El ciudadano llano versus el propagandista profesional de la burocratización

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Bureaucracy_HomepageHero_20150105El objetivo de la popularización de los estudios económicos no es hacer de cada persona un economista. La idea es equipar a cada ciudadano para las funciones cívicas de su vida en comunidad.

El conflicto entre capitalismo y totalitarismo, sobre cuyo resultado depende el destino de la civilización, no será decidido por guerras civiles y revoluciones. Es una batalla de ideas. La siempre cambiante y evolutiva opinión pública [influida por cualquier cosa que se diga o haga a través de transacciones] determinará la victoria y la derrota.

[…] En todas estas discusiones los profesionales tienen una ventaja sobre los legos o profanos en la materia. Siempre están en situación de ventaja aquellos que dedican todo su esfuerzo exclusivamnente a una sola cosa. Aunque no necesariamente expertos y a menudo ciertamente no más listos que los amateurs, disfrutan de la ventaja de ser especialistas. Su técnica global y su entrenamiento es superior. Ellos llegan al encuentro frescos de mente y cuerpo, y no cansados tras un largo día de trabajo como los amateurs.

En la actualidad, casi todos los profesionales son dedicados partidarios del burocratismo y el socialismo. En primer lugar están las huestes de empleados del gobierno y de las oficinas de propaganda de los varios partidos. Están además los profesores de las varias instituciones educativas los cuales curiosamente consideran que profesar el radicalismo burocrático, socialista o marxista, es la marca de la perfección científica. Están los editores y columnistas de los periódicos y revistas “progresistas”, los líderes y organizadores sindicales, y para acabar ambiciosos hombres sin mucho trabajo que desean aparecer en los titulares expresando puntos de vista radicales. El empresario, abogado o asalariado corriente no es rival para ellos.

La persona lega puede brillantemente probar con éxito su argumento. Pero es inútil. Porque su adversario, revestido con toda la dignidad de su cátedra u oficialidad, le replica: “La falacia del razonamiento del caballero hace tiempo que ya ha sido revelada por los famosos profesores alemanes Mayer, Müller, and Schmid. Solo un idiota puede recurrir todavía a tan anticuadas ideas.” El lego queda desacreditado a los ojos de la audiencia, confiando plenamente en la infalibilidad profesional. No sabe cómo responder. No ha oído nunca los nombres de esos eminentes profesores. Así que no sabe que tales libros son simples paparruchas repletas de sinsentidos, y que ni tan siquiera rozan los problemas que él puso sobre la mesa. Puede aprenderlo más tarde. Pero no puede alterar el hecho de haber sido derrotado en el momento.

También la persona lega puede demostrar de manera despierta la impracticabilidad de algún proyecto sugerido. Entonces el profesional le replicará: “Este caballero es tan ignorante como para no saber que el esquema propuesto se utilizó con éxito en la Suecia socialista y en la Viena roja”. De nuevo nuestro hombre es silenciado. ¿Cómo puede él saber que casi todos los libros en inglés sobre Suecia y Viena son productos de propaganda que desfiguran los hechos de mala manera? No ha tenido la oportunidad de obtener información correcta de fuentes originales.

[…]El resultado más pernicioso de la repugnancia del ciudadano medio por ocuparse seriamente de las cuestiones económicas es su facilidad para respaldar un programa de punto medio o de compromiso. El ciudadano medio contempla el conflicto entre capitalismo y socialismo como si fuera una disputa entre dos grupos –trabajo y capital- cada uno de los cuales reclama para sí el total de la cuestión en disputa. Como él no se encuentra preparado por sí mismo para apreciar los méritos de los argumentos avanzados por cada uno de los dos grupos, piensa que sería una solución adecuada terminar la disputa por medio de un acuerdo amigable: cada reclamante debería tener una parte de lo reclamado. Así es como adquiere su prestigio el programa de interferencia gubernamental con la empresarialidad. No debería haber ni pleno capitalismo ni pleno socialismo, sino algo entre medias, una tercera vía. […] Casi todos aquellos que no abogan incondicionalmente por un socialismo pleno apoyan hoy este tercer sistema de intervencionismo, y todos los gobiernos que no son plena y francamente pro-socialistas han adoptado una política de intervencionismo económico. Muy pocos son quienes hoy día se oponen a cualquier clase de interferencia gubernamental en los precios, salarios, tipos de interés, y beneficios, y no tienen reparos en manifestar que ellos consideran la libre empresa y el capitalismo el único sistema capaz de funcionar, beneficioso para el conjunto de la sociedad y para todos sus miembros.

Sin embargo, el razonamiento de los partidarios de esta solución intermedia es enteramente falaz. El conflicto entre  socialismo y capitalismo no es una lucha entre dos grupos por una mayor porción del dividendo social. Ver así la cuestión es lo mismo que una plena aceptación de las consignas de marxistas y demás socialistas. Los adversarios del socialismo […] no recomiendan el capitalismo por los intereses egoistas de empresarios y capitalistas sino por el beneficio de todos los miembros de la sociedad. El gran conflicto histórico relativo a la organización económica de la sociedad no puede ser tratado como una querella o disputa entre dos negociantes relativa a una cantidad de dinero; no puede ser resuelta partiendo la diferencia.

El intervencionismo económico es una política autodestructiva. Las medidas aisladas que aplica no logran los resultados previstos. Las mismas resultan en un estado de cosas, que –desde el propio punto de vista de sus mismos propulsores- es mucho más indeseable que el estado previo que se pretendía modificar. Desempleo de una gran parte de aquellos que quieren trabajar incrementándose año tras año, monopolio, crisis económica, restricción generalizada de la productividad, nacionalismo económico, y guerra son las consecuencias ineludibles de la interferencia gubernamental con la empresarialidad tal como recomiendan los propulsores de la tercera vía. Todos esos males por los cuales los socialistas acusan al capitalismo son precisamente el producto de esta desafortunada, alegadamente “progresista” política. Los catastróficos eventos que son puestos en la picota por los socialistas radicales son el resultado de las ideas de aquellos que dicen: ¡Yo no estoy en contra del capitalismo, pero…! Tales personas no son sino allanadores del camino de la socialización y la burocratización extensiva. Su ignorancia precede y engendra el desastre.

Rasgos esenciales de la civilización son la división del trabajo y la especialización. Si no fuera por ellas, sería imposible tanto la prosperidad material como el progreso intelectual. La existencia de un grupo integrado de científicos, estudiosos, e investigadores es una consecuencia o producto de la división del trabajo exactamente igual que la existencia de cualquier otra clase de especialistas. […]

Sería sin embargo funesto para los ciudadano abandonar los estudios económicos a los profesionales como si se tratara de su dominio exclusivo. En tanto que los principales puntos de la política actual son esencialmente económicos, tal resignación comportaría una abdicación completa de los ciudadanos en  beneficio de los profesionales. Si los votantes o los miembros del parlamento afrontan los problemas que suscita la regulación de la prevención de enfermedades del ganado o la construcción de un edificio de oficinas, pueden dejar a los expertos la discusión de los detalles. Tales problemas veterinarios o de ingeniería no interfieren con los fundamentos de la vida social y política. Son importantes pero no son primarios o vitales. Pero si no solo las masas sino incluso la mayor parte de sus representantes electos declaran: “Estos problemas monetarios solo pueden ser entendidos por especialistas; nosotros no tenemos la inclinación de estudiarlos; en esta materia debemos confiar en los expertos,” entonces están virtualmente renunciando y entregando su soberanía a los profesionales. No importa si delegan o no formalmente sus facultades para legislar. En cualquier caso los especialistas los desplazan y se imponen. Los burócratas se encargarán.

[…] Si los ciudadanos se encuentran bajo la hegemonía intelectual de los profesionales de la burocracia, la sociedad se fractura en dos castas: los profesionales gobernantes, cual brahmanes, y la crédula ciudadanía. Entonces el despotismo emerge, cualquiera que sea la letra de la constitución y de las leyes.

Democracia significa autodeterminación. ¿Cómo puede la gente determinar sus propios asuntos si permanecen tan indiferentes hacia ganar a través de su propio razonar un juicio propio sobre los problemas económicos y políticos fundamentales? La democracia no es un bien que la gente pueda disfrutar sin problemas. Es, por el contrario, un tesoro que debe ser defendido y conquistado cada día de nuevo con tenaz esfuerzo.


Traducido del inglés por Jorge Bueso Merino.

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