Selgin cabalga de nuevo

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Como el chico bueno en un Western antiguo, determinado a poner las cosas en orden, George Selgin ha llegado a la escena una vez más, disparando precipitadamente –y mostrando una pésima puntería.

Hay una serie de problemas de fondo que criticar en la publicación excesiva y malhumorada donde nos ataca a Tom Woods y a mí. Bob Wenzel hizo un buen trabajo al exponer y refutar la lectura selectiva que Selgin hace de Hayek, especialmente la afirmación que hace de que el primer Hayek favorecía que el banco central mantuviera constante en el gasto total variando la oferta monetaria de forma inversamente proporcional a la demanda de dinero del público. En efecto, como lo muestra Wenzel , Hayek negaba de forma explícita que la estabilización del gasto total fuera a ser nunca “una máxima de una política práctica”. Por lo tanto, limitaré mis comentarios a la desastrosa interpretación que hace Selgin sobre mi posición.

Selgin asegura que yo favorezco algo que él llama “una M-constante ideal”. Pero yo nunca he favorecido que ninguna oferta monetaria sea óptima. En su lugar, he argumentado a favor de la posición de la escuela monetaria de que el régimen monetario ideal es uno donde la composición, cantidad y valor del dinero sea determinado exclusivamente por las fuerzas del mercado. Esto significa que en una economía abierta sin depósitos naturales de la mercancía dinero (oro, plata o lo que sea), la oferta monetaria varía estrictamente con la balanza de pagos. Así es como la oferta monetaria se determina en la actualidad para cada región en un área que usala misma moneda, por ejemplo, en los EE. UU. En una economía cerrada, las variaciones de la oferta monetaria estarían gobernadas por los cambios en los costes de extraer el oro, junto con los cambios en la demanda de oro para usos monetarios y no monetarios. Que el valor, ADEMÁS DE la oferta, de dinero deberían variar como los de cualquier otra mercancía que se produzca en el mercado es un tema recurrente en mis escritos. A lo mejor George quiera verificarlo aquí (pp. 343-46, 409-13) y aquí (pp. 97-100) y ser un investigador más cuidadoso en el futuro.

Selgin además se pone a dar el sermón: “no tiene sentido sugerir que un banco central, asumiendo que exista, haga nada”. Estoy de acuerdo. Pero, de nuevo, Selgin, ya sea de forma de liberada o inconsciente, representa mal mi postura. Al defender a otros como Larry White, quien aconseja “una meta de inflación es mejor que ningún límite”, George asume algo más que simplemente asumir que el banco central exista. De hecho, asume además que el banco central sea y deba permanecer libre de la “política”, esto es, no estar sujeto al control de los representantes electos por el público. De otra manera no tendría sentido dirigir su consejo a la Fed. Concediendo libremente que la Fed existe y que es dirigida por burócratas agazapados que no rinden cuentas al congreso sino que cuya lealtad está con los grandes bancos e instituciones financieras, mi consejo para el congreso sería ponga la política monetaria bajo su control, incorporando la Fed al departamento del tesoro, donde su presupuesto estaría determinado por el congreso. Bajo este plan, que es muy cercado al que alguna vez favoreció Milton Friedman en 1948, el dinero sería efectivamente emitido y destruido por medio de los déficits y los superávits federales.

Sin entrar a más detalles, mi plan (el cual puede leerse por complet0 aquí) tiene por lo menos cuatro ventajas sobre el régimen monetario actual: 1. el proceso de creación monetaria se vuelve de inmediato transparente para el público; 2. los políticos no pueden escaparse de ser directamente responsables con el electorado por la inflación echándole la culpa a la Fed; 3. la Fed finalmente sería desterrada de la labor de distorsionar los mercados crediticios porque el dinero sería simplemente inyectado a través de los déficits fiscales, y los “bonos” emitidos por el Tesoro a la Fed serían sencillamente entradas contables internas, sin efecto en el tipo de interés; 4. la expansión monetaria no entraría primero por los mercados crediticios y por lo tanto causaría “solo inflación” y malas asignaciones de recursos aleatorias y no las malas inversiones sistemáticas asociadas con el ciclo económico de tipo austriaco. Puedo añadir que ahora que muchos estadounidenses tienen a la Fed en tan baja estima, establecer la supervisión efectiva del congreso es un plan mucho más plausible que persuadir a un montón de burócratas agazapados a que voluntariamente se sometan a una “restricción” que no ha sido sino el sueño de la academia. Mi plan es solo transicional, una segunda alternativa y parada preliminar a la completa separación del dinero del gobierno. Por supuesto que yo presionaría y asesoraría al congreso para quitar todos los impuestos al oro, a la plata y a las monedas extranjeras y abolir las leyes de curso forzoso mientras se desregula por completo el sector financiero.

Es por lo tanto en realidad George y los que abogan por metas de PIB nominal los que proponen “no hacer nada” de fondo para frenar a la Fed, una agencia anticuada y destructiva de la era progresista. Asesorar a la Fed para que cambie sus guías de acuerdo con las que manipula la oferta monetaria es peor que inútil porque acepta la “independencia” como algo beneficio. En contraste, fomentar el descontento popular con la Fed y el asco por su depredación de un siglo de la economía estadounidense es “hacer algo” para movernos hacia una moneda sólida.


Publicado originalmente el 23 de marzo de 2015. Traducido del inglés por Edgar Duarte Aguilar. El artículo original se encuentra aquí.

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