Por una sociedad libre y privada

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Existe hoy día una gran confusión en relación a la forma que habría de tener la sociedad sin Estado y sus instituciones. La raíz de este problema reside en la confusión popular existente entre las funciones de gobierno y de estado, pues lo normal es que ambos términos se presenten como sinónimos cuando en realidad se trata de dos categorías totalmente distintas. De la misma manera que el feudo consiste en la dominación militar y territorial del señorío, del que éste depende para su subsistencia, el Estado es esa lacra que se adueña de forma coercitiva de la función de gobierno para poder sobrevivir e instaurar su dominio populista en el medio social.

Algo que merece la pena de destacar lo constituye el hecho de que el Estado sea posterior a la sociedad civil, no anterior, y sus instituciones de gobierno. Esto es así porque sin actividad comercial o empresarial que se precie, y esta no es una nota característica de las sociedades tribales basadas en la familia como institución de las que venimos, no puede haber recaudación de impuestos, y sin estos éste simplemente no puede subsistir. A menos que se considere a los primeros miembros políticos integrantes de los primeros estados la capacidad de crear sociedad de la nada para luego tasarla por medio de los impuestos, cosa esta que les dotaría de una capacidad humana y de visión difícil de imaginar hoy día si se tiene en cuenta la malicia y degradación propia de la actividad política, se habrá de concluir que la actividad comercial, basada en las relaciones de mercado, fue lo primero, y que el Estado sólo vino después viviendo de las mimas. Decir que puede haber Estado sin sociedad civil es como admitir que el parásito es anterior al huésped que lo alimenta, lo que constituye un absurdo biológico.

Debido a esta confusión popular entre las funciones propias de gobierno y las de estado es que, con demasiada frecuencia, se acaba concluyendo diciendo que sin Estado no puede haber instituciones, y sin éstas, la sociedad civil parece difícil de vislumbrar. Mientras que por un lado parece difícil vislumbrar la forma que habría de tener una sociedad sin instituciones de gobierno, si resulta posible elucidar el sentido y forma que habría de adoptar el medio social una vez abandonado ese lastre parasitario que vive de su sangre una vez eliminada toda función de estado. El resultado, no cabe duda, vendría simbolizado por un progreso constante y desarrollo sin parangón en la historia. Muchas actividades empresariales que hoy en día no tienen lugar, o se ven en gran medida limitadas por los impuestos y otras formas de regulación estatal, levantarían por fin el vuelo añadiendo al bienestar económico y social que hoy día presenciamos en la actualidad. Este aspecto, no visto por la mayoría de los economistas de hoy día, es lo que denominamos “costos de oportunidad,” y consisten en la actividad no desarrollada pero pendiente que no puede manifestarse por falta de medios económicos y otros lastres que el Estado impone al individuo.

Si bien es cierto que la presencia omnipotente del Estado puede parecer desalentadora, lo cierto es que el futuro es más prometedor de lo que pudiera parecer a simple vista. Muchos de los cambios que se están dando hoy día, y que para muchos pasan desapercibidos, no constituyen sino más que la semilla de la sociedad que todavía está por venir. Spencer MacCallum, por ejemplo, ha sabido identificar correctamente estas tendencias “de mercado” en muchas formas de mancomunidades de inquilinos arrendatarios que hoy en día se establecen en la sociedad por todo el globo. Lugares como el hotel, los cruceros de lujo, los centros comerciales, los campings, los parques temáticos y de atracciones, los centros feriales, los edificios comerciales de oficinas o apartamentos, las urbanizaciones, o los resortes turísticos, por citar los ejemplos más conocidos, ya disponen medios de seguridad privada y son capaces de ofrecer como producto comercial todo tipo de servicios sociales tales como el alcantarillado, el tendido público, calles y aparcamientos, etc., todo ello, financiado con fondos privados proveniente de los consumidores de tales servicios.

Que esto ya se esté dando, sin embargo, no explica el fondo institucional que habría de permitir el surgimiento de este tipo de venturas comerciales y sus centros de gobierno. El enfoque anarcocapitalista no prescinde aquí de toda forma de regulación, sino que señala su aspecto privado y voluntario. El pronóstico aquí dice que la sociedad se fragmentará en distintas comunidades mancomunadas de propietarios que se asociarán a un nivel superior para ser más efectivas en su interés de gobierno. Y esto quiere decir que las instituciones y centros de gobiernos también se fragmentarán en un proceso centrífugo y desunificador que se producirá en distintos órdenes de la sociedad. Cuanto más disperso y desubicado se encuentre el poder social, que de forma tradicional ha quedado concentrado en las manos del Estado, tanto más efectivo éste será debido a la competencia y los incentivos de mercado, y ello de forma contraria a la intuición. Que el Estado no pueda ser efectivo sin unificar su poder político en manos del Estado por causa de los impuestos de los que éste depende para sobrevivir, no quiere decir que la sociedad civil se vea obligada a lo mismo, sobre todo, cuando su forma de ingresos tienen una raíz voluntaria y consensuada bajo la forma de venta de productos y servicios.

La regulación del medio social caerá de esta moda sobre el individuo o propietarios de los medios de producción, y tal y como ya ocurre en la actualidad, la razón y función social de ésta tendrá su justificación en la evitación anticipada de pleitos y querellas. Y sin embargo, en esta función social, la empresa privada de servicios sociales tendrá que ser flexible y sopesar riesgos so pena de perder a sus clientes. De este modo, el productor de autopistas, por ejemplo, deberá sopesar el riego de permitir determinados índices de velocidad, o si se debe o no exigir el uso del cinturón de seguridad, junto a la expectativa de ser demandado frente a un tribunal por causa de accidentes o la provisión de servicios inadecuados o peligrosos para el resto de la sociedad. De la misma manera que muchos parques temáticos y de atracciones no permiten su uso a determinados perfiles de la población, como niños de determinada estatura, enfermos del corazón, etc., renunciando así a posibles ingresos adicionales, el proveedor de servicios viales deberá sopesar este y otros riegos a la hora de ofertar sus servicios al cliente.

¿Y qué tipo de incentivos debería poseer una justicia descentralizada para ser justa e imparcial en un entorno civil y privado si se renuncia a los impuestos? En esencia, se trata del mismo que podría tener cualquier otra empresa de servicios que no quiera perder a sus clientes. Si no se obliga al consumidor a financiar los servicios de justicia por medio de los impuestos, lo normal es que la dinámica desarrollada resida en la satisfacción de las demandas del cliente, y un sistema judicial corrupto o que satisface los intereses de unos pocos, en lugar de los del conjunto de la población, tiene todas las posibilidades de arruinarse en su intento y verse obligada a cerrar las puertas de su negocio para que otros con más visión de futuro ocupen su lugar. Si hay una dinámica que defina hoy día a la justicia, es precisamente su visión cortoplacista que, de forma indudable, tiene su razón de ser en la no titularidad de los medios de producción políticos, pues la función del político es hoy día transitoria. La así llamada tragedia de los comunes puede explicar con facilidad la actitud de rapiña que el político, o las funciones de justicia y gobierno, ejercen sobre el medio social debido a la falta de titularidad sobre los medios que se ofertan a disposición del consumidor.

Uno de los incentivos que Shakespeare muestra en el Tribunal de Venecia para dictaminar en contra de Don Antonio y a favor de Shylock, el judío prestamista, al que éste detesta, reside en el hecho de que los ojos de la ciudad entera se hallen centrados en el caso a juzgar y el miedo de los jueces que juzgan el caso de que ya nadie quiera firmar contrato alguno en la ciudad si no se cumple el bono estipulado entre ambos. Recordemos que en aquella época la población judía se hallaba excluida en guetos y que la animosidad de la población en su conjunto por este grupo de individuos constituye una de las notas dominantes de esta obra literaria desde el principio hasta el final. Evidentemente, Shakespeare no fue un economista, sino un brillante literato, pero la dinámica de incentivos que éste presente en esta obra si puede ser estudiada desde un punto de vista económico en la actualidad. Aquí no vamos a caer en el error de pensar que con la privatización de los servicios de justicia, o de los de gobierno para el caso, se solucionen todos los problemas, pero lo cierto del asunto es que lo incentivos económicos son los que determinan la actividad empresarial de los individuos, y que el miedo a perderlo todo siempre es mucho más poderoso que las filiaciones ideológicas o de clase que uno pueda poseer. Después de todo, lo que mueve a los individuos, no son las ideas, o las buenas intenciones, sino los incentivos, y el económico es uno muy poderoso como para no tenerlo en cuenta.

1. Véase The Quickening of Social Evolution y The Enterprise of Community

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