El Jonathan Gruber del Obamacare y el juramento del superhéroe

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El análisis económico es una herramienta poderosa. Pero aunque sea poderosa también es amoral, no propiamente moral o inmoral. Cualquier cosa que se trate de lograr, aplicando un análisis económico apropiado, ayudará a hacerla mejor. Si el propósito es bueno, puedes lograr más; sin embargo, si el propósito es imponer daño, también puedes conseguir más.

“Las mejores mentes que se pueden comprar”

Estos dos puntos deben indicarse o recordarse en todo curso de economía, desde los principios en adelante. De hecho, yo he decidido controlar mi explicación de estos temas en mis clases diciendo a los alumnos que deben firmar un “juramento del superhéroe” en su examen final: deben prometer que solo usarán sus nuevas habilidades para el bien. En concreto, no pueden usarlas para convertirse en parte del proceso político que Henry Hazlitt  describía en el primer párrafo de La economía en una lección:

aunque ciertas políticas o directrices públicas puedan a la larga beneficiar a todos, otras beneficiarán sólo a un grupo a expensas de los demás. El potencial sector beneficiario, al afectarle tan directamente, las defenderá con entusiasmo y constancia; tomará a su servicio las mejores mentes sobornables para que dediquen todo su tiempo a defender el punto de vista interesado, con el resultado final de que el público quede convencido de su justicia o tan confundido que le sea imposible ver claro en el asunto.

Esta prohibición de convertirse en una de “las mejores mentes que se pueden comprar” es particularmente importante en las finanzas públicas, donde el foco está en evaluar políticas públicas. Y el análisis coste-beneficio es donde estos asuntos vienen a la mente.

Análisis de coste-beneficio

El análisis de coste-beneficio empezó como una forma sistemática de toma disciplinada de decisiones. Se empieza incorporando todos los efectos que se crean ciertos y relevantes para una decisión, se hace todo lo posible por determinar o estimar la magnitudes afectadas, se clasifica lo bueno en el lado del beneficio y los malo en el del coste y luego se aplican valores y juicios para determinar si el beneficio marginal (añadido) excede los costes marginales (añadidos). Ben Franklin usaba un proceso así.

Sin embargo ese proceso puede volverse del revés. Se puede empezar desde el objetivo de vender un programa o proyecto y dejar aparte una serie de supuestos beneficios o costes de forma parte que parezca que merezca la pena, beneficie o no a la sociedad. Y aquí el problema es que la formación económica sobre cómo usar legítimamente el marco coste-beneficio (hacerlo bien) también forma a la gente en hacerlo mal para embaucar al público al que no solo le falta esa formación sino que a menudo es racionalmente ignorante en temas políticos.

Aprendí esto hace tres décadas cuando me asignaron enseñar un curso de análisis de coste-beneficio en un Máster de Administración Pública. Esos estudiantes, preparándose para carreras públicas, no tenían el más mínimo interés en aprender cómo hacer correctamente las cosas. Solo en cómo cometer errores en la dirección correcta si era necesario para justificar lo que querían hacer. Para hacerles aprender el material subyacente sobre cómo hacer correctamente las cosas, tenía que enseñarles a mentir. Y sigo sintiéndome culpable por esa ingenua aproximación motivadora.

Estas técnicas incluyen muchos trucos que resulta deprimente que sean comunes en las fingidas justificaciones del gobierno: explicar los programas de gasto público como creadores de empleo, en lugar de trasladarlo de donde los colocan las decisiones voluntarias y mutuamente beneficiosas del mercado a donde dictan los políticos; explicar los efectos multiplicadores que “producen” creativamente supuestos beneficios extra,, mientras se ignoran los costes multiplicadores simétricos en que los recursos se extraen de los ciudadanos; explicar el mismo beneficio con distintos disfraces, como si hubiera distintos beneficios; explicar sustancialmente los costes del gasto público tratando cada dólar gastado como si costara a solo un dólar a la sociedad, cuando las distorsiones causadas por los impuestos significan que cuestan mucho más a la sociedad, etc.

Jonathan Gruber y el Obamacare

Pero ahora Jonathan Gruber, autor de un texto importante sobre finanzas públicas (a quien por tanto no se le puede acusar de ignorancia por su mala intención) y arquitecto del Obamacare se ha convertido en el principal villano ejemplo de un supervillano con “mente que se puede comprar”. Los vídeos le han pillado presumiendo de varios abusos a la honradez y la lógica en el Obamacare.

Gruber ha admitido que el impuesto del 40% en cobertura “Cadillac” de aseguradora era en realidad una forma oculta de gravar a los trabajadores afectados mientras se aseguraba que los empresarios recibieran la culpa por los planes caros. Todo economista sabe que a quién se impone legalmente el impuesto no cambia quién soporta realmente la carga. Gruber y otros usaron su conocimiento para engañar a los estadounidenses para que pensaran que pagaría otro y por eso muchos apoyaron una política a la que se hubieran opuesto si no se les hubiera engañado.

Gruber y otros artífices del Obamacare también usaron su conocimiento de los métodos de la Oficina Presupuestaria del Congreso para manipular las percepciones públicas. El diseño del Obamacare se alteró para que se mostrara de la mejor manera posible a los ojos de la OPC. Este es el génesis de las disposiciones del programa. Gruber dijo: “La propuesta se escribió de una manera tortuosa para asegurarnos de que la OPC no considerara las disposiciones como impuestos. Si la OPC hubiera calificado las disposiciones como impuestos, la propuesta se muere. Vale, así que se escribe para hacer eso”, para aprovechar “la estupidez del votante estadounidense”.

La manipulación de la OPC se extendió también al plazo de implantación del Obamacare, ya que las normas de la OPC especifican que solo hay que estimar costes para diez años. Eso hace que la fecha final sea 2019. Pero el Obamacare no costo casi nada hasta 2013, lo que permitía que seis años de costes se presentaran como diez. Por eso un coste estimado de la OPC a diez años de 848.000 millones de dólares se convertían en 2 billones una vez se eliminaba el tiempo del engaño de cuatro años.

Igualmente, Gruber admitía que el Obamacare (mediante regulaciones pensadas para “limitar la variación de primas basadas en edad”) pretendía proporcionar cantidades verdaderamente masivas de redistribución de riqueza oculta haciendo que la gente sana de bajo riesgo subvencionara los costes de la gente mayor enferma. Gruber señala que “si hubiera habido una ley que dijera que la gente sana iba a pagar, si explicitas que la gente sana paga y la enferma consigue el dinero, no se habría aprobado”.

Más aún, Guber decía que el control del coste que supone el Obamacare no estaba respaldado: “de lo único que oyes hablar a la gente es de control de costes: “de cómo va a rebajar el coste de la atención sanitaria”, pero “no sabemos cómo”, ya que “una forma políticamente viable ahora mismo para acabar con la curva de costes (…) simplemente no existe”.

Sea que mi amenaza de imponer un juramento de superhéroe a mis alumnos es inaplicable. Pero es mi manera sentimental de comunicarles que las poderosas herramientas que han desarrollado son increíblemente valiosas para una sociedad moral y que funcione bien cuando apaciguan los esfuerzos de otros por mentir, engañar y robar (como la empresas mítica políticamente relacionada Dewey, Cheatem & Howe). Pero para ellos convertirse en perpetradores de esos abusos es atacar injustificadamente los derechos y el bienestar de millones de individuos cuyo bienestar supuestamente es el propósito de nuestra sociedad. Siempre he deseado ser más eficaz en divulgar esas ideas. Pero si puedo hacer un photoshop de Jonathan Gruber en traje de supervillano, creo que su ejemplo podría darme una mejor oportunidad de ahora en adelante.


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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