Teoría e historia. Capítulo II. Juicios de valor

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  1. portrait_of_austrian_economist_ludwig_von_mises_plate-r4af3a83964a34de895ff9fae60608c1c_ambb0_8byvr_324JUICIOS DE VALOR Y PROPOSICIONES EXISTENCIALES

Las proposiciones que afirman la existencia (proposiciones existenciales afirmativas) o la no existencia (proposiciones existenciales negativas) son descriptivas. Afirman algo acerca de la situación del universo en su totalidad o de partes del universo. Respecto de ellas las cuestiones relativas a la verdad o la falsedad son significativas. No deben ser confundidas con los juicios de valor.

Los juicios de valor son voluntaristas. Expresan sentimientos, gustos o preferencias del individuo que los profiere. Respecto de ellos no puede haber cuestión relativa a su verdad o falsedad. Son juicios últimos y no están sujetos a ninguna prueba o evidencia.

Los juicios de valor son actos mentales del individuo en cuestión. En cuanto tales deben ser claramente diferenciados de las expresiones por medio de las cuales un individuo trata de informar a los demás acerca del contenido de sus juicios de valor. Una persona puede tener alguna razón para mentir acerca de sus valoraciones. Podemos describir esta situación de la siguiente manera: Todo juicio de valor es en sí mismo un hecho acerca de la situación actual del universo y en cuanto tal puede ser el tema de proposiciones existenciales. La oración «Prefiero Beethoven a Lehar» se refiere a un juicio de valor.

Si se la considera como una proposición existencial es verdadera si en realidad prefiero a Beethoven y actúo de acuerdo con tal preferencia, y es falsa si de hecho prefiero a Lehar y, por alguna razón, miento acerca de mis verdaderos sentimientos, gustos o preferencias. De manera análoga, la proposición existencial «Pablo prefiere Beethoven a Lehar» puede ser verdadera o falsa. Al declarar que respecto de los juicios de valor no puede haber cuestión de verdad o falsedad nos referimos a los juicios en sí y no a las oraciones que informan a otras personas acerca del contenido de tales juicios de valor

  1. VALORACIÓN Y ACCIÓN

Un juicio de valor es meramente académico si no impele a ninguna acción a la persona que lo profiere. Hay juicios que deben quedar en lo académico porque no está en poder del individuo actuar dirigido por ellos. Una persona puede preferir un cielo estrellado a otro sin estrellas, pero no puede tratar de sustituir la situación que no le gusta por la que le gusta más.

La importancia de los juicios de valor reside justamente en el hecho de que son resortes de la acción humana. Guiado por sus valoraciones, el hombre trata de sustituir las condiciones que encuentra menos satisfactorias por condiciones que le parecen mejor. Emplea medios para alcanzar los fines que busca. Por consiguiente, la historia humana trata de los juicios de valor que han impelido a los hombres a actuar y que han dirigido su conducta. Lo que sucedió en la historia no puede ser descubierto y narrado sin hacer referencia a las diversas valoraciones de los individuos en acción. No es competencia del historiador en cuanto tal emitir juicios de valor sobre la conducta de los individuos cuyo estudio constituye el tema de sus investigaciones. Como rama del conocimiento, la historia consta solamente de proposiciones existenciales. Pero estas proposiciones existenciales se refieren a menudo a la presencia o ausencia de juicios de valor específicos en la mente de los individuos que actúan. Y una de las tareas de la comprensión específica de las ciencias históricas consiste en establecer cuáles eran los juicios de valor de los individuos.

Tarea de la historia, por ejemplo, es buscar el origen del sistema de castas de la India en los valores que estimularon la conducta de las generaciones que desarrollaron, perfeccionaron y preservaron el sistema. Otra tarea es descubrir cuáles fueron las consecuencias de este sistema y cómo esos efectos influyeron en los juicios de valor de generaciones posteriores. Pero no es competencia del historiador enjuiciar el sistema como tal, ensalzarlo o condenarlo. Tiene que buscar su importancia para el desarrollo de los acontecimientos, compararlo con las intenciones y propósitos de sus autores y sostenedores y señalar sus efectos y consecuencias. Tiene que preguntarse si los medios empleados eran o no adecuados para el logro de los fines que los individuos perseguían.

De hecho, casi ningún historiador ha podido evitar el hacer enjuiciamientos. Pero tales juicios siempre son accidentales a la verdadera tarea de la historia

  1. LA SUBJETIVIDAD DE LA VALORACIÓN

Todos los juicios de valor son personales y subjetivos. No hay juicios de valor que no afirmen «yo prefiero», «a mí me gusta más», «yo deseo».

No se puede negar que los individuos difieren ampliamente respecto de sus sentimientos, gustos y preferencias y que aun los mismos individuos, en diferentes épocas de su vida, valoran la misma cosa de diferente manera. A la vista de este hecho, no tiene sentido hablar de valores absolutos o eternos.

Lo anterior no significa que cada individuo saque sus valoraciones de su propia mente. La gran mayoría de la gente toma sus valoraciones del ambiente social en que nacieron, moldeó su personalidad y los educó. Pocos hombres tienen la capacidad necesaria para desviarse del conjunto tradicional de valores y establecer su propia escala respecto de lo que parece ser mejor y lo que parece ser peor.

Lo que el teorema de la subjetividad de la valoración significa es que no hay ningún patrón disponible que nos permita rechazar ningún juicio último de valor por estar equivocado, por ser falso o errado, de la manera que podemos rechazar una proposición existencial por ser patentemente falsa. Tan pronto como empecemos a refutar por medio de argumentos un juicio último de valor lo consideramos un medio para alcanzar fines específicos. Pero en tal caso, simplemente pasamos la discusión a otro plano. Ya no vemos el juicio en cuestión como un valor último, sino como un medio para alcanzar un valor último y de nuevo nos enfrentamos con el mismo problema anterior. Podemos, por ejemplo, tratar de mostrar a un budista que el actuar de acuerdo con las enseñanzas de su credo tiene resultados que nosotros consideramos desastrosos. Pero tenemos que callarnos si nos contesta que esos efectos son, en su opinión, un mal menor o que no constituyen ningún mal comparados con lo que resultaría de no observar sus normas de conducta. Sus ideas acerca del bien supremo, la felicidad y la eterna satisfacción son diferentes de las nuestras. No tiene ningún interés por los valores que preocupan a sus críticos y busca satisfacción en cosas diferentes de las de ellos.

  1. LA ESTRUCTURA LÓGICA Y SINTÁCTICA DE LOS JUICIOS DE VALOR

Un juicio de valor ve las cosas desde el punto de vista de la persona que lo profiere. No dice nada acerca del estado de las cosas. Manifiesta la reacción afectiva de una persona a ciertas condiciones específicas del universo en comparación con otras condiciones específicas.

El valor no es intrínseco. No está en las cosas o en las condiciones, sino en el sujeto que valora. Es imposible atribuir valor sólo a una cosa o una situación. La valoración compara invariablemente una cosa o condición con otra cosa o condición. Califica diversas situaciones del mundo externo. Contrasta una cosa o estado, sea real o imaginario, con otra cosa o estado, sea real o imaginario, y sitúa a ambos en una escala de acuerdo con lo que al autor del juicio le gusta más o le gusta menos.

Puede suceder que el individuo que juzga considere que ambas cosas o condiciones son iguales. No le interesa que haya A o B. En ese caso su juicio de valor expresa indiferencia. Ninguna acción puede resultar de tan neutral disposición.

A veces la expresión de un juicio de valor es elíptica y tiene sentido sólo si es adecuadamente completada por quien lo escucha. «No me gusta el sarampión» significa «Prefiero la ausencia que no la presencia del sarampión». Dicha incompletez es el signo de toda referencia a la libertad. La libertad significa invariablemente libertad de (ausencia de) algo referido explícita o implícitamente. La forma gramatical de tales juicios puede ser calificada de negativa. Pero sería vano deducir de este vestido idiomático de una clase de juicios de valor ninguna conclusión acerca de su contenido y culparlos de un supuesto negativismo. Todo juicio de valor permite una formulación en la cual lo que se valora más altamente se expresa lógicamente tanto en una forma positiva como en una forma negativa, aunque a veces el lenguaje puede no haber desarrollado el término adecuado. La libertad de prensa implica la negación o rechazo de la censura. Pero, si se formula explícitamente, significa una situación en la cual sólo el autor determina el contenido de su publicación a diferencia de una situación en la cual la policía tiene derecho de interferir en el asunto.

La acción implica necesariamente renunciar a algo cuyo valor se estima menos para lograr o preservar algo cuyo valor se considera mayor. Por ejemplo, se renuncia a una cantidad específica de trabajo. La renuncia al descanso es el medio para alcanzar una cosa o estado considerado más valioso.

Hay personas de nervios tan sensibles que no pueden resistir una exposición sin adornos de muchos hechos acerca de la naturaleza fisiológica del cuerpo humano y el carácter praxeológico de la acción humana. Tales personas se ofenden al escuchar que el hombre debe elegir entre las cosas más sublimes, los más altos ideales humanos, por una parte, y las necesidades de su cuerpo, por la otra. Creen que tales afirmaciones restan nobleza a las cosas más altas. No comprenden que en la vida del hombre surgen situaciones en las cuales él se ve forzado a escoger entre la fidelidad a altos ideales y necesidades animales, como la alimentación.

Siempre que el hombre confronta la necesidad de elegir entre dos cosas o estados, su decisión es un juicio de valor, se exprese o no en la forma gramatical que ordinariamente se emplea para expresar tales juicios.


Tomado de Teoría e historia (1957) de Ludwig von Mises.

 

 

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