Las enseñanzas de la experiencia soviética

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Mucha gente en todo el mundo afirma que el “experimento” soviético han proporcionado evidencias concluyentes a favor del socialismo y ha desmentido todas, o al menos la mayoría, de las objeciones planteadas contra él. Los hechos, dicen, hablan por sí mismos. Ya no es permisible prestar ninguna atención a espurio razonamiento apriorístico de economías de sofá criticando los planes socialistas. Un experimento esencial ha destrozado sus mentiras.

Antes que nada es necesario entender que en el campo de la acción humana voluntaria y las relaciones sociales, no puede hacerse nunca ningún experimento. El método experimental al que las ciencias naturales deben todos sus logros es inaplicable a las ciencias sociales. Las ciencias naturales están en disposición de observar en el experimento de laboratorio las consecuencias de un cambio aislado en solo un elemento, mientras los demás elementos permanecen inalterables. Su observación experimental se refiere en último término a ciertos elementos aislables en la experiencia sensorial. Lo que las ciencias naturales llaman hechos son las relaciones causales mostradas en dichos experimentos. Sus teorías e hipótesis deben estar de acuerdo con estos hechos.

Pero la experiencia con la que tienen que tratar las ciencias de la acción humana es esencialmente distinta. Es experiencia histórica. Es una experiencia de fenómenos complejos, de los efectos conjuntos producidos por la cooperación de una multitud de elementos. Las ciencias sociales no están nunca en disposición de controlar las condiciones de cambio y aislarlas entre sí en la forma en que el experimentador procede al realizar sus experimentos. Nunca disfrutan de la ventaja de observar las consecuencias de un cambio en un solo elemento, en igualdad de condiciones. Nunca afrontan los hechos en el sentido en que las ciencias naturales emplean esta palabra. Todo hecho y toda experiencia con la que tienen que tratar las ciencias sociales están abiertos a interpretaciones diversas. Los hechos históricos y la experiencia histórica nunca pueden probar o refutar una afirmación en la forma en que los prueba o refuta un experimento.

La experiencia histórica nunca se comenta a sí misma. Tiene que interpretarse desde el punto de vista de teorías construidas con la ayuda de observaciones experimentales. No hay necesidad de entrar en un análisis epistemológico de los problemas lógicos y filosóficos implicados. Baste con referirse al hecho de que nadie (científico o lego) procedió nunca de otra manera al tratar de la experiencia histórica. Toda explicación de la relevancia y significado de hechos históricos pasa muy pronto a ser una explicación de principios abstractos generales, que anteceden lógicamente a los hechos resolver e interpretar. La referencia a la experiencia histórica nunca puede resolver ningún problema o responder a ninguna pregunta. Los mismos acontecimientos históricos y las mismas cifras estadísticas se presentan como confirmaciones de teorías contradictorias.

Si la historia pudiera probar y enseñarnos algo, sería que la propiedad privada de los medios de producción es un requisito necesario de la civilización y el bienestar material. Todas las civilizaciones hasta ahora se han basado en la propiedad privada. Solo las naciones comprometidas con el principio de propiedad privado han superado la penuria y producido ciencia, arte y literatura. No hay experiencia que demuestre que ningún otro sistema social pueda proporcionar a la humanidad ninguno de los logros de la civilización. Sin embargo poca gente considera esto como una refutación suficiente e indiscutible del programa socialista.

Por el contrario, hay incluso gente que argumenta todo lo contrario. Se afirma frecuentemente que el sistema de propiedad privada está condenado precisamente porque fue el sistema que aplicaron los hombres en el pasado. Por muy beneficioso que un sistema pueda haber sido en el pasado, dicen, puede no serlo también en el futuro: una nueva era requiere un nuevo modo de organización social. La humanidad ha alcanzado la madurez, sería peligroso que se atuviera a los principios a los que recurría en las etapas anteriores de su evolución. Indudablemente es el abandono más radical del experimentalismo. El método experimental puede afirmar: como a produjo en el pasado el resultado b, lo producirá también en el futuro. Nunca debe afirmar: como a produjo en el pasado el resultado b, queda probado que no puede producirlo más veces.

A pesar del hecho de que la humanidad no tuvo ninguna experiencia con el modo socialista de producción, los escritores socialistas han creado varios esquemas de sistemas socialistas basados en el razonamiento apriorístico. Pero tan pronto como alguien se atreve a analizar estos proyectos y revisarlos con respecto a su viabilidad y capacidad de aumentar el bienestar humano, los socialistas protestan airadamente. Estos análisis, dicen, son simplemente especulaciones apriorísticas ociosas. No pueden refutar la corrección de nuestras declaraciones y la conveniencia de nuestros planes. No son experimentales. Uno debe intentar el socialismo y luego los resultados hablarán por sí mismos.

Lo que piden estos socialistas es absurdo. Llevada a sus consecuencias lógicas últimas, su idea implica que los hombres no son libres de refutar ningún plan mediante razonamiento (aunque no tenga sentido o sea contradictorio o impracticable) que cualquier reformador quiera sugerir. Según su punto de vista, el único método admisible para la refutación de un plan como ese (necesariamente abstracto y apriorístico) es probarlo reorganizando toda la sociedad de acuerdo con sus designios. Tan pronto como un hombre diseñe el plan para un mejor orden social, todas las naciones están obligadas a probarlo y ver qué pasa.

Ni siquiera los socialistas más recalcitrantes pueden dejar de admitir que hay varios planes para la construcción de la futura utopía, incompatibles entre sí. Está el patrón soviético de socialización completa de todas las empresas y su abierta gestión burocrática; está el patrón alemán del Zwangswirtschaft, hacia cuya completa adopción están tendiendo manifiestamente los países anglosajones; esta el socialismo gremial, bajo el nombre de corporativismo aún popular en algunos países católicos. Hay muchas otras variedades. Los defensores de la mayoría de estos planes en competencia afirman que los resultados benéficos esperables de su propio plan aparecerán solo cuando todas las naciones lo hayan adoptado; niegan que el socialismo en un solo país pueda proporcionar ya los beneficios que atribuyen al socialismo. Los marxistas declaran que el éxtasis del socialismo aparecerá solo en su “fase superior”, que, dan a entender solo aparecerá después de que la clase trabajadora haya pasado “por largas luchas, por una serie de procesos históricos, transformando completamente tanto circunstancias como hombres”.[1] La consecuen­cia de todo esto es que uno debe entender el socialismo y esperar tranquilamente durante mucho tiempo hasta que lleguen sus beneficios prometidos. Ninguna experiencia desagradable en el periodo de transición, no importa lo largo que pueda ser este periodo, puede rebatir la afirmación de que el socialismo el mejor de todos los modos concebibles de organización social. El que crea, se salvará.

¿Pero cuál de los muchos planes socialistas, que se contradicen entre sí, debería adoptarse? Toda secta socialista proclama vehementemente que su propia rama es el único socialismo genuino y que todas las demás sectas defienden medidas falsas, completamente perniciosas. Al luchar entre sí, las diversas facciones socialistas recurren a los mismos métodos de razonamiento abstracto que estigmatizan como un vano aprio­rismo siempre que se aplica a sus propias declaraciones y la conveniencia y viabilidad de sus propios planes. Por supuesto, no hay otro método disponible. Las mentiras implícitas en un sistema de razonamiento abstracto (como el socialismo) no pueden aplastarse salvo mediante razonamiento abstracto.

La objeción fundamental señalada contra la viabilidad del socialismo se refiere a la imposibilidad del cálculo económico. Se ha demostrado de una manera irrefutable que una comunidad socialista no estaría en disposición de aplicar el cálculo económico. Donde no hay precios de mercado para los factores de producción porque no se compra ni vende nada, es imposible recurrir al cálculo al planear la acción futura y determinar el resultado de la acción pretérita. Una gestión socialista de la producción sencillamente no sabría si lo que planifica y ejecuta es el medio más apropiado o no para alcanzar los fines buscados. Operaría en la oscuridad, por decirlo así. Desperdiciaría los factores escasos de producción, tanto materiales como humanos (trabajo). Se producirán inevitablemente caos y pobreza.

Todos los primeros socialistas eran tan estrechos de miras como para no ver este punto esencial. Tampoco los primeros economistas entendieron toda su importancia. Cuando este escritor demostró en 1920 la imposibilidad del cálculo económico bajo el socialismo, los apologistas del socialismo se dedicaron a la búsqueda de un método de cálculo aplicable a un sistema socialista. Fracasaron completamente en el intento. La inutilidad de los planes que produjeron puede demostrarse fácilmente. Aquellos comunistas que no estaban completamente intimidados por el miedo a los ejecutores soviéticos, como Trotsky, admitieron espontáneamente que el cálculo económico es impensable sin relaciones de mercado.[2] La quiebra intelectual de la doctrina socialista ya no puede ocultarse. A pesar de su popularidad sin precedentes, el socialismo está condenado. Ningún economista puede ya cuestionar su inviabilidad. La manifestación de ideas socialistas es hoy la prueba de una completa ignorancia de los problemas básicos de la economía. Las afirmaciones socialistas son tan vanas como las de astrólogos y magos.

Con respecto al problema esencial del socialismo, es decir, al cálculo económico, el “experimento” ruso no vale para nada. Los soviéticos están operando en un mundo cuya mayor parte sigue en una economía de mercado. Basan los cálculos sobre los que toman sus decisiones en los precios establecidos en el extranjero. Sin la ayuda de estos precios, sus acciones no tendrían objetivos ni planes. Solo en la medida en que se refieren a sistemas extranjeros de precios son capaces de calcular, mantener contabilidades y preparar sus planes. En este aspecto, uno puede aceptar la declaración de varios autores socialistas y comunistas de que el socialismo en un país o en unos pocos no es todavía verdadero socialismo. Por supuesto, estos autores dan un significado bastante distinto a su afirmación. Quieren decir que todas las bendiciones del socialismo solo pueden cosecharse en una comunidad socialistas que abarque todo el mundo. Los familiarizados con las enseñanzas de la economía deben, por el contrario, reconocer que el socialismo generará un completo caos precisamente si se aplica a la mayor parte del mundo.

La segunda objeción principal planteada contra el socialismo es que es un modo de producción menos eficiente que el capitalismo y que afectaría a la productividad del trabajo. Por consiguiente, en una comunidad socialista el nivel de vida de las masas será bajo comparado con las condiciones que prevalecen bajo el capitalismo. No cabe duda de que esta objeción no ha sido rebatida por la experiencia soviética. El único hecho cierto de los asuntos rusos bajo el régimen soviético con respecto al cual todos están de acuerdo es: que el nivel de vida de las masas rusas es muy inferior que el de las masas en el país que es considerado universalmente como el modelo de capitalismo: los Estados Unidos de América. Si consideráramos al régimen socialista como un experimento, tendríamos que decir que el experimento ha demostrado claramente la superioridad del capitalismo y la inferioridad del socialismo.

Es verdad que los defensores del socialismo están decididos a interpretar el inferior nivel ruso de vida de una manera diferente. Tal y como ven las cosas, no fue causado por el socialismo, sino que (a pesar del socialismo) se produjo por otras causas. Se refieren a varios factores, como la pobreza de Rusia bajo los zares, los desastrosos efectos de las guerras, la supuesta hostilidad de las naciones democráticas capitalistas, el supuesto sabotaje de los restos de la aristocracia y burguesía rusas y de los kulaks. No hace falta entrar en el examen de estos asuntos. Pues no pretendemos que ninguna experiencia histórica pueda probar o refutar una declaración teórica en la forma en que un experimento crucial puede verificar o negar una declaración respecto a acontecimientos naturales. No son los críticos del socialismo, sino sus fanáticos defensores, los que mantienen que el “experimento” soviético prueba algo con respecto a los efectos del socialismo. Sin embargo, lo que están haciendo realmente al tratar los hechos manifiestos e indiscutibles de la experiencia rusa es apartarlos mediante trucos intolerables y silogismos falaces. Repudian los hechos evidentes comentando sobre ellos de tal manera que niegan interés y su importancia respecto de la pregunta a responder.

Supongamos por un momento que su interpretación sea correcta. Pero aun así seguiría siendo absurdo afirmar que el experimento soviético haya evidenciado la superioridad del socialismo. Todo lo que podría decirse es : el hecho de que el nivel de vida de las masas sea bajo en Rusia no proporciona evidencias concluyentes de que el socialismo sea inferior al capitalismo.

Una comparación con la experimentación en el campo de las ciencias naturales puede aclarar el tema. Un biólogo quiere probar una nueva comida patentada. Alimenta a varias cobayas. Todos pierden peso y finalmente mueren. El experimentador cree que su debilitamiento y muerte no están causados por la comida patentada, sino por una infección accidental por neumonía. Sin embargo sería absurdo que proclamara que su experimento había demostrado el valor nutritivo del compuesto porque los resultados desfavorables han de atribuirse a acontecimientos accidentales, no ligados causalmente a lo dispuesto experimentalmente. Lo más que puede decir es que el resultado del experimento no fue concluyente, que no prueba nada contra el valor nutritivo del alimento probado. Las cosas son, podría decir, como si no se hubiera realizado ningún experimento en absoluto.

Aunque el nivel de vida de las masas rusas fuera mucho más alto que el de los países capitalistas, esto seguiría sin ser una prueba concluyente de la superioridad del socialismo. Puede admitirse que el hecho indiscutible de que el nivel de vida en Rusia sea menos que el del Occidente capitalista no puede demostrar concluyentemente la inferioridad del socialismo. Pero no está lejos de ser una idiotez anunciar que la experiencia de Rusia ha demostrado la superioridad del control público de la producción.

Tampoco el hecho de que los ejércitos rusos, después de haber sufrido muchas derrotas, finalmente (con armamento fabricado por grandes empresas estadounidenses y donado por los contribuyentes americanos) pudieran ayudar a los estadounidenses en la conquista de Alemania prueba la preeminencia del comunismo. Cuando las fuerzas británicas tuvieron que soportar un revés temporal en el norte de África, el profesor Harold Laski, ese máximo defensor radical del socialismo se apresuró a anunciar el fracaso final del capitalismo. No fue lo suficientemente coherente como para interpretar la conquista alemana de Ucrania como l fracaso final del comunismo ruso. Tampoco se retractó de su condena del sistema británico cuando su país resultó vencedor en la guerra. Si los acontecimientos militares han de considerarse como la prueba de excelencia de cualquier sistema social, es más bien el sistema americano que el ruso el que deben considerar.

No ha ocurrido nada en Rusia desde 1917 que contradiga cualquiera de las afirmaciones de los críticos del socialismo y el comunismo. Incluso si uno basa su juicio exclusivamente en los escritos de comunistas y compañeros de viaje, no puede descubrir ninguna característica en las condiciones rusas que hable a favor del sistema social y político soviético. Todas la mejoras tecnológicas de las últimas décadas se originaron en países capitalistas. Es verdad que los rusos han tratado de copiar algunas de estas innovaciones. Pero eso mismo hicieron también todos los pueblos orientales subdesarrollados.

Algunos comunistas ansían que creamos que la despiadada opresión de los disidentes y la abolición radical de la libertad de pensamiento, expresión y prensa no son características propias del control público de los negocios. Son, argumentan, solo fenómenos accidentales del comunismo, su firma en un país que (como pasaba en Rusia) nunca disfrutó de libertad de pensamiento y conciencia. Sin embargo, estos defensores del despotismo totalitario no explican cómo podrían salvaguardarse los derechos del hombre bajo la omnipotencia del gobierno.

La libertad de pensamiento y conciencia es una farsa en un país en el que las autoridades pueden exiliar a cualquiera que les disguste al Ártico o al desierto y asignarle trabajos forzados de por vida. El autócrata puede siempre tratar de justificar esos actos arbitrarios pretendiendo que están motivados exclusivamente por consideraciones de bienestar público y conveniencia económica. Solo él es el árbitro supremo que decide en todos los asuntos referidos a la ejecución del plan. La libertad de prensa es ilusoria cuando el gobierno posee y opera todas las papeleras, imprentas y editoriales y decide en último término qué se imprime y qué no. El derecho de reunión en inútil si el gobierno posee todas las salas de reunión y determina para qué propósito se usarán. Y lo mismo pasa con todas las demás libertades. En uno de sus periodos de lucidez, Trotsky (por supuesto el Trotsky perseguido en el exilio, no el despiadado comandante del Ejército Rojo) veía las cosas de manera realista y declaraba: “En un país en el que el único empresario es el Estado, la oposición significa la muerte lenta por hambre. El viejo principio: quien no trabaje, no comerá, se ha visto reemplazado por uno nuevo: quien no obedezca, no comerá”.[3] Esta confesión resuelve el tema.

Lo que muestra la experiencia rusa es un muy bajo nivel de vida de las masas y un ilimitado despotismo dictatorial. Los defensores del comunismo tratan de explicar estos hechos indiscutibles como solo accidentales; son, dicen, no el fruto del comunismo, sino que ocurren a pesar del comunismo. Pero incluso si uno aceptara estas excusas, no tendría sentido mantener que el “experimento” soviético haya demostrado nada a favordel comunismo y socialismo.


[1] Marx, Der Bürgerkrieg in Frankreich, ed. Pfemfert (Berlin, 1919), p. 54. [La guerra civil de Francia]

[2] Hayek, Individualism and the Economic Order (Chicago University Press, 1948), pp. 89-91. [Individualismo y orden económico]

[3] Citado por Hayek, The Road to Serfdom (1944), Capítulo  IX, p. 119. [Camino de servidumbre]


Este artículo es el capítulo ocho del libro Caos Planificado. Descarga el resto del libro aquí.

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