No existe un gobierno neutral

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There's No Such Thing As a Neutral Government [Este artículo aparece en el número de noviembre-diciembre de 2015 de The Austrian]

Peter Simpson es un distinguido clasicista y filósofo, conocido por su obra sobre la ética y la política de Aristóteles. (También es, por cierto, un crítico mordaz de Leo Strauss y sus seguidores). En Political Illiberalism, plantea un reto fundamental a las justificaciones filosóficas del liberalismo moderno, culminando en el enormemente influyente El liberalismo político (1993), de John Rawls. Aunque no puede calificarse a Simpson como libertario, sus principales argumentos nos serán muy útiles a todos los que, como Lew Rockwell, estamos contra el estado.

Según un relato familiar, los estados antes de la concepción del liberalismo en los siglos XVII y XVIII tenían defectos fatales. Buscaban imponer a sus poblaciones de súbditos una ortodoxia política y religiosa. La Reforma Protestante produjo algún progreso, pero demasiado a menudo el control  por el monarca reemplazó el dominio por la Iglesia Católica. Los estados iliberales modernos “enseñaban e imponían sobre la sociedad una visión característica de la buena vida, (…) Los que estaban en desacuerdo con esta visión de la religión impuesta por el estado tenían que resistirse, ser expulsados, encarcelados o asesinados”.

¿Cuál fue la contribución que distingue al liberalismo? Según esta opinión, el estado no debe gobernar sobre la base de lo que Rawls llama una “concepción del bien”. Se refiere a una visión completa de la buena vida para los seres humanos. Las religiones son ejemplos primordiales de las concepciones del bien, pero no son los únicos. La teoría omnicomprensiva de la vida enseñada en la Unión Soviética en los días de gloria de Lenin y Stalin sería un ejemplo secular de lo que el liberalismo deplora y busca erradicar.

Por el contrario, mantienen los liberales, el estado debe permanecer neutral en la batalla entre esas concepciones del bien en competencia. A la gente debe permitírsele buscar su propia salvación, religiosa o secular, como le dicte su conciencia.

La reciente explicación de Rawls del liberalismo se basa en una noción de un núcleo neutral de moralidad (…) que todas esas visiones [del bien] se supone que son capaces de aceptar y vivir con ellas. (…) La moralidad nuclear establece condiciones de respeto y tolerancia que, mientras que permiten a cada persona seguir su opinión como desee, le prohíbe seguirla de forma que impida a otros seguir sus propias opiniones.

¿Qué tiene esto de malo? ¿No es simple sentido común? ¿Quién puede rechazar la libertad de conciencia? Simpson expone una debilidad crucial en este argumento aparentemente invulnerable a favor del liberalismo. El estado supuestamente neutral no garantiza la libertad de conciencia. Él mismo impone su propia ideología, que es el liberalismo, sobre todos. El estado no es un árbitro imparcial, por encima de las concepciones del bien en competencia: es una fuerza poderosa y malévola.

La paradoja es que mientras que el liberalismo afirma liberar al pueblo de la opresión de estados que imponen a todos la doctrina verdadera defendida por el estado, el propio liberalismo impone sobre todos una doctrina así: el propio liberalismo. (…) Todos los que estén en estados declaradamente liberales que, por cualquier razón, no acepten la doctrina liberal o se sospeche que no lo hacen, se convierten en enemigos del estado. (…) El estado liberal se ha demostrado tan despiadado contra sus opositores como se supone que lo ha sido cualquier estado iliberal.

Aunque el argumento de Simpson fuera correcto, ¿no hay una objeción evidente que debemos tener en cuenta? ¿No es mejor tener un estado “neutral” que al menos profese el ideal de la libertad de conciencia que un estado abiertamente ideológico que reclame públicamente conformidad?

Simpson tiene una respuesta brillante a esta objeción. El estado no es necesario en  absoluto. Por el contrario, dice, el estado es una invención del mundo moderno. ¿En qué sentido es esto verdad? Simpson tiene en mente la famosa definición de Weber del estado como una organización que reclama un monopolio del uso legítimo de la fuerza.

Advirtamos también la novedad de esta idea, pues lo que Weber trae a nuestra atención (…) es la diferencia entre lo que existía antes y lo que existe ahora. Antes de la aparición moderna del estado, ninguna estructura institucional tenía un monopolio de la aplicación coactiva.

En la antigüedad, la gente en gran medida protegía a sus personas y propiedades con sus propios medios.

Una señal de la precisión de la definición de Weber [del estado moderno] es la ausencia de fuerzas organizadas de policía en el mundo premoderno. (…) Las funciones que ahora delegamos exclusivamente en la policía eran realizadas previamente por los ciudadanos, que confiaban en sí mismos y sus parientes y amigos para la aplicación de derechos y para defensa y protección.

A la vista del estado tiránico contemporáneo, Simpson pone un énfasis especial en la propiedad privada de armas de fuego.

Las armas de autodefensa (…) y hoy en día principalmente las armas de fuego, pertenecen naturalmente a la familia. (…) Por la situación de los tiempos actuales, la primera defensa es contra el estado. (…) Por tanto, las armas están naturalmente en las manos de las personas y es intrínsecamente injusto que ninguna autoridad superior las confisque o prohíba.

El estado de monopolio, supuestamente necesario para protegernos, nos daña más que nos beneficia. El historial del estado no es mejor en asuntos exteriores. El estado liberal moderno ha traído guerra y destrucción, mucho más de lo que nos ha protegido de invasores extranjeros.

No puede ni siquiera decirse que fuera la versión totalitaria y no la liberal del estado la que causó la guerra total. En las guerras mundiales del siglo XX que se llevaron a cabo entre estados liberales y totalitarios, los estados liberales causaron al menos tanta muerte y destrucción como los totalitarios y estos estados liberales también buscaron la guerra cuando los totalitarios hubieran preferido la paz. (…) ¿Cómo puede entonces ser mejor el liberalismo con respecto a la guerra, si todos los sistemas lucharán cuando crean que deben hacerlo? La única diferencia parece ser que el liberalismo peleará en guerras totales, mientras que la mayoría de los demás sistemas no podrán hacerlo, lo que es un argumento contra el liberalismo y el estado, no a su favor.

En su explicación del auge del estado y la ideología que trata de justificarlo, Simpson trae a colación la filosofía de Hegel, que señalaba que el estado “es la marca de Dios en el mundo”. Yo añadiría a la buena explicación de Simpson que Hegel, increíblemente, consideraba el declive de la “conciencia dividida” cuando la Iglesia era una fuente independiente de autoridad aparte del monarca, como un aparte del crecimiento de la libertad. Ahora la gente era “libre” para obedecer al estado, sin la distracción de una autoridad en competencia.

Simpson aplica su perspectiva antiestado a la historia estadounidense. No ve favorablemente la Constitución. Su adopción fue un golpe de los centralizadores y contra la dispersión del poder.

Por tanto, la Constitución hace dos cambios distintos [respecto de los Artículos de la Confederación] al mismo tiempo: de una liga a un gobierno nacional y de un congreso de delegados a un congreso de individuos cuyo poder colectivo, al ser el poder coactivo del estado y porque in extremis es ilimitado, equivale a la autocracia o el despotismo.

Simpson destaca con gran efecto las advertencias de los antifederalistas contra el potencial para la tiranía propio de la Constitución.

Los antifederalistas conocían mucho mejor las realidades políticas que los federalistas, o al menos de lo que admitían los federalistas (pues uno sospecha que los resultados reales que preveían y temían los antifederalistas eran previstos y quizá en parte bienvenidos por los federalistas).

Como mencioné antes, Simpson no es libertario y austriacos y libertarios diferirán con algunos de sus comentarios sobre la economía. Es por tanto aún más notable que las opiniones de Simpson sobre el estado converjan tan notablemente con opiniones que hemos defendido desde hace tanto tiempo en el Instituto Mises. En nuestros esfuerzos por hacerlo, ahora tenemos la ayuda de los argumentos de este pensador original e investigador distinguido.


Publicado originalmente el 14 de diciembre de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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