La misión de Jeremías

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Tarde o temprano, aquellos que están interesados en la filosofía de la libertad se encuentran con el ensayo de Albert J. Nock, “La Labor de Isaías.” Tomando como ejemplo dos profetas del Antiguo Testamento, Isaías y Elías, Nock señala al menos dos puntos importantes. Primero, hasta que la sociedad parece estarse desintegrando alrededor nuestro, no muchas personas van a escuchar al crítico que viene en nombre de la acción basada en principios. Las masas quieren obtener todos los beneficios de la acción basada en principios, pero también quieren seguir con sus caminos sin principios. Quieren los frutos pero no las raíces de la moralidad. Por lo tanto, se niegan a escuchar a los profetas. Segundo, Nock señaló, el profeta Elías estaba convencido de que era el último de los fieles, o lo que Nock llama el Remanente. Dios le dijo al profeta que no era así; Él había guardado a otros siete mil de la putrefacción de la época.

Elías no tenía ni idea de que hubiesen quedado tantos fieles. No había visto a ninguno de ellos. No había escuchado informes que hablaran de ellos. No obstante, aquí estaba Dios, diciéndole que allí estaban. De modo que, concluye Nock, no es de mucha utilidad andar por allí contando cabezas. Las personas cuyas cabezas están disponibles para ser contadas no son aquellas en las que usted debiera estar interesado. Es irrelevante si la gente escucha o no escucha; lo importante es que el profeta presente el mensaje tal como es, de manera clara y consistente. No debe diluir la verdad con el objeto de apelar a las masas.

El ensayo de Nock ayuda a aquellos de nosotros que estamos acostumbrados a la idea de que debiésemos medir nuestro éxito por el número de personas a las que convencemos. Somos “cazadores de cabezas,” cuando debiésemos ser profetas. Los profetas no estaban llamados a dar el mensaje para ganar muchísimo apoyo por parte del público. Al contrario, habían sido llamados para dar el mensaje por causa de la verdad. Se les había pedido que testificaran a una generación que no iba a responder al mensaje. Por lo tanto, la verdad es su propia justificación. Aquellos que supuestamente escucharían, es decir, el Remanente, recibirían el mensaje, de una manera u otra. Ellos eran las personas que en realidad contaban. Lección: la gente que cuenta no puede ser contada. De cualquier manera, no por parte de los profetas.

El principal problema que tengo con el ensayo de Nock es que pasó por alto a otro profeta muy importante. Ese profeta fue Jeremías. Vivió alrededor de 125 años después de Isaías, y Dios le dio prácticamente el mismo mensaje. Se le dijo que fuera a los líderes más encumbrados de la tierra, al hombre promedio de la calle, y a todos los demás para que proclamara el mensaje. Debía decirles que estaban violando la ley moral básica en todo lo que hacían, y que si no se volvían de sus creencias falsas y prácticas malvadas, mirarían su sociedad totalmente devastada. En este sentido, la charla de Jeremías no fue fundamentalmente diferente a la de Isaías.

Sin embargo, había algunas diferencias. Jeremías también escribió (o dictó) un libro. No estuvo contento con predicar un mensaje desagradable a un pueblo escéptico y hostil. Quiso registrar los resultados de su indisposición a escuchar. Sus pensamientos están preservados en el libro más triste de la Biblia, el Libro de las Lamentaciones. Aunque sabía por adelantado que las masas rechazarían su mensaje, también sabía que habría un gran sufrimiento en Judá debido a su respuesta dura de cerviz. Además, el Remanente pagaría el mismo sacrificio a corto plazo. Ellos también serían llevados a la cautividad. Ellos también perderían sus posesiones y morirían en tierra extranjera. No serían protegidos del desastre sólo porque eran personas decentes que no estaban inmersas en las prácticas de su época. Escribió estas palabras en respuesta a la venida del juicio predicho: “Ríos de aguas echan mis ojos por el quebrantamiento de la hija de mi pueblo” (Lam. 3:48). Sabía que su castigo era bien merecido, no obstante él también era parte de ellos. La destrucción era tan grande que ni un atisbo de esperanza aparece en todo el libro.

¿Qué debemos concluir? ¿Que todo está perdido, que no hay esperanza? ¿Que nadie escuchará jamás la verdad? ¿Que todas las sociedades tarde o temprano estarán a punto de recibir juicio, y que este colapso no permitirá que ninguno escape? ¿Es inútil, hablando históricamente, servir en el Remanente? ¿Hemos de estar por siempre postrados en tierra, bajo las piedras de molino de la historia?

Un incidente clave en la vida de Jeremías nos da la respuesta. Aparece en el capítulo treinta y dos de Jeremías, un pasaje sumamente descuidado. Los Babilonios (Caldeos) habían sitiado Jerusalén. Había poca duda en la mente de cualquiera de que la ciudad caería en manos de los invasores. Dios le dijo a Jeremías que en medio de esta crisis, su primo vendría a él y le haría una oferta. Le ofrecería a Jeremías el derecho, como pariente, de comprar un campo en particular que se hallaba del lado de la familia del primo. Ciertamente el primo llegó justo con esta oferta. El primo estaba “jugando de vivo.” Estaba vendiendo un campo que estaba a punto de caer en manos del enemigo, y a cambio se le daría plata, una forma de capital altamente líquida, que se podía ocultar y transportar fácilmente – una moneda internacional. Nada malo para él, puesto que todo lo que tendría que entregar sería un trozo de terreno que el enemigo probablemente tomaría de todos modos.

¿Cuáles fueron las instrucciones de Dios a Jeremías? Compra el campo. De modo que Jeremías tomó su plata, llamó testigos, tomó las balanzas (dinero honesto) e hicieron la transacción. Luego Jeremías instruyó a Baruc, un escriba, para que registrara la evidencia. (Puede ser que Jeremías fuese analfabeto, como lo era la mayoría de los hombres de su tiempo.) Jeremías le dijo a Baruc que pusiera las evidencias de la venta en una vasija de barro para que estas fuesen guardadas a largo plazo. “Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Aún se comprarán casas, heredades y viñas en esta tierra” (Jer. 32:15).

Dios explicó sus propósitos al final del capítulo. Sí, la ciudad caería. Sí, el pueblo iría a la cautividad. Sí, sus pecados habían traído estas cosas sobre ellos. Pero este no es el fin de la historia. “He aquí que yo los reuniré de todas las tierras a las cuales los eché con mi furor, y con mi enojo e indignación grande; y los haré volver a este lugar, y los haré habitar seguramente; y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios” (Jer. 32:37-38). Y tampoco se detiene aquí: “Porque así ha dicho Jehová: Como traje sobre este pueblo todo este gran mal, así traeré sobre ellos todo el bien que acerca de ellos hablo. Y poseerán heredad en esta tierra de la cual vosotros decís: Está desierta, sin hombres y sin animales, es entregada en manos de los caldeos” (Jer. 32:42-43).

¿Cuál fue el mensaje de Dios a Jeremías? Hay esperanza a largo plazo para aquellos que son fieles a Su mensaje. Al final llegará un día cuando se mostrará la verdad, cuando la ley reinará suprema, cuando los hombres comprarán y venderán, cuando los contratos serán honrados. “Heredades comprarán por dinero, y harán escritura y la sellarán y pondrán testigos, en tierra de Benjamín y en los contornos de Jerusalén, y en las ciudades de Judá; y en las ciudades de las montañas, y en las ciudades de la Sefela, y en las ciudades del Neguev; porque yo haré regresar sus cautivos, dice Jehová” (Jer. 32:44). En otras palabras, los negocios regresarán porque la ley de Dios será entendida y honrada.

Dios les había dicho que estarían en cautividad por setenta años. Sería lo suficientemente extenso como para asegurar que Jeremías no regresaría para reclamar su campo. Sin embargo, había esperanza. El profeta no debe imaginar que todas las cosas buenas deben suceder en su propio tiempo. No debe ser un optimista a corto plazo. No debe llegar a la conclusión de que sus palabras van a cambiarlo todo, convirtiéndole en el héroe del momento. Se le dice que mire a largo plazo, que predique a corto plazo, y que lleve a cabo sus asuntos cotidianos. Planea para el futuro. Compra y vende. Continúa hablando cuando los tiempos sean oportunos. Dile a cualquiera que escuche que el juicio está por llegar, pero también recuérdales que no todo está perdido para siempre solo porque todo parece estar perdido hoy.

La labor del profeta es ser honesto. Debe enfrentar las leyes de la realidad. Si los malos principios conducen a las malas acciones, entonces las malas consecuencias ciertamente aparecerán. Estas leyes de la realidad no pueden ser subestimadas. De hecho, la tarea del profeta es reafirmar su validez por medio de su mensaje. Las cosas no son “malas limpiamente” si se ignora la moralidad o si nos reímos de ella. Las cosas son terribles y la gente debiera entenderlas de este modo.

Aún así, hay esperanza. Los hombres pueden cambiar sus mentes. El profeta sabe que en los “buenos” tiempos, la gente rebelde generalmente no cambia sus mentes. De hecho, aquel profeta de los más renuentes, Jonás, se asustó tanto cuando la ciudad de Nínive se arrepintió que hizo un berrinche porque el juicio prometido nunca llegó, haciéndole aparecer como un idiota – una actitud que Dios reprochó. Pero en los días de Elías, Isaías y Jeremías, los pragmatistas de Israel no estaban para nada cerca de regresar a las leyes morales que les habían provisto su prosperidad. Se necesitarían siete décadas de cautividad para traerlos, o más bien a sus hijos y nietos, de regreso a la verdad.

Invierte a largo plazo, le dijo Dios a Jeremías. Invierte como si no todo estuviese perdido. Invierte como si tu mensaje, al final, fuese a dar fruto. Invierte aún frente a la desesperación, cuando todos corren asustados. Invierte para el beneficio de tus hijos y nietos. Invierte como si no todo dependiera del profeta, pues los profetas, siendo hombres, no son omniscientes u omnipotentes. Invierte como si la ley moral fuese a ser respetada un día. Mantente haciendo esfuerzos claros, aún si tú mismo no llegas a vivir jamás para ver al pueblo recuperar el sentido y regresar a su tierra. No minimices la extensión de la destrucción. No te regocijes por los problemas tan difíciles de tus enemigos. No te desesperes por el hecho de que el Remanente también se ve arrastrado por el remolino de la destrucción. Si tienes que hacerlo, derrama lágrimas, pero lo más importante, lleva registros. Planea para el futuro. Nunca cedas ni una pulgada.

Un profeta no es un eterno optimista. Él enfrenta la realidad. La realidad es su llamado en la vida. Es decirle a la gente que las cosas son terribles cuando piensan que todo está bien, y ofrecer esperanza cuando piensan que todo está perdido.

Su trabajo es decir la verdad, “cualquiera que sea el costo” y no dejar que las consideraciones a corto plazo nublen su visión. El Remanente está allá afuera. El Remanente sobrevivirá. Al final, el Remanente se convertirá en las masas, pues la verdad se manifestará. Pero hasta ese día, por el cual todos los profetas deben regocijarse, a pesar del hecho de que pocos verán su amanecer, el profeta debe hacer su mejor esfuerzo para entender la realidad y presentarla de la manera más efectiva que pueda. Esa es la labor de Jeremías.


Traducción por Donald Herrera Terán.

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