La economía de la era progresista y el legado de Jim Crow

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Progressive-Era Economics and the Legacy of Jim CrowLos historiadores y economistas dominantes tienden a ver el periodo de 1900 a 1920 como un tiempo glorioso para la agenda progresista. Solo en 1913, el gobierno encabezado por el progresista Woodrow Wilson creó el Sistema de la Reserva Federal, la elección directa de los senadores de EEUU mediante votación popular (y no de los legisladores estatales) y el impuesto federal de la renta. El auge de las agencias regulatorias, como la FDA, la Comisión Interestatal de Comercio, la Comisión Federal de Comercio y la Comisión Federal de Comunicaciones alejaron aún más a la economía de EEUU del “destructivo” laissez faire y la acercaron a un modelo más “racional”. Igualmente, el gobierno de EEUU siguió en aquel entonces políticas agresivas antitrust que trataban de quebrar o impedir la creación de monopolios privados, que supuestamente protegerían el mismo núcleo del sistema estadounidense de libre empresa: la competencia.

No es sorprende que, después de una inspección más detallada, descubramos que la realidad fue distinta de la visión que han producido los historiadores. Como han documentado historiadores económicos como Robert Higgs en Crisis and Leviathan, la regulación económica impuesta por los progresistas estadounidenses en realidad creó monopolios donde no había ninguno y las políticas progresistas crearon barreras nuevas y dañinas de entrada que bloquearon grupos enteros de líneas ocupacionales en nombre de crear en sociedad mejor.

Los progresistas y la raza: Estropeando el panorama

Si hubiera nubes oscuras en este por otro lado “brillante” periodo de “progreso”, serían la Primera Guerra Mundial, el conflicto internacional más destructivo y asesino de la historia al que fue arrastrado inevitablemente Estados Unidos, y el auge del racismo institucional, conocido también con el nombre de Jim Crow. La Primera Guerra Mundial, aunque por supuesto fuera un acontecimiento desastroso único, sí sirvió para arrancar las monarquías conservadoras y retrógradas de Europa. Esto, desde la perspectiva progresista, fue una pequeña pero importante “línea de salvación” en la negra nube de la guerra.

Las leyes Jim Crow fueron algo completamente distinto, pero los historiadores progresistas tienen una explicación lista para lo que fue claramente la implantación de política que exacerbaron la desigualdad en un momento en que intelectuales, periodistas y políticos redoblaban los tambores de la igualdad. Los defensores progresistas de Jim Crow, escriben historiadores como C. Vann Woodward y David W. Southern, simplemente sufrieron un “punto ciego” de racismo. Aunque sus intenciones eran buenas y aunque las políticas económicas que defendían hubieran avanzado en último término la causa de los afroamericanos, los practicantes y creadores de Jim Crow estaban no solo ciegos a las necesidades de los negros, junto a su humanidad básica, sino que también eran incapaces de entender que estaban ayudando inconscientemente a la misma gente que afirmaban odiar.

Hay otra forma de ver sin embargo las políticas progresistas, una que elimina la explicación del racismo con el llamado punto ciego y la reemplaza con un punto de vista que reconoce que las mismas “reformas” económicas y sociales que defendieron los progresistas y por las cuales reciben alabanzas por todas partes en realidad pretendían dañar a los negros y otras minorías que se encontraban fuera del favor de los progresistas estadounidenses.

En 2013, David Kiriazis y yo publicamos un artículo en The Independent Review en el que criticábamos abiertamente la tesis del “punto ciego” y afirmábamos que los progresistas querían perjudicar a los negros estadounidenses y que sus reformas eran las herramientas que empleaban para llegar a sus objetivos. Lejos de hacer la vida económica “más justa” y más abierta a través del proceso regulatorio, argumentábamos que la maquinaria regulatoria de la Era Progresista hizo lo que hacen siempre las regulaciones públicas: crear ganadores y perdedores económicos mediante la creación de barreras de entrada, aumentó los costes empresariales (lo que favoreció las empresas más grandes que también estuvieran relacionadas políticamente) y en el proceso creó rentas económicas patrocinadas por el gobierno.

En un trabajo revelador, Thomas Leonard, de la Universidad de Princeton explica cómo los progresistas  adoptaron la falsa ciencia de la eugenesia en un intento de “extirpar” los grupos étnicos que consideraban como enormemente inferiores a los blancos con educación. Los negros estaban entre esos grupos que los progresistas creían que necesitaban ser sometidos al gobierno blanco y empujados a los márgenes de la sociedad, siendo las herramientas las “reformas” económicas y la implantación del salario mínimo.

Algunas citas de los intelectuales de entonces resultan sencillamente sorprendentes. Margaret Sanger, la fundadora de Planned Parenthood y un icono del progresismo hablaba de la necesidad de “exterminar a la población negra” mediante un programa de control de natalidad y esterilización. Economistas como Irving Fisher, Frank Fetter, Simon Patten y Edward A. Ross veían la presencia de negros e inmigrantes de Europa Oriental como destructiva para la sociedad estadounidense y creían que no solo la implantación de la eugenesia, sino también imponer un salario, mínimo ayudarían a “purificar” el país, al mantener a los “inempleables” fuera del lugar de trabajo.

Igualmente, los “reformistas” económicos más apasionados de la primera Era Progresista, como el senador “Pitchfork” Ben Tillman de Carolina de Sur, eran asimismo los más  francos racistas y basaban sus campañas en ir contra las empresas establecidas y los negros. (Woodward no podía explicar lo que veía como la incoherencia del progresismo político y económico de Tillman con su racismo).

Leonard señala que los progresistas veían el mayor desempleo causado por el salario mínimo como un beneficio social neto, que iba contra el punto de vista habitual neoclásico de economistas como Alfred Marshall, A.C. Pigou y Phillip Wicksteed, que veían el salario mínimo como algo que imponía un coste social. Si se promoviera hoy este punto de vista de que aumentar el salario mínimo crearía mayores niveles de desempleo, especialmente entre los negros, entonces esa persona es un racista, según el socialista Harold Meyerson, que escribe para el Washington Post.

Regulación y racismo

Poca gente entiende el impacto del proceso regulatorio sobre la economía moderna. Por ejemplo, los candidatos presidenciales del Partido Demócrata, Hillary Clinton y Bernie Sanders han atacado ambos la popularidad de las empresas de compartición de vehículos como Uber y Lyft, junto con Airbnb, que permite a gente en ciudad caras como San Francisco y Nueva York convertir sus apartamentos en Bed & Breakfast. Tanto Sanders como Clinton afirman que estas entidades “no están reguladas”, lo que, en su opinión, peno en peligro a los consumidores e impide que las autoridades supervisen sus operaciones y ofrezcan protección a sus usuarios.

Igualmente, el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, ataca a Uber supuestamente por su falta de regulaciones, cuando, en realidad, de Blasio está representando los intereses de la industria del taxi, que no quiere competencia y que dio al alcalde grandes contribuciones de campaña. Como sus colegas políticos, de Blasio y sus apoyos quieren que creamos que la regulación económica crear un mercado “ordenado” de bajos costes que “protege” a los consumidores y realmente genera precios más bajos (porque los reguladores públicos establecen las tarifas de los taxis).

Lejos de hacer y barata y ordenada la vida económica, la regulación pública crea rentas económicas que se acumulan para la gente que está relacionada políticamente dejando fuera a los que están al otro lado de la línea y reduciendo oportunidades económicas y, al final, reduciendo la oferta de bienes y servicios en el mercado. Este último punto es importante, pues incluso Paul Krugman supuestamente entiende que si en un mercado el gobierno reduce la oferta de un bien, su precio subirá, en igualdad de condiciones. El gobierno no puede regular que aparezca una creciente oferta de bines, punto: solo puede reducir esa oferta porque la regulación añade costes a la producción y la distribución de bienes.

La política progresista como extensión del Jim Crow

¿Dónde entran entonces el progresismo y Jim Crow en este panorama? La respuesta es abrumadoramente sencilla, aunque rechazada incluso por los progresistas negros modernos que aparentemente han abrazado las mismas doctrinas económicas que ayudaron a impedir el progreso económico de los afroamericanos.

La regulación pública por definición restringe la producción económica, creando así rentas económicas que se distribuyen, al menos en parte, sobre una base política. Así, la gente que está mejor relacionada políticamente estará delante en la cola y los no relacionados atrás. Es así de sencillo. La historia de las leyes laborales progresistas, especialmente las de principios del siglo XX, es una historia de intentos descarados de los poderosos sindicatos de blancos de eliminar mediante legislación a todos los trabajadores negros.

Un ejemplo es la National Recovery Act, la ley de 1933 del New Deal que buscaba la cartelización de casi todos los sectores de EEUU. (La idea detrás de la legislación inspirada por Franklin Roosevelt era que si el gobierno podía aumentar el precio de los bienes, aumentaría los ingresos y beneficios de las empresas, impidiendo así que quebraran y crearan aún más desempleo. Por razones obvias, el intento de luchar contra el desempleo reduciendo la producción económica no curó los males económicos de la nación).

Dado que los estadounidenses negros ya trabajaban bajo las infames leyes Jim Crow, la NRA tardó poco en manifestarse de forma racista. Los negros llamaban a la ley “Negro Removal Act” (“ley de eliminación de negros”), “Negroes Rarely Allowed” (“negros raramente eprmitidos”) y “Negroes Robbed Again” (“los negros robados otra vez”). Igualmente, los progresistas presentaron el salario mínimo no como una herramienta para sacar a los negros de la pobreza (como los progresistas modernos afirman que hará), sino más bien como un dispositivo para impedir que los trabajadores negros compitieran con los blancos.

Otro ejemplo implica el sector del taxi, que es analizado en el libro de Walter Williams, The State Against Blacks, en el que documenta cómo las políticas públicas a menudo obligan a los trabajadores negros a estar el final de la cola. El sector del taxi de la ciudad de Nueva York (el mismo monopolio concedido por el gobierno que favorece el alcalde de Blasio), escribe Williams, ha impuesto legalmente altas barreras de entrada que en la práctica excluyen a los negros que puedan desear conducir taxis.

El Informe Flexner de 1910, inspirado por los progresistas, que recomendaba el cierre de un gran número de escuelas médicas que formaban doctores afroamericanos, acabó haciendo que los negros fueran expulsados de muchos trabajos profesionales en la atención médica. Aunque Flexner no buscara principalemente perjudicar a las personas negras que seguían carreras médicas, sí entendía que la implantación de estas recomendaciones (Estados Unidos, decía, necesitaba “menos y mejores doctores”) en la práctica eliminaría de las profesiones médicas a la mayoría de los afroamericanos.

Negros, blancos y tasas de desempleo

Aunque pocos progresistas modernos están dispuestos a reconocer el pasado racista de su movimiento, aún menos progresistas están dispuestos a admitir que las mismas políticas que reclamaban que se implantaran tuvieran un fuerte impacto negativo sobre los negros estadounidenses. Lo que puede resultar más paradójico es que la prueba del fracaso del progresismo puede verse en las cifras de desempleo negro, aunque tanto los progresistas blancos como negros reclamen más de lo mismo.

Si la causa de las altas tasas de desempleo negro fuera simplemente el racismo blanco, cabría esperar que la diferencia en el desempleo entre negros y blancos fuera mayor antes de la década de 1940, cuando los blancos eran libres de actuar siguiendo sus propios prejuicios raciales, que después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo no es así, según el Pew Research Center:

La diferencia de desempleo negro-blanco parece haber aparecido en la década de 1940, según un análisis de 1999 de los datos del censo. Aunque economistas laborales, sociólogos y otros investigadores han ofrecido muchas explicaciones para la persistente diferencia de 2 a 1 (desde la distinta distribución industrial de los trabajadores negros y blancos a una “diferencia de habilidades” entre ellos), no hay consenso sobre las causas. Un papel de trabajo de 2011, después de revisar la investigación existente sobre diferenciales de salarios y desempleo entre negros y blancos, concluía que “ninguna de los modelos existentes de discriminación racial en el mercado laboral explica las grandes regularidades empíricas”.

Según el Pew Research, las tasas de desempleo negro han sido aproximadamente el doble de los parados blancos desde la década de 1950. Hoy la tasa de desempleo negro es casi el doble de la de los blancos, pero el diferencial estalló solo después de que las políticas económicas progresistas se incluyeran permanentemente en la economía de EEUU. Si la razón para este diferencial de desempleo no es el racismo (y las políticas raciales estadounidenses han cambiado drásticamente en los pasados sesenta años), entonces ¿por qué vemos este tipo de cifras?

Creo que la razón principal ha sido la tendencia de los afroamericanos (y especialmente de los líderes políticos afroamericanos) a adoptar completamente la agenda progresista. Aunque podría parecer extraño que los negros den pleno apoyo a una ideología económica y política que hizo que los negros fueran arrinconados al margen, debe recordarse que las clases educadas, tanto negras como blancas, abrazaron religiosamente el progresismo.

Además, el progresismo moderno es una religión secular de base urbana y la mayoría de los afroamericanos tiende a vivir en ciudades. No debería ser sorprendente que cuando la cultura intelectual urbana dominante es antiempresa, la gente más expuesta al constante redoble de odio hacia la empresa privada no vaya a apoyarla. De hecho, las ciudades estadounidenses más grandes con grandes poblaciones negras están dominadas políticamente por coaliciones de blancos y afroamericanos ricos y antiempresas.

Tomemos Baltimore, por ejemplo. Como apunté durante los disturbios de Baltimore del pasado abril, Baltimore está dominado por la coalición progresista blanca y negra a la que gusta el tipo de “desarrollo económico” de perfil alto, subvencionado por los gobiernos y llevado a cabo por blancos bien relacionados políticamente y que beneficia sobre todo a los blancos acomodados. Sin embargo, los empresarios de la vida real que quieran implicar a la población negra local reciben el sopapo del establishment progresista. A los progresistas les puede gustar la “inversión” en estadios subvencionados y centros comerciales que tienen pocos efectos positivos para la población negra local, pero no van a apoyar a los negocios ordinarios que ayudan a mantener juntas a las comunidades.

Para que no se piense que exagero, la cita reciente del exalcalde de Baltimore, Marton O’Malley, que también ha sido gobernador de Maryland y ahora se presenta a presidente de Estados Unidos, resume la visión progresista hacia la empresa privada:

“No es verdad que las regulaciones mantengan abajo a los pobres o que la regulación impida que la clase media progrese”, dijo O’Malley, exgobernador de Maryland, en una entrevista con Steve Inskeep, de la NPR. “Esos son tonterías”.

Aun así, conocemos la historia de la regulación económica y sabemos su efecto sobre los estadounidenses negros. Los progresistas sabían lo que estaban haciendo cuando construyeron estructura reguladoras que echaron a los afroamericanos al final de la cola en la lucha por las rentas económicas creadas por el gobierno. Los resultados se han convertido en doblemente trágicos porque los negros ahora abrazan completamente las mismas filosofías políticas que hicieron sus vidas tan difíciles durante la era Jim Crow.


Publicado originalmente el 15 de septiembre de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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