La verdad sobre el porcino

0

Antes de las fiestas de navidad, Washington trabajó con energía y dio a luz el presupuesto federal 2001-2002. Por tanto es el momento del barril de porcino[1], con los contribuyentes haciendo involuntariamente de reyes magos para los electores favorecidos por los políticos. Pero los miles de millones de dólares dedicados a los varios miles de proyectos señalados que no podrían sobrevivir al proceso presupuestario normal también plantean una importante pregunta subyacente acerca del gasto del barril de porcino: ¿es un lubricante esencial, necesario para lograr la aprobación de políticas bien entendidas, diseñadas e implantadas, que están verdaderamente justificadas para mejorar el bienestar general de los estadounidenses, o es en realidad el ingrediente esencial de la legislación a pesar de hacer poco o nada por mejorar el bien público?

Resulta imposible encontrar algún proyecto señalado entre los miles incluidos que resuelva un fallo grave del mercado o una necesidad acuciante. Esto es especialmente así, dado que si las necesidades fueran acuciantes para los beneficiarios locales, deberían haber estado dispuestos a financiarlas mediante el gobierno local o los intereses privados afectados. Los 2 millones de dólares (y 1,5 millones el pasado año) incluidos para renovar un monumento a Vulcano, el dios romano de la metalurgia, para Birmingham, Alabama (un proyecto justificado porque la estatua es un importante símbolo de la herencia acerera de la ciudad) son un buen ejemplo.

El hecho de que los que tienen mayor poder sobre el gasto obtengan la mayoría del porcino y con mucho las mayores contribuciones de aquellos cuyo interés propio mejoraría con dicho porcino es también incoherente con la visión lubricante. Después de todo, esa visión implicaría que los presidentes de comités y los miembros influyentes son, de hecho, los extorsionistas principales que lideran los intentos de crear esa legislación. Los 300 millones de dólares entregados a los rancheros de ovejas y cabras, resucitando un programa que se estableció para garantizar un suministro apropiado de lana y angora para uniformes militares (aunque el ejército dejara de usar uniformes de lana hace medio siglo)  es simplemente uno de los más absurdos entre muchos ejemplos.

Para justificar el porcino que se divide en el proceso presupuestario, los políticos reciclan interminablemente la afirman de que era importante para los electores “conseguir que se les devolviera algo” por los impuestos que envían a Washington. Pero este argumento implica que todo lo que hace realmente el gobierno federal para mejorar el bienestar de los estadounidenses no vale lo que cuesta a los contribuyentes. En caso contrario, los electores ya verían que están obteniendo más de lo que vale su dinero. Este argumento también implica que el gobierno federal está fracasando en sus tareas más importantes, lo que es incoherente con la excusa de que “el porcino es necesario para conseguir un mayor bien público”, usada para el argumento esencial del lubricante.

Nuestros representantes también defienden los proyectos señalados como necesarios porque, como dijo Adam Schiff (representante demócrata, de California): “hay un valor en dejar que los representantes elegidos tengan voz directa a la hora de financiar a sus comunidades”. Pero este es realmente un argumento que no debería usar el gobierno federal en absoluto, una visión consagrada en el principio constitucional del federalismo.

La gente local debería tanto definir como financiar esos proyectos, si es que saben mejor lo que hay que hacer. Y si los directamente afectados no están dispuestos a pagar de su bolsillo, entonces el dinero estaría mejor en sus bolsillos, sin un caro desvío dentro de la circunvalación de Washington. Todo lo que crea ese viaje tan caro es la ficción de que cuando una parte del dinero de los impuestos locales vuelve en forma de proyectos que no estarían dispuestos a pagar, de alguna forma consiguen un beneficio como resultado.

Después de trabajar, los políticos volvieron a casa para las vacaciones, donde dedicaron mucho de su tiempo a destacar su papel en traer a casa el tocino para aquellos intereses locales a los que benefician. Pero mientras el Congreso vuelve al “trabajo del pueblo” en un año con elecciones intermedias, merece la pena recordar que el porcino traído a casa tiene que extraerse a otros por esos políticos como precio por su aprobación (normalmente con una justificación risible) a cambio de la extracción recíproca de otro a sus electores, aquellos cuyos proyectos señalados no fueron ni siquiera capaces de cumplir con los patrones llenos de grasa del proceso presupuestario normal y a quienes no llega ningún centavo de la financiación de nadie que no sean sus contribuyentes. Parece ser una horrible cantidad de lubricante para muy poco trabajo real.


Publicado originalmente el 7 de enero de 2002. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

[1] La expresión “barril de porcino” o pork barrel se emplea en Estados Unidos para referirse a la contribución de dinero público que los miembros del Congreso y los Senadores tienen a disposición para financiar proyectos de interés local, y que frecuentemente se utiliza para ganar votos (Fuente: Wikipedia; Nota del traductor).

Print Friendly, PDF & Email