¿Por qué está la Fed castigando a mis padres?

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En septiembre de 1993, el presidente Bill Clinton reafirmó a su audiencia de radio que “si trabajas duro y sigues las normas, te verás recompensado con una buena vida para ti y mayores posibilidades para tus hijos”. Hablando de ese tema más de dieciocho años después, el presidente Barack Obama afirmaba que “Los estadounidenses que trabajan duro y siguen las normas todos los días merecen un gobierno y un sistema financiero que hagan lo mismo”. El problema es que ni el gobierno ni el sistema financiero respaldado por la Reserva Federal recompensan a personas como mis padres, que han trabajado duro y seguido las normas toda su vida, solo para ver como desaparecen sus ahorros.

Por el contrario los cargos de la Reserva Federal y la intelectualidad que les apoya están trabajando continuamente para hacer sus vidas más difíciles, asustando a las masas por lo que los compradores buscan cada día: precios más bajos. La deflación de precios, gritan, es desastrosa para la economía. Les preocupa que precios más bajos reduzcan las ganancias, llevando a cierres y despidos y que los precios más bajos hagan más difícil a la gente pagar sus deudas. Sin embargo una teoría económica y una historia sensatas indican ambas que la deflación de precios no es nada que la economía social tenga que temer. Si los precios bajan porque la economía es más productiva, esto es inequívocamente positivo. Sin embargo, si los precios bajan porque la gente gasta menos, su deseo es de mayores balances de caja. Los precios a la baja les ayudan a lograr su objetivo, que precisamente es el propósito de la actividad económica.

Precios y salarios más bajos pueden hacer más difícil pagar la deuda fija. Sin embargo, esto sirve para empezar como un incentivo excelente para alejarse de la deuda, como han hecho mis padres como resultado de un importante sacrificio. Antes de crear incluso más dinero de la nada para repeler precios generales más bajos, deberíamos al menos considerar algunos de los asuntos éticos implicados.

Muchos hombres de la generación de mi padre no son como John Adams, que escribió a su mujer que él “debe estudiar política y guerra, para que nuestros hijos puedan tener libertad para estudiar matemáticas y filosofía”. Mi padre estuvo veinte años trabajando duro en una planta de empaquetado de carne, manteniendo a nuestra familia, hasta que perdió su trabajo debido a que su sindicato, junto con sus compañeros de trabajo, reclamó un salario que le dejó sin empleo. Cuando su planta cerró, a mediados de la década de 1980, empezó con éxito una segunda carrera, con mi madre, llevando su propio negocio de barbacoa durante otros más de veinte años. Vi de primera mano cómo trataban de mantener alta la calidad y bajos los costes, mientras producían carne y sándwiches de barbacoa de primera calidad para una demanda siempre incierta. Vi la preocupación en la cara de mi madre una semana en los primeros días cuando ganaban 15$ netos antes de impuestos. Mi padre, de hecho, “estudió” el empaquetado de la carne y las barbacoas, en parte, para que yo pudiera ir a la universidad y convertirme en economista y catedrático universitario.

Adicionalmente, mamá y papá tuvieron la previsión y el carácter como para hacer los sacrificios necesarios para no tener deudas. De hecho, son la peor pesadilla de Paul Krugman: una familia decidida a no vivir más allá de sus medios. Ahora jubilados, como muchos de su generación, disfrutan de la vida lo mejor que pueden con una renta casi fija. Como no tienen deuda, han podido vivir sin demasiadas dificultades económicas hasta ahora. Sin embargo, el inflacionismo de la Reserva Federal les hace la vida cada vez más difícil, ya que la inflación constante les merma diariamente su sustento. Por ejemplo, desde 2009, el Índice de Precios del Consumo ha aumentado más de un 9%. Sin embargo esto oculta aumentos superiores de precios para necesidades importantes. Los precios de los productos diarios han subido casi un 17% desde 2009. Los precios de la gasolina han subido casi un 11% a pesar del reciente declive. Los precios de carne, aves, pescado y huevos han aumentado un enorme 26% desde 2009. Precios en general más altos no ayudan en absoluto a gente como mis padres. Por el contrario, actúan como un ladrón, quitándoles riqueza en forma de un menor poder adquisitivo. Lo que quieren es ver que aumenta el valor de sus ahorros. Lejos de que crearles dificultades económicas, precios generales más bajos serían una bendición.

Por tanto, tanto la economía sensata como la ética reclaman que renunciemos a la retórica anti-deflación y la inflación que alimenta. La caridad reclama que dejemos de crear miedo en los corazones de las masas, aliviándoles los precios siempre crecientes. La Reserva Federal debería dejar de castigar a gente como mis padres, que han trabajado duro y seguido las normas toda su vida. Después de todo ¿qué les hicieron a Greenspan, Bernanke y Yellen?


Publicado originalmente el 30 de marzo de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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