puede ser un miembro verdaderamente igual de la unión americana si se ve forzado a ser parte de ella por agresión militar, escribían los editores de Maine.

“Una guerra (…) es un mal mil veces peor que la pérdida de un Estado o de una docena de Estados”, escribió una vez el Indianapolis Daily Journal. “La misma libertad afirmada por cada ciudadano individual, elimina la idea de asociación obligatoria, como individuos, como unidades o como Estados”, escribía el Democrat de Kenosha, Wisconsin. “El mismo germen de la libertad es el derecho a formar nuestros propios gobiernos, aprobar nuestras propias leyes y elegir nuestros propios socios políticos (…) El derecho de secesión es propio del pueblo de todo estado soberano”.

Usar la violencia para obligar a cualquier estado a mantenerse en la unión, dijo una vez el New York Journal of Commerce, cambiaría “nuestro gobierno de uno voluntario, en el que los pueblos son soberanos, a un despotismo” en el que un parte de los pueblos son “esclavos”. El Washington (D.C.) Constitution coincidía, calificando a una unión mantenida a punta de pistola (como la Unión Soviética, por ejemplo) “el extremo de la maldad y la cumbre del disparate”.

“El gran principio encarnado por Jefferson en la Declaración de Independencia, que los gobiernos derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados”, escribió una vez el New York Daily Tribune, “es justo y sensato”, de forma que si cualquier estado quisiera independizarse pacíficamente de la unión. Tiene “un claro derecho moral a hacerlo”.

Una unión mantenida por fuerza militar, al estilo soviético, sería “loca y quijotesca”, así como “tiránica e injusta” y “peor que una burla”, editorializado por el True American de Trenton (N.J.). Recordando la carta de Jefferson a John C. Breckinridge, el Cincinnati Daily Commercial editorializó una vez que “hay espacio para varias naciones florecientes en este continente y el sol brillará con fuerza y los ríos bajarán igual de limpios” si uno o más estados se independizan pacíficamente.

Todos estos editoriales en estados del norte se publicaron en los tres primeros meses de 1861 y están publicados en Howard Cecil Perkins, editor, Northern Editorials on Secession (Gloucester, Mass.: 1964). Ilustran cómo la verdades escritas por Thomas Jefferson en la Declaración de Independencia (que los estados se consideraban libes, independientes y soberanos en el mismo sentido en que lo eran Inglaterra y Francia; que la unión era voluntaria; que usar invasión, baños de sangre y asesinatos masivos para obligar a un estado a mantenerse en la Unión sería una abominación y una atrocidad moral universal y que hace falta una sociedad libre para venerar la libertad de asociación) seguían vivas y bien hasta abril de 1865, cuando el régimen de Lincoln inventó y adoptó la novedosa nueva teoría de que: 1) los estados nunca fueron soberanos; 2) la unión no era voluntaria y 3) el gobierno federal tenía el “derecho” a probar que las proposiciones 1 y 2 eran correctas mediante la matanza de cientos de miles de conciudadanos, lanzando una guerra total sobre toda la población civil de los estados sureños, bombardeando y quemando sus ciudades y pueblos hasta una ruina llameante y llamando a todo “la gloria de la llegada del Señor”.


Publicado el 9 de julio de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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