Debemos ser “oportunistas” en desmantelar el estado

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We Must Be “Opportunists” In Dismantling the StateAl pensar en estrategias para abolir o disminuir radicalmente el gobierno, muchos libertarios son llevados por el mal camino al usar una falsa dicotomía. El estado, dicen, puede ser aplastado de un golpe letal o puede ser acorralado gradualmente de acuerdo con un plan predeterminado. Estas son, dicen, las dos únicas alternativas.

Hay varios problemas al enmarcar el asunto en estos términos. Primero y principal, el demolicionismo no es una estrategia sino una fantasía adolescente. Es el producto de las cavilaciones ociosas de jóvenes entusiastas convertidos al libertarismo. Los medios y objetivos del demolicionismo no pueden ni siquiera declararse coherentemente. ¿Se supone que el objetivo de los demolicionistas sería causar que el estado se desvaneciera literalmente de la noche a la mañana o en el tiempo que lleve a políticos, burócratas y líderes militares empacar y vaciar sus oficinas o en expulsarlos y encarcelarlos? ¿Y qué acciones se supone que van a llevar a cabo los demolicionistas para inducir a los propietarios del aparato del estado para abandonarlo simultáneamente? ¿Cuentan los demolicionistas con una brillante campaña de propaganda para causar una conversión espontánea  al libertarismo entre legisladores, jueces y miembros del ejecutivo, etc.? ¿O incitarán los demolicionistas una revuelta fiscal popular y posiblemente un motín entre los rangos inferiores de las fuerzas armadas que ponga fin abruptamente al estado? Toda noción de expulsión abrupta de un estado, especialmente uno tan poderoso, protegido y amado (o al menos tolerado) por la enorme mayoría de sus súbditos-ciudadanos como Estrados Unidos, es tan fantástica que es difícil creer que algún libertario defienda esta postura.

En realidad, la postura demolicionista es un hombre de paja. Está creada para hacer que la estrategia gradualista parezca ser la única razonable. Es difícil indentificar algún pensador libertario moderno notable que haya apoyado alguna vez el demolicionismo como estrategia.

Lo que realmente dijo Rothbard

Ahora alguien puede responder que Murray Rothbard, en su artículo “¿Odias al estado?”, planteaba una distinción entre los que llamamos “gradualistas” y los “abolicionistas”. Pero aquí no estaba distinguiendo entre estrategias, sino entre actitudes intelectuales y emocionales hacia el estado. Así que describía al “abolicionista”, ya fuera anarquista o minarquista, como “un ‘pulsador del botón’ que se haría ampollas en su pulgar pulsando un botón que aboliera el Estado inmediatamente, si existiera dicho botón”.

Rothbard continuaba señalando, sin embargo que “el abolicionista sabe que de todas formas no existe un botón así y que se conformará con migajas si es necesario, aunque siempre prefiriendo toda la hogaza si puede lograrla”.  Advertid el énfasis de Rothbard en la palabra “no”. Así que, aunque Rothbard era un abolicionsita que detestaba apasionadamente el estado como “un enemigo ladrón y bestial” de la humanidad, rechazaba enfáticamente el demolicionismo como estrategia realista. En términos de actitud, lo opuesto al abolicionista pulsador del botón, para Rothbard, es el consejero de la eficiencia de la Escuela de Chicago, que ve al estado simplemente como una disposición menos eficiente que la economía de libre mercado a la hora de proporcionar todos o (para el minarquista) la mayoría de los “bienes públicos”.

Los entusiastas de la eficiencia friedmanista (de Milton o de David) no albergan ningún gran odio por el estado, que, después de todo, esta proporcionado a la sociedad los bienes y servicios necesarios, aunque con costes más altos de los que tendrían los mercados competitivos.

Debemos ser “oportunistas”

Si no es el absurdo e infructuoso programa del demolicionismo ¿cuál es entones la alternativa realista a la estrategia gradualista? Antes de poder responder a esta pregunta, debemos mirar más de cerca el gradualismo.

De acuerdo con un reciente artículo gradualista, el gradualismo tiene dos características principales. Primero, busca “disminuir” el estado “paso a paso”, en lugar de saltar del estatus quo al estado mínimo o a una sociedad sin estado”. De acuerdo con esta forma de pensar, esta postura estratégica permite a los libertarios crear coaliciones con grupos no libertarios que compartan un objetivo común de recortar o eliminar las intervenciones públicas en un área concreta, por ejemplo, la guerra contra las drogas o el salario mínimo, pero puedan no aceptar el objetivo libertario dominante de abolir el estado o minimizar radicalmente su poder y ámbito.

Pero casi ningún libertario (y menos los abolicionistas) negaría que colaborar con grupos que difieren en otros aspectos como agendas políticas sobre asuntos de preocupación común es estratégicamente sensato cuando es probable que se reduzca la intervención del estado.

Es la segunda característica de la postura gradualista la que presenta un problema grave y la hace inútil e incluso contraproducente. Es la idea de que la disminución del estado debe estar guiada por el principio moral superior de que los programas públicos tendrían que eliminarse en una secuencia concreta pensada para proteger a los más empobrecidos entre los explotados por el estado frente a una pérdida brusca de los subsidios y privilegios políticos que puedan recibir.

En este punto, el problema con la estrategia gradualista se hace inmediatamente evidente. Los gradualistas presuponen que pueden planear a priori el orden en que pueden eliminarse las intervenciones sin referirse a la realidad sociopolítica. Pero este es un programa utópico, en el mal sentido de ser una ilusión. En el mundo real, solo podemos aprovechar las oportunidades para desmantelar el estado a medida que se nos presentan en los acontecimientos de la realidad histórica que se desarrollan inexorablemente. Lo que podríamos llamar “oportunismo” es la estrategia de saltar y explotar toda oportunidad de despedazar el estado, independientemente de la naturaleza de dicha oportunidad o de la estructura existente de otras intervenciones. El oportunista por tanto no busca ni demoler el estado de la noche a la mañana, ni seguir un elegante plan a priori para su disminución “humana”. Más bien busca desmantelar el estado tan rápidamente como sea posible, estando listo para aprovechar totalmente las oportunidades de recortar el estado a medida que maduren entre el flujo incesante e incierto de las circunstancias sociales, económicas y políticas.

Así que la característica definitoria del gradualismo no es la voluntad de transigir en la táctica, rebajar la retórica extremista y cooperar con grupos no libertarios siempre que sea probable que se genere una eliminación de los programas públicos. En realidad, estas medidas son la misma esencia del oportunismo. No, el elemento esencial del gradualismo es el imperativo ético ahistórico que dicta un orden definido en el que deben eliminarse las intervenciones públicas. La diferencia entre oportunismo y gradualismo puede ilustrarse con el siguiente ejemplo.

Supongamos que una masa crítica de contribuyentes de clase media queda profundamente resentida por toda la pócima de bujería de los programas públicos de “red de seguridad” para los pobres y de repente se hace políticamente viable eliminarlos hasta la raíz. Suponiendo que las leyes de salario mínimo y licencias profesionales sigan firmemente implantadas, el gradualista, si fuera coherente, tendría que renunciar a esta posibilidad de disminuir el estado.

En claro contraste, el oportunista, por supuesto, aprobaría y promovería con entusiasmo la eliminación de estos programas, modulando encantado su retórica antiestatista y uniéndose a los grupos no libertarios para formar un frente unido a favor de su abolición.

Ahora debería estar claro que la estrategia del oportunismo va de la mano de la actitud del abolicionismo. El oportunista se moverá tan rápidamente como sea posible hacia su objetivo de abolir su odiado enemigo, el estado, limitado solo por la escasez de medios y el ritmo de desarrollo de las condiciones sociales y políticas concretas.

El bienestar corporativo es un objetivo realista

Antes de concluir, quiero destacar que no veo una oportunidad realista de deshacernos de los programas de bienestar social en un futuro previsible. Sin embargo hay una marea claramente creciente de resentimiento por parte de la clase media productiva contra el bienestar corporativo, especialmente en forma de rescates y privilegios para enormes instituciones financieras por parte de la Reserva Federal.

Muchos miembros de Congreso también son profundamente escépticos sobre la actividad reciente de la Fed y sus confortables relaciones con el sistema bancario. Ya no aceptan mansamente el mantra de la Fed de que requiere “independencia de la política” (es decir, libertad frente a la supervisión del Congreso) para llevar a cabo una política monetaria eficaz. De hecho, en julio, el Senado aprobó una ley de carreteras que incluía una disposición para recortar el “dividendo” anual que todos los bancos miembros han recibido de la Fed desde su creación. La propuesta fue aprobada a pesar de las enérgicas objeciones de la Fed y el lobby bancario. Este mismo mes la Cámara aprobó abrumadoramente una ley alternativa de carreteras que liquidaría permanentemente el “fondo extraordinario” de la Fed, que actualmente contiene 29.000 millones de dólares.

Esto presenta a los abolicionistas libertarios una oportunidad de oro para alinearse con activistas y políticos del Tea Party y grupos populistas y comunitarios de izquierdas para lanzar un golpe contra el capitalismo de compinches, promoviendo una propuesta para transformar la Fed de una camarilla de burócratas caprichosos e irresponsables en una rama de Tesoro sometida a las asignaciones y supervisión del Congreso.


Publicado originalmente el 3 de diciembre de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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