La economía nos enseña a no preocuparnos

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Los economistas destacan la importancia del concepto de coste de oportunidad. NEUAG (“no existe un almuerzo gratuito”) prevalece en la disciplina. En un mundo de escasez, cada decisión requiere que se renuncie a alguna otra cosa de valor y la alternativa más valorada a la que se renuncia es el coste de oportunidad.

Ese énfasis en el coste de oportunidad se centra en la cuestión de a qué se está renunciando realmente cuando se toma una decisión. Su propósito es asegurarse de que no nos hemos equivocado con errores básicos, porque si entendimos mal los costes relevantes, nuestra comprensión bien puede ser incorrecta, aunque nuestra teoría a partir de ese punto sea correcta (siguiendo la máxima de que la lógica solo significa no cometer más errores que los ya cometidos). Igualmente importante, ayuda a asegurar que otros no nos puedan equivocar con su comprensión equivocada, como ocurre tan a menudo cuando la gente trata de vender “soluciones” públicas a problemas percibidos (por ejemplo, ignorando el coste para la sociedad de los impuestos requeridos para financiar algún programa de gasto).

Por desgracia, el concepto de coste de oportunidad (el que el coste relevante de cualquier decisión es la alternativa perdida de mayor valor) puede ser sencillo de entender, pero difícil de aplicar constantemente en el complejo “mundo real”.

Un ejemplo que los profesores de economía usan a menudo para explicar esto es preguntar a los alumnos acerca del coste de oportunidad de acudir a una clase concreta. Lo usamos para demostrar que la primera parte de la respuesta a casi cualquier pregunta general es “depende” (porque hay muchos factores que pueden cambiar los costes o beneficios relevantes de una decisión concreta) y que hace falta buen juicio para aplicar adecuadamente el concepto.

¿Debería considerarse el coste de conducir hasta la universidad como parte del coste de un alumno acudiendo a una clase concreta? Depende. ¿Habrías venido a la universidad incluso si te saltaras esa clase? Si es así, no es parte del coste de acudir a esa clase. Si no, es parte del coste.

Suponiendo que se deba contar el coste de conducir a la universidad, ¿debería ese coste incluir la depreciación? Depende. ¿Se basa en la distancia o la edad? Solo debería incluirse la depreciación basada en la distancia, porque el automóvil se hará más viejo, lo conduzcas o no.

Pero si el automóvil es de alquiler, la depreciación no importa, salvo reflejada en la tarifa por kilómetros extra por encima del límite.

¿Qué pasa con el seguro? Contaría si se pagara solo por los días que conduzcas, pero no si se pagaron 6 meses de cobertura de una vez.

¿Y qué pasa si es el automóvil de papá, no el tuyo? ¿Qué pasa con la gasolina? ¿La pagas tú o papá?

Un recordatorio útil para aplicar correctamente el concepto del coste de oportunidad es que “los costes perdidos están perdidos”. Porque lo que está en el pasado no puede cambiarse por una decisión actual (salvo en Wikipedia y los libros de texto de historia), tratar a algo que no puede cambiarse por una alternativa como un coste de oportunidad relevante de esa alternativa es un error. Aun así, la gente viola este principio constantemente. Por ejemplo, la gente que pagó en exceso por un activo a menudo rechaza venderlo porque “no puede soportar la pérdida”, aunque ya haya sufrido el coste de su error y vender ese activo posteriormente no hace que cambie la pérdida: solo obliga a admitir que ha cometido un error.

Además, debo confesar que a pesar de mi formación como economista y mi constante “predicación” del concepto a mis alumnos, me veo violando en la práctica la norma que predico en clase.

Estaba en un evento que iba a durar unas 3 horas. Pero durante la mayor parte de este estuve pensando en otro evento al que quería acudir en ese mismo momento, pero había perdido. Pensar en ello afectó enormemente a mi disfrute en el evento en el que estaba.

Después me di cuenta de que no habría podido acudir al evento que quería desde el evento en el que estaba, ni siquiera yéndome de inmediato, ya no era una opción viable. Por tanto el valor que puse en el otro evento ya no era un coste para estar donde estaba. Era un coste de oportunidad de decidir a dónde ir en el momento en que tomé la decisión. Pero una vez tomada la decisión, era un coste perdido y ya no relevante. Pero actúe como si fuera relevante y mi error de coste perdido me perjudicó, afectando a mi experiencia.

Una mayor reflexión me hizo ver que he caído en este error del coste perdido más de una vez. Por ejemplo, cuando estoy haciendo algo con la familia o algo para relajarme, mi naturaleza de adicto al trabajo tiende a seguir susurrándome que, como tengo tanto quehacer, debería estar “en ello”.

Centrarse en aquello a lo que ya había renunciado una vez se tomé la decisión impone costes sin ningún beneficio correspondiente.

Una vez he decidido qué haré, esos susurros deberían tratarse como los costes perdidos que son. Siempre que he elegido la opción “errónea”, ya he sufrido el coste. Preocuparse más por ello es agravar la pérdida debido a una falta de lógica.

Debo admitir que es embarazoso haber cometido ese error de costes perdidos al aplicar mi supuesta experiencia. No hace que lo que sé sea menos cierto, pero me recuerda que el consejo de mi padre cuando me enseñaba a jugar al golf: “haz lo que digo, no lo que hago”. Sin embargo, me hizo pensar más cuidadosamente acerca de lo engañoso que puede ser esto. Cuando tomo una decisión, debo recordar los costes relevantes de oportunidad o incurriré en errores. Luego, una vez tomada una decisión, no debo pensar en aquello a lo que renuncié o me llevará a distintos errores. Por desgracia, la capacidad de pensar de forma distinta antes y después de la misma decisión, a menudo en rápida sucesión, no se produce naturalmente.

La dificultad puede explicar en parte una vieja crítica a los economistas como aquellos “que conocen el coste de todo, pero el valor de nada”. Dado que su uso principal ha sido por políticos y sus beneficiarios que quieren crear pantallas de humo para defender despilfarros frente a una consideración cuidadosa., quienes ven y apuntan ese sinsentido deberían considerar un honor en lugar de un insulto esos ataques ad hominem. Y si miramos los costes actuales para tomar decisiones más efectivas sobre su continuar con una decisión previa (como pasa con todas esas fórmulas “automáticas” de gasto público que los políticos ocultan para simular que no pueden hacer nada al respecto, a pesar de querer hacerlo), entonces eso es completamente defendible. Sin embargo, en la medida en que continuamos pensando en los costes de algo una vez que se ha tomado una decisión, puede ser una crítica válida y un error a evitar.

He empezado una “terapia cognitiva” autoimpuesta para hacer que los pensamiento de costes perdidos dejen de perjudicar mi disfrute de la vida (y esto me ha hecho empezar a pensar también en otras direcciones, ya que distingo entre culpa eficaz, que motiva un cambio futuro, de forma que hay tanto costes como beneficios, y culpa ineficaz, que nos hace sentir peor, pero no motiva cambio, así que hay costes pero no beneficios).

Comparto estos pensamientos con la esperanza de que puedan ayudar a otros que sufran la aflicción de la costesperdiditis. Por supuesto, si el coste de oportunidad de alguno de reconocer la aflicción es demasiado alto, eso abriría todo un nuevo rango de asuntos a considerar.


Publicado originalmente el 12 de febrero de 2008. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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