Librecambismo e imperialismo

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Argumentos liberales en torno a los supuestos beneficios de la expansión territorial

“Las colonias son un gigantesco servicio de beneficencia para ayuda de las clases altas”

James Mill

“Un estado enteramente socialista que llevara bien sus libros de cuentas y presentara con regularidad balances de gastos e ingresos no tardaría mucho en descartar el imperialismo; una democracia inteligente del laissez-faire, que concediera a todos los intereses económicos por igual la debida importancia relativa, haría lo mismo.”

John A. Hobson

1. Introducción

La idea de que neoliberalismo e imperialismo están íntimamente relacionados constituye una de esas ideas de larga vida que es muy difícil de erradicar y que siguen perviviendo en numerosos ensayos académicos y periodísticos1. A estos argumentos no les faltaría razón si lo que describiesen fuera el conjunto de instituciones económicas y financieras de titularidad pública que dirigen y gobiernan la economía mundial, pero lo que ocurre es que esas instituciones no se comportan de acuerdo con los principios liberales y paradójicamente están más cerca de los idearios de sus contrarios que del librecambismo. Lo mismo acontece con el imperialismo y el intervencionismo exterior de las grandes potencias económicas, que son asociados con frecuencia a dinámicas propias del capitalismo2, cuando no son más que acciones emprendidas por actores estatales atendiendo a diversidad de fines3, pero que bajo ningún concepto pueden catalogarse como políticas librecambistas. El objeto de este trabajo es disociar el librecambismo de las políticas imperialistas, que en ocasiones incluso pueden ser llevadas a cabo justificándose bajo premisas librecambistas4. Para ello, analizaremos los argumentos económicos y políticos elaborados por los defensores del librecambio para rechazar el imperialismo y demostrar que el imperialismo y el intervencionismo externo tienen muy poco que ver con tales políticas. Es más, puede decirse que cuanto un autor más defiende el librecambio más radical es en sus críticas al imperialismo5, de hecho como explica Etherington (Etherington, 1982) las ideas antiimperialistas, incluido las socialistas, tienen origen indirecto, a través de la obra del liberal Hobson (Hobson, 1981; Cain, 1981),en los pensadores burgueses de la escuela de Manchester.


2. Argumentos Económicos contra el Imperialismo

La falta de rendimiento económico para el conjunto de la nación de las aventuras imperiales es algo sabido desde hace mucho tiempo (Bronfenbrenner, 1972) y constatado de sobra en numerosos estudios sobre la rentabilidad el imperio británico (O`Brien, 1988). Economistas clásicos como Say (Say, 2001: 200-203) informan de la prosperidad disfrutada por Francia e Inglaterra tras perder a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX de algunas de sus más ricas colonias norteamericanas y Norman Angell relata la prosperidad económica de España tras perder sus colonias cubanas (Angell, 1913: 136) y como el valor de su deuda pública subió espectacularmente en los mercados de valores tras la derrota. Tampoco las naciones europeas se derrumbaron tras la pérdida de sus dominios asiáticos y africanos tras la segunda guerra mundial, más bien al contrario. Si a esto se le suma que algunas de las más ricas naciones nunca tuvieron colonias, como Suiza o Suecia, o bien ellas mismas lo fueron, caso de Australia y Nueva Zelanda la idea de que el progreso económico se debió a las colonias parece tener muy poco fundamento. Al revés, el país que conservó sus colonias hasta más tarde fue Portugal y siguió siendo uno de los más pobres de Europa. Es más, se arruinó por culpa de las luchas coloniales6. Esto se debe a que el imperialismo no es más que una forma de corporalismo en el que unos grupos de presión obtienen beneficio a costa de extraer recursos al resto de la población, gracias a su proximidad o pertenencia a los grupos que detentan el poder político o a su capacidad de actuar colectivamente7 (Stromberg, 2004; Hogan, 1990) y, por tanto, la comunidad entendida de forma global no obtiene beneficio alguno, más bien obtiene pérdidas. Las razones para que esto sea así son varias. En primer lugar, la comunidad no obtiene ningún beneficio de abrir nuevos mercados a sus bienes excedentarios, por la sencilla razón de que los conquistados no tienen con que pagar nuestros bienes. La ley de Say nos indica que para poder vender productos a los colonizados estos tienen que poder pagar con mercancías lo que se les vende. Si estos no disponen de ninguna producción que ofrecer dado su atraso económico no se podrá vender nada pues nada tienen que ofrecer. La única alternativa que se nos ofrece para poder obtener algún beneficio de las colonias es esclavizar a los colonizados y ponerlos a trabajar para el concesionario de la explotación, sea el estado o un particular. Dado que es más que discutible que el trabajo esclavo sea más productivo que el trabajo libre, dado los costes que conlleva la vigilancia y el dominio de los esclavos y su menor productividad (North y Thomas 1978) no parece que sea muy rentable obtener por la fuerza lo que podría ser obtenido a menor coste a través del intercambio pacífico. Si a esto se le suma que la producción colonial compite con los productores o importadores de la metrópoli y les perjudica (Rüstow, 1980: 90-95) y que en el caso de ser metales preciosos usados como moneda sólo generan inflación8 nos damos cuenta de que es más barato obtener los bienes a través del comercio que a través del imperio. Hobson (Hobson , 1981: 82-3) que entendía muy bien las claves del imperialismo, a pesar de fundamentarlo erróneamente en el subconsumo, como después veremos, decía que lo ideal para Gran Bretaña sería que otro país asumiese los gastos de las colonias y Gran Bretaña se limitase a comerciar con ellas. Dado que los demás países no estarán dispuestos a permitir esto, esta dinámica conducirá las políticas económicas del país cara derivas proteccionistas, que prohibirán a los terceros países comerciar con las colonias. Nada menos librecambista que esto. El imperialismo lleva lógicamente a la protección pues sino la ganancia supuestamente obtenida por el exportador no se realizaría, dado que si este pudiese vender con ventaja sus productos a las colonias a través del libre comercio, ¿para que querría este incurrir en los gastos que conlleva la adquisición de las mismas?. Sólo se explica el colonialismo si es para dar privilegios a unos intereses concretos incapaces de competir libremente en el mercado, de ahí que el imperialismo sea en muchos casos una forma de corporativismo.

El segundo gran argumento contra el imperialismo es el que se deriva de la irrelevancia económica, en una situación de libre cambio, del tamaño del mercado. Wilhelm Röpke (Röpke, 1959) ferviente librecambista y antiimperialista lo expuso muy bien en su libro Organización e integración económica internacional al afirmar la irrelevancia económica de que un país incremente su tamaño. El tamaño económico de una nación es irrelevante dado que lo que cuenta en el intercambio económico libre es la capacidad de compra individual de sus ciudadanos, derivada de su mayor o menor productividad, no el número de kilómetros cuadrados que tenga. El hecho de incorporar varios millones de habitantes con poca capacidad de compra a un país nada puede aportar económicamente a su riqueza, como se vio en el caso de la unificación alemana9. En situaciones de libre mercado sin barreras al comercio o a la circulación de capitales lo que se pueda obtener a mejor precio del otro país ya se podría haber obtenido sin necesidad de unificación. Lo único que se genera en caso de existir programas sociales redistributivos es la demanda de extensión de los mismos a los nuevos ciudadanos, lo que puede suponer una enorme carga para la metrópoli o para los contribuyentes del país más rico de los unificados. Los estados son unidades políticas y no se un tamaño económico adecuado o que proporcione ventajas económicas a priori, en todo caso y al revés de lo que acostumbra a creerse los estado pequeños tienen la ventaja de que tienden a ser más librecambistas que los grandes al hacerse mucho más evidentes las desventajas de las políticas proteccionistas y autárquicas y al serles imposibles dividir entre muchos las cargas impositivas los impuestos son más evidentes, dificultándose los incrementos impositivos (Mises, 2005). Lo que si trae el imperialismo y la anexión de territorios son ventajas políticas, pues se incrementa el potencial militar de los países y el número de súbditos para los gobernantes de ahí que las clases políticas sean las principales interesadas en el incremento del tamaño de los estados10. Tampoco se sostiene, por tanto, la tesis del subconsumo dado que tampoco hay un límite interno a la demanda de los productos fabricados en la metrópoli11. De hecho, la demanda interna sólo tiene el límite de la producción del propio país, pues la demanda de bienes por parte de los nativos es por definición infinita siendo nuestra capacidad de compra, esto es, nuestra propia producción de bienes, con la que comprar lo producido es limitada, y a ese límite es al que debemos restringir nuestra demanda. El subconsumo no se debe a que no demandemos potencialmente bienes sino que a los precios a que nos son ofrecidos no podemos obtenerlos dado que no hay producción suficiente para pagarlos. Lo que es extraño es suponer que los nativos de los territorios colonizados van a poder pagar los precios que los propios habitantes de la metrópoli no pueden pagar, salvo que se use la fuerza, que es costosa de emplear, para obligarles a cambiar sus necesidades originarias por las de los productos impuestos por el poder político (no por el mercado que por definición es pacífico). En este caso, serán otros los productores o inversores metropolitanos perjudicados, dado que la capacidad de compra de una colonia sigue siendo la misma y, si consumen unos bienes con el producto de su trabajo, dejarán de usar ese producto en comprar otros bienes de la metrópoli12. Otro argumento semejante es el que basa la rentabilidad de la colonia en expolio de materias primas a las colonias. Como vimos antes, el imperialismo puede consistir en el expolio de tierras ricas en materias primas a sus legítimos propietario con el fin de extraer recursos baratos. El fenómeno puede ser definido como una subvención por parte del estado metropolitano hacia las compañías beneficiarias de la extracción de dichos recursos. El beneficio principal aquí consiste en que la compañía no tiene que pagar el precio de la tierra expropiada que le es regalada o vendida a bajo precio por el estado conquistador, dado que a la mano de obra hay que pagarle igual, y los bienes de capital13 tienen un precio establecido en el mercado. Esta subvención opera como todas las subvenciones, beneficiando a la empresa favorecida por el gobierno y perjudicando a los contribuyentes que tienen que pagar con impuestos y a las empresas competidoras o importadoras no favorecidas por el gobierno. El saldo neto en ningún caso es positivo y de ahí que se recurran a abstracciones metafísicas como el de declarar a ese sector estratégico para el estado para poder justificar dichas políticas14.

En conclusión, el imperialismo no constituye un beneficio económico neto para la nación colonizadora, sino que lo es sólo para algunos grupos. Los argumentos económicos a favor del imperialismo no se pueden defender ni teóricamente ni como vimos históricamente, pues de ser así las naciones coloniales se habrían sumido en una gravísima crisis al perder sus colonias, algo que como se pudo constatar no ocurrió. El error proviene básicamente de usar metáforas orgánicas con respecto a la nación, que nos hacen considerarla como un ser existente dotada de objetivos e intereses propios y no como una suma de individuos, con intereses diversos15.

 

3. Argumentos Políticos contra el Imperialismo

Los librecambistas no sólo se oponen por motivos económicos al imperialismo sino porque refuerza el poder del estado. El imperialismo implica también intervencionismo en la vida económica y esto tampoco es del agrado de los librecambistas. El librecambismo es coherente en su rechazo del imperialismo y de hecho se podría correlacionar un mayor grado de librecambismo con un mayor grado de antiimperialismo, y a la inversa, cuanto más se desliza uno por la pendiente del intervencionismo más probable es que uno apoye políticas proimperiales. De hecho autores tibios en el librecambismo como Adam Smith16 o Bentham son también tibios en su consideración del imperialismo, que justifican con más o menos reparos17. El imperialismo más que por liberales fue llevado a cabo por conservadores como Disraeli, que siempre fue proteccionista18 o por los radicales filosóficos seguidores de Bentham (Semmel, 1961). En la actualidad, los imperialistas declarados como Ferguson (Ferguson, 2005) siguen creyendo en una suerte de libre mercado restringido y planificado por la potencia imperial. Los antiimperialistas, al contrario, además de sus argumentos emprendieron y continúan a emprender campañas políticas, eso sí, con pocos resultados prácticos, ya en la Gran Bretaña victoriana (Schuyler, 1921; Calkins, 1960; Weinroth, 1974) ya en los Estados Unidos del siglo XX (Bastos Boubeta, 2005). Los argumentos que se usan en estas campañas acostumbrar a incidir en el fortalecimiento del poder del estado que se deriva de estas campañas intervencionistas. Robert Higgs (Higgs, 1987) en un sugerente trabajo titulado Crisis and Leviatán demostró que el tamaño del estado y su capacidad de incidencia en la vida económica y social se incrementaba con cada una de las guerras emprendidas por el gobierno norteamericano y después de las mismas, si bien se reducía algo su tamaño, nunca volvía a los niveles de antes de la guerra. Durante las guerras y las intervenciones exteriores (Eland, 2004) los estados aprovechan el estado de ánimo patriótico para subir impuestos19, centralizar el poder, intervenir la economía o limitar libertades públicas e incluso instaurar la censura20. La deuda pública y la emisión de bonos públicos se realiza casi sin frenos, favoreciéndose políticas monetarias inflacionistas. Es la época dorada de planificadores y burócratas21 que pueden realizar sus experimentos en un ambiente adecuado. De ahí que los defensores del liberalismo económico teman como la peste el fortalecimiento del poder político que se produce durante las guerras. La intervención exterior también provoca un incremento del gasto militar y de sectores afines que a larga puede minar la competitividad económica de la metrópoli. Los grandes imperios, esta es la tesis de Paul Kennedy (Kennedy, 1994) decayeron por causa de un exceso de gasto militar que minó la competitividad de sus economías y permitió prosperar a potencias rivales más hábiles que acabaron por competir con ventaja con la s producciones nacionales.

A estos argumentos debemos sumarle el de las consecuencias imprevistas que tiene toda política pública para sectores ajenos a las mismas, que en la mayoría de lo escasos con consecuencias negativas para el que las propone22. La intervención en Vietnam, por ejemplo tuvo la consecuencia de convertir al comunismo a países del sudeste asiático que no tenían problemas de este tipo. La intervención en Irak causó subidas del petróleo y el auge del integrismo religioso en regiones libres de él. Las intervenciones exteriores son una forma de intervención estatal (son un socialismo parcial) y como tales se ven sometidas a las mismas leyes que otras políticas de corte intervencionista o socialista entre ellas la imposibilidad de un cálculo racional de los costes y los beneficios asociados a ellas, lo que impide que puedan llevar a buen términos los objetivos inicialmente propuestos por el agente estatal (Huerta de Soto, 1992).

 

4. Conclusión

El imperialismo es un conjunto de políticas que no pueden ofrecer prosperidad al estado que las emprende. No dejan de ser una suerte de corporativismo que beneficia a unos a costa del conjunto de la población (McCormick, 1982) y por tanto no ofrecen un saldo neto positivo salvo para los beneficiados. Además, constituyen una fuente sin fin de políticas intervencionistas. No es de extrañar, por tanto, que los librecambistas desde los españoles de la escuela de Salamanca como Covarrubias, pasando por Say y Cobden (Bresiger, 1997; Winch, 1963; Cain, 1978) hasta los modernos libertarios norteamericanos se hayan opuesto ferozmente a las aventuras imperiales proponiendo a cambio estados circunscritos a sus fronteras plenos de libertades y que sirvan de ejemplo positivo al resto de los países de la tierra de cómo se conjugan libertad y prosperidad. Los nacionalistas que defienden la idea de una nación “fuerte” deben darse cuenta de que las aventuras imperiales no generan beneficios netos ni hace más fuertes a los ciudadanos individualmente considerados. A quien hace más fuerte es a la clase política gobernante. Por otra parte, los socialistas y los críticos de izquierdas del imperialismo deberían comenzar a reconocer el trabajo y los argumentos, de los que ellos en una medida son deudores, elaborados por los librecambistas y comenzar a desvincular los principios del libre mercado de las lógicas imperiales y a ver a éstas como lo que son, una consecuencia directa del estatismo.

 

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Notas

 


1. Un ejemplo de lo dicho puede encontrarse en el antiglobalizador ensayo de Juan Manuel Iranzo (Iranzo, 2004)

 

2. El ver al imperialismo como una etapa necesaria del capitalismo es algo propio de la literatura marxista después de Lenin y es una idea que tuvo mucho éxito en medios académicos, a pesar de que difícilmente pueda ser sostenida. Un breve bosquejo de sus ideas puede encontrarse en Winslow, muy crítico con la visión marxista (Winslow, 1931), Kruger (Kruger, 1955) y López-Suevos, más favorable a dicha visión (López-Suevos, 1978)

 

3. Las razones que se esgrimen además del interés económico en la explotación de las colonias son múltiples. Quizás la más célebre sea la de Schumpeter (Schumpeter, 1986; Taylor, 1951) quien considera al imperialismo como un atavismo precapitalista. Llama la atención, sin embargo, el poco interés que se le restan a las teorías que sitúan en condicionantes biológicos el impulso imperialista. Así, autores como Ardrey o Franks (Ardrey, 1970; Franks, 1970) buscan en el instinto de agresividad humano uno de los posibles condicionantes del instinto de agresividad humano contra otras gentes, si bien son cautos en sus conclusiones y no consideran determinante a tal instinto, si bien reconocen su influencia. Otros autores como Fieldhouse culpan a la opinión pública de las derivas imperiales (Fieldhouse, 1972)

 

4. Algunos autores como Gallagher y Robinson (Gallagher y Robinson, 1953) afirman para contradecir esto que durante la etapa más librecambista de la Inglaterra el imperio no dejó de aumentar, si bien de forma indirecta. Una réplica puede encontrarse en McDonagh (McDonagh,  1962)

 

5. Para una historia del antiimperialismo, en el que se manifiesta el antiimperialismo de los librecambistas véase el trabajo de Merle (Merle,  2005)

 

6. Los grandes logros económicos del Portugal de los 80 ilustran como este país creció como nunca a pesar de haber perdido gigantescas colonias, con una extensión varias veces superior a las de la metrópoli, siendo el Portugal de hoy mucho más rico que cuando las poseía.

 

7. Esta es la forma típica en que se elaboran las políticas públicas. Mancur Olson (Olson, 1992) en un muy conocido trabajo fue el primero en sistematizar esta lógica de la acción colectiva.

 

8. Recordemos que un incremento en la masa monetaria no tiene capacidad de incrementar la riqueza neta de una nación, sólo, produce inflación. La inflación en sí es un fenómeno redistributivo en el que unos ganan y otros pierden y no produce ningún beneficio neto. Duplicar la cantidad de dinero en una nación no la hace más rica, sólo más cara. Véase al respecto la obra de Mises (Mises, 1997)

 

9. Un estudio reciente sobre la hipotética unificación coreana corrobora lo dicho. Véase Choi (Choi, 2001)

 

10. Véanse las reflexiones que hace Tilly al respecto (Tilly, 1992). Tilly explica la formación del sistema de estados europeo como una competencia entre los mismos por extenderse tanto cuantitativamente, en tamaño, como cualitativamente en capacidad de coerción. Los más capaces en estas artes entre ellos triunfaron y los menos fueron absorbidos.

 

11. Complementaria a la tesis del subconsumo es la tesis de que las colonias son necesarias para mantener las tasas de beneficio, que en la metrópoli estarían decayendo. Los mismos argumentos usados para criticar el subconsumo pueden ser aplicados aquí, pues la tasa de beneficio de una inversión no depende del tamaño del mercado sino de la habilidad empresarial en combinar factores productivos para satisfacer las demandas del mercado. Además la historia no prueba tal aserto, dado que, por ejemplo, la mayoría de las inversiones británicas en el período victoriano no iban hacia sus colonias sino a países emergentes como Argentina, Brasil o los Estados Unidos (Platt, 1968).

 

12. Estamos suponiendo que el comercio de la colonia se produce sólo con la metrópoli. De poder comerciar libremente el colonizado, esto no tendría porque ser así, pero entonces, como vimos antes, ¿cómo se justificaría económicamente la existencia de la colonia por parte de sus apologetas?

 

13. Si la mano de obra esclava (esto es, mantenida en la esclavitud gracias a la fuerza militar del estado ocupante) fuese por un casual más rentable que la mano de obra libre, la subvención sería aún mayor. Si fuese más rentable la mano de obra libre, no tendría sentido esclavizarla y la subvención se reduciría al regalo de la tierra.

 

14. Es el caso del petróleo como justificación de algunas de las intervenciones neoimperiales recientes de los estados occidentales. Normalmente acostumbran a usarse legitimaciones más abstractas como la defensa de la civilización, la extensión de la fe y los valores cristianos o la defensa de la democracia. Cuidado, esto no quiere decir que los actores que intervienen no actúen de buena fe y no crean en la legitimidad de su actuación. No se pueden descartar a priori estas motivaciones, incluso en los actores directamente beneficiados. El papel de las ideas y creencias es mucho más importante de lo que pueda parecer a primera vista.

 

15. Véase o que dice Thomas Parker Moon (Moon, 1930: 58)al respecto: “Al usar el término ‘Francia’, se piensa en Francia como en una unidad, una entidad. Cuando decimos ‘Francia envió sus tropas para conquistar Túnez’, no sólo atribuimos unidad al país, sino también personalidad. Las palabras encubren la realidad de los hechos y transforman las relaciones internacionales en un drama fascinante cuyos personajes son las naciones personalizadas, y es muy fácil olvidar que los actores son hombres y mujeres de carne y hueso. Si no hubiera palabras tales como ‘Francia’ podríamos describir más correctamente la expedición a Túnez, por ejemplo, así: ‘Unos pocos entre treinta y ocho millones de personas enviaron a otras treinta mil a conquistar Túnez’. Al expresar el hecho de esta manera surge inmediatamente un interrogante, o más bien una serie de interrogantes. ¿Quiénes son los ‘pocos’?¿Porqué mandaron a los otros treinta mil a Túnez? ¿Y por qué obedecieron éstos? No son las naciones las que erigen los imperios, sino los hombres. El problema consiste en descubrir a los hombres, las minorías activas en cada nación que tienen intereses concretos y se benefician directamente con el imperialismo, y a partir de allí analizar las razones por las cuales las mayorías pagan los costos y libran las guerras”. Citado en (Rothbard, 1995). También se presupone erróneamente que los intereses de la burguesía o de los capitalistas son los mismos para todos, cuando normalmente unos ganan y otros pierden con el imperialismo (Landes, 1961).

 

16. Por extraño que parezca las posturas de Adam Smith son en muchos aspectos tibias con respecto al libre cambio y no es ni mucho menos tan librecambista como sus sucesores manchesterianos o Jean Baptiste Say. Véase al respecto el capítulo que le dedica Murray Rothbard a Adam Smith en su monumental Historia del pensamiento económico (Rothbard, 1999)

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17. Véase el trabajo de Carlos Rodríguez Braun (Rodríguez Braun, 1989)

 

18. La biografía de Disraeli de Maurois (Maurois, 1944) deja claro que desde joven fue proteccionista. En lo que respecta a la cuestión imperial pasó de considerar a las colonias como piedras de molino atadas al cuello de la metrópoli a convertirse en un ferviente defensor de las mismas.

 

19. Incluso un liberal como Milton Friedman se puso al servicio del estado durante la segunda guerra mundial e incluso ideó durante esta etapa el procedimiento de extraer los impuestos sobre al renta directamente de la nómina, para que parecises así más indoloros (Rothbard, 2002)

 

20. Véase como se aprovechó la guerra de Irak en los Estados Unidos para aprobar la Patriot Act que limita libertades (Bovard, 2004)

 

21. Uno de los principales planificadores del periodo de la segunda guerra mundial, Rexford Tugwell, llegó a lamentar que la querra hubiese acabado demasiado pronto, no dándole tiempo a finalizar el gran experimento de planificar por completo la economía norteamericana.

 

22. Un excelente libro en el que se nos muestran las consecuencias negativas del intervencionismo con argumentos que podrían extrapolarse a nuestro caso es el clásico de Henry Hazlitt, La economía en una lección (Hazlitt, 1996). También Mises (Mises, 2001)

 

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