Relación entre política y moral

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Todavía es posible ver las señales de humo del conflicto provocado dentro de las corrientes libertarias por aquellos que se autoproclaman “humanitaristas” frente a esos otros a los que se etiqueta de forma despectiva como “brutalistas.” En un artículo bastante popular titulado “Contra el Brutalismo Libertario,” una celebridad como Jeffrey Tucker define a los “humanitaristas” (de los cuales él forma parte) como gente que ama la libertad por llamar ésta a “la cooperación voluntaria entre los seres humanos, el servicio creativo, mantener la violencia a raya, permitir la formación de capital y prosperidad, y llevar a un mundo en el que la gente es valorada como fines en sí mismos.” En resumen, “los libertarios humanitaristas” valoran la libertad por la belleza de la sociedad que ésta crea. (Nota: el artículo fue publicado en un artículo de Marzo de la FEE aunque el falso conflicto siga vigente).

En el otro lado de la balanza se encuentran los “libertarios brutalistas” que mantienen que “lo que impresiona de la libertad es que ésta permite a la gente afirmarse en sus preferencias individuales, formar tribus homogéneas, aprender de los prejuicios propios sobre la marcha, condenar al ostracismo abduciendo razones muy poco populares, odiar hasta la muerte mientras no se ejerza la violencia o declarar abiertamente su sexismo y racismo.” En resumen, “los libertarios brutalistas” valoran la libertad porque ésta les permite odiar y discriminar.

Desafortunadamente, el artículo también define a los “libertarios brutalistas” como “gente encasillada en la teoría pura de los derechos individuales al objeto de poner en práctica sus valores, sean estos los que sean.” En otras palabras, nosotros (yo sería un brutalista en función de estas definiciones) creemos en la coexistencia pacífica sin imponer nuestros valores en los demás; vemos el principio de no agresión como el principio de no agresión. Desde un punto de vista político, me sumo a la no violencia y, por esto, se me considera un ser lleno de odio.

Tucker pone aquí el ejemplo de “un pueblo que ha sido ocupado por una secta fundamentalista y que excluye a todo aquel que no comparta sus creencias, fuerza a la mujer a taparse la cara, impone un código legal teocrático y expulsa de la sociedad a homosexuales y lesbianas.” Tucker prosigue diciendo que “los brutalistas siempre defenderán tales micro-tiranías sobre la base de la descentralización, los derechos de propiedad y el derecho a discriminar y excluir, y sin tener en cuenta que, después de todo, desde un punto de vista más general, la principal aspiración de la gente a vivir una vida plena y libre está siendo negada en el día a día.”

Ignórense errores tales como partir del supuesto de que la descentralización o los títulos de propiedad son usados por los libertarios para defender la violación de los derechos. Olvídese lo difícil (o imposible) que es encontrar a alguien que defienda y viva una vida sin violencia por tener el corazón lleno de odios y rencores. O la inclinación de tales personas a la hora de adoptar también un código moral de comportamiento cívico frente a los demás. No conozco a ningún voluntarista que no tenga también una fuerte tendencia personal hacia una ética de la tolerancia, por no hablar de la amabilidad para con los otros. Pero esta gente también cree que sus sentimientos morales no deben de ser impuestos a los demás; eso que no puede lograrse por medios pacíficos jamás podrá alcanzarse.

Considérese en su lugar cómo el artículo se pasa por alto los aspectos “voluntarios” de tal pueblo. O la manera en que un pueblo voluntario podría “obligar” a la mujer a cubrirse el rostro. O el hecho de que acomodar las aspiraciones de otros es responsabilidad del extranjero.

He tratado de extraer algo positivo del argumento “humanitarista” del artículo, en donde se presenta una cuestión interesante, aunque sea de forma oblicua. Se trata de la pregunta ¿Cuál es la relación entre la política y la moral?

La Política y la Moral

En este artículo “Mito y Verdad sobre el Libertarismo,” Murray Rothbard trata de aclarar la mentira de que los “libertarios son libertinos: se trata de hedonistas que persiguen estilos de vida alternativos.” Su respuesta es válida en la misma medida para responder a las acusaciones de brutalismo. “El hecho es que el libertarismo no es ni pretende constituir una teoría moral o estética completa; se trata sólo de una teoría política, es decir, de un subconjunto de vital importancia que trata sobre el papel propio de la violencia en la vida social.”

Uno de mis autores favoritos sobre la distinción entre política y moralidad es Adam Smith (1723-1790). A Smith se le conoce más como economista y como el autor de Wealth of Nations, un libro fundamental en el que se rechaza totalmente al mercantilismo, el capitalismo clientelar de su día. Sin embargo, Smith se vio a si mismo principalmente como un filósofo moral y que prefirió mucho más su primer trabajo Theory of Moral Sentiments, donde se trata de forma central la moralidad, la cual descansa sobre la simpatía natural que los individuos sienten por sus semejantes.

A. Smith se la ha clasificado como un economista sin corazón que defiende el interés individual y privado. Esta impresión queda bien retratada en un breve pasaje que ha sido extraído a dedo de ese copioso volumen que es The Wealth of Nations. Un ejemplo muy popular reside en la cita: “no es por la benevolencia del carnicero, el cervecero o el banquero que cenamos, sino gracias a su propio interés. Nosotros no nos dirigimos a su humanidad sino a su amor propio, y nunca les hablamos de nuestras propias necesidades, sino de su provecho.”

No cabe duda de que los aspectos positivos relativos al interés propio constituyen una parte del argumento de Smith, pero la visión de conjunto que éste presenta ha sido distorsionada de mala manera. Smith argumenta en su mayor medida a favor del libre mercado partiendo de una base moral. Es decir, sobre la base del bien común (la prosperidad), la justicia, la libertad, la ausencia de coacción y la autonomía moral. Estos beneficios morales le corresponden a la clase trabajadora y al pobre. Smith estudia la economía en el contexto puntual de lo moral y el progreso humano.

Considérese el bien moral que trae consigo la prosperidad, permitiendo que la gente puede ejercer un control sobre los bienes de primera necesidad. Smith observaba cómo los campesinos europeos eran más prósperos que la propia realeza africana. Como dice Adam Smith, “las necesidades de un príncipe europeo no son siempre mayores que las del campesino frugal, ya que las necesidades de este último exceden las de muchos reyes africanos, que son los amos indiscutibles de las vidas y libertades de cientos de miles de salvajes desnudos.” A diferencia de otros teóricos de su tiempo, sin embargo, Smith no justifica la relativa prosperidad de los campesinos europeos partiendo de la raza. Éste atribuía más bien su prosperidad al hecho de que el campesino europeo podía competir de manera justa al tener garantizado sus títulos de propiedad, y por los beneficios extraídos de la división del trabajo y de un sistema de distribución bastante efectivo. El rey africano no tiene tanta fortuna con su entorno económico. Es así que el libre mercado convierte al campesino en rey.

Considérese el bien moral contenido en la idea de justicia para todos. Smith escribe, “dañar de cualquier forma los intereses de cualquier hombre por su posición en la escala social, por no otro propósito que el de promover los intereses de otros, es claramente contrario a la justicia y equidad de tratamiento que el soberano debe a todas las clases sociales.” Las réplicas de Smith frente al mercantilismo, en función de las cuales se otorgan favores especiales a determinadas empresas agraciadas, tienen sus raíces en las demandas de aquél a favor de un trato justo para con el trabajador o ese que siempre está en apuros. El mercantilismo no sólo evita que el pobre pueda competir en el mercado, sino que también le cobra impuestos, bien de forma directa, bien a través de la monopolización de los precios. Aquí Smith no se cansa de subrayar sus objeciones morales frente a este respecto.

The Wealth of Nations es un libro que trata tanto de economía como de moralidad o política. Y, sin embargo, Smith traza una línea divisoria clara entre lo uno y lo otro.

Adam Smith creía que la política era algo relativo a las obligaciones que los seres humanos se deben entre sí; por ejemplo, el deber de negarse a otorgar privilegios especiales que impiden a algunos competir en una situación de igualdad en el libre mercado. Pero Smith no considera que tales deberes tengan que ser morales. Aquí no se trata nada más que de pagar lo propio, de la misma manera en que uno compra una barra de pan. Además, estos deberes se expresan, bien por medio de la acción, o absteniéndose uno de ella.

Lo moral del asunto se hace patente cuando uno realiza un “bien” mayor que el que se debe. No se trata de algo que se encuentre encarnado de forma principal en nuestros actos, sino en nuestros sentimientos. The Theory of Moral Sentiments comienza diciendo que, “por más egoísta que se suponga a un hombre, existen principios que se dan de forma evidente en su naturaleza que le hacen interesarse por las fortunas de otros, y que hace de la felicidad de aquellos su propia necesidad aunque éste mismo no obtenga nada a cambio ya al margen de presenciarla en otros. Es a esta categoría que pertenece la piedad o la compasión.” Adam Smith usa aquí el término “empatía” para describir de forma colectiva los sentimientos morales de benevolencia hacia otros seres humanos.

En cierto sentido, The Wealth of Nations y The Theory of Moral Sentiments poseen un mensaje común: el libre intercambio beneficia a todos los seres humanos que en él participan. En el libre mercado, los beneficios políticos y económicos surge del comercio y de mecanismos productivos tales como las división del trabajo. A un nivel personal, la moral y los beneficios emocionales corresponden a los seres humanos por medio de los intercambios de empatía, tal y como ésta se expresa a través de la compasión, los regalos u otras formas de asistencia. Sin embargo, y a diferencia de la política, la moralidad tiene sus raíces en los sentimientos más que en los actos específicos.

La moralidad constituye un proceso totalmente separado de la política. El propósito de Smith no es hacer que la moral confluya con la política, sino sólo poner en evidencia que se trata de cosas totalmente comparables. Ambas constituyen un intercambio de valores. Ambas enriquecen la vida humana. Aquí no existe conflicto alguno.

Conclusión

Es imposible saber si los “libertarios humanitaristas” se están refiriendo a gente en particular dentro del movimiento libertario que hayan podido excederse o sido maliciosa. El artículo no da nombres, sucesos u otras pistas. La asunción más plausible, por lo tanto, es que la acusación va dirigida a esos que distinguen entre moralidad y política. Todo el mundo que desee vivir en paz por encima de todas las cosas y que tolere en la mimas medida la conducta pacífica en otros es un brutalista.

La no violencia no depende del odio. Y mezclar la política con la moralidad representa una imprudencia teórica, especialmente cuando esto se hace para condenar a aquellos que no están de acuerdo con los contenidos de determinado código moral.  La moralidad reside en la benevolencia que los humanos sienten entre sí; y puede expresarse en miles de formas que no deberían de ser impuestas. Cuando se prescribe la moral, de forma particular, en conjunción con la minimización de los valores de la no violencia, ésta cesa de ser moral y se convierte en algo moralizante. Lo cual en sí mismo constituye un acto propio de santurrones y algo peligrosamente intolerante, que nunca beneficiará por igual a todas las partes a menos que, por supuesto, todas estén de acuerdo en adoptar el mismo código moral.

¿No somos todos individuos?


Traducción de Jorge A. Soler Sanz. El artículo original se encuentra aquí.

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