La Primera Guerra Mundial y el fin del siglo de la burguesía

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La pasada semana fue el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial. Esa guerra, que produjo más de 37 millones de bajas, sin contar las hambrunas y epidemias relacionadas que se produjeron tras la guerra, también destruyó los sistemas políticos de numerosos países, preparando el escenario para el fascismo y el comunismo en Europa. En Estados unidos, y por supuesto en toda Europa, la guerra llevó a una paranoia y represión política pocas veces vistas durante el siglo anterior, y en Estados Unidos, los esfuerzos “anti-sedición” de la administración Wilson llevaron a una destrucción a gran escala de libertades norteamericanas básicas sin parangón con las leyes de extranjeros y sedición del siglo XVIII.

Especialmente para los estadounidenses, la guerra y los más de 100.000 muertos de guerra de nuestro país, no ganamos nada más que una depresión post-bélica. Mientras que algunos europeos podrían al menos afirmar que están luchando contra una invasión física, los estadounidenses no luchaban por nada salvo por defender a algunos regímenes autoritarios frente a otros regímenes autoritarios. La idea de que la guerra tuviera algo que ver con la “democracia” era evidentemente falsa, incluso en ese momento y, en retrospectiva, la afirmación es aún más ridícula dado el auge del totalitarismo, que fue estimulado por el Tratado de Versalles.

Los efectos letales de la guerra, las medidas represivas aplicadas por regímenes supuestamente ilustrados y cómo la guerra abrió el camino a su secuela aún más sangrienta veinticinco años después, han sido explicados por varios excelentes historiadores y economistas, incluyendo a Ralph RaicoRobert Higgs, Hunt TooleyMurray Rothbard. La guerra levó a revoluciones en ideología, administración pública, gobierno y en la propia guerra. Pocos de estos cambios mejoraron las vidas de la gente ordinaria, y la mayoría de ellos llevaron a la comodificación y abaratamiento de la vida humana y la libertad humana.

La naturaleza revolucionaria de la guerra se discute poco hoy, pero en lugar de centrarse en la propia guerra o sus consecuencias, también puede ser útil considerar lo que la guerra relegó al vertedero de la historia.

La economía del siglo de la burguesía

Lo que algunos historiadores llaman hoy “el siglo de la burguesía” fueron los noventa y nueve años entre las Guerras Napoleónicas y el inicio de la Primera Guerra Mundial. De 1815 a 1914, no hubo ninguna guerra importante en Europa y el nivel de vida aumentó mucho más allá de cualquier otra cosa antes vista al extender por todo el continente la industrialización, mecanización y los consiguientes aumentos en la productividad del trabajador.

A mediados de siglo, el libre comercio estaba más extendido que nunc, con el trabajo y el capital disfrutando de una libertad nunca conocida antes para cruzar las fronteras nacionales. En buena parte de la Europa central y occidental no se necesitaba ningún pasaporte para moverse entre estados nación. De hecho, los pasaportes y controles fronterizos se asociaban a países despóticos y atrasados como Rusia.

Fue durante este periodo cuando vemos el auge de los seguidores de Cobden (también conocidos como los liberales de Manchester) en Gran Bretaña, que, a partir de la Liga contra las Leyes del Grano, fueron acabando lentamente con el gobierno mercantilista de la nobleza rural que se oponía al libre comercio. El auge de las clases medias, tanto económica como políticamente, estuvo respaldado por movimientos de masas de liberalismo clásico en toda Europa, que reclamaban mayores libertades económicas para ellos y menos privilegios financiados con impuestos para las clases dirigentes.

Al extenderse el libre comercio y disminuir las ventajas de controlar colonias extranjeras, también retrocedió el colonialismo y apareció un movimiento pacifista internacional con Richard Cobden, apodado “el hombre internacional”, como una de sus celebridades.

Al mismo tiempo, muchos lujos se hicieron disponibles para las clases medias y fue un momento en el que mucho de lo que hoy damos por sentado resultaba bastante novedoso. Fue en este tiempo en el que empezó a conocerse algo que se llamaría “el fin de semana”. Para la mayoría de la gente era solo un festivo de un día (el domingo), pero fue la primera vez en la historia humana en que la gente normal tuvo la posibilidad de no solo dejar de trabajar durante unas pocas horas, sino de dedicar realmente algún dinero al recreo, como un viajecito a la costa, o a comprar, a deportes organizados o a visitar un museo, ver una obra de teatro o cualquier otro acontecimiento cultural.

Las nuevas realidades económicas llevaron también a grandes cambios en las familias. Por primera vez, una gran cantidad de padres podía permitirse educar formalmente a sus hijos en escuelas o con libros. Más ocio y renta significaban también que los padres podían dar a sus hijos atención individual, jugar en casa, leer libros en familia y más. Cada vez menos niños tenían que trabajar para ayudar a la familia a mantener una vida de subsistencia. Con la liberación económica de los niños también llegaron condiciones mucho mejores para las mujeres que estuvieron mucho mejor educadas y fueron valoradas por su capacidad para manejar tareas complejas, como la educación de los niños, la higiene familiar (al no menor en una ciudad del siglo XIX), comprar comida dos veces al día y más cosas. Además, hombres y mujeres empezaron a dedicarse a la extraña práctica de casarse por razones de “sentimiento y atracción física”, al dejar de ser una cuestión de vida o muerte el matrimonio por razones financieras. Igual que el ocio de los domingos permitía más recreo público, el tiempo de ocio dentro de la familia permitía también más recreo “privado”, que se complementaba con manuales matrimoniales, como los que había en Francia, que recordaban a los hombres ocuparse de las necesidades sexuales de las mujeres.

El auge del imperialismo y el camino hacia la Primera Guerra Mundial

Naturalmente, sexo, familia y una tarde en la playa son considerados por muchos políticos conservadores y “pensadores profundos” como frívolas pérdidas de tiempo. El tiempo familiar y el ocio se desperdiciaba en la gente ordinaria cuando se estaban olvidando actividades mucho más “honorables” como la construcción nacional, el aventurerismo colonial y el arte de la guerra.

Indudablemente, Otto von Bismarck, un gran enemigo de los liberales, estaba expresando desprecio por esas actividades domésticas cuando declaró su desdén por los liberales de Manchester llamándoles los “monederos de Manchester”, a los que no les preocupaba la gloria del estado-nación, sino ganar dinero.

A finales del siglo XIX, el liberalismo burgués estaba en decadencia. Atacado por un lado por los marxistas y otros socialistas y por el otro por conservadores, nacionalistas e imperialistas, los grandes poderes de Europa empezaron a volverse a hundir en el mercantilismo, el nacionalismo y el imperialismo. El Reparto de África fue representativo del nuevo imperialismo, al pretender cada vez más agresivamente nuevas colonias las grandes potencias europeas. Entretanto, los británicos apretaban las riendas en India al tiempo que inventaban el campo de concentración en sus esfuerzos por rendir por hambre a los bóeres.

A finales del siglo XIX, Bismarck estaba atareado inventando el estado de bienestar y aunando Alemania en un estado-nación unificado. Al cambiar el siglo, uno de los pocos liberales que quedaban, Vilfredo Pareto  en Italia, podía declarar que el socialismo había triunfado finalmente en Europa.

En la década anterior a la Primera Guerra Mundial, las generaciones de liberales europeos, como Gustav de Molinari, Cobden, John Bright, Herbert Spencer, Eugen Richter y otros estaban muertas o a punto de morir. Había pocos intelectuales nuevo y jóvenes para reemplazarlos.

Al mismo tiempo, las barreras comerciales aumentaron en toda Europa al girar las grandes potencias hacia la economía del imperialismo caracterizada por el mercantilismo, los aranceles, el control de fronteras, la regulación y el militarismo.

Conclusión

Europa durante el siglo de la burguesía indudablemente no era una utopía. Las nuevas ciudades estaban llenas de enfermedades, contaminación y crimen. La ciencia médica aún tendría que lograr lo que lograría en el siglo XX y, por supuesto, los niveles de vida permanecían bajos comparados con la actualidad. Pero incluso si tenemos en cuenta este problema que asuela a muchas sociedades incluso hoy, las enormes ganancias para la gente normal, gracias a la industrialización y el libre comercio, fueron estimuladas al máximo por el auge del liberalismo clásico que buscaba activamente evitar la guerra, la represión política y la intervención económica como medios para una sociedad más próspera.

De hecho, el historiador Daniel Yergin llegaría a referirse a este periodo como el tiempo de “la primera era de la globalización” y señalaría que “la economía mundial experimentó un era de paz y crecimiento que, tras la carnicería de la Primera Guerra Mundial, iba a recordarse como una edad de oro”.

El liberalismo ya estaba en un profundo declive en 1914, pero la Primera Guerra Mundial fue quizá en clavo final en el ataúd. Tras la guerra, le siguió la depresión y, para Europa, a esto le siguió la hiperinflación en muchos lugares, la inestabilidad política, un declive en el nivel de vida y, finalmente, fascismo, comunismo y guerra. En Estados Unidos, que consiguió evitar la mayoría de la destrucción de la guerra, se alcanzó prosperidad en la década de 1920, solo para perderla y seguida por quince años de depresión y guerra.

Cien años después del inicio del fin de la Europa burguesa, tenemos la fortuna de ver un nuevo liberalismo clásico, ahora conocido como libertarismo, que no está en declive, sino que está consiguiendo grandes logros a la vista de la todavía predominante ideología del intervencionismo, el mercantilismo y la guerra. Podemos esperar que una tercera guerra mundial no haga que todo se desmorone.


Publicado el 5 de agosto de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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