Antes de Adam Smith estuvo Chydenius

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En mi primer día de vuelta a las clases este otoño, se me recordó que la precaución empresarial se aplica tanto a las ideas como a los beneficios.

Como el capítulo inicial del texto de principios de economía del curso llamaba a Adam Smith el padre de la ciencia económica, dije a mi clase que en realidad tuvo múltiples precursores en el estudio de la economía. Mencioné como ejemplo a los escolásticos españoles. Y tener en mente estos precursores me preparó para descubrir a otro que me era completamente desconocido.

Después de mi clase, pasé a visitar a un colega al que no había visto en todo el verano. Fuera de su oficina había copias de un billete de 1.000 marcos finlandeses previo al euro y otro billete de 100 chelines austriacos también anterior al euro que incluían retratos de economistas importantes en cada divisa. Miré los billetes más de cerca. Reconocí a Eugen Böhm-Bawerk en el billete de 100 chelines austriacos. Pero en el billete de 1.000 marcos finlandeses estaba Anders Chydenius. Dije: “¿Quién es? No he oído hablar de él”.

Mi colega me dijo bastante sobre Chydenius (1729-1803) como para picar mi curiosidad, especialmente al mencionar que escribió comas muy smithianas antes que Smith. Así que me tomé un momento para mirarlo. ¿Qué encontré? Un artículo le describía como “El Adam Smith de Escandinavia”. Un reseña de su libro de 1765, La ganancia nacional (escrito originalmente en sueco) decía que “Chydenius publicó su sistema de pensamiento económico unos diez años antes de la publicación de la obra de Adam Smith que marcaría una época. Es curioso ver lo mucho que coinciden las ideas de esta sencilla persona sueca con las del gran economista escocés”. Otro artículo que encontré decía: “Uno de los aspectos más notables del análisis de Chydenius es lo relevantes que son muchas de sus conclusiones para los debates políticos y económicos actuales”. Aumentaba mi curiosidad, tenía que buscar más.

Chydenius era un clérigo rural en un área de la periferia de Finlandia (entonces parte de Suecia). No sabía leer en inglés ni francés (y la gran mayoría de su obra no se tradujo al inglés hasta hace poco) y por tanto no era consciente de las discusiones ilustradas que estaban teniendo lugar en esas lenguas. No fundó una escuela ni atrajo a un grupo de seguidores. Era autodidacta en asuntos económicos y no tenía una aproximación metodológica más allá del sentido común. No buscó implicarse en la política o buscar poder, sino, como escribía Carl Uhr, “cuando, en tres ocasiones distintas, fue miembro del parlamento sueco-finés, fueron los llamados de su conciencia los que le llevaron a publicar su oposición a un serie de propuestas legislativas que le parecían dañinas o injustas”. En suma, fue su respuesta a las injusticias y desperdicios del mercantilismo la que motivó su interés por la economía.

En la reseña de Bruno Suviranta de la obra más conocida de Chydenius, La ganancia nacional, describía que lo que aunaba los escritos de este sobre economía política era que “todos se basaban en la misma idea constante de libertad”. Charles Evans escribió que “expresaba un liberalismo clásico tan radical como cualquiera escrito por liberales [contemporáneos] conocidos”. Chydenius “señalaba repetidamente que las personas que realizan intercambios voluntarios se verían recompensadas por hacer solo cosas que querían su vecinos que hiciesen. Si cada individuo hiciera lo que quieren sus vecinos, se serviría a la comunidad”. En otras palabras “los campesinos con su creatividad pueden llevar la actividad económica de la nación mejor que los mejores y más brillantes en puestos de autoridad”.

¿Entonces qué escribió Chydenius que Eli Heckscher pudiera describir como reflejando una “exposición sencilla de las ideas esenciales del liberalismo económico”, que “podría haber alcanzado fama internacional si se hubiera publicado en ese momento en una de las lenguas mundiales”?

Por ejemplo, vemos en La ganancia nacional (1765) algunas de las ideas de Chydenius en su crítica de los esfuerzos del gobierno por “mejorar” la economía nacional favoreciendo a algunas industrias sobre otras. Por supuesto, es imposible para los planificadores públicos saber qué sectores proporcionan el máximo bien a la sociedad:

Es bastante innecesario que el gobierno lleve trabajadores de un comercio a otro por medio de leyes. Sin embargo, cuántos estadistas hay que se han ocupado de esto (…) ya sea por fuerza o concediéndoles privilegios. (…) No se ha encontrado todavía ningún estadista capaz de indicar positivamente qué comercio no traerá la máxima Ganancia Nacional. (…) [La libertad económica] evita al Gobierno miles de preocupaciones, estatutos y supervisiones difíciles, cuando la ganancia privada y la nacional se mezclan en un interés y el dañino egoísmo, que siempre tarta de ocultarse tras los Estatutos, puede con la mayor seguridad ser controlado por la competencia mutua.

Al examinar el tema de la emigración de Suecia, en ¿Cuáles son las razones para la emigración de Suecia? (1765), Chydenius observaba que la libertad económica estaba en el centro del asunto:

[Los trabajadores] ansían libertad. (…) Preferirían asentarse entre gente cuya lengua no entienden, pero entre los cuales pueden moverse y actuar libremente (…) y en sus decisiones se lee este lema: “una patria sin libertad y la posibilidad de mejora es una gran palabra con poco significado”.

En Comercio rural (1777), Chydenius examina los problemas de los favores públicos concedidos a ciertos sectores y las distorsiones resultantes:

¿Por qué entonces los gobernantes asumen un poder que no es suyo? (…) los principitos se preocupan por hablar de cosas que no entienden para satisfacer sus prejuicios o los de otros o siguiendo de forma ciega el consejo de algún ministro.

Reúnen a una gran cantidad de sus súbditos en rebaños separados y les conceden favores a costa de los demás y estos favores los elevan a privilegios fijos.

Y sobre el tema de las relaciones entre trabajo y propiedad privada, Chydenius señala en Pensamientos acerca de los derechos naturales de amos y sirvientes (1778) que “la propiedad de los pobres difícilmente es otra cosa que (…) libertad para trabajar y ganarse su pan diario. Si se deniega o limita este derecho a una persona (…) por la fuerza (…) entonces está claro que su libertad de buscar trabajo y así ganarse la vida se ha visto limitada y por tanto su garantía constitucional de libertad pierde su significado y valor”.

En lo que respecta al precio del trabajo, Chydenius entiende que los salarios deben quedar al acuerdo entre empresario y empleado “ya que las diversas regulaciones (…) no protegen adecuadamente la libertad civil que corresponde a todos (…) y como no sirve al objetivo apropiado, que es el fortalecimiento y mejora de la nación (…) debe dejarse a la discreción y libertad de cada ciudadano (…) llegar a un acuerdo con otro de la mejor manera que puedan (…) y a cualquier precio que puedan acordar mutuamente”.

Si yo no hubiera estado pensando en Adam Smith y sus precursores, probablemente nunca habría estudiado a Anders Chydenius al ver su nombre en un viejo billete finlandés. Pero valió la pena el esfuerzo. Y creo que también para muchos otros.

Me resuena especialmente  la descripción de Chydenius por Carl Uhr como “imbuido (…) por la visión de que el hombre, al buscar su propia ganancia por la especialización en el trabajo y el intercambio bajo una disciplina impersonal de competencia, conseguiría (…) el bienestar y el progreso de la sociedad en su conjunto”. Como consecuencia, fue un “predecesor [de Adam Smith] que llegó independientemente a una concepción de la naturaleza esencial y las virtudes de un orden económico basado en mercados funcionando libremente”. Yo solo querría que, un cuarto de milenio después, más gente compartiera la idea de Chydenius de que, en palabras de Eli Heckscher, “la única vía para la armonía social (…) era la libre competencia (…) toda intervención pública en la producción y distribución de bienes y servicios redundaría antes o después en desmedro de la gran mayoría de la gente”.


Publicado el 15 de septiembre de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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